miércoles, 29 de enero de 2014

EPÍLOGO DE "AMOR AMARGO"

Hola a todos.
Cuando subí hace algunos meses a este blog (lo volví a subir, más bien, porque sólo subí el borrador para quitarlo después), mi cuento Amor amargo, consideré seriamente la idea de subir un epílogo que indagara un poco en lo que sería la vida de Sara, la hermana de Olga, la protagonista, después de prometerse en matrimonio con el vizconde de Suances.
Luego, ya me lié y ha surgido El corazón de Carolina. 
Estoy metida en el proceso de corrección de la novela. Por mucho que la lea, no termina de gustarme.
Sin embargo, he querido darle un epílogo más o menos feliz a Amor amargo. 
ADVERTENCIA: Este epílogo no tiene NADA que ver con el desenlace de El corazón de Carolina. 
No revelo nada.
Así que, sin más dilación, aquí tenéis un final más o menos feliz para Sara contado por ella misma.

     

                    Me cuesta trabajo respirar, hablar sin que las palabras salgan de mi garganta de manera atropellada…Mi corazón late a una velocidad de vértigo.
            El vizconde…él… ¡me ha besado! Aún puedo sentir sus labios sobre los míos… Su lengua en el interior de mi boca…Su sabor…su saliva…
            Comenzó mirándome fijamente esta tarde mientras estábamos en los dos solos en el salón. Mi padre estaba encerrado en su despacho. Mi madre, mientras, había salido con Olga. Habían ido a mirar telas para el vestido de novia de mi hermana. ¡Se va a casar! Nunca antes había visto a Olga tan feliz.
 Él había cogido un libro de caballería y me estaba leyendo las aventuras de sir Lancelot y de los otros Caballeros de la Mesa Redonda. Me gustan los libros de caballerías. No lo considero una pérdida de tiempo como opinaba Cervantes en su día. Al contrario. Son divertidos y entretenidos. Siempre le pido al vizconde que me lea un capítulo de uno todas las tardes, mientras espero a que llegue la hora de cenar. Por lo menos, me olvido de mi enfermedad durante unos instantes. Sé que Olga es feliz al lado de su marido. Ese pensamiento me llena de felicidad.
            El vizconde me estaba leyendo uno de mis pasajes favoritos: cuando sir Galahad encuentra el Santo Grial y lo lleva a Camelot. Su padre, sir Lancelot yace agonizante en su cama cuando sir Galahad regresa y le pide que se lo lleve a la Reina Ginebra, el gran amor del caballero, al convento en el que está recluida. Sir Galahad cumple la orden de su padre. Él no sabe que su padre y la Reina Ginebra, que es ya la Madre Superiora de la orden, estuvieron enamorados hace muchos años, pero que la lealtad a sus respectivos cónyuges les impidió estar juntos.
            De pronto, noté cómo sus ojos estaban fijos en mí y abandoné el estado de ausencia que tengo cuando me concentro en la lectura al notar también que el vizconde había dejado de leer. No me atrevo a tutearle. Y él tampoco se atreve a tutearme. Siente un gran respeto por mí. Nuestra boda está cada vez más cerca. Y está naciendo algo entre nosotros que no podría definir.
-¿Por qué me está mirando?-le pregunté.
            Me ruboricé. Nunca antes había sentido la mirada de un hombre fija de ese modo tan cargado de sincera admiración en mí ni siquiera la de mi médico cuando viene a examinarme. En el pasado, los hombres me miraban mucho. Cuando aún yo podía caminar. Los dos sabemos que está perdiendo su tiempo.
-Quería saber en qué estaba pensando-respondió.
            Y me dedicó la sonrisa más pícara que jamás había visto. Ya me he dado cuenta de que es un poco pillo. Y me gusta que sea así.
-En que usted ha sufrido mucho por amor-contesté.
-El pasado quedó atrás y, ahora, es usted la que me preocupa-me confesó el vizconde-Le he pedido en matrimonio. Mis intenciones hacia usted son honestas. Deseo que hacerla feliz. Pensar que puede llegar a quererme. De igual manera que…Estoy empezando a quererla.
            Me coge de las manos.
-No me gaste bromas-le pido.
-No le estoy gastando ninguna broma-me asegura.
-¿Por qué le preocupo?
-Porque verla caminar de nuevo. Usted merece salir de esta habitación corriendo. Volver a montar a caballo por el bosque de eucaliptos.
-¿Y por qué quiere que haga eso?
-Sara, empiezo a conocerla bien. Es una mujer demasiado buena como para que le haya pasado tamaña desgracia.
            El vizconde no respondió, sino que me miró con sus ojos enrojecidos y tristes.
-Porque se ha convertido en una parte importante de mi vida-respondió. Sus ojos estaban llenos de lágrimas y trató de ocultarlas-Se ha ganado un lugar importante en mi corazón, pese a que llevo muy pocos días aquí. Quiero cuidarla, Sara. Renata quedó atrás en mi vida. No vale la pena llorar por el pasado. Creo que lo mejor que hicimos fue separarnos.
-No voy a estar aquí siempre-dije-Dicen que la esperanza de vida de las personas que están en una silla de ruedas es muy corta. Pienso que ha cometido una locura al pedirme que me case con usted. No ha debido de hacerlo.
-¡Por favor, no diga eso!-exclamó entre sollozos el vizconde-¡No quiero que se vaya! ¡Escúcheme! Yo haré que se ponga bien.
-Los médicos dicen que no tengo curación.
-¡Qué sabrán ellos!
-Señor…-Quise decir algo, pero no pude.
            El tiempo pareció detenerse en aquel preciso instante.
            Mi corazón jamás había latido tan veloz como esta tarde.
            En ese momento, sentí como su boca se unía a la mía. ¡Mi primer beso! Fue un beso fuerte, porque me estrechó entre sus brazos con miedo (noté como temblaba). Le eché los brazos al cuello y correspondí a su beso. Sentí como su lengua intentaba penetrar en el interior de mi boca y le dejé paso porque no me dio asco. Siempre había imaginado un beso como algo asqueroso que se hacía una vez casados, pero nunca pensé que fuera algo tan bonito como es intercambiar tu saliva con la de tu pareja. Fue un beso dulce, largo y, a la vez apasionado. Teníamos los labios hinchados cuando nos separamos y el corazón nos latía a la vez, a la misma velocidad.
-¿Beso bien?-fue lo único que pude preguntar cuando nos separamos.
-Besas estupendamente-respondió el vizconde.
            Esto es el amor, pensé.
            El verdadero amor…
            Entiendo ahora a mi hermana. Porque me he enamorado del vizconde. Lo miro a los ojos. Y experimento una dicha infinita al saber que soy correspondida por él. 

FIN

2 comentarios:

  1. Uhmm. Menudo pedazo de beso se han dado, jejeje. Parecía que habían comido pimientos y se les hincharon los labios.
    Buen epílogo Laura.
    Un abrazo.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola EldanY.
      Tienes razón. No sé porqué cuando dos personas tienen un buen morreo, los dos acaban con los labios hinchados.
      Me alegro de que te haya gustado el epílogo.
      ¡Ya iba siendo hora de hacerlo!
      Un fuerte abrazo.

      Eliminar