jueves, 31 de octubre de 2013

UN SABOR AGRIDULCE

Hola a todos.
Continuamos hoy con Un sabor agridulce. 
Lorenzo y Rosario ya se han instalado en la casa de los Cienfuegos. Vamos a ver qué es lo que pasa.

                      Rosario se sentó en una silla. Su intención era pasar la noche al lado de María Elena. A partir de aquel momento, se encargaría de cuidarla.
-Váyase a dormir, niña-le instó a María Catalina.
-¡No!-protestó la joven-¡Yo me quedo junto a María Elena!
-Prima...-dijo la aludida-Por favor...
-He llegado yo-intervino Rosario-Yo la cuidaré.
-Usted sola no puede cuidarla-insistió María Catalina-¡Deje que yo la ayude!
                       Rosario no miró a María Catalina porque tenía la vista puesta en María Elena. Le cogió la mano. Aquella joven consumida no podía ser la misma joven llena de vida. Se negaba a creer que María Elena pudiera morir. Pero Rosario había visto a algunos vecinos suyos morir a consecuencia de la tisis. Se resistía a creerlo. Pero tenía que admitir que María Elena estaba condenada.
-¿Cuándo empezó a sentirse mal?-le preguntó a María Catalina.
-A los pocos días de llegar aquí-respondió la joven.
-¿Qué le pasó?
-Un día, se despertó empapada en sudor. Tenía una fiebre muy alta. Empezó a perder peso. Fue el médico del Peñón, el doctor Sauceda, el que la examinó. Nos dijo que Elenita estaba enferma de tisis. No me lo creí entonces. Siempre ha gozado de una salud de hierro. Me resisto a creerlo.
-Niña Cati...Rece mucho por su prima.
                      Rosario se fijó en los ojos hinchados de María Catalina. La joven posiblemente llevaba noches sin dormir. Y también había estado llorando.

                       Fue al día siguiente, por la tarde, cuando don Juan habló a solas con Lorenzo. Se lo llevó a su despacho.
-Mi sobrina se está muriendo-le comunicó nada más encerrarse con él en el despacho-No se puede seguir negando la evidencia. Le queda poco tiempo de vida.
                      Lorenzo sintió cómo algo se oprimía dentro de su pecho.
-¿Cuánto tiempo hace que está enferma?-quiso saber-¡No quiero saberlo! ¡Dios mío!
-Empezó a sentirse mal al poco de llegar aquí-contestó don Juan-La enfermedad va avanzando poco a poco. No se puede hacer nada. Es duro. Se está consumiendo poco a poco.
                     Lorenzo no sabía qué pensar. Santiago estaba muerto. María Elena iba a morir. Pensó que le iba a estallar la cabeza.



-Parece una pesadilla-le confesó a don Juan-¿Y no hay cura?
-Lo siento-dijo don Juan-No hay cura. Sólo nos queda esperar. Y rezar.
                        Lorenzo pensó en don Adriano. El párroco de Sorbas le habría dicho exactamente lo mismo que le estaba diciendo don Juan. Pero, ¿cómo iba a resignarse María Elena ante la idea de que se estaba muriendo? Su cuñada siempre había sido una joven llena de vida. El sentir que agonizaba un poco más cada día que pasaba era la peor de las torturas para ella.
-Me quedaré aquí-decidió Lorenzo-Pase lo que pase, quiero estar a su lado.
-Mi sobrina te lo agradece-le aseguró don Juan-Ya sabes lo mucho que te quiere. Rosario y tú podéis quedaros el tiempo que queráis. Lorenzo, tú no tienes la culpa de lo que pasó. El único culpable, y aunque te duela oírlo, fue Santiago. No debió de hacer las cosas que hizo.
                    Lorenzo se puso de pie. Salió del despacho de don Juan tambaleándose. Al salir, estuvo a punto de chocar con María Catalina.
-¿Cómo está mi cuñada?-le preguntó.
-Está durmiendo-respondió María Catalina-Ha pasado la noche más tranquila. Es bueno que descanse.

miércoles, 30 de octubre de 2013

UN SABOR AGRIDULCE

Hola a todos.
Hoy, veremos el reencuentro entre Lorenzo y María Elena. Además, el joven volverá a ver a María Catalina, a la que conoció en el pasado, pero con la que apenas tuvo trato.
¡Vamos a ver qué pasa!

-¿Está anocheciendo, prima?-le preguntó María Elena a María Catalina-Tengo mucho frío.
-Aún tienes algo de fiebre, prima-respondió la muchacha.
-¡No te vayas! No quiero dormir. Tengo miedo de que, si me duermo, nunca me despertaré.
                       María Catalina le estaba leyendo en voz alta a su prima La Fontana de Oro, de Benito Pérez Galdós. Pero María Elena no podía prestarle atención. Tenía la mente puesta en otra parte.
                        Recordaba el día en que le anunciaron que iba a vivir con sus tíos en el Peñón de Alhucemas. Fue a los pocos días de enterrar a su padre, en el cementerio de Sorbas.
-Vas a irte a vivir con tus titos, niña-le informó Rosario-Vas a estar mu bien con ellos.
-¡Pero yo no quiero irme de aquí!-protestó María Elena-¡Ésta es mi casa! ¡No quiero irme, Rosario!
                         Su tía Edelmira era una mujer cuya fama de virtuosa era conocida. Su tío Juan era un conocido comerciante. Hacía años que la pareja vivía en el Peñón de Alhucemas. Edelmira era la hermana del padre de María Elena. Pero la relación entre ambos siempre había sido muy mala. No obstante, era el único familiar que tenía la niña.
                        Su hermano había cometido el escándalo más sonado en todo el municipio de Sorbas. Se había casado con una joven criada de origen más que dudoso. La madre de María Elena había sido abandonada nada más nacer a las puertas de un convento. Nada se sabía acerca de cuáles eran sus verdaderos orígenes.
                       María Elena no quería abandonar la hacienda donde se había criado. Apenas conocía a sus tíos. Y no sabía nada de aquel Peñón donde iba a vivir a partir de aquel momento.
                       Durante once años, María Elena había crecido en el campo. Era una de las mejores amazonas del municipio. Le gustaba subirse a los árboles. Le gustaba salir a la calle cuando estaba lloviendo. Le gustaba contemplar cómo los árboles se llenaban de flores en Primavera. Le gustaba bañarse en el arroyo. Le gustaba subirse a los árboles a robar sus frutos.
                   Le daba las gracias a Dios por tener a su prima Cati con ella. De no ser por su prima, María Elena no habría encontrado las fuerzas suficientes como para enfrentarse a La Muerte. Sabía que María Catalina estaba sufriendo. Ve cómo me estoy muriendo cada día que pasa un poco más, pensó la joven enferma.
                         Durante los años que habían seguido a su llegada al Peñón, María Elena se educó al lado de María Catalina. La institutriz de ambas las enseñó a bordar. Les enseñó a bailar el vals. Les enseñó a tocar el piano. Les enseñó, además, a hablar francés.
                       María Elena le cogió la mano a su prima y se la oprimió con fuerza.
-Me asusta morirme-le confesó.
-¡Tú no te vas a morir!-estalló María Catalina-Tienes que hacerle caso a lo que te diga el doctor Sauceda, prima. ¡Ya verás como te vas a poner bien!
                     Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas.
                     María Elena era casi como una hermana mayor para ella. La idea de perderla se le hacía demasiado dolorosa. Le impedía, incluso, respirar. Doña Edelmira también sufría al ver cómo su sobrina se iba apagando cada día que pasaba. Y don Juan, a solas, lloraba en silencio.
-Cati, te lo ruego-le pidió María Elena a su prima-Esto se está acabando. Las dos lo sabemos.
-¡Pero yo no quiero que te mueras!-sollozó María Catalina-¡No es justo! ¡No entiendo el porqué la vida se ha ensañado contigo con lo buena que tú eres! Tu marido...Tu bebé...
-La vida nos muestra sus dos caras todos los días. A mí me ha mostrado su mejor cara. Y me está mostrando la peor. No llores, Cati. Terminaré llorando yo también.
                        Los golpes en la puerta llamaron la atención de las dos primas. Oyeron voces animadas que venían del recibidor.
-Conozco esa voz-dijo María Elena-¡Es Lorenzo!
-¿Lorenzo Castillo y González?-se extrañó María Catalina-¿Tu cuñado?
-Sí...
                      La puerta de la habitación de María Elena se abrió de golpe. La joven enferma contuvo el aliento al reconocer al apuesto joven que hacía acto de presencia en su alcoba.
-Elenita...-susurró Lorenzo.
                         Le costaba trabajo reconocer a la joven que yacía en la cama. Cuando Santiago conoció a María Elena, ésta era perseguida por una legión de admiradores. Santiago cayó rendido ante la belleza de María Elena. La piel morena que antaño había lucido se había tornado de una palidez cadavérica. Su rebelde y rizado largo cabello de color tan oscuro que tenía hasta reflejos azulados había perdido el brillo de antaño. Los pechos firmes de María Elena parecían flácidos a través del camisón que llevaba puesto de color blanco.
                        Sus ojos de color violeta con matices de color ámbar parecían haber perdido todo su brillo. No miraban a nada en concreto. Sus labios seguían siendo igual de carnosos. Sus pestañas seguían siendo espesas. Pero aquellos ojos...Grandes...Ligeramente rasgados...Parecían los ojos de una mujer que ya estaba muerta.
-¡Lorenzo!-exclamó María Elena.
                      Él avanzó hacia donde estaba ella y la abrazó al tiempo que la besaba varias veces en la frente.
-He venido, Elenita-dijo.
-Yo sabía que vendrías-se alegró María Elena-Le escribí a Cati pidiéndoselo.
-¡Mi niña!-exclamó una voz de mujer sollozante.
-¿Rosario?-se extrañó María Elena-¿Eres tú?
                    La aludida se precipitó sobre la cama donde yacía la joven a la que había cuidado desde que nació. La abrazó con fuerza. Rosario estaba conmocionada. Aquella joven enferma no podía ser la misma María Elena a cuya boda acudió tiempo atrás. Fue una boda por todo lo alto, digna de unos Reyes. ¿Qué le ha hecho ese malnacido a mi niña?, se preguntó Rosario con terror. ¿Cómo se había consumido su Elenita en tan poco tiempo?
-Lorenzo, saluda a mi prima Cati-le pidió María Elena a su cuñado-Seguramente, te acordarás de ella.
-Ha pasado mucho tiempo, prima-intervino María Catalina.
-Pero me acuerdo de usted-la corrigió Lorenzo-¿Cómo está, señorita Cienfuegos?
-Estoy bien-contestó María Catalina-Mi prima dice que no se va a curar. Pero yo creo que sí se va a curar.
-Lorenzo, saluda con cariño a Cati-le pidió María Elena-Ella es como una hermana para mí. Y tú eres como un hermano para mí.
                       Lorenzo y María Catalina recordaron el día en que se conocieron. Fue en una fiesta que se celebró en la casa de cierta familia aristocrática sevillana. María Elena y María Catalina acudieron allí invitadas por el matrimonio anfitrión, quienes conocían a los Cienfuegos. Fue en aquella fiesta donde María Elena conoció a Santiago.
-Sed educadas-las exhortó doña Edelmira en un aparte-Y tú, María Elena, no hables demasiado.
                      Las dos primas se habían convertido en unas auténticas bellezas. Don Juan estaba buscándole un marido a María Elena. Tanto su sobrina como su hija caminaban rectas. No hablaban demasiado. Y sabían comportarse con elegancia. Sin embargo, le costaba trabajo templar el alocado carácter de María Elena. En aquella fiesta, la joven pareció aburrirse hasta que se fijó en uno de los invitados. Don Santiago Castillo y González...
                      La anfitriona fue la que presentó a Lorenzo y a María Catalina.



