jueves, 21 de febrero de 2013

VOLVERÁS

Hola a todos.
Lo prometido es deuda. Aquí tenéis el final de Volverás. 
Espero, de corazón, que os guste.
¡Y también espero no estar cometiendo mucho gazapos históricos!


                Nicholas se hallaba en el interior de la tienda de campaña. No veía el rostro del médico que pugnaba por extraerle del brazo la bala. Le había herido un soldado inglés.
               Por suerte, aquel maldito había tenido mala puntería.
               Nicholas le había disparado a bocajarro en el pecho. Estaba convencido de que le había matado. Pero no tardó en sentir un agudo dolor en el brazo, muy cerca del hombro. La sangre empezó a manar y Nicholas se tambaleó. Se lo llevaron a toda prisa del campo de batalla.
                El combate seguía fuera. Le habían comentado que los suyos estaban perdiendo. ¿Para esto estamos luchando?, se preguntó Nicholas. ¿Por qué ideal estamos peleando? Queremos que la gente sea igual.
                En su fuero interno, sabía que el verdadero motivo también estaba en la ambición. Dos hombres peleaban por sus egos.
                 Wellington y Napoleón Bonaparte...
                 Nicholas ahogó un grito de dolor cuando el doctor le extrajo, finalmente, la bala.
                 No quiero morir, pensó. No quería morir escuchando el sonido de los disparos. No quería morir oyendo gritar de dolor a sus propios compañeros. No quería morir en aquel lugar. Hizo ademán de moverse. Pero el médico le detuvo.
-Tiene que quedarse quieto-le ordenó-Podría sufrir una hemorragia.
                Apretó un paño empapado en agua con fuerza contra el lugar de donde le había extraído la bala. Estaba sangrando. No quiero morir lejos de Cecile, pensó Nicholas. No quiero morir sin verla.
                  Su mente voló atrás en el tiempo.
                   Cuando vio por primera vez a Cecile, Nicholas se quedó sin habla.
                  Tuvo la sensación de que estaba viendo a una sirena. Con la excepción de que Cecile tenía piernas.
                  Enamorarse no entraba en los planes de Nicholas. Había llegado a Burhou buscando olvidar.
-No quiero morir sin ver antes a Cecile-le dijo al médico-No quiero morir aquí porque no puedo verla.
-Cálmese-le exhortó el doctor que le estaba atendiendo-Y estese quieto. Si se mueve, sangrará.

       
                 Repasó mentalmente todas las cartas que le había escrito Cecile a lo largo de aquellos meses de separación. Se sabía de memoria cada una de las palabras que ella le había escrito. Las recitó de memoria para sí mismo.

                  La vida sigue su curso aquí en la isla. 
                  Pero me siento sola. 
                 La falta de noticias me mata. Pienso que te ha podido pasar algo. Que, a lo mejor, has caído en poder de los hombres de Wellington. Y que estés sufriendo por su culpa. 
               Te ruego, mi amado Nicholas, que te cuides. Pienso en ti a todas horas. Sufro por tu ausencia. Me faltas tú en mi vida. Te amo tanto que no sabría qué hacer sin ti. 

-Yo también te amo, mi querida Cecile-pensaba Nicholas.

