Hoy, me gustaría compartir con vosotros este cuento que escribí hace la tira de tiempo.
Se titula Tía y sobrina y vemos un poco cómo es la relación entre la protagonista, Margaret, y su joven sobrina Alana.
Y se trata de una relación no cariñosa, sino más bien tirante porque ambas son un par de egoístas.
Deseo de corazón que os guste.
TÍA Y SOBRINA
DUBLÍN, IRLANDA, 1960
Margaret se miró al espejo. Estaba sola en su
habitación. Su sobrina Alana estaría en
algún rincón de la casa. Miró su figura esbelta reflejada en el espejo. Se
pellizcó las mejillas para darles algún color. Se llevó la mano al pelo. Le
gustaba mirarse en el espejo. ¡Y eso que se decía así misma que no era coqueta!
Era de color rojo. Tobías solía decirle que su cabello le recordaba al fuego, a
la sangre. Era liso natural, en realidad, pero ella se lo rizaba. Le gustaba su
pelo. Margaret sonrió. A Tobías le gustaba acariciarle el pelo. Le gustaba
hundir los dedos en él y juguetear con sus rizos. Le habría gustado cortarse un
rizo y dárselo a Tobías para que tuviera algún recuerdo de ella. Su cabello era
largo, aunque quizás era un poco más corto que el cabello de su sobrina. El pelo de Alana llegaba hasta la cintura…Esa
cinturita de avispa que la muy condenada tenía…Suspiró. Bueno, al menos ella
tenía algo que su sobrina jamás tendría. Unos ojos hermosos de color topacio.
Margaret bufó.
Pero
su sobrina tenía unos hermosos ojos azules, se recordó, pese a que el azul era
un color demasiado vulgar para su gusto.
Alana
era una cría demasiado delgada, pensó. Y ella, Margaret, era tan bajita que
podía pasar por una niña. ¡Y qué era, después de todo! Apenas era una niña que
había empezado a vivir, pero, dado que era frágil y delicada, quizás no viviese
mucho.
Tobías
no vivía solo, lo mismo que ella. Se conocían desde hacía algún tiempo. No eran
amantes porque no se habían acostado juntos…aún. Sin embargo, Margaret intuía
que, dado el carácter apasionado de Tobías, antes o después, acabarían juntos
en la cama. Y ella deseaba que aquello sucediera.
Entre tanto, Tobías
convivía con su sobrino Landon.
Landon tenía veintiún años recién cumplidos. Alana,
por el contrario, acababa de cumplir diecinueve. Aún no se conocían.
Margaret no soportaba a Landon y estaba
empezando a sentir antipatía por Alana porque ambos parecían no querer dejarles
a solas.
Margaret trabajaba en
una tienda de antigüedades en el centro de Dublín. Era una mujer independiente
que no quería unirse a nadie. Acababa de cumplir treinta y tres años y poseía
una belleza espectacular.
Cuando se conocieron, Tobías la besó de manera
apasionada. Había mucha lujuria en aquel beso. Ella se apartó de él, muy
nerviosa por lo ocurrido. No era lo correcto porque apenas se conocían. Al día
siguiente, cuando volvieron a verse, volvieron a besarse. Fue entonces cuando Margaret
se dio cuenta de que estaba locamente enamorada de él. Los besos de Tobías la
habían vuelto loca de pasión y de amor por él. Pero seguía preguntándose si
estaba haciendo lo correcto. ¡Maldita moral suya!, maldijo en silencio.
Landon
apareció en aquel momento en la sala de estar donde se encontraban, recordó Margaret.
El muchacho de anguloso rostro entró y sonrió a su tío. Era feo, se dijo. No se
parecía en nada a su apuesto Tobías. Margaret le cogió manía desde aquel
instante.
-Tendría que llevárselo a otro sitio-pensó la
mujer-No me gusta que esté cerca de él. Como tampoco me gusta que Alana esté
cerca de mí.
Pero
resultaba que Alana y Landon no tenían más familia que ellos, de modo que
tenían que aguantar y seguir a su lado.
Alana
era una chica muy alegre que siempre estaba contenta y riendo, como Landon.
Eran muy parecidos los dos, observó Margaret. Si se conocían alguna vez,
formarían una pareja aburrida y casta.