                       Lorenzo tuvo que admitir que encontró a María Catalina encantadora. Poseía unas facciones muy dulces. Y sus ojos eran grandes y de color castaño. Llevaba su cabello negro recogido en un elegante moño. Apenas sí le habló durante el rato que estuvieron conversando y bailando una pieza. A modo de saludo de cortesía, Lorenzo le besó la mano. Y le volvió a besar la mano cuando se separaron. En el balcón, mientras, Santiago le robaba a María Elena su primer beso de amor.
                       Lorenzo apenas trató a María Catalina durante el tiempo en que su hermano y la prima de la muchacha estuvieron casados. Tenía que admitir que María Catalina le parecía una especie de muñeca de porcelana. Todo fragilidad...Con su cabello negro...Con su carácter tímido...Con su piel blanca como la leche...Sin embargo, Lorenzo tuvo que admitir que había algo más en María Catalina. La joven era mucho más inteligente de lo que había imaginado. Y debía de ser mucho más fuerte de lo que pensaba cuando se negaba a abandonar a María Elena.
                       Acabó besándola en una mejilla a modo de saludo.
-Ahora que ha venido, mi prima se pondrá bien-afirmó María Catalina.
-El señor Castillo y González y Rosario tienen que descansar, querida-intervino don Juan-Han tenido un viaje muy largo. Mañana, hablaremos con más calma.  

martes, 29 de octubre de 2013

UN SABOR AGRIDULCE

Hola a todos.
Hoy, Lorenzo y Rosario llegan al Peñón de Alhucemas.
¡Empieza la acción!

                            A los pocos días, Lorenzo y Rosario viajaron a Cádiz. De allí, zarpaba un barco que los llevaría al Peñón de Alhucemas.
-¡Virgen Santa!-exclamó Rosario al ver el barco-¡Qué cosa más grande!
                           Por suerte, tanto Rosario como Lorenzo estaban acostumbrados a viajar. Rosario, en su juventud, había trabajado como actriz en teatros de segunda categoría. Había viajado mucho por España. Y Lorenzo, en lugar de estudiar una carrera, como era el deseo de Santiago, se marchó a recorrer Europa.
                        El viaje duró menos de una semana.
                        Rosario y Lorenzo acostumbraban a dar paseos por la cubierta del barco. La mujer pensaba en María Elena.
-A lo mejor, no es ná-le dijo en uno de aquellos paseos a Lorenzo-A lo mejor, su prima ha exagerado mucho su enfermedad. Querrá que usté vaya a verla pa que puedan hacer las paces.
-No conozco mucho a María Catalina-dijo Lorenzo.
-¡Entonces, no la crea! Yo conozco a la niña María Catalina. Es una buena muchacha. Pero es mu exagerá. ¡Hágame caso, señorito!
-Está preocupada por María Elena.
-Yo quiero a esa niña como si fuera mi hija. Daría la vida por ella. No quiero ni pensar que le pueda pasar argo. ¡Yo me muero! ¡Me moriría!
                         Lorenzo comía en el restaurante, en primera clase. Rosario, en cambio, tenía que comer en tercera clase. Lorenzo dormía en un camarote amplio y lujoso. Rosario, en cambio, dormía casi en el sótano. En un camastro estrecho...En su camarote, se hacinaban varias familias.



-Le he escrito al señor Castillo y González-anunció María Catalina-Confío en que no tarde mucho en llegar. ¡A María Elena le hará ilusión verle!
-No me gusta que ese hombre esté en esta casa-opinó doña Edelmira-Creo que es un error.
                          María Catalina y su madre regresaban de la Iglesia. Habían ido allí a rezar, pidiéndole a Dios que le diera más tiempo de vida a María Elena.
-No creo que ese joven llegue a tiempo-se lamentó doña Edelmira-Tu prima pasó muy mala noche. Ha tenido fiebre muy alta. El doctor Sauceda está haciendo lo imposible por bajársela.
-¡No hemos debido de salir!-se inquietó María Catalina-¡Mi prima está enferma! Deberíamos de estar con ella. ¡Somos la única familia que tiene!
                   La casa en la que vivía la familia Cienfuegos Romero era una de las casas más grandes del Peñón. Se encontraba cerca del almacén.
-Tu prima está en manos de Dios-suspiró doña Edelmira.
                    María Catalina se cogió del brazo de su madre. Le asustaba pensar que María Elena podía morir. Tiene que vivir, pensó.
                      María Catalina era tan sólo dos años menor que María Elena. Pero su prima había estado a su lado desde siempre.
                     No concebía la vida sin ella. No se resignaba a la idea de que María Elena estaba agonizando. Quería poner en orden su pasado por aquel motivo.
                     En aquella época, vivían unas 350 personas en el Peñón. Se podía decir que todo el mundo se conocía entre sí.
                     Una mujer se acercó a doña Edelmira. Era una conocida suya. Quería saber si María Elena estaba mejor. Aunque, en el fondo, sabía la verdad. La joven nunca se recuperaría.

                      Lorenzo no sabía gran cosa acerca del lugar hacia el cual se dirigían Rosario y él. Sabía que allí vivían, además de los militares, una población civil. Estaba en la cubierta con Rosario.
-¡Señorito!-exclamó la mujer.
-¿Qué pasa?-inquirió Lorenzo.
-¿Hemos llegado ya? ¡Mire usté! ¡Cuatro islas!
                  Lorenzo recordó todo lo que había leído. Isla de Mar...Isla de Tierra...El Peñón de Alhucemas estaba unido al islote de La Pulpera mediante un puente. Se podía divisar desde el barco.
                   El barco atracó en el puerto del Peñón. Lorenzo y Rosario se ocuparon de sus respectivos equipajes. Descendieron por la pasarela. Rosario le preguntó a Lorenzo si tenía las señas de la casa de la familia Cienfuegos Romero.
-¡No veo la hora de ver a mi niña, señorito!-afirmó la mujer.
-Se va a alegrar mucho de verla-le aseguró Lorenzo.
-Nunca antes había visto nada igual. ¡Se parece mucho a Sorbas!