               El escándalo que Cecile protagonizó en París no tuvo parangón a los ojos de la sociedad. ¿Cómo se había atrevido a abandonar a Eduard? Fue Cecile la que tomó la decisión de romper con todo lo que la ataba a él. Al menos, no habían tenido hijos. Durante diez años, Cecile cerró los ojos. Y no quiso ver que su matrimonio era una farsa.
                 Juliette, su hermana menor, la apoyó y fue idea suya que se refugiara lo más lejos posible de París. De aquella manera, evitaría los cotilleos. Y no tendría que estar viendo permanentemente a aquel cerdo que tenía por marido. A Cecile le pareció buena la idea.
                Por culpa de su marido, había derramado demasiadas lágrimas. Lo había amado de verdad sólo para acabar viéndose despreciada por él. Cecile no lo merecía.
                Pensar en Eduard le hacía daño todavía. A pesar del tiempo transcurrido...
                No quiso escuchar los cotilleos que corrían sobre Eduard y había tratado de pensar que su matrimonio iba bien.
-No eres feliz-observó un día Juliette cuando fue a verla a su casa.
               Cecile apartó la vista de su hermana y se centró en mirar la chimenea del salón. Estaba apagada.
-Amo a Eduard-afirmó.
-Me parece que ya no estás enamorada de él-afirmó Juliette.
-¿Cómo puedes decir tal disparate? ¡Es mi marido!
-Te obligas a ti misma a quererlo. Piensas que es tu deber permanecer atada a él.
-Eduard también me quiere.
-No es verdad. En el fondo, lo sabes.
 -Deberías de pensar más en ti misma. Vas camino de convertirte en una solterona. ¡Aún no te has casado! ¿Y te permites darme consejos?
                  Juliette se echó a reír.
-Eres mi hermana mayor-le recordó-Y nunca me escuchas.
-Y tú eres mi hermana menor-apuntó Cecile.
                  La verdad era que no tenía de qué quejarse. Vivía en una lujosa casa. Muy cerca de la catedral...Tenía un amplio jardín. Podía perderse por el jardín si era su deseo. Su perro, un caniche, la seguía cuando se retiraba a leer al cenador, que estaba en mitad del jardín. Y Eduard era un buen marido.
                     Cecile quería seguir considerándole como el Príncipe Azul. Se había fugado con él. Le tocaba aguantarle.
-Pero decidí no hacerlo-pensaba-Huí de él. Hice lo mejor. Pero me acusan de todo.
                  Entonces, la vida de Cecile cambió. Encontró a su marido en el cenador en compañía de su joven y muy atractiva ama de llaves. La tenía entre sus brazos. Aquello fue la gota que colmó la paciencia de Cecile. Furiosa, entró de nuevo en la casa. Eduard la seguía mientras intentaba abrocharse los pantalones.
-¿Dónde vas?-le preguntó.
-¡Me voy!-le respondió Cecile-¡Te dejo!
-¡No puedes hacer eso! ¡Soy tu marido!
-Pues te repudio. ¿No decimos que somos todos iguales? ¡Pues te repudio yo a ti!
                Eduard intentó retenerla. Pero fue inútil. Cecile estaba dispuesta a protagonizar el mayor escándalo que jamás había habido en la ciudad de París. Poco le importaba.
                Mientras hacía el equipaje, Cecile se juró así misma que no volvería a confiar en un hombre. Eduard le había enseñado que todos los hombres eran unos cerdos y unos mentirosos y ella no iba a sucumbir ante los encantos de ninguno de ellos. Habían muerto. Salió de la enorme casa y lamentó no poder llevarse a su perro con ella. Éste prefirió a Eduard.
                Regresó a casa de sus padres. No quería ver a Eduard las veces que fue a buscarla allí. Sus padres estaban preocupados. Intentaban buscarle un marido a Juliette y la presencia de Cecile en casa se lo impedía. Su hija mayor había protagonizado un gran escándalo cuando se fugó con Eduard e iba por el mismo camino si se negaba a volver a casa con él. Ella no quiso escuchar a nadie. Aún veía a Eduard con el ama de llaves en brazos. Sabía que no era la primera vez que la engañaba. Pero había querido tener los ojos cerrados.
                Habían pasado dos años desde que Cecile abandonó a Eduard.
                 Dos años que habían transcurrido lentamente. Aquel hombre había matado el amor que Cecile le había profesado. Un amor que había sido sincero. Que había sido puro. La mujer había llorado mucho por culpa del desamor de Eduard. La herida que éste le había infringido le dolía. A pesar del tiempo transcurrido...De que ya no le había vuelto a ver. No quería ver a nadie. La sociedad la culpaba a ella de todo. No quería volver a enfrentarse al mundo. Porque sabía que el mundo no le iba a perdonar lo que había hecho. No podía seguir viviendo en una mentira. Por eso, había acabado abandonando a Eduard.
               Juliette tuvo la idea. Le habló de pasar una larga temporada en Burhou, lejos del mundo que la rodeaba.                


                                 En un primer momento, Cecile se opuso a la idea de su hermana. Sin embargo, necesitaba escapar de París. A pesar de que fingía que no le importaban, los comentarios que escuchaba de la gente le hacían mucho daño. Y Eduard vivía muy cerca de la casa de sus padres.
                            Alquiló una pequeña casita en Burhou. Era un lugar bastante acogedor. A los pocos días de llegar a la isla, empezó a sentirse mejor consigo misma. No podía olvidar sus problemas. Pero no vivía tan pendiente de los demás. Los vecinos eran discretos.
                        Finalmente, muy a su pesar, Cecile tuvo que admitir que la idea que había tenido Juliette de que se retirara del mundo durante, al menos, una larga temporada, había sido muy buena. Antes o después, tendría que regresar a París. Pero, de momento, se conformaba con vivir en aquel trozo abandonado. Su Paraíso particular...
                      Y, de pronto, otro hombre apareció en su vida. Nicholas Jancour...
                      No tenía nada que ver con Eduard y, de hecho, era lo más opuesto a su marido que jamás había conocido. Eso le agradó. Era de carácter dulce. Se llevaba bien con todo el mundo. Era generoso. Y, además, era increíblemente apuesto. Sus ojos de color azul turquesa no tardaron en conquistarla. ¡Y eso que Cecile se había jurado no volver a mirar nunca más a un hombre! Pero Nicholas le demostró que no se parecía en nada a Eduard.
                      Era natural de Marsella. Había trabajado como abogado en un conocido bufete de la ciudad. Se había retirado a la isla huyendo de la soledad que le embargaba, aunque, de vez en cuando, seguía yendo a Marsella. No había dejado de trabajar. Intentaba ayudar en todo lo que podía a aquellos que más lo necesitaban. Su mujer había muerto. Tampoco habían tenido hijos y, cuando murió su esposa tras una larga y penosa enfermedad, Nicholas no pudo soportar vivir en la casa que habían compartido y puso tierra por medio. También él se había jurado así mismo que no iba a volver a mirar a ninguna otra mujer. No fue así. Todo cambió cuando apareció Cecile en Burhou.
                    Se enamoró de ella nada más verla. Cecile venía acompañada por un aura de soledad y de misterio que atrajo su atención de manera poderosa. Intuyó que ella también estaba huyendo de algún recuerdo que le hacía daño. Lo podía advertir en su mirada. En cómo evitaba a la gente.
                    Muy a su pesar, fue amor a primera vista. Si bien, a Nicholas le costó trabajo convencer a Cecile de que debía de darle otra oportunidad al amor. En una cala, le robó su primer beso. Finalmente, Cecile le contó su historia a Nicholas. Él se mostró comprensivo y dijo que Eduard era el mayor cerdo del mundo. Que no se la merecía.
                   Juntos pasaron los días más maravillosos que ambos jamás habían vivido. De aquella manera, empezaron a cerrarse todas las heridas que ambos tenían abiertas y se dieron una nueva oportunidad para amar. Y para ser felices.
                   Finalmente, una noche, Cecile se entregó a Nicholas. Fue allí mismo. En la playa...Con la Luna llena en lo alto del cielo como testigo...Los dos acabaron medio desnudos sobre la arena. Nicholas llenó cada centímetro de su piel de besos apasionados. Lamió cada centímetro de su cuerpo. Y se juraron amor eterno.
                   Desde entonces, habían pasado juntos todas las noches. Durante tres maravillosos meses, habían sido marido y mujer. No estaban casados a los ojos de los hombres, pues Eduard vivía. Pero Cecile sí se sentía casada con Nicholas. Había descubierto lo que era el deseo entre los brazos de Nicholas. Se dejaba llevar por los besos que él le daba y se entregaba a la pasión que despertaba en ella.
                 El amor que se profesaban era auténtico. Cecile comprendía que nunca había estado enamorada de Eduard. Sólo se había sentido fascinada por él porque era carismático y ella era en aquella época una debutante inexperta.