Margaret
sonrió para sus adentros al pensar en la apasionada pareja que ella y Tobías
formaban desde hacía unas semanas. Estaba enamorada de él. Los dos estaban
enamorados.
-No me importa casarme con él o no-se dijo Margaret-No
me importa nada mientras le tenga a mi lado.
Se pasó de nuevo la
mano por el pelo y se preguntó si a Tobías le gustaba de verdad. Él le había
dado a entender que sí, que estaba encantado con el color de su pelo porque era
un color que hacía juego con su personalidad. Margaret era una mujer apasionada.
Fogosa. Impetuosa. Salvaje…
Se levantó de la cama y se sentó frente al
tocador. Evocó las caricias de Tobías por encima de la ropa durante su segundo
encuentro. Él la había besado en las mejillas. La había besado en la frente. La
había besado en la nariz. La había besado en la barbilla. La había besado con
pasión en la boca. Incluso había besado su cuello…Y hubiese besado más partes
de su cuerpo de no haber sido por la inoportuna aparición del imbécil de su
sobrino.
No
valía la pena seguir pensando en aquel muchacho. Tenía veintiún años recién
cumplidos. Era mayor de edad y su tío podía desentenderse de él. Ya no era
ningún niño y podía salir adelante solo.
No
podía decirse lo mismo de Alana. Margaret casi gritó de rabia al pensar que
tendría que seguir ocupándose de su sobrina. Al menos, tendría que hacerlo
hasta que alguien apareciese en su vida y se casase con ella. Quería que fuera
lo antes posible.
Se
levantó de la cama y volvió a mirarse en el espejo. Se cepilló de nuevo el
cabello rojo, demasiado rojo en realidad. Evocó los besos que había compartido
el día anterior con Tobías. Unos besos que indicaban que él pretendía llevarla
lo antes posible a la cama.
Había una pequeña
cajita en su tocador que contenía unos cuantos caramelos de menta. Margaret
cogió uno y se lo llevó a la boca para garantizarse así que tuviera buen olor.
Tobías le había mostrado una faceta suya desconocida. Era una coqueta
descarada.
-Tuve que hacerme cargo de la hija de
otro-pensó Margaret con rabia.
En
concreto, se había hecho cargo de Alana. La hija de su hermano mayor. El hombre
que prácticamente había criado a Margaret desde que murieron sus padres.
-Pero la presencia de Alana me está
fastidiando todos mis encuentros con Tobías-se dijo Margaret-Ella duerme en la
habitación que hay contigua a la mía. Podría oírnos…Y Landon duerme en la
habitación contigua a la de Tobías.
Margaret
se había enamorado de él como una jovencita. Como si tuviera la edad de Alana.
Él se había quedado prendado de la belleza de Margaret. Era alta y tenía una
figura escultural. Sin embargo, Tobías solía reírse de su tienda de
antigüedades. Decía que no tenía ningún éxito. Margaret se decía que quizás él
tuviera razón y que la tienda estaba siendo un fracaso. Cuando estaba con
Tobías, la voz de Margaret cambiaba. Por lo general, tenía una voz fuerte y firme,
bastante potente. Pero la suavizaba cuando estaba con él. En la intimidad, la
voz de Margaret se volvía un ronrroneo. Quería que Tobías la desease…
-Y me desea-pensó-Quiere hacerme suya. El
problema es que no sabe cuándo…¡Si no tuviera a Alana incordiando…! ¡Si él no
tuviera a ese sobrino suyo incordiando…! Me gustaría hacer algo para
quitárnoslos de en medio. Pero no sé qué hacer…Tobías puede cansarse de mí.
Otros hombres se cansan enseguida de sus amantes…¿Soy su amante?
Era
algo raro que se considerase su amante. Ella estaba enamorada de él, pero creía
que el significado de la palabra amante era otro…Implicaba una relación
carnal…Y ellos aún no se habían acostado juntos. Pero no tardaría en
pasar…Antes o después…Margaret estaba segura de que Tobías no iba a detenerse
hasta que no la tuviera en su cama. Era un hombre apasionado y sensual y sabía
que Margaret tenía una naturaleza como la suya. El color de su pelo delataba su
verdadera naturaleza. Además, Tobías era un hombre rico y era probable que tuviese
un título, aunque Margaret no sabía nada al respecto. Había leído muchas
novelas románticas. Tobías encajaba a la perfección en la imagen que tenía de
un héroe romántico. Apuesto, viril, duro, salvaje, rico y noble (de título).
