sábado, 22 de noviembre de 2014

A LA LUZ DE LA LUNA LLENA

Hola a todos.
Aquí os traigo el penúltimo fragmento de mi relato A la luz de la Luna Llena. 
Martha ya ha descubierto cuál es el secreto de Simon.
¿Qué va a pasar?

                           Martha no le contó a nadie lo que había visto.
                          Pasó todo el día encerrada en su habitación. Ni siquiera quiso contarle a Daphne lo que había visto.
                          Trataba de convencerse así misma que lo había imaginado todo. Había oído hablar de aquellos seres en la isla. Pero Roger...¡Aquellos seres estaban sacados de los libros! Eran personajes inventados por escritores de novela gótica. ¡No existían!
                          ¡Roger no podía ser uno de aquellos seres!
                          A la tarde siguiente, Roger acudió a visitarla. Y Martha se encontró con él en el salón.
-Lo siento mucho-se disculpó Roger-Perdóname por habértelo ocultado.
                         Martha rompió a llorar y se abrazó con fuerza a Roger.
                         Él también estaba llorando. En su fuero interno, siempre supo que enamorarse de Martha había sido un terrible error. Él era un hombre que estaba maldito.
                         Alguien había maldecido a la familia de Roger.
-¿Quién lo hizo?-le interrogó Martha.
-Una bruja...-contestó Roger-Ocurrió hace varios siglos. Todos los varones de mi familia vivimos atormentados por esta maldición.
-Por eso, no te relacionas con casi nadie.
-Llegaste tú.
                     Roger no quería involucrar a Martha en su vida. Estar cerca de ella podía ser peligroso.
                     Martha lo sabía. Lo que le estaba pasando era real. No tenía nada que ver con las novelas góticas que Daphne le leía en voz alta.
                    El hombre del que se había enamorado se convertía en una bestia en las noches de Luna Llena. Entonces, tuvo la certeza de que el conejo que encontraron descuartizado en el jardín de su casa había sido una de las víctimas de Roger.
                    Le cogió la mano para besársela.
-¿Y desde cuándo...?-la voz de Martha se quebró-No sabía cómo hacerle aquella pregunta-¿Desde cuándo te transformas?
-Desde que alcancé la pubertad-contestó Roger-Me cambió la voz cuando cumplí trece años. Y no sólo me salió pelo en el pecho.
                      Intentó hacer una broma. Pero una risa amarga salió del interior de su garganta.
                      Martha se secó las lágrimas de un manotazo.
                      Podía renunciar a Roger. Podía decirle que debía de olvidarse de ella. Podía regresar a Londres ella sola y vivir en casa de una mujer de la alta sociedad que estaba dispuesta a patrocinar su entrada en sociedad. Podía hacer muchas cosas.
                       Pero no hizo nada. Tan sólo permaneció al lado de Roger en el salón.
-Si quieres alejarte de mí, puedes hacerlo-le pidió el joven-No quiero que permanezcas a mi lado ni un minuto más. Es tu vida la que corre peligro. ¡Martha, lo único que quiero es que estés a salvo!
-Renunciar a ti es lo último que deseo hacer-replicó la joven con firmeza.
-¡Podría matarte! No soy dueño de mis actos. ¿Acaso no te das cuenta?
-Nunca me harías daño.
-Martha, por favor, sé razonable.



                          Pero la joven no escuchó la súplica desesperada de la voz de Roger. Sus ojos la miraban con desesperación. Pero también la miraban con amor. Para Roger, Martha había llegado a convertirse en su vida. Renunciar a ella equivaldría a la muerte para él. Pero quería mantenerla a salvo de su maldición. Deseaba protegerle a toda costa.
-No pienso alejarme de ti nunca-le prometió Martha-Te amo.
-Martha, tú eres mi mundo-se sinceró Roger-No podría vivir sin ti. Te amo más que a mi propia vida. Y no quiero que te pase nada.
-No me pasará nada estando a tu lado.
                       Roger acunó entre sus manos el rostro de Martha. Y sus labios se encontraron en un beso cargado de amor y de anhelo a la vez.

viernes, 21 de noviembre de 2014

A LA LUZ DE LA LUNA LLENA

Hola a todos.
Quedan tres fragmentos: éste y otros dos que pienso subir a lo largo de esta semana, más un pequeño epílogo.
Espero que os guste lo que viene a continuación.

-No termina de gustarme ese hombre-le confesó Daphne a su prima una tarde en la que ambas estaban solas en el salón-Hay algo raro en él.
-Admito que Roger es bastante reservado-se sinceró Martha.
                          Oculta algo, pensó la joven.
-Ten mucho cuidado-le advirtió Daphne.
-¡Oh, vamos, prima!-replicó Martha-No creo que Roger sea igual que tu marido.
-Cuando me casé con Tony, pensé que estaba casándome con el hombre con el que pasaría toda mi vida. Me veía a mí misma envejeciendo a su lado. Teniendo hijos con él. Ya sabes tú lo que ha pasado.
-Roger nunca me haría eso.
                           Martha agradecía de corazón la preocupación que Daphne.
                           Su marido había muerto de manera bochornosa, en su opinión.
                           Por eso, Daphne se había vuelto más cauta en lo relativo al género masculino. Desconfiaba de todos los hombres.
                             Sin embargo, Martha se olvidaba de las recomendaciones de Daphne cuando salía a pasear con Roger.
                            Se escondían entre los árboles que inundaban la isla.
                            Y se besaban de manera larga y apasionada. Se besaban muchas veces, sintiendo que morirían al separarse.