-¿Cómo que partes para el frente?-le preguntó un día en la playa Cecile a Nicholas.
                El hombre estaba leyendo atónito una carta que había recibido aquella misma mañana.
-Me obligan a partir la semana que viene-respondió.
               No se podía creer lo que estaba leyendo.
-¡Eso es ridículo!-exclamó Cecile-¡No eres un soldado!
-El Emperador necesita hombres-afirmó Nicholas-Y yo no soy ningún cobarde. Lucharé. Mi honor me obliga a luchar.
-¿Y qué te dice tu sentido común?
-Mi sentido común no habla. Pero mi corazón me pide que me quede aquí contigo. Pero...No puedo, Cecile. No puedo.
               A pesar de las protestas de Cecile y con todo el dolor del mundo, Nicholas se vio obligado a abandonar la isla que se había convertido en su hogar y marchar en dirección al frente, donde le estaban esperando.

                   Cecile intentaba contener las lágrimas que se agolpaban en sus ojos con el recuerdo de Nicholas, que estaba lejos de ella.
                     Salió de su casa aquella tarde y comenzó a pasear descalza por la orilla de la playa. Veía en la distancia cómo poco a poco las barcas de los pescadores regresaban a la playa. Hacía días que no sabía nada de Nicholas. Se preguntaba si le habría pasado algo. Las tropas francesas no estaban consiguiendo nada en España. Pese a que el hermano de Napoleón, José Bonaparte, se había coronado Rey de aquel país.
                    Cecile se detuvo. El mar estaba en calma. Una gaviota se lanzó en picado sobre el agua y no tardó en aparecer portando en su pico un pez que acababa de pescar. Cecile sonrió con aquella imagen. No era muy creyente porque su familia no era nada religiosa. Sin embargo, a su manera, Cecile había rezado por el feliz regreso de Nicholas a la isla. A pesar de su manera de pensar, le repugnaba el que los revolucionarios hubiesen quemado Iglesias y conventos. Cecile respetaba las creencias de las personas. Seguía teniendo fe en la Revolución. Pero había llegado a la conclusión de que ésta había sido dirigida por las personas menos indicadas. Y que gente como Robespierre sólo se querían así mismos. Aún recordaba cómo Robespierre bajó de una montaña disfrazado como un dios de la mitología griega. La gente pensó que se había vuelto loco. Cecile también lo pensó, a pesar de que era una niña cuando ocurrió aquéllo.
                   Nicholas estaba muy lejos de ella. Estaba peleando en una guerra que consideraba injusta. Pero estaba luchando por su honor. Por el honor de su país...Porque Nicholas era tan patriota como lo era Cecile.
                   Pese a que no confiaba nada en Napoleón, al que creía que estaba tan loco como lo estuvo en su día Robespierre.
                     De pronto, Cecile tuvo la sensación de que no estaba sola. Nicholas está conmigo en espíritu, pensó. Si pienso en él, no me siento tan sola porque creo que está a mi lado. El recuerdo de Nicholas había sido su sostén desde que ambos se vieron obligados a separarse meses antes, cuando él tuvo que partir para unirse a un contingente de tropas. Estaba luchando por el Emperador.
                   Estará bien y volverá pronto a casa, pensó.
                   Se echó el chal por encima de los hombros. Tenía frío.
                  Caminaba descalza por la arena de la playa. Al final, decidió despojarse de los zapatos. También decidió quitarse las medias. El caminar descalza mientras las olas mojaban sus pies desnudos le daba una sensación de libertad.
                   Sus padres se echarían las manos a la cabeza si la vieran. Sabían ya que se había enamorado de otro hombre. El escándalo en París sería todavía mayúsculo. ¡Seguía casada con Eduard! ¡Pero se arrojaba a los brazos de otro hombre!
                 En aquel momento, una barca se adentró en la pequeña ensenada de la isla. Nicholas saltó a la arena y buscó a Cecile con la mirada. En casa, pensó. Estaba de nuevo en Burhou y no tardaría mucho en estar de nuevo al lado de Cecile.
                 Durante el tiempo que estuvo guardando reposo, había pensado en ella a cada instante. Tenía que llevar el brazo en cabestrillo.
                 Había tenido fiebre muy alta. Se le había infectado la herida. Y, en su delirio, llamaba a gritos a Cecile.
-¡Cecile!-gritó.
                 La mujer escuchó el grito. Se detuvo en seco al reconocer la voz de Nicholas.
                 Se dio la vuelta y miró por todas partes hasta que sus ojos se detuvieron en la pequeña ensenada. Nicholas estaba allí, con el brazo alzado a modo de saludo. Su otro brazo lo llevaba en cabestrillo. ¡Pero no importaba! ¡Estaba de nuevo allí! El corazón de Cecile empezó a latir muy deprisa.
-¡Nicholas!-chilló.
                    Con el corazón lleno de júbilo, Cecile echó a correr hacia donde estaba Nicholas. Se arrojó en sus brazos. Nicholas llenó de besos el rostro de su amada.
-¡Has vuelto!-gritó.
-Te amo, Cecile-le confesó-Tenía que volver porque te amo.
-Yo también te amo.
-Nada ni nadie me volverá a separar de ti. ¡Te lo juro!
                   Nicholas buscó los labios de Cecile. Los dos se fundieron en un apasionado beso. Nunca más volverían a separarse. Estarían siempre juntos. El amor que se profesaban no acabaría nunca.