Margaret
suspiró al pensar que ella podría ser la heroína de una de esas novelas que
llevaban años cautivando su imaginación. ¡Quizás estuviese viviendo su propia
novela! Y ella era la protagonista…Imaginaba que se encontraba en una situación
de peligro. El malo de la novela la había secuestrado, la había golpeado y
trataba de abusar de ella cuando aparecía él, el héroe, Tobías. Se desharía del
malo en una pelea absurda. Casi no le tocaría. Y el malo moriría de manera
accidental. Y ella, con la ropa hecha jirones y ensangrentada, iría hacia él y
vivirían juntos para siempre.
-Creía que aún seguías dormida, tía Margaret-dijo
Alana entrando de golpe en la habitación de su tía. No había llamado a la
puerta, una fea costumbre que compartía con Landon. Margaret reprimió un nuevo
grito de rabia-Tendrías que haberme dicho que estabas ya despierta.
Algún
día, se juró la mujer en silencio…Algún día, ella y Tobías se desharían de
aquellos entrometidos. ¿Cómo podían consumar su gran amor si nunca estaban
solos?
-Te he dicho mil veces, Al, que llames antes
de entrar-la regañó Margaret. Alana se encogió de hombros. Su tía parecía muy
distinta de un tiempo a aquella parte-¿No ves que podrías sorprenderme en una
situación…comprometida?
-¿Con ese hombre con el que te ves?-se burló Alana-Me
gustaría verlo alguna vez.
Alana
no tenía respeto alguno por la intimidad de su tía y eso se notaba en la manera
en la que se acercó al armario.
-¿Qué vas a hacer?-preguntó Margaret,
disimulando su ira.
-Voy a ver tu ropa-respondió Alana-Me gusta.
Se
acercó al armario donde su tía guardaba la ropa y sacó varios vestidos de
diversos colores para ver si le quedaban bien.
-Son de mujer adulta-le espetó Margaret. Se
levantó y fue hacia el armario para quitarle los vestidos-No son apropiados
para una cría.
-¡Ya no soy una cría, tía!-replicó Alana.
-Para mí lo sigues siendo.
En el fondo, era verdad.
-Ahora, tú puedes hacer otras cosas…además de
casarte-afirmó la mujer.
-¿Cómo cuales?-inquirió Alana.
-No sé…trabajar…vivir sola…
Alana
se echó a reír con la sugerencia de vivir sola.
-Me gusta vivir contigo-afirmó.
Y,
además, trabajaba también en la tienda de antigüedades de Margaret.
Alana
llevaba su largo cabello de color negro como el azabache suelto y Margaret se
sorprendió sintiendo envidia de aquel pelo. Al soltar los vestidos, Alana se
puso a juguetear con un mechón de su pelo, una costumbre que no gustaba nada a Margaret.
La mujer le ordenó que fuera a peinarse para que pareciera medio decente. Alana
se acercó al tocador de su tía y se peinó cogiendo su cepillo y se recogió el
pelo utilizando sus horquillas.
-¿Cuántas veces te he dicho que te peines en
tu cuarto y que uses tu cepillo y tus horquillas?-la regañó Margaret, al borde
de sufrir un ataque de histeria.
-Me gustan más tus horquillas y tu cepillo,
tía-contestó Alana sonriente.
A
sus diecinueve años, tenía algunos rasgos propios de una niña.
-¿Por qué no te vas a tu habitación?-le pidió Margaret,
intentando ser amable-Tengo mucho que hacer aquí. ¡Vete por favor!
-¡Pero si no haces nada aquí!-se burló Alana.
-Quiero estar sola.
-Me imagino lo que harás aquí sola…Sobre todo,
si piensas en ese guapísimo hombre que te ronda…
Margaret
alzó la vista al cielo y se preguntó qué había hecho ella para merecer una sobrina
tan descarada. De no haber sido ella tan bajita y Alana tan alta, le habría
cruzado la cara de un bofetón. Era lo que se merecía aquella egoísta descarada.