                            Era una noche en la que el cielo estaba despejado.
                            Martha no podía conciliar el sueño. Se asomó a la ventana de su habitación. Podía escuchar el susurro del río. Y un aullido...
                          Roger había ido a visitarla aquella tarde.
                            Le había dado un beso abrasador en los labios que todavía percibía. Sentía.
                            Podía ver desde su ventana toda la isla. Vio a Roger que corría como alma que lleva el Diablo.
-¿Estás bien?-le preguntó Martha.
-¡Métete dentro!-le respondió Roger en tono apremiante-¡Por Dios, métete dentro!
-¿Qué ocurre?
                             Martha no dejaba de mirarle a los ojos. De pronto, Roger cayó al suelo, retorciéndose de dolor.
                            Martha se percató de que el joven estaba completamente desnudo. La visión de Roger desnudo no la perturbó.
                            Lo que la asustó fue ver que el joven se retorcía de dolor ante ella. Quiso bajar a socorrerle, pero vio algo que la dejó de piedra.
                            De pronto, Roger ya no estaba allí. Había desaparecido.
                            Un extraño ser apareció de pronto ante Martha. Se parecía mucho a un lobo. Martha había visto dibujos de lobos en los libros que solía leerle Daphne en voz alta muchas tardes. Pero aquel ser era mucho más grande de lo normal. Martha empezó a temblar de manera violenta.
                         Se metió dentro de su habitación. Cerró el cristal de la ventana. Ni siquiera era capaz de llorar. Estaba tan aterrada que no podía ni articular palabra.

jueves, 20 de noviembre de 2014

A LA LUZ DE LA LUNA LLENA

Hola a todos.
Aquí os traigo un nuevo fragmento de mi relato A la luz de la Luna Llena. 
Mañana o pasado subiré lo que queda porque se trata de un relato más bien cortito.
Espero que os guste lo que viene a continuación.

                               Roger intentaba evitar en la medida de lo posible a Martha.
                               La había visto.
                               Siempre estaba acompañada por su prima Daphne.
                               Podía verlas a través de la ventana hablando en el salón. O paseando por la isla.
                               Martha era la joven más hermosa que jamás había visto. Su rostro tenía unas facciones delicadas. A través de la ropa, podía adivinar una figura esbelta. Su cabello era de color castaño. Adivinaba (y eso le producía sequedad en la garganta) debajo de la falda unas piernas esbeltas. Era elegante. Y parecía que estaba sana.
                                Cometió la locura de presentarse ante ella y de saludarla besando su mano.
                               No podía tener ningún tipo de contacto con ella. ¿Acaso no se daba cuenta de que estar con él podía llegar a ser muy peligroso para ella?
                               No era un hombre normal. Lo único que podía hacerle a Martha era daño.
                               Sin embargo, en contra de su voluntad, se sorprendía así mismo yendo a visitarla. Quería cortejarla, como los hombres normales hacían con las mujeres de las que estaban enamorados.
-Hace un día realmente hermoso, miss Fleming-le decía a Martha cuando la encontraba en el pequeño jardín que rodeaba su casa.
                             Porque era cierta una cosa. Estaba realmente enamorado de Martha Fleming.
                            Supo que el padre de la joven había muerto hacía unos tres años. Había llegado no hacía mucho a la isla de Rose en compañía de su madre y de su prima Daphne, también viuda. La madre de Martha era una mujer agradable que se preocupaba por su única hija. En cambio, Daphne le pareció una mujer más bien amargada.
                            La casa donde vivían las tres mujeres había pertenecido a la familia del marido de mistress Fleming. Daphne había querido alejarse de Londres tras la muerte de su esposo. Fueron sus tíos los que se habían hecho cargo de ella cuando murieron sus padres.
                         Por ese motivo, ni su tía ni su prima habían querido dejarla sola. Habían seguido voluntariamente a Daphne en aquella especie de exilio autoimpuesto.
                         A veces, Roger estaba tejiendo una cesta de mimbre. Y veía pasear por la isla a Daphne y a Martha. Las dos jóvenes iban cogidas del brazo.
                        Martha sentía verdadera adoración por su familia. Sólo tenía a su madre y a su prima.
                        Y echaba de menos a su padre. Roger no podía ni siquiera soñar con Martha.
                        Ella representaba para él algo que estaba fuera de su alcance. La posibilidad de soñar con una vida normal. Con ser un hombre normal. Y no la bestia en la que se transformaba. La Luna Llena era su peor enemiga. Le convertía en un ser que él no era. En una bestia hambrienta de carne y sedienta de sangre...No era así. ¿Cómo podía pensar siquiera en llevar una vida al lado de Martha? En amarla. Sí...Él...
                       Ya la amaba.
                       Cuando se atrevió una tarde a robarle un beso a Martha mientras daban un paseo por el extremo occidental de la isla.
                       Entonces, tuvo la sensación de que su mundo había quedado patas arriba.
                      Sobre todo porque tuvo en ese momento la certeza de que Martha correspondía a su amor.

miércoles, 19 de noviembre de 2014

A LA LUZ DE LA LUNA LLENA

Hola a todos.
Hoy, os traigo un relato corto que escribí hace algún tiempo y que me he animado a terminar (iba por la mitad).
Transcurre en un lugar pequeño, pero bonito en el siglo XIX y hay una historia de amor por medio.
Deseo de corazón que os guste.
Está dividida en tres partes.