FIN

miércoles, 20 de febrero de 2013

VOLVERÁS

Hola a todos.
Os dejo hoy con este relato que espero que os guste.
Hablo de la fuerza del amor. De que no existen obstáculos cuando se quiere de verdad a una personas. Trata sobre la Guerra de la Independencia. Siempre la he visto más como una guerra de Napoleón con el resto del mundo. He intentado contarla desde la otra parte. Es decir, desde el punto de vista de los franceses y de aquéllos que fueron aliados de Napoleón.
Espero que os guste. ¡No olvidéis comentar!
Lo he dividido en dos partes.
Si queréis disfrutar de historias cargadas de pasión en pequeñas dosis, éste es vuestro blog.

VOLVERÁS

BURHOU, BAILIAZGO DE GUERSNEY, EN EL CANAL DE LA MANCHA, 1810
               

                     Los días pasaban lentamente.
                    Intentaba no dejarse llevar por la preocupación. A lo lejos, el sonido de los disparos de cañón la sobresaltaba.
                     Creía estar escuchando gritos de dolor. De gente que caía muerta al suelo.
                      Cecile trató de tranquilizarse. Estaba lejos del campo de batalla. Ni una sola bala le alcanzaría. Pero eso no era lo que más le preocupaba. Nicholas estaba peleando en el frente.
                       Cuando Cecile sentía que no podía más, releía las cartas que Nicholas le había escrito. La vida en el frente era muy dura. Nicholas pasaba largas horas caminando.
                     Poco le importaba a su superior el clima. Caminaba bajo un Sol abrasador. Había estado durante cuatro horas caminando bajo una intensa lluvia. Habían pasado muchas noches a la intemperie, en mitad de fuertes nevadas. Y sin la protección de una tienda de campaña...Pasaban hambre. Pasaban frío.
                   Cecile y Nicholas se amaban. Se amaban desde siempre. Al menos, así lo pensaban. La realidad era que hacía poco que se conocían.
                 Pero parecían que se conocían de toda la vida.
                   Nicholas decía que él y Cecile se habían conocido en una vida pasada. Y que se habían amado de manera intensa. Por diversas adversidades, se vieron obligados a separarse. Pero no habían dejado de amarse. Y se habían buscado a lo largo de aquellos años.
              Cecile creía que Nicholas estaba exagerando. Pero, al releer sus cartas, tuvo la sensación de que hablaba en serio. Guardaba aquellas cartas en un cajón de la mesilla de noche de su habitación. Las había atado con un hilo fino. Lo cortaba con las tijeras. Y, cuando acababa de releer las cartas, lo volvía a anudar. Así siempre...Todos los días...
                 De aquella manera, Cecile no se sentía tan sola. Ni las visitas que le hacía su hermana la distraían.
                 Porque Nicholas estaba lejos. Porque no sabía cuándo iba a regresar. Porque Cecile tenía miedo.
                   No debía de dejarse llevar por el miedo. Nicholas le había confesado que él también estaba aterrorizado.
                 Pero se tranquilizaba pensando en ella. El recuerdo de Cecile le acompañaba a todas horas. Al pensar en ella, el miedo desaparecía.

                   En el frente, Nicholas cerraba los ojos y el aire le traía el sonido de la voz de Cecile. El pensar en ella era el motor que le impulsaba a seguir. El que le hacía no pensar en lo que estaba haciendo.
-¡Atención, tropa!-gritaba el superior-¡Apunten! ¡Disparen! ¡Fuego!
                  El sonido del disparo...
                  Luego...Todo quedaba en silencio. Cuando los disparos cesaban, se hacía el silencio. Lo cubría todo. Más allá de aquella humareda de polvo...De la sangre que cubría la tierra.
                   Nicholas pensaba en volver a ver a Cecile. Sentía las manos de ella acariciando su pelo. Aún sentía sobre su piel los besos que ella le daba. Sus manos que le acariciaban. ¿Cuándo volvería a estar a su lado? ¿Cuándo volvería a besarla? Saldré vivo de aquí, pensó Nicholas. Pero veía el campo de batalla lleno de cadáveres. Y volvían las dudas a él. Se preguntó si valía la pena seguir luchando.
                   