Margaret se merecía ser feliz al lado de su hermoso Tobías. Pero parecía que
los egoístas sobrinos de ambos habían conjurado un plan para que no pudieran
estar juntos. ¡Y Alana se reía de ella!
-¡No pienso hacer nada!-casi chilló Margaret.
-Te creo-dijo Alana sin dejar de sonreír.
Margaret
llevaba puesto un llamativo vestido rojo aquella mañana, por cierto.
Tenía
la sensación de que podía ver a Tobías en cualquier momento.
-¿Cuándo piensas invitarle a dormir aquí,
tía?-preguntó Alana, sin pudor alguno.
-Cuando tú te hayas ido-pensó Margaret, pero no contestó. No quería que
su sobrina se enfadase con ella.
-¿Crees que quiere casarse contigo?-preguntó Alana.
-Aún es pronto para hablar de matrimonio, ¿no crees?-respondió Margaret
sonrojándose-Tobías y yo nos conocemos desde hace poco. Me gustaría conocerle
mejor…Pero eso no significa que él y yo vayamos…Hay temas que preferiría no comentar delante
de ti. Y éste es uno de ellos. Algún día, cuando vayas a casarte, hablaremos de
este asunto…Mientras tanto, no.
-Ya no soy una niña, tía; te lo he dicho
antes. Y, además, no nos llevamos tantos años de diferencia.
-Mi vida amorosa es asunto mío, Al; como será
asunto tuyo la tuya…cuando tengas algún pretendiente.
La
vida amorosa de Alana también era asunto de Margaret. Quería que deshacerse de
su sobrina. Pero también quería que se casara con algún pretendiente rico.
Alana
sonrió burlona.
-Puede que nunca me case-aseguró-Puede que me
quede contigo durante el resto de mi vida. Sería un plan genial.
-Sería un plan horrible porque tienes que
casarte alguna vez, Al. No me gustaría que el apellido de nuestra familia
muriera con mi hermano.
-Pero tú eres joven aún, tía Margaret. Siempre
te puedes casar con ese hombre…con el tal Tobías, y tener hijos con él.
-Tú eres joven y hermosa, así que puedes tener también una salud de
hierro y un vientre capaz de engendrar muchos hijos-pensó Margaret.
-Aún eres joven-insistió Alana-Siempre puedes
quedarte embarazada y dar a luz a un niño sano.
-En todo caso, la que hará eso por mí serás
tú.
-Puede que nunca me case; no he conocido al
hombre de mi vida.
Margaret
contempló con ojo crítico a su sobrina. La juventud y la belleza de Alana eran
algo que la ponía nerviosa. Era un recordatorio de que ella se estaba haciendo
vieja. Estaba perdiendo la belleza.
Parecía
un ángel recién caído del cielo, pensó Margaret. Pero ella era quién se apoyaba
en el fuerte cuerpo de Tobías, se dijo. Él se había fijado en Margaret, a pesar
de que no era joven. A pesar de que era una mujer bajita y a pesar de su
llamativo cabello rojo sangre.
Alana
era joven, pero jamás despertaría deseo alguno en los hombres. No era
llamativa. Era hermosa, pero no llamativa. Los hombres preferían a las mujeres
que pudiesen despertar su líbido, como Margaret.
-Aún eres joven-dijo la mujer-Aún te queda
todo el tiempo del mundo. A mí se me está agotando.
Margaret
observó a su alta y esbelta sobrina. Observó su holgado moño y su pelo negro y
liso. Ella tenía todo el tiempo del mundo a su disposición, se dijo con
tristeza. Tobías era para Margaret su última oportunidad…Era una mujer fogosa
por naturaleza. Sin embargo, nunca antes había experimentado lo que era la
pasión ni el deseo hasta que le conoció.
Alana
dio varias vueltas por la habitación.
Margaret se estaba empezando a poner nerviosa. Alana poseía el don de ponerla nerviosa.
¿Acaso su sobrina no entendía que ella necesitaba tener su propio espacio? Alana nunca la dejaba en paz. Parecía disfrutar molestándola.