                        Empezaron a caminar.
                        Las casas tenían la fachada de color blanco. Rosario caminó al lado de Lorenzo, muy nerviosa. Odiaba estar en un lugar del que no sabía nada. Había viajado por muchos países de Europa. Pero aquel lugar era distinto.
-Buenas tardes, señor-les saludó un oficial-Buenas tardes, señora.
                        Lorenzo le preguntó al oficial si sabía dónde vivía la familia Cienfuegos Romero. El oficial frunció el ceño al escuchar el nombre de aquella familia.
-La que tiene una sobrina que es tísica-dijo.
                          Rosario ahogó un grito. Lorenzo se puso pálido.
-Viven cerca del aljibe-les explicó el oficial-¡Pobre familia! ¡No ganan para desgracias! Sobre todo, la sobrina. He oído que el marido fue ejecutado por contrabandista. Bueno...Eso me lo ha contado mi mujer. Yo no soy un cotilla.
                        Lorenzo apretó los puños con fuerza. Ni siquiera un lugar como el Peñón estaba libre de cotilleos.

lunes, 28 de octubre de 2013

UN SABOR AGRIDULCE

Hola a todos.
Hoy, voy a subir un nuevo trozo de mi relato Un sabor agridulce. 
Este fragmento está centrado en la figura de Lorenzo, quien va a visitar a la cárcel al antiguo compañero de correrías de su hermano mayor para averiguar algunas cosas.

                          Era la primera vez que Lorenzo pisaba la cárcel de Sorbas.
                          Hasta donde él sabía, Paco, el que había sido criado de confianza de Santiago y su brazo derecho en la mayoría de sus fechorías, todavía permanecía preso en aquel lugar.
                         Paco, para evitar la pena de muerte, confesó que todos los delitos cometidos habían sido ideados por Santiago.
                         Un Guardia Civil condujo a Lorenzo hasta la celda donde estaba Paco.
                         Un escalofrío recorrió la columna vertebral de Lorenzo. Tenía la sensación de que estaba en la antesala del Infierno. Los hombres que estaban detrás de los barrotes parecían más muertos en vida que otra cosa. Delgados y llenos de heridas, producto, no le cabía la menor duda, de posibles torturas. Se le heló la sangre al recordar que había visto así a Santiago cuando fue a verle antes de su ejecución.
                      Paco permanecía acostado en el camastro cuando se le avisó de que tenía una visita. Tampoco mostró la menor sorpresa cuando le dijeron que había ido a verle don Lorenzo Castillo y González.
-¿A qué ha venido, señorito?-le preguntó-¿Quiere echarme en cara que, pa salvarme a mí, sacrifiqué a mi patrón?
                     Se sentó en la cama con gesto dolorido.
-He venido porque me gustaría saber una cosa-respondió Lorenzo-Tú conocías a mi hermano mucho mejor que yo.
-Hubiera ido al Infierno por él-le aseguró Paco-Era mu bueno. Pero...Señorito, soy humano. Y le tengo miedo a La Parca.
-¿Conoces a mi cuñada, a doña María Elena Romero?
-Guapa moza...El patrón siempre estaba hablando de ella.



-Mi cuñada se está muriendo. Padece tisis. Sabrás lo que es la tisis. Sabrás también que se contagia. Yo vi a mi hermano muy enfermo cuando vine a verle antes de su ejecución. No pienso echarte nada en cara, Paco. Tan sólo quiero que seas sincero conmigo.
                     Lo único que quería saber Lorenzo era si Santiago estaba enfermo de tuberculosis. Aquella maldita enfermedad se contiagiaba. A lo mejor, Santiago le había contagiado la enfermedad a María Elena.
                    La respuesta de Paco confirmó los peores temores de Lorenzo.
-El patrón llevaba algún tiempo sintiéndose enfermo-le explicó-Tosía mucho, señorito. Y, cuando tosía, escupía sangre.
                    Lorenzo se aferró a los barrotes de la celda. Tenía la sensación de que se iba a caer al suelo. Lo había sospechado desde que vio por última vez a Santiago antes de su ejecución. Pero no lo había querido admitir. Y, ahora, María Elena también estaba enferma. Le rompió el corazón imaginar a su hermosa cuñada enferma.
-Me marcho, Paco-le comunicó al preso-Me voy al Peñón de Alhucemas.
-¿La patrona está allí?-inquirió Paco.
-Está muy enferma. He de verla.
                     Paco sintió cómo se le formaba un nudo en su garganta. En menos de un año, todo se había derrumbado.
                      El patrón estaba muerto. Y él ignoraba el tiempo que pasaría en la cárcel. Siempre viviría atormentado por el recuerdo de don Santiago. Para salvarse así mismo, le había sacrificado. Y el patrón siempre había sido muy bueno con él.
-Adiós, Paco-le dijo Lorenzo.
-Cuídese, señorito-le pidió el aludido-Se lo ruego. No me odie. Y dígale a la patrona que lo siento.
-Se lo diré.
                      La voz de Paco sonaba cansada. Está ya muerto, pensó Lorenzo con pesar.
                      Se sintió mejor cuando abandonó la cárcel.
                      Cuando regresó a la hacienda, encontró a Rosario llorando en el recibidor.
-¡Me voy con usté, señorito!-le avisó nada más entrar Lorenzo-¡Me da igual! ¡Quiero ver a mi niña Elenita!
-No puede verla, Rosario-le explicó Lorenzo-Está muy enferma. Además, ella no quiere que usted la vea. Le puede hacer daño.
                        Rosario tenía más de sesenta años, muy vividos. Meneó la cabeza negando.
                        Había criado a María Elena. Para ella, la joven era como la hija que nunca tuvo. Sólo pedía verla por última vez.
-¡Puede que yo la cure!-afirmó.
-La tisis no tiene cura-se lamentó Lorenzo-Y puede ser contagiosa.
-¡Por lo menos, deje que me despida de ella!
                        Lorenzo no pudo negarse a la petición de la mujer. Rosario sollozaba al pensar que no volvería a ver nunca más a María Elena.
-Puede venir conmigo-decidió Lorenzo-Quizás, eso le haga bien a mi cuñada.

sábado, 26 de octubre de 2013

UN SABOR AGRIDULCE

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo trocito de Un sabor agridulce. 
La enfermedad de María Elena es el motor que desencadena la historia. Sabiendo que se está muriendo, María Elena pide ver a su cuñado para poder despedirse.

-No entiendo para qué quieres ver a ese joven-dijo la tía de María Elena, doña Edelmira Romero-Lo único que vas a conseguir es sufrir más.
                    Edelmira era la hermana menor de don Damián Romero, el padre de María Elena. Cuando un infarto acabó con su vida de manera fulminante, Edelmira se hizo cargo de su sobrina. La madre de María Elena había muerto a consecuencia de una neumonía cuando ésta tenía tan sólo cuatro años. María Elena llegó a la casa de sus tíos cuando tenía once años. Siempre la habían hecho sentirse parte de la familia. Por eso, no entendían el porqué quería escribirle una carta a su cuñado.
-Lorenzo era el hermano de Santiago, mi marido-le recordó María Elena a su tía-Estuvo a mi lado cuando ejecutaron a Santiago. Quiero verle. Creo que estoy en mi derecho de despedirme de él. Pronto, Santiago y yo volveremos a estar juntos.
-¡No te vas a morir!-afirmó María Catalina con vehemencia-¡No vuelvas a decir eso nunca más!
-Cati...
                        María Elena sentía cómo las fuerzas se le estaban acabando. Permanecía acostada en su cama mientras miraba a su tía y a su prima. Buscó la mano de María Catalina y se la cogió.
-Sólo quiero hacer las paces con mi pasado-le aseguró a la muchacha.
                      María Catalina bajó la vista. No podía negarse a cumplir la voluntad de su prima. Llevaba ya unos días sintiendo cómo María Elena parecía querer despedirse de todo el mundo.

-Señorito Lorenzo, ha venido don Adriano-le informó Rosario a su patrón.
                    El aludido permanecía recostado en el sofá con un fuerte dolor de cabeza.
                    Su vida había cambiado a lo largo de los últimos meses. De estar pendiente de sus estudios y de divertirse con sus amigos, había pasado a ser el dueño de una de las fincas más prósperas de toda Almería, Los Deseos. Pero también se había visto condenado al ostracismo desde que su hermano fue ejecutado mediante garrote vil acusado de ser un contrabandista. Los Deseos se encontraba en los alrededores de Hueli, pedanía del municipio almeriense de Sorbas. Era un lugar pequeño donde todo el mundo se conocía.
                     Santiago Castillo y González era uno de los terratenientes más prósperos de toda Andalucía.
                     Su riqueza era sólo comparable a su inmenso atractivo físico, su inteligencia y su gran carisma. Pensó que podía jugar con fuego y acabó quemándose.
                     Lorenzo todavía recordaba el día en que su hermano mayor contrajo matrimonio con la bella María Elena Romero. Hacían una hermosa pareja. Su felicidad iba a ser colmada con el nacimiento de un hijo. Pero eso no era suficiente para Santiago. Deseaba más.
                    Lorenzo había llegado a una conclusión. Su hermano estaba loco.