                  Los vecinos se quejaban de la presencia de conejos en la isla.
-¡Siempre se están colando en nuestras casas!-protestaban-¡Lo rompen todo!
                  Cecile tenía a una única criada en su casa trabajando. Le hacía compañía. A pesar de que apenas se hablaban. La mujer tenía la costumbre de cantar mientras hacía la comida. Se sentía extraña viviendo en aquella pequeña isla. Vivía en una casa bastante más grande y lujosa que la casa de sus vecinos. Desde la ventana de su habitación, podía ver cómo los barcos de pescadores se adentraban en alta mar en busca de capturas jugosas. Esas capturas les servirían para mantener a sus familias. Pero el mar era traicionero. A veces, se cobraba la vida de alguna persona. Y casi nunca devolvía su cadáver a la arena de la playa.
                 Burhou era una isla aislada. Vivían muy pocas personas en ella. Quizás, por eso, había atraído la atención de Cecile. Ya no era una niña. De alguna manera, estaba escapando de sí misma.
                 Las barcas se encontraban en una pequeña ensenada. Cuando hacía mal tiempo, resultaba imposible para los pescadores que vivían en la isla regresar a sus casas. De noche, a Cecile le costaba trabajo dormir. Escuchaba el sonido del viento en los días en los que soplaba con fuerza. Las olas rugían con rabia. Tenía la sensación de que, en cualquier momento, el mar acabaría llevándose las pocas casas que había en la isla. Y no quedaría nadie.
                  Una isla...Una isla desolada...Una isla solitaria...Y pocas personas viviendo en ella.

                 En el pasado, la vida de Cecile había sido muy distinta. La adolescencia la llegó apenas finalizado el periodo del Terror en Francia. Pertenecía a una familia burguesa parisina. Era la mayor de dos hermanas.
                    Su familia siempre había sido partidaria de la Revolución. Cecile había estado presente cuando ajusticiaron a la Reina María Antonieta. A pesar de que la Reina siempre le había inspirado antipatía, Cecile tuvo la sensación de que no merecía morir. Y, menos, de un modo tan salvaje. Guillotinada en público... Ante cientos de personas que gritaron entusiasmadas cuando su cabeza fue mostrada. Fue un espectáculo horrible. A Cecile le entraron ganas de vomitar.

                 Años después, se celebró la puesta de largo de Cecile.
                 La joven recordaba aquellos días de manera vaga y lejana. Recordaba haber recorrido con su madre todas las tiendas de París. Haberse probado centenares de pares de zapatos. Haberse comprado todos los sombreros de Francia. Perdió la cuenta de las veces que tuvo que ir a la modista. Una de aquellas veces fue para que le tomaran medidas. La siguiente vez fue para mirar telas. Todas de colores claros... Blanco...Rosa...
                Junto con Cecile, fueron presentadas en sociedad otras jovencitas.
               Ella siempre tuvo claro que no era la más guapa de toda la ciudad. Tampoco era la más rica.
               Sin embargo, tuvo suerte.
               En su primera temporada en sociedad, Cecile conoció a Eduard Dupont. Se trataba de un hombre bastante adinerado.
               Corrían muchos rumores acerca de aquel hombre.
               Se decía que había sido un contrarrevolucionario. Que apoyaba de manera ciega a los ingleses. Cecile no tardó en ver que todo lo que se decía de Eduard era verdad. Pero aquel hombre la había hechizado de tal modo que no podía ver nada más. Eduard fue el primer hombre que le robó un beso a Cecile. Eso sería algo que ella nunca olvidaría.
-Te quiero más que a mi vida, Cecile-le decía Eduard.
               Se veían a escondidas a orillas del río Sena. Eduard besaba a Cecile en la mejilla. La joven sentía que estaba flotando en el aire. Vivía con intensidad aquel primer amor. Eduard, por su parte, se dejaba querer.
-Huyamos-le pedía Cecile.
-No sé bien adónde iremos-se excusaba Eduard.
-¡Vayámonos lejos de aquí! ¡A cualquier parte!
               Fue inútil intentar hacerla entrar en razón. Cecile acabó huyendo con Eduard.
               Para cuando fueron encontrados, ya era demasiado tarde. Ya estaban casados. Eduard no estaba enamorado de Cecile. Pero eso ella no lo vio en aquel primer momento. Eduard había intentado captar a debutantes más ricas que ella. No lo había conseguido.
              Si bien la dote de Cecile no era espectacular, sí le sirvió para pagar sus deudas. Ella no tardó en enterarse. Aún así, pensó que su marido era un hombre honrado. Pagaba lo que debía. Quería confiar en Eduard.
              Los años fueron pasando. Cecile se encontró, de pronto, atrapada en un matrimonio sin amor.


                      De aquella manera, pasaron diez años en la vida de Cecile. Para entonces, fue coronado Emperador del país un joven militar llamado Napoleón Bonaparte. Era terriblemente ambicioso. Desde el primer momento, Cecile desconfió de él. Tenía la sensación de que acabaría echando por tierra todos los principios de la Revolución.
                    Su matrimonio, mientras, iba a la deriva.
                    Ella y Eduard habían empezado a discutir. Sin embargo, con el paso del tiempo, dejaron de discutir. Es más. Dejaron de hablarse. Se distanciaron el uno del otro.
                    Cecile quiso hacer oídos sordos a todos aquellos rumores que hablaban de Eduard. Quería pensar que su marido le era fiel.
                    En su fuero interno, Cecile se alegró cuando el Emperador sobrevivió a aquel atentado. Ella le vio entrar ileso en el teatro en compañía de la Emperatriz Josefina. A pesar de la poca simpatía que despertaba en ella, era un ser humano. Cecile no le deseaba la muerte. Le aplaudió cuando entró en su palco.
                    Ella y Eduard no tuvieron hijos. Había pensado que los niños no tardarían en llegar. Pero el tiempo pasaba y los hijos no venían. Cecile se resignó a aquel matrimonio estéril y carente de amor.