-Quizás luego, cuando sea la hora del té, me deje caer por su casa para darle una sorpresa y la invite a dormir aquí-sugirió para sí y en voz alta Alana.
Margaret se estaba empezando a poner nerviosa. Alana poseía el don de ponerla nerviosa.
¿Acaso su sobrina no entendía que ella necesitaba tener su propio espacio? Alana nunca la dejaba en paz. Parecía disfrutar molestándola.
Fue Lucy la que enseñó a Alana a arreglarse.
Antes, recordó Margaret, su sobrina era bastante descuidada con su aspecto. Fue
Lucy la que la enseñó a peinarse, a hacerse complicados peinados y a vestirse
con elegancia. Era su mejor amiga. La única amiga que Alana tenía.
Su
sobrina volvió a sonreír. Margaret creyó odiarla. Odiaba el carácter alegre y
pizpireta de Alana.
Margaret
nunca había sido así de pequeña y, la verdad sea dicha, tampoco lo era ahora de
mayor.
Margaret
pensó en su hermano, el padre de Alana, y en las cosas que hacían juntos cuando
eran pequeños.
Iban
mucho de excursión al campo o a la playa. Margaret adoraba a su hermano, pues
era un niño intrépido y aventurero. Se había pasado media vida intentando
imitarle en todo. Lo único que había conseguido hasta aquel entonces era
fracasar en sus esfuerzos en ser como él.
Le
habló a Margaret de cómo quería que fuese su fiesta de cumpleaños. Ya tenía diecinueve años. Pero todavía no lo había celebrado de manera oficial. Quería lucir un vestido
nuevo. Quería que Lucy se encargase de hacerle el peinado. Quería que su tía
estuviera a su lado. ¿Y si se rompía el tocadiscos? ¿Debía de comprar algún disco nuevo? ¡Estaba tan nerviosa!
La fiesta se celebraría, por supuesto, en casa de Margaret. Y ella debía de estar presente.
No se fiaba de dejar a Alana sola en casa.
La última vez que dejó a su sobrina sola en casa fue una noche en que salió para ir a cenar con Tobías. Regresó de madrugada.
Encontró a Alana bailando descalza encima del sofá. Pero había más gente en la casa. Vio una enorme mancha de Coca-Cola en su sillón favorito. Lucy estaba en el cuarto de baño vomitando. Había bebido más de la cuenta.
Margaret estuvo gritando hasta que se quedó afónica.
Castigó a Alana encerrándola en su habitación.
Amenazó con enviarla a un convento. Con enviarla a un reformatorio.
Sus amenazas cayeron en saco roto. Alana parecía ignorarla completamente.
Le aseguró que volvería a hacerlo. Ni siquiera le quedó a Margaret el consuelo de darle un bofetón. Alana le devolvería el bofetón, posiblemente. Vivir con ella era una batalla constante para Margaret.
-Como todas las chicas-dijo Alana encogiéndose
de hombros, fingiendo indiferencia-Soy como todas las chicas. Al menos, en ese
aspecto.
-Eso significa que eres normal-apostilló Margaret
con intención.
-Tú también eres una persona normal, tía. Hay
muchas mujeres como tú. Quiero decir que hay miles de mujeres pelirrojas,
bajitas y con los ojos de color topacio. Como los tuyos. Sé que te consideras
algo especial por ello. Y perdóname si te quito la ilusión de que lo seas.
-Parece que últimamente lo haces y lo dices
todo con la intención de herir, Al.
-Bueno, eso es algo que tú también haces.
-Pero yo tengo motivos…Yo soy la dueña de una
tienda de antigüedades que va de mal en peor. Yo me he enamorado cuando pensé
que jamás volvería a enamorarme. Y tengo miedo. Tengo miedo de que Tobías me
deje por otra. Puede hacerlo en cualquier momento. Sé cómo funcionan las mentes
de los hombres.
-Yo no sé cómo funcionan. Pero algún día me
enamoraré y descubriré cómo son los hombres.
-Una chica como tú y Lucy jamás se enamora. Acaba casándose ante el
temor de quedarse soltera para siempre. La sociedad desprecia a las solteronas.
Lo sé…
-La verdad es que hoy no me apetece ir a casa
de Lucy, tía Margaret-contestó Alana.