          Corría el año 1836.
           Tiempo atrás, Daphne Fleming y su prima Martha habían llegado por fin a su nuevo hogar. 
Daphne pensó que la isla de Rose era el lugar perfecto. Se trataba de una isla en la que vivía poca gente. Nadie la conocía. Podía rehacer su vida. Allí, empezarían de nuevo. Nadie volvería a señalarla por la calle. Nadie volvería a reírse de ella porque su marido la engañaba con otra. Mientras inspeccionaban la casa, Daphne no pudo evitar sonreír aliviada al encontrarse tan lejos de las personas que la humillaban sólo porque su marido, Anthony, tenía una amante. Su marido había muerto en Londres.
              Daphne y Anthony habían estado casados durante tres años. 
              Daphne se fijó en él cuando lo vio por primera vez en su baile de presentación en sociedad. 
               Desde entonces, lo amó con todas sus fuerzas. 
               Se casaron dos años después. Sin embargo, el matrimonio había sido un completo fracaso. Daphne había sufrido en el silencio de la casa solariega de su marido sus constantes viajes a Londres, así como sus numerosas infidelidades. Una sífilis que le contagió una de las muchas rameras que frecuentaba acabó con su vida. 
                 Sólo la familia de Daphne estaba al tanto de lo ocurrido realmente con Anthony. 
-Prima, no hay derecho-protestó Martha-No sé para qué nos hemos mudado. ¡No conozco a nadie aquí! ¿Dónde vamos a vivir? ¿En esta casa?
-Te lo he explicado muchas veces…-contestó Daphne, pero su prima no la dejó hablar.
-En Londres, podía ir al cementerio a visitar la tumba de papá, pero aquí no me queda el consuelo de ir a ponerle flores a su tumba. ¿Por qué me has hecho esto, prima Daphne?
-Creo que nos conviene un cambio de aires. Un lugar pequeño…
-¡No, no nos conviene!
-Sé que te resultará difícil al principio, pero…
-Nos resultará imposible vivir aquí.
-Es cuestión de tiempo. Terminarás acostumbrándote, cariño. Piensa en que sólo busco lo mejor para ti.
-¿Buscas lo mejor para mí? ¿Viviendo en este lugar alejado del mundo? ¡Cualquiera diría que estás huyendo!
            Consciente de la angustia de su prima, Daphne rodeó el cuerpo de ésta con los brazos y la estrechó contra sí con fuerza. Martha estaba llorando.
-Me hago cargo-dijo Daphne-Sé que lo estás pasando mal. Pero Rose es una isla bonita. Sé que nos va a costar trabajo adaptarnos.
-Yo no sé nada de este sitio.
-Lo sé.
-¡Y no tengo amigos!
-Pronto harás amigos porque eres una niña encantadora y seguro que mucha gente querrá ser tu amiga.
            Daphne acarició el cabello de su prima en un intento por consolarla. Sin embargo, Martha negó con la cabeza, segura de que sería una desdichada en Rose.
-¡No va a pasar nada de eso!-aseguró-¡Quiero volver a casa! Nuestro sitio está en Londres, no aquí. Allí, tenemos a nuestros amigos, que se preocupan por nosotras y aquí no tenemos a nadie.
            Se acostumbrará a vivir aquí, pensó Daphne.
            Y yo también me acostumbraré a vivir aquí. Es cuestión de tiempo. Y de paciencia…
              No habían llegado solas a la isla. La madre de Martha las acompañó. 
              Martha había perdido a su padre cuando tenía quince años. 
             Acababa de cumplir dieciocho años en la época en la que llegó a la isla de Rose. Vivía la familia cerca de un estrecho canal. 
                Martha tuvo que reconocer que el lugar le gustaba. Era un sitio que parecía sacado de un cuento de hadas. Vivían pocos vecinos. 
                 Y estaba rodeado de árboles. Roger Osney era un joven vecino de aquella isla. Su familia se dedicaba desde hacía muchas generaciones a hacer cestas de mimbre. Con aquel negocio, se habían labrado una pequeña fortuna. Sin embargo, la familia Osney tenía fama de ser huraños. Especialmente, los varones parecían huir de la gente. 
                  Martha y Roger no tardardon mucho tiempo en conocerse. El joven no estaba muy por la labor de querer hacer amistad con nadie. Ni siquiera pensaba en trabar amistad con aquella bella desconocida. 
                   A pesar de vivir en un lugar tranquilo, Martha empezó a escuchar algunos rumores. Encontró una mañana Daphne los restos de un conejo en el jardín. 
                    La joven empezó a dar alaridos presa del pánico. Un criado se deshizo de los restos del pobre animal mientras comentaba que, posiblemente, hubiese sido víctima de un lobo. 
-¿Hay lobos aquí?-se angustió la tía de Daphne-Creía que apenas había unas cuantas aves. 
-¡Qué espanto!-chilló Daphne-¡Qué horror!
-Cálmate, hija. 
                  Martha no vio los restos del conejo, por supuesto. Su madre le impidió ver la espantosa visión. Pero se enteró de lo ocurrido. 
                    La joven había escuchado en las noches de Luna Llena algo parecido al aullido de un lobo. ¿En serio había lobos en la isla de Rose? 

     
                         

sábado, 15 de noviembre de 2014

TÍA Y SOBRINA (FINAL AÑADIDO)

Hola a todos.
Me he animado a hacerle un pequeño final a mi relato Tía y sobrina porque el final anterior me pareció que dejaba el relato muy cojo.
Deseo que os guste.