Mañana conoceremos el desenlace de este relato.
¡Hasta mañana!

domingo, 17 de febrero de 2013

GRANDES TÓPICOS DE LA NOVELA ROMÁNTICA

Hola a todos. 
Hoy os voy a hacer esta entrada con ganas de reflexionar sobre uno de los mayores tópicos de la Literatura Romántica. 
En su mayoría, las novelas románticas están protagonizadas por libertinos. Son casi siempre lores o hermanos menores de lores británicos. No hacen nada en su vida. Excepto jugar partidas de naipes, emborracharse y acostarse con todo lo que lleve faldas. 
¿Os habéis parado a pensar que nunca embarazan a sus amantes? Sólo embarazan a la protagonista de la novela en cuestión. 
La única novela en la que la amante, y no la protagonista, del galán queda embarazada de éste es Flores en la tormenta. No voy a entrar en spoilers. Os invito a que la leáis. Puede empezar siendo la típica historia del libertino y de la solterona mojigata. Pero mi tocaya Laura Kinsale sabe cómo darle la vuelta a la tortilla. Y de una historia tan típica y tan tópica hace una novela nueva, intensa y emocionante. 
Si la amante, por un casual, queda embarazada, pueden ocurrir dos cosas. O el niño no es del galán. O lo pierde. Jamás llega a ser hijo del galán. 
Estamos en una era en la que no existía la píldora. No se usaba el diafragma. ¿Por qué los galanes no tienen ningún hijo ilegítimo? Si se ocupan de él, los hace mejores personas a los ojos de los demás. James Mallory, de la saga Mallory, tuvo un hijo antes de conocer a Georgina, Jeremy. Cuando se enteró de que era padre, se ocupó de él. Eso le ha hecho ganar puntos ante los ojos de Georgina. Y quiero pensar que también le ha hecho ganar puntos ante los muy críticos Anderson, los hermanos de ella. En lugar de ser visto como un irresponsable, queda como un buen padre. 
No recuerdo que haya más novelas románticas en las que él tenga hijos ilegítimos antes de conocerla a ella. 
Habrá más. Pero no las he leído. Esta duda me hace preguntarme algunas cosas. ¿Por qué el protagonista no embaraza nunca a sus amantes? De acuerdo...Usará los preservativos esos hechos con tripas de cordero. ¿Por qué no los usa con la protagonista? 
Si se acuesta con ella en pleno arrebato pasional, le ocurriría lo mismo con sus amantes. ¿O con la protagonista es distinto por otros motivos? Si la desea, siempre dicen lo mismo, y no puede contenerse, tampoco podrá pensar con claridad en el momento cumbre. 
A lo mejor, ella es distinta. Sus amantes son mujeres casadas o viudas. Ella es soltera y virgen. Si está mal visto acostarse con una joven soltera y virgen en el siglo XIX. ¿Cómo sería hacérselo con una mujer viuda? ¡Peor sería con una mujer casada! 
Si la protagonista es viuda y con un hijo, el protagonista se gana el cariño del niño. O si la protagonista, por un casual, ha tenido un desliz y es madre soltera, el protagonista la conquista ganándose el cariño del niño. 
Lo mismo ocurre cuando el galán es viudo y con hijos. Pero, ¿qué pasaría si fuera soltero y con un hijo ilegítimo? De acuerdo...No lo tendrá viviendo como tal bajo su mismo techo. En algunos casos, parece que la autora quiere mantener la honorabilidad del héroe a toda costa. 
Un ejemplo es la última novela que leí de Mary Balogh. Pertenecía a la saga del Quinteto de los Huxtable. En concreto, era el segundo libro. Se llama Por fin llega el amor. Tiene como protagonistas a Margaret y al conde de Sheringford. Éste es un hombre que ha sido repudiado por la alta sociedad en la que vive. Ella está destrozada porque se enamoró de un hombre. Y éste se casó con otra. Sus hermanas se han casado. Y sólo queda ella. 
El galán tenía un hijo de corta edad. Se trataba de un hombre soltero. Tiempo atrás, había protagonizado un sonado escándalo al fugarse con una mujer casada. No quiero entrar en spoilers. Pero la autora da un giro radical a la historia para mantener la honorabilidad del protagonista, de manera que el niño no sea suyo. Y tampoco sea del marido. Lo hace de tal modo que resulta inverosímil. El galán queda como un hombre bondadoso que ha salvado a una mujer del Infierno. Y está cuidando de un niño que no es suyo. ¿Y por qué no puede ser suyo? ¿No se casó Sid con Anne, a pesar de que ella tenía un hijo fruto de una violación que sufrió a manos del primo de Josh? ¿Qué diferencia hay entre Sheringford y Anne? ¿Acaso Margaret habría rechazado al lord sólo porque tiene un hijo ilegítimo? Tuvo relaciones con aquella mujer. ¿O no las tuvo? Las personas pueden mentir cuando hablan. Siempre lo he dicho. Si tuvo relaciones con la madre del niño, pudo haber quedado embarazada. Máxime si el marido de ésta era impotente. ¿No habría sido eso más verosímil? Mary Balogh destaca por su sencillez a la hora de contar historias intensas y tristes, pero, también, cargadas de romanticismo. Esta vez, quiero pensar que debió de estar en Babia cuando se le ocurrió ese Deus Ex Machina para salvar la honorabilidad de su protagonista. 
En fin...
Se nota que es domingo. Que el día está nublado en mi ciudad. Y que está amenazando con empezar a llover con fuerza. 
Por eso, me ha dado por investigar ese asunto de la falta de hijos ilegítimos en los galanes de nuestras novelas románticas favoritas.
Me acuerdo de los Dark Hunters. 
Se acostaban con todo bicho viviente hasta que las conocían a ellas, a sus parejas. Supuestamente, por ser inmortales, no podían tener hijos con nadie. Sólo procreaban, y como conejos, con sus parejas mortales y después de convertirse en mortales. Cosa que ocurría en cinco segundos. Cuando ya se decía en todo el libro que era imposible. 
¿Cómo es posible que Acheron tuviera una hija con Artemisa si los dos eran inmortales? 
¿Por qué él sí y sus compañeros no? 
¿Qué criterios siguió la Kenyon en esta ocasión? Acheron es uno de sus personajes más carismáticos. Con una historia muy cruel y dura tras de sí...¿Él sí pudo tener una hija con Artemisa antes de conocer a Tori? ¿Y porqué Julian o Kyrian eran estériles? 
En fin, son misterios que no se van a resolver de un día para otro. Pero sí pueden dar mucho juego. Y hacernos reflexionar un poco. ¡Que nunca está de más! ¿O no? Je, je. 
¡Hasta mañana!  
Portada de Flores en la tormenta, de Laura Kinsale. Os lo recomiendo encarecidamente. Os gustará ver cómo se hace algo distinto y fresco de una historia conocida por todos. Y conoceréis a un auténtico héroe, Christian. 