-Me preocupa que se acabe peleando contigo por cualquier tontería.-Quizás luego, cuando sea la hora del té, me deje caer por su casa para darle una sorpresa y la invite a dormir aquí-sugirió para sí y en voz alta Alana.
Si
Lucy pasaba otra noche allí, Margaret acabaría odiándola a ella también. ¿Qué
era lo que pretendía Alana? ¿Acaso estaba pensando en traer a su mejor amiga a
vivir con ellas? ¡Era demasiado! Estaba dentro de los límites de la paciencia
de Margaret.
-¿Y por qué quieres que pase la noche
aquí?-preguntó la mujer.
Alana
se encogió de hombros. A veces, actuaba con cierta indiferencia. Como si no le
importasen nada los sentimientos de su tía.
Margaret
tenía la sensación de que a su sobrina no le importaban nada sus sentimientos.
-No lo sé-respondió de forma vaga. La mirada
de Margaret se endureció al posarla sobre Alana-Quizás sea porque me gusta que
esté aquí. Te hacemos compañía.
¡Pero no quiero que me hagas compañía!, estuvo a punto de gritar Margaret. Tan sólo quiero que me dejes en paz.
Margaret se rió al pensar que Lucy podía ser
guapa. No lo era. Como tampoco lo era Alana. Si alguna de las dos hubiese sido medianamente
bonitas, Tobías se habría fijado en ellas. Pero Tobías la quería a ella, a Margaret…A
la pelirroja bajita con los ojos de color topacio. La deseaba a ella por su
llamativa belleza. Sus besos apasionados…sus abrazos…la promesa que encerraban
sus caricias…Tobías se lo decía así: te deseo, Margaret.
Alguna
vez, se juró ella. Alguna vez, estarían juntos en cuerpo, mente y corazón.
Parecía una jovencita cursi hablando así. Así era cómo hablaban Alana y Lucy.
¿Hubo alguna vez una época en la que Margaret había sido así de tonta? Si fue
así, no se acordaba. Margaret siempre se había caracterizado por ser una mujer
práctica. Tenía sentido común a una edad temprana. Ella había sido una niña
precoz, muy inteligente y demasiado espabilada. No quiso que su hermano la
protegiese, alegando que sabía defenderse. Éste la creyó. En muchos aspectos, Margaret
era más fuerte que él, pese a que él era el mayor. Era dura mientras que él era
débil.
Alana se acercó al
tocador de su tía y se pellizcó las mejillas.
Alana le dio un cariñoso abrazo a su tía y
aprovechó el momento para coger un caramelo de menta de su cajita del tocador.
-¡Eso no se hace!-la reprendió Margaret.
-Los caramelos son de todos-sonrió Alana
llevándose el caramelo a la boca-No seas egoísta. No te va nada ser egoísta.
-Cómprate tú los caramelos, gorrona.
El día todavía no había terminado.
Margaret tuvo que quedarse hasta muy tarde en la tienda haciendo inventario.
Era ya cerca de la medianoche cuando Margaret regresó a casa.
Para su sorpresa, encontró ropa esparcida desde el recibidor hasta la sala de estar.
Reconoció los pantalones que había llevado puestos su sobrina Alana durante todo el día. Y a su lado había ropa que era, sin duda, de un hombre.
Margaret creyó que se moriría de horror y de vergüenza cuando entró en la sala de estar.
Alana yacía acostada en el sofá. Y encima de ella estaba Landon. ¡Landon, el sobrino de Tobías!
¡Y los dos estaban medio desnudos!
Landon besaba a Alana de manera apasionada. La estaba abrazando con fuerza. Y sus manos acariciaban los rincones más íntimos del cuerpo de Alana.
Margaret quiso gritar. Quiso ponerse a romper todo lo que encontraba en la casa. Pero no podía.
Tardó en reaccionar.
Salió fuera de casa. Se dio cuenta de que estaba temblando de manera violenta. Rompió a llorar cuando entendió que no podía desentenderse de Alana. A pesar de los pesares, ella seguía siendo su sobrina.
¡Es una egoísta!, pensó Margaret con rabia.
Uy creo que Margareth es mucho peor a su sobrina , ella tiene la culpa de haberla criado así. Te mando un b eso y buen relato
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