                      Don Adriano era el párroco de Sorbas. Conocía a la familia Castillo y González de las veces que iba a Hueli a oficiar la Misa. Entró en el despacho de Lorenzo y lo encontró acostado en el sofá.
-Lamento tener que venir en estos momentos-le dijo al joven-Pero tengo que darte una noticia. He recibido una carta de la señora Romero.
-¿De María Elena?-inquirió Lorenzo, extrañado-¿Mi cuñada le ha escrito?
                     María Elena se marchó de Hueli tras la ejecución de su marido. Lo último que Lorenzo sabía de ella era que estaba en el Peñón de Alhucemas, donde vivía junto con sus tíos y su prima. Se sentó en el sofá.
-En realidad, ha sido su prima, la señorita Cienfuegos, quien me ha escrito-matizó don Adriano-La señora Romero está muy enferma.
-¡Eso es imposible!-exclamó Lorenzo.
                       Se acordaba a la perfección de María Elena. Su cuñada siempre había gozado de una salud excelente. Hasta donde él sabía, nunca antes había estado enferma.
-Se está muriendo-le informó don Adriano-Padece tisis. Su prima me ha escrito a petición suya contándomelo todo. La enfermedad la ha atacado con virulencia.
-No puede ser-murmuró Lorenzo.
                      Tenía la sensación de que estaba viviendo una pesadilla. María Elena no podía estar muriéndose de tisis. Y su hermano Santiago no podía estar muerto tras haber sido ejecutado acusado de contrabandismo. En cualquier momento, se despertaría y vería que todo había sido un mal sueño. Santiago seguiría siendo el dueño de Los Deseos. Y María Elena estaría cuidando de su hijo. El niño que no llegó a nacer.
-¿Y qué quiere de mí?-quiso saber Lorenzo.
-Lo único que pide es que vayas a verla-contestó don Adriano.
-¡Por supuesto que sí! A lo mejor, puedo hacer algo por ayudarla.
-A tu cuñada le basta con que vayas a verla.
                      En el pasillo, se oyó cómo un cuerpo pesado caía al suelo. Don Adriano y Lorenzo fueron a ver qué había pasado. Tirada en el suelo se encontraba Rosario. Lorenzo se arrodilló junto a ella y le golpeó con suavidad la cara para hacerla despertar.
-¡Pobrecilla!-se dolió don Adriano-Ha estado cuidando de la pobre señora Romero desde que era una niña.
-Rosario...-la llamó Lorenzo-¿Me oye usted?
                   Ella no quería oír a nadie. Sólo pensaba en una cosa. Su niña María Elena se estaba muriendo y ella no podía hacer nada para impedirlo. Una lágrima se deslizó por su mejilla.

viernes, 25 de octubre de 2013

UN SABOR AGRIDULCE

Hola a todos.
Tenía pendiente de subir esta historia tras el final de Berkley Manor. 
Se llama Un sabor agridulce. Es una historia romántica y, por supuesto, de época. ¿De época? Después de participar en el Certamen de Microrrelatos que organizó nuestra buena amiga Anna, no descarto escribir nada contemporáneo. Aunque no sé.
Nuestra historia transcurre en el Peñón de Alhucemas, en el año 1880.
María Catalina, o Cati, como la llama todo el mundo, vive en el Peñón en compañía de sus padres y de su prima, una joven que prefiere aislarse del mundo tras la ejecución de su marido. María Elena, la prima de María Catalina, está muy enferma y a punto de morir. Lorenzo, el hermanastro menor de su marido, va a verla con la esperanza de poder retomar el contacto, ya que se siente culpable de lo que le pasó a su marido. Nada más llegar, Lorenzo queda prendado de la belleza de Cati. Una historia de amor nace entre ellos mientras María Elena pasa sus últimos días.
Aquí os dejo con el inicio.
Es breve, pero espero que os guste.

PEÑÓN DE ALHUCEMAS, 1880

                       María Elena Romero tosió con violencia. 
                       Acostada en su cama, la joven sentía cómo la vida se le iba escapando poco a poco. 
                      Miró a su prima María Catalina Cienfuegos Romero, quien estaba medio dormida en una silla situada junto a su cama. Los ojos de María Elena se llenaron de lágrimas. 
-¿Qué ocurre?-inquirió María Catalina, despertándose de golpe. 
-No pasa nada-contestó su prima-He tosido un poco. 
                      Un hilillo de sangre salía de su boca. María Catalina cogió el pañuelo y se lo limpió. Tocó la frente de su prima con la mano para comprobar si le había bajado la fiebre. Aún tenía la frente caliente. 
-Ya queda poco para que te tomes la medicina-le dijo con una sonrisa. 
-No quiero seguir tomando la medicina-afirmó María Elena-No me está haciendo nada. 
-Si no te la tomas, entonces, no te hará nada. 
-Cati, las dos sabemos que esto se está acabando. 
                     María Elena tenía ganas de echarse a llorar. Dos años antes, lo tenía todo en la vida. Acababa de casarse con uno de los terratenientes más prósperos de toda Andalucía. Iba a tener su primer hijo. Pero ignoraba la clase de actividades delictivas que cometía su marido a espaldas suyas. Además, también desconocía que su marido le era infiel con todas las mujeres que conocía. Ciega como estaba de amor, María Elena no vio nada. Hasta la noche en que se presentó la Guardia Civil en su hacienda y se llevaron preso y encadenado a su marido. 
-¡Dime que es falso!-le gritó María Elena mientras se lo llevaban. 
-Lo siento mucho, querida-se disculpó él-Nunca quise hacerte daño. 
                     María Elena reprimió los recuerdos que golpeaban su atormentada mente. Su hijo no había llegado a nacer. Y su marido estaba muerto y enterrado en una fosa común, donde se echaban a los delincuentes comunes. 
-¡Qué tonta fui!-se lamentó la joven. 
-Nos engañó a todos-le aseguró María Catalina-No tuviste la culpa de lo que pasó. 
                     La besó en la frente para consolarla. Un sollozo salió de la garganta de María Elena. 
                     El pasado la atormentaba en la certeza de que su vida estaba llegando a su fin. No podía luchar contra él. 

jueves, 24 de octubre de 2013

PERSONAJES DE "TE ECHO DE MENOS"

Hola a todos.
Hoy, me gustaría que conocieráis a los protagonistas de mi relato Te echo de menos. 
Bueno, así es como yo los imagino.



Ésta es la protagonista, Herminia. Es una chica que está a punto de ser presentada en sociedad. Es bonita y posee un carácter tranquilo y apacible. Es la mejor amiga de Lucía, a la que está muy unida. Está enamorada desde hace años del hermano de Lucía, Manuel.



Éste es el protagonista, Manuel. Es el hermano mayor de Lucía y está terminando sus estudios de Medicina. Quiere regresar a su hogar, en la isla de Lobos, no sólo porque quiere ayudar a los habitantes de la isla. El principal motivo de su regreso tiene nombre de mujer: Herminia, la mejor amiga de su hermana Lucía. Manuel es un joven estudioso, serio y respetuoso con los demás.

domingo, 20 de octubre de 2013

BERKLEY MANOR

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros esta carta que le escribe Chris a Melanie.
Esta carta es independiente de Berkley Manor. Se puede leer por separado.
Se podría decir que es una carta que Chris le escribe a Melanie durante la estancia de ésta en Berkley Manor. No la he añadido porque no sabía si añadirla o no. Al final, he decidido que la voy a incluir un poco separada de la historia.
Espero que os guste.

ENTRADA ELIMINADA.
POR FAVOR, DISCULPEN LAS MOLESTIAS.
GRACIAS.

                     

viernes, 18 de octubre de 2013

TE ECHO DE MENOS

Hola a todos.
Lo prometido es deuda. Aquí tenéis el desenlace de Te echo de menos. 
¡Y la cosa está que arde entre nuestros dos protagonistas, je, je!
Muchísimas gracias por haber leído. Por haber comentado. Y por haber disfrutado con esta pequeña historia.