sábado, 16 de febrero de 2013

UN GIFT DE ÉPOCA

Hola a todos. 
Navegando por Internet, me he encontrado con este curioso gift. Creo que representa todo lo que soy. Una chica que siente auténtica devoción por épocas pasadas. No sigo más. Los gifts son para mirar y para disfrutar. No para comentarlos. Aquí os lo dejo. 
victlady.gif (7690 bytes)No creo que sepa usar anteojos como los que usa esta dama. 

¡Hasta mañana! 

jueves, 14 de febrero de 2013

¡FELIZ DÍA DE LOS ENAMORADOS!

Hola a todos.
Hoy es un día lleno de romanticismo. Cargado de amor...De deseo mutuo...
¡Hoy es San Valentín! El Día de los Enamorados...
¿Y en qué consiste este día? No consiste en nada especial. Ni siquiera consiste en hacer regalos. Ya sean caros o ya sean baratos.
Consiste en estar al lado de la persona a la que amas.
En demostrarle que tu amor por ella es sincero. Que va a durar eternamente. Que estáis hecho el uno para el otro. El amor no se demuestra con palabras bonitas. No se demuestra con regalos.
Se demuestra con gestos.
Preocupándote todos los días por la persona a la que quieres. Demostrándole tu amor.
Para mí, ésa es la mejor manera de pasar el día de hoy. Estando con el ser amado. Compartiendo cada momento con él.
A los que estáis enamorados os deseo toda la felicidad del mundo, no sólo este día, sino también todos los días.

¡FELIZ DÍA DE SAN VALENTÍN A TODOS!

jueves, 7 de febrero de 2013

UNA FRASE DE SARA FERNÁNDEZ

Aquí os dejo con una frase que bien podría salir de boca de una de las protagonistas de mis novelas, Sara Fernández:

¿Para qué sirve amar? 
¿Para qué sirve entregar un corazón?
No vale la pena. 
No vale la pena amar. No vale la pena entregar el corazón. No vas a conseguir nada. Lo único que se consigue es que te lo rompan. Que te lo tiren al suelo. Y que te lo pisoteen. 
Se sufre por amor. 
No tendría que ser así. Si el amor es el sentimiento más bello del mundo. ¿Por qué la gente sufre porque no es amada? Amar a alguien significa sufrir. 
No te proporciona ninguna dicha. Sólo te deja un fuerte vacío en el pecho. Porque te han arrancado el corazón y te lo han destrozado. 

martes, 5 de febrero de 2013

RETRATO DEL ROMANTICISMO

Hola a todos.
Hago esta entrada rápida. En realidad, más que decir algo, quería enseñaros algo.
Se trata de un dibujo que representa el Romanticismo.
¿Y qué es el Romanticismo?
Puedo escribir sobre cualquier época. Si bien, no he escrito nada que transcurra en la época actual. He tocado la década de 1960. Lo más cercano a la época actual que he escrito transcurre en la década de 1990. No sé. Nunca me ha interesado escribir sobre la actualidad. Aunque sea más fácil. Me gustan los retos.
Sin embargo, he de ser sincera. El Romanticismo es mi periodo favorito.
Me siento cercana a él. Es la época de la pasión. La Ilustración queda un poco en el olvido. Pero no del todo...
En invierno, me siento más cercana a esa época. Suena raro, ¿verdad que sí? Pero el Romanticismo me lo imagino como una noche tormentosa. Escribiendo a la luz de una vela. Una habitación sumida en la penumbra...
Una época inolvidable...
Os dejo con el retrato de un autor imprescindible en este periodo.
Se trata de José Zorrilla. Es el autor de Don Juan Tenorio. Otro día, os hablaré más a fondo de este autor.

