Hola a todos.
Ayer no pude subir ningún fragmento porque se me complicaron las cosas. Además, son los últimos días de las fiesta de mi ciudad y estoy disfrutándolas.
Y, por fin, llegó el desenlace de Amor amargo.
Lo he dividido en dos partes para que no resulte pesado. Hoy, veremos cómo Sara toma una drástica decisión que afectará a su futuro y también afectará al futuro de Olga.
El trozo final lo subiré, si puedo, mañana, aunque no lo puedo asegurar porque mañana es, además del Día de la Hispanidad, el último día de fiestas. Si no lo puedo subir mañana, lo subiré el domingo.
Todo puede pasar.
¡Muchas gracias por leerme! Y muchas gracias también por comentar.
¡Ojala os guste este final!
El vizconde de Suances vivía atormentado por un amor que era imposible. Renata, la mujer de la que realmente estaba enamorado, era una mujer casada.
El mejor amigo del vizconde era el esposo de Renata. El matrimonio había ido a visitar al vizconde no hacía mucho a la isla de Tambo. Una noche, el vizconde y Renata se encontraron a orillas de la playa. Renata sabía lo que aquel hombre sentía por ella. Se lo había confesado. Y estaba destrozada porque aquel amor era correspondido por parte de ella. De haber podido, Renata habría huido con él al fin del mundo.
Pero no podía abandonar a su marido.
-Tú me amas-le recordó el vizconde-Me lo dijiste. ¿Lo has olvidado?
-Créeme cuando te digo que desearía olvidarlo-admitió Renata-Fue un error.
Recordó la primera noche de amor que tuvieron. Fue al poco de llegar el matrimonio a la isla. El vizconde se sintió el hombre más feliz del mundo cuando tuvo a Renata entre sus brazos. Fue algo efímero, en realidad. Pero mágico...
-Mi marido es el mejor hombre del mundo-prosiguió la mujer-Y me duele en el alma lo que hice. Porque no quiero hacerle daño. ¡No se lo merece! Olvídame. Y trata de ser feliz con otra.
-Me estás pidiendo un imposible-le aseguró el vizconde.
-Te lo ruego. No me busques. Haz tu vida con otra mujer. Y yo...Intentaré ser feliz con mi marido.
-Renata...
Los ojos de la mujer se llenaron de lágrimas.
Se acercó con nerviosismo al vizconde. Oprimió sus labios contra los labios de él.
Luego, salió corriendo ahogando un sollozo. El vizconde la llamó a gritos. Pero ella no quería escucharle.
-¡Renata!-chilló.
El vizconde acudió a visitar a Sara al cabo de unos días.
-He venido porque quiero que dé un paseo conmigo-le dijo a la joven-Acuérdese que le comenté hace unos días que teníamos que hablar.
-Lo recuerdo-admitió Sara-Tendrá que empujar mi silla de ruedas.
-No me importa.
Salieron a dar un paseo.
-¿De qué me quiere hablar?-le preguntó Sara.
El vizconde sonrió para sus adentros. Era una joven directa y eso le agradó. Empezaba a sentir cariño hacia ella. Pero aquel cariño no tenía nada que ver con el amor que sentía por Renata.
-Deseo casarme con usted, señorita Rodríguez-respondió-Pero, antes, quiero contarle una cosa. No quiero que haya engaños entre nosotros. Yo puedo ayudarla y usted puede ayudarme. Pero, si después de lo que le he contado, me dice que no, lo entendería. Aún así, sigo dispuesto a querer ayudarla.
El vizconde detuvo la silla de ruedas delante de los restos del antiguo monasterio benedictino que había en la isla y que el pirata Francis Drake destruyó.
Sara miró con intriga al vizconde.
-¿Me está proponiendo un matrimonio de conveniencia?-inquirió.
-Le estoy proponiendo matrimonio-contestó el vizconde-Y le estoy pidiendo ayuda. Siento que estoy muerto por dentro, señorita Rodríguez.
El vizconde le habló a Sara del dinero que poseía. Viajarían por todo el mundo buscando una cura para ella. Él quería ayudarla a que volviera a caminar. A cambio, Sara tendría que ser su esposa.
-He oído hablar de hombres a los que les atraen otros hombres-le contó Sara.
-No es mi caso-le aseguró el vizconde-Hay una mujer. Una mujer que no puede ser mía porque está ya casada con otro hombre.
Le contó cómo había conocido a Renata. Le habló del amor mutuo que se profesaban. Y de cómo se habían visto obligados a renunciar a aquel amor porque no querían herir al marido de ella.