                           Fue Manuel el primero que se despojó de la ropa que llevaba puesta. Luego, ayudó a Herminia a despojarse de su camisón.
                          Le cogió la mano y se la besó.
-Eres preciosa-le aseguró.
-¿Has estado con alguna mujer?-quiso saber Herminia.
                        Manuel lo negó moviendo la cabeza. Herminia sonrió aliviada. Le dio un beso en la mejilla. Los labios de Manuel recorrieron el cuello de la joven. Sus bocas se encontraron en un beso cargado de amor. Volvieron a besarse con más pasión y más profundidad y Herminia rodeó con sus brazos el cuello de Manuel, apretándolo contra su cuerpo.
                     Manuel acarició el cabello suelto de Herminia. Le juró una y otra vez que la amaba y que no dejaría nunca de amarla.
-Me alegro de que no hayas estado nunca con una mujer-se sinceró Herminia-Yo tampoco he estado con un hombre. Antes...
-Me alegro-afirmó Manuel-Así, los dos somos vírgenes.
                   Llenó de besos el rostro de Herminia. La abrazó con fuerza. Se susurraron muchas palabras de amor. En aquel momento, estaban ellos dos solos. Solos en aquel lugar que les parecía que era el Paraíso. Habían reunido el valor necesario que necesitaban para declararse el amor que sentían mutuamente.
-Nos casaremos-le prometió Manuel.
-Y yo te ayudaré-le aseguró Herminia.
-Juntos...



                          Manuel abrazó delicadamente a Herminia. Deseaba poder fundirse con ella. Había deseado aquel momento durante mucho tiempo. Se había odiado así mismo por haberse enamorado de la mejor amiga de su hermana menor. Manuel llenó de besos los hombros de Herminia. Ella tenía una ligera idea de lo que estaba pasando entre ella y su amado. Había oído algunos comentarios susurrados entre las dos criadas que tenía la familia.
                        Volvieron a besarse con pasión. Se acariciaron mutuamente. Las manos de Manuel sabían por inercia qué lugares del cuerpo de Herminia debía de acariciar para despertarla a la pasión.
-No sé qué hacer-admitió la chica.
-No pienses en nada-le dijo Manuel.
                        Herminia aún creía que estaba soñando. Manuel no había podido aparecer en su habitación. No podía estar haciéndole lo que le estaba haciendo. No podía haberle confesado que la amaba. Ni habían hecho planes para un futuro juntos.
-Amor mío...-le oyó susurrar.
                    Manuel llegó a recorrer el cuerpo de Herminia con la lengua. Llenó cada porción de su cuerpo con besos. La muchacha tenía un sabor exquisito. Como lo había imaginado.
                    ¿Cuántas veces había soñado con aquel momento? Demasiadas...Con besar los pechos de aquella joven. Con posar sus labios sobre su vientre. ¡Y lo estaba haciendo! ¡Era real! ¡Estaba pasando! Herminia era suya. Y él era de ella. Suyo...
                    Finalmente, los cuerpos de ambos se unieron. El cuerpo de Herminia recibió con alegría el cuerpo de Manuel. No sintió dolor alguno al sentir cómo el joven que amaba invadía su cuerpo. Lo único que quería era entregarse a él. Su unión estuvo cargada de amor. Se abrazaron. Se besaron. Manuel llevó a Herminia hasta un lugar lejano. Un lugar maravilloso donde sólo estaban ellos dos.
                      Fue Herminia la que se quedó dormida en primer lugar. Manuel se abrazó a ella. Le dio las gracias por haberla conocido. Y por amarle.
                      Permaneció despierto durante un buen rato. Herminia le amaba. Nunca la dejaría.
                      Ella estaría siempre a su lado. Le ayudaría a ser un gran médico. Los dos juntos podían hacer muchas cosas. Ayudar a mucha gente.
                      Siempre juntos...

FIN

jueves, 17 de octubre de 2013

TE ECHO DE MENOS

Hola a todos.
Antes que nada, quisiera pediros perdón. Anteayer dije que iba a subir ayer el desenlace de Te echo de menos. 
Sin embargo, se me complicaron las cosas y no lo pude subir.
El final está dividido en dos partes. Hoy, subiré la primera parte. Mañana, si puedo, espero que sí, pienso subir la última. Veréis lo que ocurre entre Herminia y Manuel.
¡No os dejará indiferentes!
Disfrutad del desenlace de esta pequeña historia.

                          El trayecto en barca desde Fuerteventura hasta la isla de Lobos se le hizo eterno a Manuel. El viaje en barco desde Santa Cruz de Tenerife hasta Fuerteventura le había puesto nervioso. Pero ya estaba sentado en aquella pequeña barca de madera. Se estaba acercando poco a poco a su destino. Decidió que iría primero a ver a Herminia. Tenía que sincerarse con ella de una vez por todas.
                         El barquero pareció reconocerle. Pero era ya noche cerrada.
                         La barca quedó varada en la arena. Manuel dejó sus maletas allí. Tan sólo llevaba dos maletas consigo.
-Se las pueden robar-le advirtió el barquero.
-No hay ladrones aquí-afirmó Manuel-Si me las roban, sabré quién es. Sigue siendo un lugar tranquilo en el que vive poca gente.
                       El joven empezó a caminar. Sus pasos le llevaron hasta la casa de los Antúnez. Se fijó en que toda la casa estaba a oscuras. Sabía cuál era la habitación de Herminia. La ventana de la habitación estaba abierta. De pronto, una loca idea pasó por su cabeza. Sin saber bien lo que estaba haciendo, empezó a escalar la fachada de la casa de los Antúnez. Se arrepentiría al día siguiente de lo que había hecho, pero no le importaba.
                    Herminia se despertó al percibir una extraña presencia en su habitación.
-¿Quién anda ahí?-preguntó.
-No te asustes-respondió Manuel.
-¿Manuel? ¿Eres tú?
                     El corazón de Herminia empezó a latir muy deprisa.
-¿Qué estás haciendo aquí?-inquirió de nuevo.
-He vuelto de Santa Cruz-contestó Manuel-Ya me he graduado. ¡Tienes ante ti a todo un médico!



                     Manuel sintió cómo se le secaba la garganta. Había llegado el momento de sincerarse con Herminia. Casi sin darse cuenta, las palabras empezaron a salir de su boca. Se paseó de un lado a otro de la habitación. Le habló a Herminia de los sentimientos que despertaba en él. De que su recuerdo le había acompañado en todo momento. No había habido ninguna mujer en Santa Cruz de Tenerife.
                     No había podido quitársela de la cabeza. La conocía desde que era casi un bebé. Y la había visto crecer y convertirse en una muchacha preciosa y maravillosa. No se trataba de amistad. No se trataba de una mera costumbre.
-Es amor-afirmó Manuel.
-¿Estás enamorado de mí?-inquirió Herminia atónita-¿Es eso lo que me estás diciendo? ¿Me amas?
-Con toda mi alma...Entiendo que no sientas lo mismo por mí. Yo...
-Yo también te amo.
-¿Lo dices en serio? No te sientas obligada a quererme. Yo siempre te amaré, aunque tú no me correspondas. No me importa.
-Te amo.
                     A pesar de que la habitación estaba sumida en la penumbra, Herminia advirtió un brillo desconocido en los ojos de Manuel. El joven se perdió en las profundidades de los ojos verdes de Herminia. Unos ojos que le habían acompañado desde siempre.
                    Manuel acarició con la mano el cuello de Herminia. La muchacha, a su vez, acarició con la mano la mejilla de Manuel. El joven se sentó al lado de ella en la cama.
-Las cosas serán distintas a partir de ahora-le aseguró a Herminia.
                    Le cogió la mano. Se la besó muchas veces.
-¿Qué es lo que me quieres decir?-le preguntó Herminia a Manuel.
-Nos casaremos-respondió el joven.
                    Herminia se dijo así misma que estaba soñando. Manuel no podía estar en su habitación. Manuel no podía haberle confesado que estaba enamorado de ella. Manuel no podía estar hablándole de casarse. Le parecía que todo era demasiado descabellado. Sonrió con timidez. Manuel le devolvió la sonrisa. Y fue entonces cuando los labios del joven se posaron sobre los labios de Herminia.

Mañana, la segunda parte y el final.
La semana que viene, espero, quiero subir el epílogo de Amor amargo. Veremos cómo es la vida de Sara y si logra hacer realidad su deseo de volver a caminar.
¡Hasta mañana!

martes, 15 de octubre de 2013

TE ECHO DE MENOS

Hola a todos.
Seguimos con un nuevo trozo de mi relato Te echo de menos. 
Hoy, nos centramos más en el protagonista, en Manuel. Pero no nos olvidamos de Herminia ni de sus padres.

-¿Es verdad que el hijo de los Mendoza va a regresar?-se interesó la señora Antúnez.
-¡Por fin habrá un médico en la isla!-exclamó Herminia.
-Antes, cuando uno enfermaba, había que ir a buscar al médico a Fuerteventura-recordó el señor Antúnez-Y no siempre podía venir. Hacer un viaje de isla en isla puede ser muy peligroso. Sobre todo, cuando hay tormenta. O hay una fuerte marejada. Manuel será un médico excelente.
-¿Cuándo vuelve?-inquirió la señora Antúnez.
-Pronto...-contestó Herminia-No lo sé.
                    Herminia estaba sentada a la mesa a la hora de la cena junto con sus padres, el matrimonio Antúnez.
-Lo importante es que se quede-afirmó el señor Antúnez-Se le necesita.
                     Estaban dando cuenta de un plato de potaje.
                     Herminia pensó en Manuel.
                     Era cierto que se le necesitaba en la isla como médico. Pero, de algún modo, ella también le necesitaba.
-Lo raro es que no se haya casado-opinó la señora Antúnez.
-Lucía dice que es porque está muy centrado en sus estudios-dijo Herminia-No se va de noche a los burdeles. Ni anda a la conquista de alguna mujer ligera de cascos. Es muy serio.
                    Los padres de la joven sonrieron al pensar en Manuel. Siempre se había caracterizado por su seriedad.
-No ha cambiado nada-afirmó el señor Antúnez.