                       Guardó silencio durante unos instantes. Había pensado que Alana era una egoísta. 
                        Pero ella también era egoísta. 
                        Margaret sintió cómo las lágrimas humedecían sus ojos. ¡Lo único que quería era ser libre para poder amar con completa entrega a Tobías! El problema era que no estaba sola. Alana la necesitaba. De algún modo, todo lo que hacía lo hacía para llamar su atención. Tobías podía irse en cualquier momento de su vida. 
                        La única familia que le quedaba era Alana. Y a la chica le ocurría lo mismo con ella. 
                        Se escondió detrás de unos matorrales cuando escuchó la animada conversación que mantenían Landon y Alana en el recibidor. 
                         Les oyó besarse de manera ruidosa. 
                         La puerta se abrió y Margaret vio salir al sobrino de Tobías, que terminaba de abrocharse la camisa. 
                          Landon y Alana se habían acostado juntos otras veces. 
                          El uno disfrutaba lamiendo cada centímetro de la piel del otro. Mordiendo su carne. 
                          Podía tratarse de amor. Landon se alejó de la casa mientras silbaba una canción. La puerta se cerró. 
                          Margaret salió de su escondite. 
                          Se secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Buscó en el bolso las llaves. 
-¡Alana!-llamó a su sobrina cuando entró dentro de casa. 
-Estoy aquí, tía Margaret-contestó la aludida. 
-Me alegro de que estés aquí. Me gustaría hablar contigo. 
-¿Ahora? 
                             Margaret nunca había tenido tiempo para hablar con Alana. Pero, aquella noche, sentía que podía pasarse la noche hablando con ella. Alana necesitaba ser escuchada. 
                           Los labios de la joven estaban hinchados por los besos que Landon le había dado. 
                           Margaret tomó asiento en el sofá. 
-Debes de pensar que te tengo muy abandonada-atacó la mujer-Y tienes toda la razón del mundo. 
-Estás enamorada-le recordó Alana. 
-Pero no he sido una irresponsable nunca. Y me temo que me estoy comportando como una jovencita egoísta y sin cerebro. 
                         Alana tomó asiento al lado de su tía, en el sofá. Margaret empezó a hablar. Le pidió perdón a Alana por haberla tenido tan abandonada. Era la primera vez que Margaret se sinceraba con su sobrina. Y Alana le agradeció aquel gesto de acercamiento que había tenido. 



-Esta noche, podríamos empezar de cero-propuso Margaret. 
-¿Qué quieres decir?-inquirió Alana. 
-Sólo nos tenemos la una a la otra. Hemos de apoyarnos en todo momento, hija. Que sea un nuevo comienzo esta noche. ¿Te parece bien?
-Me parece perfecto, tía Margaret. 

FIN

martes, 11 de noviembre de 2014

TÍA Y SOBRINA

Hola a todos.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este cuento que escribí hace la tira de tiempo.
Se titula Tía y sobrina y vemos un poco cómo es la relación entre la protagonista, Margaret, y su joven sobrina Alana.
Y se trata de una relación no cariñosa, sino más bien tirante porque ambas son un par de egoístas.
Deseo de corazón que os guste.

