miércoles, 30 de octubre de 2013

UN SABOR AGRIDULCE

Hola a todos.
Hoy, veremos el reencuentro entre Lorenzo y María Elena. Además, el joven volverá a ver a María Catalina, a la que conoció en el pasado, pero con la que apenas tuvo trato.
¡Vamos a ver qué pasa!

-¿Está anocheciendo, prima?-le preguntó María Elena a María Catalina-Tengo mucho frío.
-Aún tienes algo de fiebre, prima-respondió la muchacha.
-¡No te vayas! No quiero dormir. Tengo miedo de que, si me duermo, nunca me despertaré.
                       María Catalina le estaba leyendo en voz alta a su prima La Fontana de Oro, de Benito Pérez Galdós. Pero María Elena no podía prestarle atención. Tenía la mente puesta en otra parte.
                        Recordaba el día en que le anunciaron que iba a vivir con sus tíos en el Peñón de Alhucemas. Fue a los pocos días de enterrar a su padre, en el cementerio de Sorbas.
-Vas a irte a vivir con tus titos, niña-le informó Rosario-Vas a estar mu bien con ellos.
-¡Pero yo no quiero irme de aquí!-protestó María Elena-¡Ésta es mi casa! ¡No quiero irme, Rosario!
                         Su tía Edelmira era una mujer cuya fama de virtuosa era conocida. Su tío Juan era un conocido comerciante. Hacía años que la pareja vivía en el Peñón de Alhucemas. Edelmira era la hermana del padre de María Elena. Pero la relación entre ambos siempre había sido muy mala. No obstante, era el único familiar que tenía la niña.
                        Su hermano había cometido el escándalo más sonado en todo el municipio de Sorbas. Se había casado con una joven criada de origen más que dudoso. La madre de María Elena había sido abandonada nada más nacer a las puertas de un convento. Nada se sabía acerca de cuáles eran sus verdaderos orígenes.
                       María Elena no quería abandonar la hacienda donde se había criado. Apenas conocía a sus tíos. Y no sabía nada de aquel Peñón donde iba a vivir a partir de aquel momento.
                       Durante once años, María Elena había crecido en el campo. Era una de las mejores amazonas del municipio. Le gustaba subirse a los árboles. Le gustaba salir a la calle cuando estaba lloviendo. Le gustaba contemplar cómo los árboles se llenaban de flores en Primavera. Le gustaba bañarse en el arroyo. Le gustaba subirse a los árboles a robar sus frutos.
                   Le daba las gracias a Dios por tener a su prima Cati con ella. De no ser por su prima, María Elena no habría encontrado las fuerzas suficientes como para enfrentarse a La Muerte. Sabía que María Catalina estaba sufriendo. Ve cómo me estoy muriendo cada día que pasa un poco más, pensó la joven enferma.
                         Durante los años que habían seguido a su llegada al Peñón, María Elena se educó al lado de María Catalina. La institutriz de ambas las enseñó a bordar. Les enseñó a bailar el vals. Les enseñó a tocar el piano. Les enseñó, además, a hablar francés.
                       María Elena le cogió la mano a su prima y se la oprimió con fuerza.
-Me asusta morirme-le confesó.
-¡Tú no te vas a morir!-estalló María Catalina-Tienes que hacerle caso a lo que te diga el doctor Sauceda, prima. ¡Ya verás como te vas a poner bien!
                     Los ojos de la chica se llenaron de lágrimas.
                     María Elena era casi como una hermana mayor para ella. La idea de perderla se le hacía demasiado dolorosa. Le impedía, incluso, respirar. Doña Edelmira también sufría al ver cómo su sobrina se iba apagando cada día que pasaba. Y don Juan, a solas, lloraba en silencio.
-Cati, te lo ruego-le pidió María Elena a su prima-Esto se está acabando. Las dos lo sabemos.
-¡Pero yo no quiero que te mueras!-sollozó María Catalina-¡No es justo! ¡No entiendo el porqué la vida se ha ensañado contigo con lo buena que tú eres! Tu marido...Tu bebé...
-La vida nos muestra sus dos caras todos los días. A mí me ha mostrado su mejor cara. Y me está mostrando la peor. No llores, Cati. Terminaré llorando yo también.
                        Los golpes en la puerta llamaron la atención de las dos primas. Oyeron voces animadas que venían del recibidor.
-Conozco esa voz-dijo María Elena-¡Es Lorenzo!
-¿Lorenzo Castillo y González?-se extrañó María Catalina-¿Tu cuñado?
-Sí...
                      La puerta de la habitación de María Elena se abrió de golpe. La joven enferma contuvo el aliento al reconocer al apuesto joven que hacía acto de presencia en su alcoba.
-Elenita...-susurró Lorenzo.
                         Le costaba trabajo reconocer a la joven que yacía en la cama. Cuando Santiago conoció a María Elena, ésta era perseguida por una legión de admiradores. Santiago cayó rendido ante la belleza de María Elena. La piel morena que antaño había lucido se había tornado de una palidez cadavérica. Su rebelde y rizado largo cabello de color tan oscuro que tenía hasta reflejos azulados había perdido el brillo de antaño. Los pechos firmes de María Elena parecían flácidos a través del camisón que llevaba puesto de color blanco.
                        Sus ojos de color violeta con matices de color ámbar parecían haber perdido todo su brillo. No miraban a nada en concreto. Sus labios seguían siendo igual de carnosos. Sus pestañas seguían siendo espesas. Pero aquellos ojos...Grandes...Ligeramente rasgados...Parecían los ojos de una mujer que ya estaba muerta.
-¡Lorenzo!-exclamó María Elena.
                      Él avanzó hacia donde estaba ella y la abrazó al tiempo que la besaba varias veces en la frente.
-He venido, Elenita-dijo.
-Yo sabía que vendrías-se alegró María Elena-Le escribí a Cati pidiéndoselo.
-¡Mi niña!-exclamó una voz de mujer sollozante.
-¿Rosario?-se extrañó María Elena-¿Eres tú?
                    La aludida se precipitó sobre la cama donde yacía la joven a la que había cuidado desde que nació. La abrazó con fuerza. Rosario estaba conmocionada. Aquella joven enferma no podía ser la misma María Elena a cuya boda acudió tiempo atrás. Fue una boda por todo lo alto, digna de unos Reyes. ¿Qué le ha hecho ese malnacido a mi niña?, se preguntó Rosario con terror. ¿Cómo se había consumido su Elenita en tan poco tiempo?
-Lorenzo, saluda a mi prima Cati-le pidió María Elena a su cuñado-Seguramente, te acordarás de ella.
-Ha pasado mucho tiempo, prima-intervino María Catalina.
-Pero me acuerdo de usted-la corrigió Lorenzo-¿Cómo está, señorita Cienfuegos?
-Estoy bien-contestó María Catalina-Mi prima dice que no se va a curar. Pero yo creo que sí se va a curar.
-Lorenzo, saluda con cariño a Cati-le pidió María Elena-Ella es como una hermana para mí. Y tú eres como un hermano para mí.
                       Lorenzo y María Catalina recordaron el día en que se conocieron. Fue en una fiesta que se celebró en la casa de cierta familia aristocrática sevillana. María Elena y María Catalina acudieron allí invitadas por el matrimonio anfitrión, quienes conocían a los Cienfuegos. Fue en aquella fiesta donde María Elena conoció a Santiago.
-Sed educadas-las exhortó doña Edelmira en un aparte-Y tú, María Elena, no hables demasiado.
                      Las dos primas se habían convertido en unas auténticas bellezas. Don Juan estaba buscándole un marido a María Elena. Tanto su sobrina como su hija caminaban rectas. No hablaban demasiado. Y sabían comportarse con elegancia. Sin embargo, le costaba trabajo templar el alocado carácter de María Elena. En aquella fiesta, la joven pareció aburrirse hasta que se fijó en uno de los invitados. Don Santiago Castillo y González...
                      La anfitriona fue la que presentó a Lorenzo y a María Catalina.