                      Herminia guardó silencio.
                      No se atrevía a sincerarse con sus padres. Estaba enamorada de Manuel desde que le alcanzaba la memoria. No se trataba de amistad. No se trataba de la costumbre. Era amor. Aquel amor había ido creciendo con el paso de los años. No se había evaporado, como se evapora la niebla cuando le da la luz del Sol. Era verdadero amor.
-A lo mejor, se casa cuando llegue a la isla-dijo Herminia.
                     Su voz apenas le salía de la garganta al hablar.
                    La última vez que Manuel estuvo en la isla fue por Semana Santa. Al despedirse en el embarcadero, le dio un beso en la mejilla. Muy cerca de su boca...
-No hay muchas jóvenes en esta isla-comentó la señora Antúnez.
-No hay casi nadie-se rió su marido-¡Es verdad! Pero es mejor así.

                        En la habitación de un céntrico hostal de Santa Cruz de Tenerife, Manuel Mendoza estaba guardando su ropa en una desgastada maleta. Ya había terminado la carrera de Medicina. Ya podía regresar a su casa, en la isla de Lobos. No veía la hora de ver de nuevo a sus padres. De estar de nuevo al lado de su hermana. Se detuvo al pensar en alguien que le había robado el sueño hacía mucho tiempo. Con quien de verdad deseaba estar era con Herminia. Se sentó en la estrecha cama en la que había estado durmiendo durante cinco años. Sólo con las excepciones de las visitas que le hacía a su familia en la isla durante la Navidad, el verano y la Semana Santa.
                    En aquel momento, alguien golpeó la puerta de su habitación. Era Ricardo, su compañero de habitación.
-¿Estás haciendo la maleta?-le preguntó-Veo que no quieres perder tiempo.
-Quiero volver a mi casa lo antes posible-respondió Manuel-No me gusta estar alejado de mi familia. Confieso que no estoy acostumbrado a la vida en la gran ciudad.
-Pensaba que te quedarías.
                     Ricardo estaba en el penúltimo año de Derecho. Había repetido varios cursos debido a su carácter un tanto juerguista. Era un par de años mayor que Manuel.
-Casi no te has divertido-le recriminó-No sabes lo que es salir a divertirte una noche.
-Ya...-dijo Manuel-Pero sé una cosa. Sé curar unas cándidas.
-¡Por favor! ¡No me lo recuerdes! ¡Fue muy bochornoso para mí!
                    Manuel esbozó una sonrisa.
-Ya sabes lo que no tienes que hacer-le advirtió.
                 


                      Cerró la maleta. Había un cuaderno de dibujo encima de su cama. A veces, cuando no estaba ocupado con las prácticas en la morgue, dibujaba. Ricardo se sentó en la cama. Abrió el cuaderno de dibujo de Manuel. Vio el dibujo de una joven de pelo largo y rubio. Lo tenía rizado. Tenía unos rasgos adorables y sus ojos se adivinaban de color claro.
-Es ella-dijo Ricardo-La chica de la que me has estado hablando.
-Sí...-admitió Manuel-¡Cierra ese cuaderno!
                   Ricardo cerró el cuaderno.
                  Manuel se sentó a su lado en la cama. No podía seguir negando la evidencia. El recuerdo de Herminia le había acompañado a lo largo de los últimos tiempos. En aquel último curso, visitar la isla de Lobos había supuesto una tortura para él. Porque veía a Herminia siempre en su casa.
                  Cada vez que la besaba en la mejilla. Cada vez que la besaba en la frente. Los deseos de Manuel eran otros. Estar cerca de Herminia amenazaba su cordura, pero no se atrevía ni siquiera a intentar evitarla.
                     Volvía a la isla sólo por ella. Por nadie más...
-¿Has hablado alguna vez con ella?-inquirió Ricardo.
-Hablo con ella todas las veces que voy a visitar a mi familia-contestó Manuel-La conozco desde que nació.
-Digo que se te le has declarado. Sospecho que no ha sido así.
-No podría hablarle de amor. Me rechazaría.
-Eso no lo sabes.
                    Manuel se puso de pie. Pensó que Ricardo podía tener razón. Herminia no sabía lo que él sentía de verdad por ella. Cada vez que la abrazaba, pensaba que era un gesto de amistad. Y no era así. Tenía que atreverse. Tenía que sincerarse con la muchacha. Se armaría de valor e iría a verla nada más llegar a la isla.

Y mañana...¡El desenlace!

lunes, 14 de octubre de 2013

TE ECHO DE MENOS

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros otra de mis historias.
Ésta la escribí hace mucho tiempo. He decidido subirla a este blog porque voy a estar algo desconectada de "Un blog de época". Sólo un poco. Además, este blog merece seguir vivo, ¿no?
Te echo de menos es el nombre de esta historia. Transcurre en la isla de Lobos, en Canarias, en el siglo XIX. ¡Tengo muchas historias de esa época!
Lo he dividido en tres partes que iré subiendo a lo largo de estos días.
Herminia es nuestra protagonista. Su vida transcurre de manera tranquila a la vez que espera el regreso de Manuel, el hermano de su mejor amiga y el hombre que ella ama en secreto desde hace mucho tiempo.
Espero que os guste.

ISLA DE LOBOS, AL NORTE DE FUERTEVENTURA, CANARIAS, 1820

                         La familia Mendoza estaba muy orgullosa. El hijo mayor, Manuel, estaba estudiando Medicina en Santa Cruz de Tenerife. Con frecuencia, el joven le escribía largas cartas a su familia. Le contaba cómo le iban los estudios. Cómo era su vida en la ciudad. Con quien más se carteaba era con su hermana menor, Lucía. Manuel tenía veintitrés años. Y Lucía acababa de cumplir dieciocho años. En cuestión de unos meses, Manuel terminaría la carrera. Y pensaba regresar a la isla de Lobos, donde vivía su familia. Quería ejercer como médico allí. Lucía esperaba con ansia su regreso. 
                   Aquella tarde, Lucía había salido con su mejor amiga, Herminia Antúnez. 
-Manuel me ha escrito-le informó Lucía a Herminia-Está estudiando mucho. 
-Debes de estar deseando verle-apostilló Herminia. 
                  Las dos amigas estaban sentadas en la arena, en la Playa de la Concha. Lucía y Herminia miraban con cierta nostalgia el horizonte. Sentían que Manuel estaba muy lejos de ellas. Pero, de algún modo, podían sentir que estaba a su lado. Muy cerca de ellas...
-¿Tiene novia?-quiso saber Herminia-Es muy guapo. Es normal que tenga novia. O que se haya enamorado de alguna chica de Santa Cruz. ¿No?
-Pues no lo sé-contestó Lucía-Manuel nunca me habla de ninguna chica en concreto. 
                  Guardaron silencio. Herminia pensó que había hablado más de la cuenta. Desde que tenía uso de razón, la muchacha había estado enamorada de Manuel. Se trataba de un amor secreto. En el fondo, Herminia sabía que nunca sería correspondida. Manuel era cinco años mayor que ella. Y era mucho más mundano que ella. 
-Pregunta mucho por ti-le confesó Lucía a Herminia-Quiere saber si te ronda algún joven. 
-Hay muy pocos jóvenes en esta isla que me puedan rondar-se rió Herminia-Además, todos esos jóvenes van detrás de ti. Eres muy hermosa. 
-Te equivocas. Yo no soy hermosa. Tú eres una belleza, Herminia. 
-¿Y quién dice eso?
-Los jóvenes...Los hombres, en general. 
-¡Estás mintiendo! 
-Es la verdad. Hasta Manuel...
-¿Qué pasa con Manuel?
-No pasa nada. 