TÍA Y SOBRINA

DUBLÍN, IRLANDA, 1960

                       Margaret se miró al espejo. Estaba sola en su habitación. Su sobrina Alana  estaría en algún rincón de la casa. Miró su figura esbelta reflejada en el espejo. Se pellizcó las mejillas para darles algún color. Se llevó la mano al pelo. Le gustaba mirarse en el espejo. ¡Y eso que se decía así misma que no era coqueta! Era de color rojo. Tobías solía decirle que su cabello le recordaba al fuego, a la sangre. Era liso natural, en realidad, pero ella se lo rizaba. Le gustaba su pelo. Margaret sonrió. A Tobías le gustaba acariciarle el pelo. Le gustaba hundir los dedos en él y juguetear con sus rizos. Le habría gustado cortarse un rizo y dárselo a Tobías para que tuviera algún recuerdo de ella. Su cabello era largo, aunque quizás era un poco más corto que el cabello de su sobrina.  El pelo de Alana llegaba hasta la cintura…Esa cinturita de avispa que la muy condenada tenía…Suspiró. Bueno, al menos ella tenía algo que su sobrina jamás tendría. Unos ojos hermosos de color topacio.
            Margaret bufó.
            Pero su sobrina tenía unos hermosos ojos azules, se recordó, pese a que el azul era un color demasiado vulgar para su gusto.
            Alana era una cría demasiado delgada, pensó. Y ella, Margaret, era tan bajita que podía pasar por una niña. ¡Y qué era, después de todo! Apenas era una niña que había empezado a vivir, pero, dado que era frágil y delicada, quizás no viviese mucho.
            Tobías no vivía solo, lo mismo que ella. Se conocían desde hacía algún tiempo. No eran amantes porque no se habían acostado juntos…aún. Sin embargo, Margaret intuía que, dado el carácter apasionado de Tobías, antes o después, acabarían juntos en la cama. Y ella deseaba que aquello sucediera.
            Entre tanto, Tobías convivía con su sobrino Landon. 
             Landon tenía veintiún años recién cumplidos. Alana, por el contrario, acababa de cumplir diecinueve. Aún no se conocían.
                Margaret no soportaba a Landon y estaba empezando a sentir antipatía por Alana porque ambos parecían no querer dejarles a solas.
            Margaret trabajaba en una tienda de antigüedades en el centro de Dublín. Era una mujer independiente que no quería unirse a nadie. Acababa de cumplir treinta y tres años y poseía una belleza espectacular.
                   Cuando se conocieron, Tobías la besó de manera apasionada. Había mucha lujuria en aquel beso. Ella se apartó de él, muy nerviosa por lo ocurrido. No era lo correcto porque apenas se conocían. Al día siguiente, cuando volvieron a verse, volvieron a besarse. Fue entonces cuando Margaret se dio cuenta de que estaba locamente enamorada de él. Los besos de Tobías la habían vuelto loca de pasión y de amor por él. Pero seguía preguntándose si estaba haciendo lo correcto. ¡Maldita moral suya!, maldijo en silencio.
            Landon apareció en aquel momento en la sala de estar donde se encontraban, recordó Margaret. El muchacho de anguloso rostro entró y sonrió a su tío. Era feo, se dijo. No se parecía en nada a su apuesto Tobías. Margaret le cogió manía desde aquel instante.
-Tendría que llevárselo a otro sitio-pensó la mujer-No me gusta que esté cerca de él. Como tampoco me gusta que Alana esté cerca de mí.
            Pero resultaba que Alana y Landon no tenían más familia que ellos, de modo que tenían que aguantar y seguir a su lado.
            Alana era una chica muy alegre que siempre estaba contenta y riendo, como Landon. Eran muy parecidos los dos, observó Margaret. Si se conocían alguna vez, formarían una pareja aburrida y casta.
            Margaret sonrió para sus adentros al pensar en la apasionada pareja que ella y Tobías formaban desde hacía unas semanas. Estaba enamorada de él. Los dos estaban enamorados.
-No me importa casarme con él o no-se dijo Margaret-No me importa nada mientras le tenga a mi lado.
            Se pasó de nuevo la mano por el pelo y se preguntó si a Tobías le gustaba de verdad. Él le había dado a entender que sí, que estaba encantado con el color de su pelo porque era un color que hacía juego con su personalidad. Margaret era una mujer apasionada. Fogosa. Impetuosa. Salvaje…
                 Se levantó de la cama y se sentó frente al tocador. Evocó las caricias de Tobías por encima de la ropa durante su segundo encuentro. Él la había besado en las mejillas. La había besado en la frente. La había besado en la nariz. La había besado en la barbilla. La había besado con pasión en la boca. Incluso había besado su cuello…Y hubiese besado más partes de su cuerpo de no haber sido por la inoportuna aparición del imbécil de su sobrino.
            No valía la pena seguir pensando en aquel muchacho. Tenía veintiún años recién cumplidos. Era mayor de edad y su tío podía desentenderse de él. Ya no era ningún niño y podía salir adelante solo.
            No podía decirse lo mismo de Alana. Margaret casi gritó de rabia al pensar que tendría que seguir ocupándose de su sobrina. Al menos, tendría que hacerlo hasta que alguien apareciese en su vida y se casase con ella. Quería que fuera lo antes posible.
            Se levantó de la cama y volvió a mirarse en el espejo. Se cepilló de nuevo el cabello rojo, demasiado rojo en realidad. Evocó los besos que había compartido el día anterior con Tobías. Unos besos que indicaban que él pretendía llevarla lo antes posible a la cama.
            Había una pequeña cajita en su tocador que contenía unos cuantos caramelos de menta. Margaret cogió uno y se lo llevó a la boca para garantizarse así que tuviera buen olor. Tobías le había mostrado una faceta suya desconocida. Era una coqueta descarada.
-Tuve que hacerme cargo de la hija de otro-pensó Margaret con rabia.
            En concreto, se había hecho cargo de Alana. La hija de su hermano mayor. El hombre que prácticamente había criado a Margaret desde que murieron sus padres.
-Pero la presencia de Alana me está fastidiando todos mis encuentros con Tobías-se dijo Margaret-Ella duerme en la habitación que hay contigua a la mía. Podría oírnos…Y Landon duerme en la habitación contigua a la de Tobías.
            Margaret se había enamorado de él como una jovencita. Como si tuviera la edad de Alana. Él se había quedado prendado de la belleza de Margaret. Era alta y tenía una figura escultural. Sin embargo, Tobías solía reírse de su tienda de antigüedades. Decía que no tenía ningún éxito. Margaret se decía que quizás él tuviera razón y que la tienda estaba siendo un fracaso. Cuando estaba con Tobías, la voz de Margaret cambiaba. Por lo general, tenía una voz fuerte y firme, bastante potente. Pero la suavizaba cuando estaba con él. En la intimidad, la voz de Margaret se volvía un ronrroneo. Quería que Tobías la desease…
-Y me desea-pensó-Quiere hacerme suya. El problema es que no sabe cuándo…¡Si no tuviera a Alana incordiando…! ¡Si él no tuviera a ese sobrino suyo incordiando…! Me gustaría hacer algo para quitárnoslos de en medio. Pero no sé qué hacer…Tobías puede cansarse de mí. Otros hombres se cansan enseguida de sus amantes…¿Soy su amante?
            Era algo raro que se considerase su amante. Ella estaba enamorada de él, pero creía que el significado de la palabra amante era otro…Implicaba una relación carnal…Y ellos aún no se habían acostado juntos. Pero no tardaría en pasar…Antes o después…Margaret estaba segura de que Tobías no iba a detenerse hasta que no la tuviera en su cama. Era un hombre apasionado y sensual y sabía que Margaret tenía una naturaleza como la suya. El color de su pelo delataba su verdadera naturaleza. Además, Tobías era un hombre rico y era probable que tuviese un título, aunque Margaret no sabía nada al respecto. Había leído muchas novelas románticas. Tobías encajaba a la perfección en la imagen que tenía de un héroe romántico. Apuesto, viril, duro, salvaje, rico y noble (de título).
            Margaret suspiró al pensar que ella podría ser la heroína de una de esas novelas que llevaban años cautivando su imaginación. ¡Quizás estuviese viviendo su propia novela! Y ella era la protagonista…Imaginaba que se encontraba en una situación de peligro. El malo de la novela la había secuestrado, la había golpeado y trataba de abusar de ella cuando aparecía él, el héroe, Tobías. Se desharía del malo en una pelea absurda. Casi no le tocaría. Y el malo moriría de manera accidental. Y ella, con la ropa hecha jirones y ensangrentada, iría hacia él y vivirían juntos para siempre.
-Creía que aún seguías dormida, tía Margaret-dijo Alana entrando de golpe en la habitación de su tía. No había llamado a la puerta, una fea costumbre que compartía con Landon. Margaret reprimió un nuevo grito de rabia-Tendrías que haberme dicho que estabas ya despierta.
            Algún día, se juró la mujer en silencio…Algún día, ella y Tobías se desharían de aquellos entrometidos. ¿Cómo podían consumar su gran amor si nunca estaban solos?
-Te he dicho mil veces, Al, que llames antes de entrar-la regañó Margaret. Alana se encogió de hombros. Su tía parecía muy distinta de un tiempo a aquella parte-¿No ves que podrías sorprenderme en una situación…comprometida?
-¿Con ese hombre con el que te ves?-se burló Alana-Me gustaría verlo alguna vez.
            Alana no tenía respeto alguno por la intimidad de su tía y eso se notaba en la manera en la que se acercó al armario.
-¿Qué vas a hacer?-preguntó Margaret, disimulando su ira.
-Voy a ver tu ropa-respondió Alana-Me gusta.
            Se acercó al armario donde su tía guardaba la ropa y sacó varios vestidos de diversos colores para ver si le quedaban bien.
-Son de mujer adulta-le espetó Margaret. Se levantó y fue hacia el armario para quitarle los vestidos-No son apropiados para una cría.
-¡Ya no soy una cría, tía!-replicó Alana.
-Para mí lo sigues siendo.
           En el fondo, era verdad. 
-Ahora, tú puedes hacer otras cosas…además de casarte-afirmó la mujer.
-¿Cómo cuales?-inquirió Alana.
-No sé…trabajar…vivir sola…
            Alana se echó a reír con la sugerencia de vivir sola.
-Me gusta vivir contigo-afirmó.
            Y, además, trabajaba también en la tienda de antigüedades de Margaret.
            Alana llevaba su largo cabello de color negro como el azabache suelto y Margaret se sorprendió sintiendo envidia de aquel pelo. Al soltar los vestidos, Alana se puso a juguetear con un mechón de su pelo, una costumbre que no gustaba nada a Margaret. La mujer le ordenó que fuera a peinarse para que pareciera medio decente. Alana se acercó al tocador de su tía y se peinó cogiendo su cepillo y se recogió el pelo utilizando sus horquillas.
-¿Cuántas veces te he dicho que te peines en tu cuarto y que uses tu cepillo y tus horquillas?-la regañó Margaret, al borde de sufrir un ataque de histeria.
-Me gustan más tus horquillas y tu cepillo, tía-contestó Alana sonriente.
            A sus diecinueve años, tenía algunos rasgos propios de una niña.
-¿Por qué no te vas a tu habitación?-le pidió Margaret, intentando ser amable-Tengo mucho que hacer aquí. ¡Vete por favor!
-¡Pero si no haces nada aquí!-se burló Alana.
-Quiero estar sola.
-Me imagino lo que harás aquí sola…Sobre todo, si piensas en ese guapísimo hombre que te ronda…
            Margaret alzó la vista al cielo y se preguntó qué había hecho ella para merecer una sobrina tan descarada. De no haber sido ella tan bajita y Alana tan alta, le habría cruzado la cara de un bofetón. Era lo que se merecía aquella egoísta descarada. Margaret se merecía ser feliz al lado de su hermoso Tobías. Pero parecía que los egoístas sobrinos de ambos habían conjurado un plan para que no pudieran estar juntos. ¡Y Alana se reía de ella!
-¡No pienso hacer nada!-casi chilló Margaret.
-Te creo-dijo Alana sin dejar de sonreír.
            Margaret llevaba puesto un llamativo vestido rojo aquella mañana, por cierto.
            Tenía la sensación de que podía ver a Tobías en cualquier momento.
-¿Cuándo piensas invitarle a dormir aquí, tía?-preguntó Alana, sin pudor alguno.
-Cuando tú te hayas ido-pensó Margaret, pero no contestó. No quería que su sobrina se enfadase con ella.