                       Lorenzo tuvo que admitir que encontró a María Catalina encantadora. Poseía unas facciones muy dulces. Y sus ojos eran grandes y de color castaño. Llevaba su cabello negro recogido en un elegante moño. Apenas sí le habló durante el rato que estuvieron conversando y bailando una pieza. A modo de saludo de cortesía, Lorenzo le besó la mano. Y le volvió a besar la mano cuando se separaron. En el balcón, mientras, Santiago le robaba a María Elena su primer beso de amor.
                       Lorenzo apenas trató a María Catalina durante el tiempo en que su hermano y la prima de la muchacha estuvieron casados. Tenía que admitir que María Catalina le parecía una especie de muñeca de porcelana. Todo fragilidad...Con su cabello negro...Con su carácter tímido...Con su piel blanca como la leche...Sin embargo, Lorenzo tuvo que admitir que había algo más en María Catalina. La joven era mucho más inteligente de lo que había imaginado. Y debía de ser mucho más fuerte de lo que pensaba cuando se negaba a abandonar a María Elena.
                       Acabó besándola en una mejilla a modo de saludo.
-Ahora que ha venido, mi prima se pondrá bien-afirmó María Catalina.
-El señor Castillo y González y Rosario tienen que descansar, querida-intervino don Juan-Han tenido un viaje muy largo. Mañana, hablaremos con más calma.  

4 comentarios:

  1. Por desgracia, muchos de los reencuentros son por cosas malas, a ver si este trae algo bueno a esta gente.

    Saludoss

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    1. Tienes razón, EldanY.
      Cuando una familia se reencuentra, casi siempre es porque ha ocurrido algo malo o se está muriendo alguien.
      ¡Vamos a ver qué es lo que pasa!
      Un fuerte abrazo.

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  2. Respuestas
    1. Te invito a que sigas leyendo, Citu.
      Un fuerte abrazo.

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