-Es un buen hombre-dijo Sara-El haber renunciado a la mujer que ama habla mucho de usted. De su nobleza como persona...De su lealtad...Cuando le conocí, vi algo en sus ojos que me llamó la atención. Vi que estaba sufriendo. Como estoy sufriendo yo. No me he equivocado. Ama a una mujer y renuncia a ella. Y me pide ayuda.
-Entiendo que me rechace después de todo lo que le he contado-afirmó el vizconde-Pero no merece ser engañada, señorita Rodríguez.
Sara permaneció en silencio durante unos instantes. Si se casaba con el vizconde de Suances, libraría a su familia de la pesada carga de cuidarla. Él se ocuparía de ella y podría ayudarla a que volviera a caminar. Era lo que Sara más deseaba en el mundo. Olga sería libre de ser feliz al lado de Rodrigo.
-Me casaré con usted-decidió Sara.
-¿Lo dice en serio?-inquirió el vizconde.
-Ayúdeme a que vuelva a caminar. Y yo le ayudaré a que olvide a esa mujer.
-Señorita Rodríguez...
Sara se inclinó sobre él y lo besó en ambas mejillas.
Sintió un nudo en el estómago. Estoy haciendo lo correcto, pensó. Estoy ayudando a este hombre a que olvide. Y a que sea feliz. Y, a lo mejor, él puede hacerme feliz también a mí.
-¿Vas a casarte?-le preguntó espantada Olga a su hermana.
Sara había entrado con su silla de ruedas en la habitación de su hermana mayor. Olga estaba sentada en la cama. Miraba con sorpresa a Sara. ¿Cómo que se iba a casar?
-¿Te vas a casar?-volvió a preguntar-¿Con quién?
-Me voy a casar-respondió Sara.
-No me has respondido a mi otra pregunta.
-Se trata del vizconde de Suances.
-Casi no le conoces.
-Es el mejor partido que podría haber encontrado.
-¿Lo amas? ¿Te ama?
Sara no supo qué responder. Se dijo así misma que Olga no entendería los motivos por los cuales iba a casarse con él. No lo hacía sólo por Olga. También lo hacía por ella misma.
-El vizconde es un buen hombre y me ha dicho que no me faltará de nada a su lado-contestó.
Pero eso no era lo que Olga quería oír. Sara le dedicó una sonrisa tranquilizadora.
-No te preocupes-añadió-Voy a ser muy feliz a su lado.
-¿Y qué ocurre con el amor?-inquirió Olga.
-El amor llegará.
Olga sintió cómo un nudo se formaba en su garganta. Sara la abrazó con fuerza al darse cuenta. ¡Qué seas muy feliz, hermana!, pensó la joven.
Se separaron.
-No quiero que cometas un error-dijo Olga-¿Estás segura de lo que vas a hacer? El matrimonio es para toda la vida.
Los ojos de Sara se llenaron de lágrimas. Pensó en su vida antes de sufrir aquel accidente. Entonces, era una chica hermosa y llena de vida. Volvió a abrazar con fuerza a Olga.
-Seré feliz, hermana-le aseguró.
Una mansión sumida en el dolor por una terrible pérdida...Una muchacha inocente y sencilla...Un joven decidido a todo por amor...Una inolvidable historia de amor. No es un blog para albergar una blog novela. Es mucho más que eso. Relatos cargados de romanticismo...Reflexiones... Todo eso podéis encontrar aquí. Y mucho más...
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En los matrimonios de conveniencia, la infidelidad es algo seguro, tarde más o tarde menos.
ResponderEliminarEsperemos que este no sea el caso, parecen buena gente :)
Saludetes.
Los matrimonios de conveniencia eran algo muy habitual en aquella época.
EliminarEn este caso, hay un pacto mutuo. Los dos se entienden a la perfección, a pesar de que hace poco tiempo que se conocen. Y, como tú bien dices, ni Sara ni el vizconde son malas personas. Han sufrido mucho. El vizconde por culpa de un amor no correspondido...Sara por culpa de su accidente...
Un fuerte abrazo, EldanY.
Espero que te guste el final.
Uy pobrecita , veamos como sigue la trama , me gusta como escribes.
ResponderEliminarHola Citu.
EliminarMe alegro muchísimo que te esté gustando.
La historia está a puntito de terminar y ¡ojala guste el final!
Un fuerte abrazo, Citu.
Cuídate.