-¿Crees que quiere casarse contigo?-preguntó Alana.
-Aún es pronto para hablar de matrimonio, ¿no crees?-respondió Margaret sonrojándose-Tobías y yo nos conocemos desde hace poco. Me gustaría conocerle mejor…Pero eso no significa que él y yo vayamos…Hay temas que preferiría no comentar delante de ti. Y éste es uno de ellos. Algún día, cuando vayas a casarte, hablaremos de este asunto…Mientras tanto, no.
-Ya no soy una niña, tía; te lo he dicho antes. Y, además, no nos llevamos tantos años de diferencia.
-Mi vida amorosa es asunto mío, Al; como será asunto tuyo la tuya…cuando tengas algún pretendiente.
            La vida amorosa de Alana también era asunto de Margaret. Quería que deshacerse de su sobrina. Pero también quería que se casara con algún pretendiente rico.
            Alana sonrió burlona.
-Puede que nunca me case-aseguró-Puede que me quede contigo durante el resto de mi vida. Sería un plan genial.
-Sería un plan horrible porque tienes que casarte alguna vez, Al. No me gustaría que el apellido de nuestra familia muriera con mi hermano.
-Pero tú eres joven aún, tía Margaret. Siempre te puedes casar con ese hombre…con el tal Tobías, y tener hijos con él.
-Tú eres joven y hermosa, así que puedes tener también una salud de hierro y un vientre capaz de engendrar muchos hijos-pensó Margaret.