                      La verdad era que hasta los pescadores que estaban dejando sus barcas varadas en la orilla de la playa giraban la cabeza para mirar a Lucía. La joven se sentía orgullosa de su belleza. Poseía una larga cabellera de color dorado rojizo. Era su mayor orgullo. Su rostro poseía unas facciones perfectas. Tenía la frente despejada y su cara tenía la forma perfecta de un óvalo. Sus ojos eran de color azul oscuro. Pero podían tornarse de color. Dependiendo de su estado de ánimo, los ojos de Lucía podían tornarse de color violeta. Poseía una figura alta y esbelta. Su piel era blanca como la leche. Y sus mejillas eran de color sonrosado. Era una joven que siempre estaba de buen humor.
                     Lucía tenía numerosos pretendientes. Algunos jóvenes de la isla iban a visitarla a su casa. Como siempre, Lucía estaba acompañada por su carabina, que era el ama de llaves de sus padres. Recibía con cierta frialdad los halagos que sus pretendientes le hacían. En el fondo, se sentía halagada. Le gustaba ser el centro de atención. Sus pretendientes no habían pasado de darle un beso en la mano de manera cortés. 
                    Herminia también era una joven llamativa. Aunque un poco menos que Lucía...
                  Poseía el cabello de color rubio muy claro. Era un poco más bajita que Lucía. Su piel era tan clara como la de Lucía. Pero sus ojos eran de un bonito color verde esmeralda. Por lo general, Herminia creía que pasaba desapercibida. 

                     Herminia fue a visitar a Lucía a los pocos días. La joven había recibido una nueva carta de Manuel. No veía el momento de leérsela a su amiga. 
                    Al terminar de leer la carta, los ojos de Herminia se llenaron de lágrimas. Tenía la sensación de que Manuel no tardaría mucho tiempo en regresar a la isla de Lobos. Volvería a verle. Desde que le vio partir en una barca rumbo a Fuerteventura, donde tomaría un barco que lo llevaría a Santa Cruz de Tenerife, lo había echado de menos. 
-¿Estás llorando?-inquirió Lucía. 
-No...-contestó Herminia-No...No estoy llorando. Se me ha metido algo en el ojo. 
-¡Oh, amiga! Yo también echo de menos a Manuel. No veo la hora de volver a verle. 
                     Manuel iba a volver, pensó Herminia. 
-Tú también echas de menos a mi hermano-observó Lucía. 
-Sí...-admitió Herminia-Es como un hermano mayor para mí. Soy hija única. Siempre he soñado con tener un hermano. 
                    Naturalmente, Lucía ignoraba la clase de sentimientos que Manuel despertaba en Herminia. 
-Luego, nos tocará a nosotras viajar este otoño-le recordó a Herminia. 
-¿A qué te refieres?-inquirió la muchacha. 
                  Estuvo a punto de golpearse contra la pared. ¡Su puesta de largo! 
                  ¡Había olvidado que iba a ser presentada en sociedad aquel otoño en Santa Cruz de Tenerife! 
-Manuel nos acompañará-le aseguró Lucía. 
                    La idea de ser presentada en sociedad las llenaba de ilusión. Herminia se veía así misma bailando con algún apuesto caballero. Y se preguntaba cómo reaccionaría Manuel al verla. ¿Se pondría celoso? 
-Tendremos que encargar vestuario nuevo-dijo Herminia-¿Dónde lo hacemos?
-Visitaremos a la modista-contestó Lucía-Ella está al tanto de la última moda. Aunque viva aquí, sabe cómo se viste en la Península. 
-Iremos a verla en cuanto podamos. 
                 Lucía estaba entusiasmada. Herminia y ella nunca habían salido de la isla de Lobos. Habían nacido allí. Habían crecido allí. Pero su mundo se limitaba a aquella isla. Todo lo que sabían de otros lugares era por los libros que leían. Y por las cartas que Lucía recibía de Manuel. Lucía soñaba con viajar a la Península. Con un poco de suerte, a lo mejor, al año siguiente, Herminia y ella viajarían a Madrid. ¡Podrían hacer sus reverencias ante el Rey Fernando! ¿No era ése el sueño de toda jovencita en edad casadera? Viajar a Madrid. Ir a bailes. 
-¡Será como estar dentro de un cuento de hadas!-se ilusionó Lucía. 
-¿Lo dices por nuestra puesta de largo en Santa Cruz?-inquirió Herminia-¿O lo dices porque podríamos viajar a Madrid?
-¡Por las dos cosas, tonta! ¿No te agrada la idea de viajar? ¡Visitaríamos la capital! Pasearíamos en carruaje por el Parque del Retiro. Es el sueño de toda chica de nuestra edad, amiga. Además, soñar es gratis. 

sábado, 12 de octubre de 2013

AMOR AMARGO

Hola a todos.
Y, por fin, aquí está el desenlace de mi relato Amor amargo. 
Hoy, por fin, vamos a descubrir lo que ocurre entre Rodrigo y Olga. No descarto escribir un relato corto más adelante a modo de epílogo. Pero eso se verá más adelante.
Muchas gracias por leerme y muchas gracias porque he visto en vuestros comentarios que estáis disfrutando de esta historia.
Vamos a ver el desenlace.

                               El vizconde de Suances iba a ir aquella tarde a ver a los señores Rodríguez. Su intención era pedir la mano de Sara en matrimonio. Los padres de la chica ya estaban al tanto de sus intenciones. Habían estado hablando del tema durante horas. No veían del todo con buenos ojos aquel matrimonio.
                              Mientras, Olga permanecía al margen de todo.
                              Permaneció encerrada en su habitación. Miraba por la ventana. Creía ver la figura de Rodrigo en la distancia. Estaba convencida de que el joven médico se encontraba en algún lugar de la isla esperándola. Le parecía una idea absurda. A pesar de lo ocurrido entre ellos, Rodrigo acabaría olvidándola. Sintió un hondo pesar dentro de su pecho. La noche que había pasado con él no la había dejado encinta, lo que habría sido su mayor anhelo. Sara entró en su habitación en su silla de ruedas.
-Ve con él-le exhortó a su hermana-Esta tarde, nuestros padres estarán ocupados con el vizconde. Coge tu capa y búscale.
                         Olga la miró atónita.
-No puedo hacer eso-le aseguró.
-Puedes hacerlo y debes hacerlo-insistió Sara-Mereces ser feliz, hermana.
                         Se acercó más a Olga y la abrazó con cariño.
-¿Y qué pasará contigo?-le preguntó Olga con nerviosismo-Te vas a casar con ese hombre. Y...Sospecho que no estás enamorada de él.
-Me quiere, aunque no como el doctor Quesada te quiere a ti-respondió Sara-Y yo lo quiero a él, pero no del mismo modo en que tú quieres al doctor Quesada. Eso es bueno. Sufriremos menos. Por lo menos, hay cariño entre nosotros.

                           El vizconde de Suances acudió aquella tarde a visitar al matrimonio Rodríguez.
                           Pasaron al salón. Sara les estaba esperando. El vizconde la saludó depositando un beso en su frente.
-Estás muy guapa esta tarde, querida-la aduló.
-Gracias...-contestó Sara.
                           Sus mejillas se tornaron rojas durante una milésima de segundo. Había olvidado lo que significaba recibir un piropo de un caballero. Olga no estaba en el salón. Pretextó que le dolía la cabeza.
                           En su habitación, Olga se echó por encima de los hombros una capa de color oscuro. Le latía muy deprisa el corazón. Escuchaba dentro de su cabeza las palabras de Sara. La instaba a encontrarse con Rodrigo. Le decía que merecía ser feliz.
                        Bajó sin hacer ruido la escalera. Pasó por delante del salón.
                        Contempló los rostros maravillados de sus padres. El vizconde le hablaba de sus intenciones hacia Sara. De cómo quería ayudarla a que volviera a caminar. Viajarían por toda Europa buscando una cura. Sara le escuchaba en silencio. Imaginaba que la cura aparecería. Y ella volvería a caminar.
-Lo único que quiero es que Sara sea feliz-afirmó el vizconde.



-¿Y qué me dices, Sara?-le preguntó el señor Rodríguez a su hija-¿Deseas casarte con el vizconde?
-Sí, padre-respondió la joven.
                   Se dijo así misma que estaba siendo sincera.

                   Olga salió por la puerta de la cocina. No la vio nadie. El aire frío la golpeó en la cara en cuanto salió a la calle. Empezó a caminar con decisión.
                    Los pasos de Olga la llevaron hasta el castro viejo.
                    Para su sorpresa, encontró a Rodrigo. Estaba allí y parecía que estaba esperando a alguien. Su rostro se iluminó cuando vio llegar a Olga.
-¡Has venido!-exclamó.
                    La joven sonrió con timidez cuando Rodrigo se acercó a ella y la abrazó con fuerza. Se apartó un poco de ella y la recorrió de arriba abajo con la mirada. La capa oscura cubría su vestido blanco. Algunos mechones de pelo se escapaban de su moño a la moda, de estilo clásico. Se cogieron de las manos.
                     Rodrigo sabía que Olga acudiría algún día. Por ese motivo, iba todos los días al castro viejo. Porque sabía que, algún día, Olga iría a su encuentro. Y aquel día había llegado.
-Sabía que vendrías-afirmó Rodrigo.
                   Los labios de ambos se encontraron. Se fundieron en un beso largo y apasionado.
-Sara se va a casar-le contó Olga cuando se separaron.



-¿Con quién se va a casar?-quiso saber Rodrigo.
-Con el vizconde de Suances...Confío en que no esté cometiendo un error. Quiere ayudarla.
-Toda ayuda que tu hermana reciba será bienvenida. Sara merece ser feliz. Y merece estar al lado de un hombre que de verdad la quiera.
-¡Ojala el vizconde sea ese hombre!
-Te amo, Olga. Te amo desde el primer instante en que te conocí. Admiré tu belleza. Pero también admiré tu fuerza y tu abnegación.
-Yo también te amo, Rodrigo.
                     Volvieron a besarse con más pasión que antes. Casi sin darse cuenta, Rodrigo recostó a Olga sobre el suelo. No podía parar de besarla. Y ella le devolvía con avidez cada uno de los besos que le daba.
-Nunca más volveremos a separarnos-le aseguró Rodrigo.
                      Se besaron muchas veces. Se acariciaron mutuamente hasta la extenuación. Se juraron amor eterno. Hablaron de casarse. Se abrazaron con fuerza. Sintieron la piel del otro. Se poseyeron mutuamente. Y volvieron a convertirse en un solo ser.
                     Nunca más volverían a separarse.

FIN

En el epílogo que me gustaría escribir más adelante, me gustaría hablar un poco de cómo va la relación entre Sara y el vizconde y si ella puede volver a caminar. 
De momento, espero que os guste el final. 
¡Muchísimas gracias por todo! 

viernes, 11 de octubre de 2013

AMOR AMARGO

Hola a todos.
Ayer no pude subir ningún fragmento porque se me complicaron las cosas. Además, son los últimos días de las fiesta de mi ciudad y estoy disfrutándolas.
Y, por fin, llegó el desenlace de Amor amargo.
Lo he dividido en dos partes para que no resulte pesado. Hoy, veremos cómo Sara toma una drástica decisión que afectará a su futuro y también afectará al futuro de Olga.
El trozo final lo subiré, si puedo, mañana, aunque no lo puedo asegurar porque mañana es, además del Día de la Hispanidad, el último día de fiestas. Si no lo puedo subir mañana, lo subiré el domingo.
Todo puede pasar.
¡Muchas gracias por leerme! Y muchas gracias también por comentar.
¡Ojala os guste este final!

                             El vizconde de Suances vivía atormentado por un amor que era imposible. Renata, la mujer de la que realmente estaba enamorado, era una mujer casada.
                             El mejor amigo del vizconde era el esposo de Renata. El matrimonio había ido a visitar al vizconde no hacía mucho a la isla de Tambo. Una noche, el vizconde y Renata se encontraron a orillas de la playa. Renata sabía lo que aquel hombre sentía por ella. Se lo había confesado. Y estaba destrozada porque aquel amor era correspondido por parte de ella. De haber podido, Renata habría huido con él al fin del mundo.
                             Pero no podía abandonar a su marido.
-Tú me amas-le recordó el vizconde-Me lo dijiste. ¿Lo has olvidado?
-Créeme cuando te digo que desearía olvidarlo-admitió Renata-Fue un error.
                            Recordó la primera noche de amor que tuvieron. Fue al poco de llegar el matrimonio a la isla. El vizconde se sintió el hombre más feliz del mundo cuando tuvo a Renata entre sus brazos. Fue algo efímero, en realidad. Pero mágico...
-Mi marido es el mejor hombre del mundo-prosiguió la mujer-Y me duele en el alma lo que hice. Porque no quiero hacerle daño. ¡No se lo merece! Olvídame. Y trata de ser feliz con otra.
-Me estás pidiendo un imposible-le aseguró el vizconde.
-Te lo ruego. No me busques. Haz tu vida con otra mujer. Y yo...Intentaré ser feliz con mi marido.
-Renata...
                         Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.



                             Se acercó con nerviosismo al vizconde. Oprimió sus labios contra los labios de él.
                             Luego, salió corriendo ahogando un sollozo. El vizconde la llamó a gritos. Pero ella no quería escucharle.
-¡Renata!-chilló.

                            El vizconde acudió a visitar a Sara al cabo de unos días.
-He venido porque quiero que dé un paseo conmigo-le dijo a la joven-Acuérdese que le comenté hace unos días que teníamos que hablar.
-Lo recuerdo-admitió Sara-Tendrá que empujar mi silla de ruedas.
-No me importa.
                         Salieron a dar un paseo.
-¿De qué me quiere hablar?-le preguntó Sara.
                        El vizconde sonrió para sus adentros. Era una joven directa y eso le agradó. Empezaba a sentir cariño hacia ella. Pero aquel cariño no tenía nada que ver con el amor que sentía por Renata.
-Deseo casarme con usted, señorita Rodríguez-respondió-Pero, antes, quiero contarle una cosa. No quiero que haya engaños entre nosotros. Yo puedo ayudarla y usted puede ayudarme. Pero, si después de lo que le he contado, me dice que no, lo entendería. Aún así, sigo dispuesto a querer ayudarla.
                          El vizconde detuvo la silla de ruedas delante de los restos del antiguo monasterio benedictino que había en la isla y que el pirata Francis Drake destruyó.
                         Sara miró con intriga al vizconde.
-¿Me está proponiendo un matrimonio de conveniencia?-inquirió.
-Le estoy proponiendo matrimonio-contestó el vizconde-Y le estoy pidiendo ayuda. Siento que estoy muerto por dentro, señorita Rodríguez.
                        El vizconde le habló a Sara del dinero que poseía. Viajarían por todo el mundo buscando una cura para ella. Él quería ayudarla a que volviera a caminar. A cambio, Sara tendría que ser su esposa.
-He oído hablar de hombres a los que les atraen otros hombres-le contó Sara.
-No es mi caso-le aseguró el vizconde-Hay una mujer. Una mujer que no puede ser mía porque está ya casada con otro hombre.
                       Le contó cómo había conocido a Renata. Le habló del amor mutuo que se profesaban. Y de cómo se habían visto obligados a renunciar a aquel amor porque no querían herir al marido de ella.
-Es un buen hombre-dijo Sara-El haber renunciado a la mujer que ama habla mucho de usted. De su nobleza como persona...De su lealtad...Cuando le conocí, vi algo en sus ojos que me llamó la atención. Vi que estaba sufriendo. Como estoy sufriendo yo. No me he equivocado. Ama a una mujer y renuncia a ella. Y me pide ayuda.
-Entiendo que me rechace después de todo lo que le he contado-afirmó el vizconde-Pero no merece ser engañada, señorita Rodríguez.
                      Sara permaneció en silencio durante unos instantes. Si se casaba con el vizconde de Suances, libraría a su familia de la pesada carga de cuidarla. Él se ocuparía de ella y podría ayudarla a que volviera a caminar. Era lo que Sara más deseaba en el mundo. Olga sería libre de ser feliz al lado de Rodrigo.
-Me casaré con usted-decidió Sara.
-¿Lo dice en serio?-inquirió el vizconde.
-Ayúdeme a que vuelva a caminar. Y yo le ayudaré a que olvide a esa mujer.
-Señorita Rodríguez...
                    Sara se inclinó sobre él y lo besó en ambas mejillas.



                               Sintió un nudo en el estómago. Estoy haciendo lo correcto, pensó. Estoy ayudando a este hombre a que olvide. Y a que sea feliz. Y, a lo mejor, él puede hacerme feliz también a mí.

-¿Vas a casarte?-le preguntó espantada Olga a su hermana.
                        Sara había entrado con su silla de ruedas en la habitación de su hermana mayor. Olga estaba sentada en la cama. Miraba con sorpresa a Sara. ¿Cómo que se iba a casar?
-¿Te vas a casar?-volvió a preguntar-¿Con quién?
-Me voy a casar-respondió Sara.
-No me has respondido a mi otra pregunta.
-Se trata del vizconde de Suances.
-Casi no le conoces.
-Es el mejor partido que podría haber encontrado.
-¿Lo amas? ¿Te ama?
                         Sara no supo qué responder. Se dijo así misma que Olga no entendería los motivos por los cuales iba a casarse con él. No lo hacía sólo por Olga. También lo hacía por ella misma.
-El vizconde es un buen hombre y me ha dicho que no me faltará de nada a su lado-contestó.
                        Pero eso no era lo que Olga quería oír. Sara le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
-No te preocupes-añadió-Voy a ser muy feliz a su lado.
-¿Y qué ocurre con el amor?-inquirió Olga.
-El amor llegará.
                         Olga sintió cómo un nudo se formaba en su garganta. Sara la abrazó con fuerza al darse cuenta. ¡Qué seas muy feliz, hermana!, pensó la joven.
                        Se separaron.
-No quiero que cometas un error-dijo Olga-¿Estás segura de lo que vas a hacer? El matrimonio es para toda la vida.
                       Los ojos de Sara se llenaron de lágrimas. Pensó en su vida antes de sufrir aquel accidente. Entonces, era una chica hermosa y llena de vida. Volvió a abrazar con fuerza a Olga.
-Seré feliz, hermana-le aseguró.