-Aún eres joven-insistió Alana-Siempre puedes quedarte embarazada y dar a luz a un niño sano.

-En todo caso, la que hará eso por mí serás tú.
-Puede que nunca me case; no he conocido al hombre de mi vida.
            Margaret contempló con ojo crítico a su sobrina. La juventud y la belleza de Alana eran algo que la ponía nerviosa. Era un recordatorio de que ella se estaba haciendo vieja. Estaba perdiendo la belleza.
            Parecía un ángel recién caído del cielo, pensó Margaret. Pero ella era quién se apoyaba en el fuerte cuerpo de Tobías, se dijo. Él se había fijado en Margaret, a pesar de que no era joven. A pesar de que era una mujer bajita y a pesar de su llamativo cabello rojo sangre.
            Alana era joven, pero jamás despertaría deseo alguno en los hombres. No era llamativa. Era hermosa, pero no llamativa. Los hombres preferían a las mujeres que pudiesen despertar su líbido, como Margaret.
-Aún eres joven-dijo la mujer-Aún te queda todo el tiempo del mundo. A mí se me está agotando.
            Margaret observó a su alta y esbelta sobrina. Observó su holgado moño y su pelo negro y liso. Ella tenía todo el tiempo del mundo a su disposición, se dijo con tristeza. Tobías era para Margaret su última oportunidad…Era una mujer fogosa por naturaleza. Sin embargo, nunca antes había experimentado lo que era la pasión ni el deseo hasta que le conoció.
            Alana dio varias vueltas por la habitación. 



                     Margaret se estaba empezando a poner nerviosa. Alana poseía el don de ponerla nerviosa. 
                     ¿Acaso su sobrina no entendía que ella necesitaba tener su propio espacio? Alana nunca la dejaba en paz. Parecía disfrutar molestándola. 
                    Fue Lucy la que enseñó a Alana a arreglarse. Antes, recordó Margaret, su sobrina era bastante descuidada con su aspecto. Fue Lucy la que la enseñó a peinarse, a hacerse complicados peinados y a vestirse con elegancia. Era su mejor amiga. La única amiga que Alana tenía.
            Su sobrina volvió a sonreír. Margaret creyó odiarla. Odiaba el carácter alegre y pizpireta de Alana.
            Margaret nunca había sido así de pequeña y, la verdad sea dicha, tampoco lo era ahora de mayor.
            Margaret pensó en su hermano, el padre de Alana, y en las cosas que hacían juntos cuando eran pequeños.
            Iban mucho de excursión al campo o a la playa. Margaret adoraba a su hermano, pues era un niño intrépido y aventurero. Se había pasado media vida intentando imitarle en todo. Lo único que había conseguido hasta aquel entonces era fracasar en sus esfuerzos en ser como él.
            Le habló a Margaret de cómo quería que fuese su fiesta de cumpleaños. Ya tenía diecinueve años. Pero todavía no lo había celebrado de manera oficial. Quería lucir un vestido nuevo. Quería que Lucy se encargase de hacerle el peinado. Quería que su tía estuviera a su lado. ¿Y si se rompía el tocadiscos? ¿Debía de comprar algún disco nuevo? ¡Estaba tan nerviosa!
               La fiesta se celebraría, por supuesto, en casa de Margaret. Y ella debía de estar presente. 
               No se fiaba de dejar a Alana sola en casa. 
               La última vez que dejó a su sobrina sola en casa fue una noche en que salió para ir a cenar con Tobías. Regresó de madrugada. 
                 Encontró a Alana bailando descalza encima del sofá. Pero había más gente en la casa. Vio una enorme mancha de Coca-Cola en su sillón favorito. Lucy estaba en el cuarto de baño vomitando. Había bebido más de la cuenta. 
                 Margaret estuvo gritando hasta que se quedó afónica. 
                 Castigó a Alana encerrándola en su habitación. 
                  Amenazó con enviarla a un convento. Con enviarla a un reformatorio. 
                  Sus amenazas cayeron en saco roto. Alana parecía ignorarla completamente. 
                  Le aseguró que volvería a hacerlo. Ni siquiera le quedó a Margaret el consuelo de darle un bofetón. Alana le devolvería el bofetón, posiblemente. Vivir con ella era una batalla constante para Margaret. 
-Como todas las chicas-dijo Alana encogiéndose de hombros, fingiendo indiferencia-Soy como todas las chicas. Al menos, en ese aspecto.
-Eso significa que eres normal-apostilló Margaret con intención.
-Tú también eres una persona normal, tía. Hay muchas mujeres como tú. Quiero decir que hay miles de mujeres pelirrojas, bajitas y con los ojos de color topacio. Como los tuyos. Sé que te consideras algo especial por ello. Y perdóname si te quito la ilusión de que lo seas.
-Parece que últimamente lo haces y lo dices todo con la intención de herir, Al.
-Bueno, eso es algo que tú también haces.
-Pero yo tengo motivos…Yo soy la dueña de una tienda de antigüedades que va de mal en peor. Yo me he enamorado cuando pensé que jamás volvería a enamorarme. Y tengo miedo. Tengo miedo de que Tobías me deje por otra. Puede hacerlo en cualquier momento. Sé cómo funcionan las mentes de los hombres.
-Yo no sé cómo funcionan. Pero algún día me enamoraré y descubriré cómo son los hombres.
-Una chica como tú y Lucy jamás se enamora. Acaba casándose ante el temor de quedarse soltera para siempre. La sociedad desprecia a las solteronas. Lo sé…
-La verdad es que hoy no me apetece ir a casa de Lucy, tía Margaret-contestó Alana.
-Me preocupa que se acabe peleando contigo por cualquier tontería.
 -Quizás luego, cuando sea la hora del té, me deje caer por su casa para darle una sorpresa y la invite a dormir aquí-sugirió para sí y en voz alta Alana.
            Si Lucy pasaba otra noche allí, Margaret acabaría odiándola a ella también. ¿Qué era lo que pretendía Alana? ¿Acaso estaba pensando en traer a su mejor amiga a vivir con ellas? ¡Era demasiado! Estaba dentro de los límites de la paciencia de Margaret.
-¿Y por qué quieres que pase la noche aquí?-preguntó la mujer.
            Alana se encogió de hombros. A veces, actuaba con cierta indiferencia. Como si no le importasen nada los sentimientos de su tía.
            Margaret tenía la sensación de que a su sobrina no le importaban nada sus sentimientos.
-No lo sé-respondió de forma vaga. La mirada de Margaret se endureció al posarla sobre Alana-Quizás sea porque me gusta que esté aquí. Te hacemos compañía.
                 ¡Pero no quiero que me hagas compañía!, estuvo a punto de gritar Margaret. Tan sólo quiero que me dejes en paz. 
                   Margaret se rió al pensar que Lucy podía ser guapa. No lo era. Como tampoco lo era Alana. Si alguna de las dos hubiese sido medianamente bonitas, Tobías se habría fijado en ellas. Pero Tobías la quería a ella, a Margaret…A la pelirroja bajita con los ojos de color topacio. La deseaba a ella por su llamativa belleza. Sus besos apasionados…sus abrazos…la promesa que encerraban sus caricias…Tobías se lo decía así: te deseo, Margaret.
            Alguna vez, se juró ella. Alguna vez, estarían juntos en cuerpo, mente y corazón. Parecía una jovencita cursi hablando así. Así era cómo hablaban Alana y Lucy. ¿Hubo alguna vez una época en la que Margaret había sido así de tonta? Si fue así, no se acordaba. Margaret siempre se había caracterizado por ser una mujer práctica. Tenía sentido común a una edad temprana. Ella había sido una niña precoz, muy inteligente y demasiado espabilada. No quiso que su hermano la protegiese, alegando que sabía defenderse. Éste la creyó. En muchos aspectos, Margaret era más fuerte que él, pese a que él era el mayor. Era dura mientras que él era débil.
            Alana se acercó al tocador de su tía y se pellizcó las mejillas.
             Alana le dio un cariñoso abrazo a su tía y aprovechó el momento para coger un caramelo de menta de su cajita del tocador.

-¡Eso no se hace!-la reprendió Margaret.
-Los caramelos son de todos-sonrió Alana llevándose el caramelo a la boca-No seas egoísta. No te va nada ser egoísta.
-Cómprate tú los caramelos, gorrona.
                      El día todavía no había terminado. 
                      Margaret tuvo que quedarse hasta muy tarde en la tienda haciendo inventario. 
                      Era ya cerca de la medianoche cuando Margaret regresó a casa. 
                      Para su sorpresa, encontró ropa esparcida desde el recibidor hasta la sala de estar. 
                      Reconoció los pantalones que había llevado puestos su sobrina Alana durante todo el día. Y a su lado había ropa que era, sin duda, de un hombre. 
                       Margaret creyó que se moriría de horror y de vergüenza cuando entró en la sala de estar. 
                      Alana yacía acostada en el sofá. Y encima de ella estaba Landon. ¡Landon, el sobrino de Tobías! 
                      ¡Y los dos estaban medio desnudos! 
                      Landon besaba a Alana de manera apasionada. La estaba abrazando con fuerza. Y sus manos acariciaban los rincones más íntimos del cuerpo de Alana. 
                      Margaret quiso gritar. Quiso ponerse a romper todo lo que encontraba en la casa. Pero no podía. 
                      Tardó en reaccionar. 
                      Salió fuera de casa. Se dio cuenta de que estaba temblando de manera violenta. Rompió a llorar cuando entendió que no podía desentenderse de Alana. A pesar de los pesares, ella seguía siendo su sobrina. 
                        ¡Es una egoísta!, pensó Margaret con rabia.