domingo, 3 de febrero de 2013

LAS HERMANAS FERNÁNDEZ

Hoy os quiero presentar a tres chicas que son muy queridas para mí.
Son hermanas. Y viven en Cartagena.
Los que no las conocen, os aseguro que no tardaréis en conocerlas. Y os enamoraréis de ellas.
Sus nombres son María, Sara y Catalina Fernández.
Tres hermanas que han sobrepasado ya la edad de contraer matrimonio (para la época) y que parecen que se van a quedar a vestir Santos.
María tiene veintiocho años. Sara tiene veintiséis. Y Catalina tiene veinticuatro.
María es la mayor de las hermanas. Es la más sensata y la más prudente. Piensa que lo mejor para ellas es hacer un buen matrimonio. No importa si se ama o no se ama al marido. Para María, el matrimonio es una solución práctica a los problemas. Escucha más a su cabeza que a su corazón. Puede decirse que es la más fría de las tres hermanas.
Sobresaliendo entre las tres está Sara, la mediana. Es una joven muy inquieta. Es considerada por muchos como una auténtica belleza. Tiene un carácter bastante rebelde. No se amolda con facilidad a los convencionalismos de la época que le ha tocado vivir. En su juventud, fue la más soñadora. Sin embargo, la vida le ha hecho más escéptica en lo relativo al amor. Piensa que no vale la pena. Su cabello negro y sus ojos violeta llaman la atención por donde quiera que va. Tiene mucha seguridad en sí misma.
Y, finalmente, tenemos a Catalina. Es la más pequeña de las tres hermanas. Tiene un carácter ingenuo y soñador. Sueña con encontrar al hombre de su vida. Tiene una visión de la vida bastante idealista y de color de rosa. Pero sabe mantener los pies sobre La Tierra. Es una mezcla de María y de Sara. Tiene el sentido práctico de María. Pero también puede ser tan apasionada como Sara.
Las tres hermanas viven en la Cartagena de la década de 1830.
En un periodo de gran tranquilidad para la Región de Murcia. Pero no así para otras partes de España, sumida en la Primera Guerra Carlista. Si bien, la Guerra no llegó a la Región.
Sus vidas son tranquilas. Sin sobresaltos...Tienen a sus amigas. A sus primas...A sus padres...Pero...
El amor no tardará en llamar a sus puertas. ¿Podrán resistirse a su llamada?

viernes, 1 de febrero de 2013

POR QUÉ ESCRIBO

 En los últimos días, me he hecho una y otra vez la misma pregunta. ¿Por qué sigo escribiendo?
Desde pequeña, mi asignatura favorita era la Lengua y disfrutaba haciendo redacciones e inventando historias. Cuando me hice mayor, me di cuenta de que la escritura era mi válvula de escape. Me permitía evadirme de una realidad que me disgustaba profundamente. Leía todos los libros que caían en mis manos. Aprendí a ser crítica y valorarlos en su justa medida.
Era feliz.
Podía viajar sin salir de casa a otras épocas. Podía verme a mí misma vestida como en otros tiempos.
Por eso mismo, siempre que puedo, voy a la biblioteca de mi ciudad con mi libreta y con un boli y me pongo a escribir en cualquier sitio. Consulto con los libros que hay allí para buscar más información sobre la cual pueda escribir una historia coherente y sólida.
Desde niña, siempre supe que quería ser escritora. Me vengo abajo a veces, pero no me olvido de mi objetivo principal. El esfuerzo vale la pena. Ilusión no me falta. Y empeño tampoco...
No sé si voy a fracasar. No sé si voy a triunfar. En estos momentos, no sé nada, excepto que estoy luchando por hacer realidad mi sueño. La lucha es ardúa. El camino es difícil. Las fuerzas, a veces, me fallan.
He escrito mucho en mis cuadernos. Y esas historias están ahí y forman parte de mi vida, de lo que soy. Todo lo que estoy escribiendo ha salido de mi mente. De mi corazón...Siempre he dicho que mi pasión por la escritura fue lo que me salvó la vida, y no estoy exagerando. Mi adolescencia fue bastante dura. Lo pasé muy mal. Lloré mucho.
Escribir me ayudó. Me hizo olvidarme de que había gente mala a mi alrededor. Me hizo ver que yo no era un ser mediocre, como me decían que era.
Persigo un sueño. ¿Lograré alcanzarlo?
Estoy en ello.
Cada vez que escribo, me sumerjo dentro de la historia. Mis personajes son como mis hijos. Han salido, no de mi mente, sino de mi cabeza. Viven las situaciones que imagino para ellos en el contexto que he elegido para ellos.
Estoy contenta con lo que hago porque es lo que me hace feliz. Lo que me permite sonreír todos los días, aunque me cuesta trabajo a veces. Lo que me da fuerzas. Lo que me hace viajar a otra época. A imaginar cómo era la vida en aquel tiempo. A soñar despierta. Un viaje en el tiempo sin moverte de la silla de tu habitación. Sí, se puede viajar en el tiempo. Cerrando los ojos y dejando que las palabras fluyan. Como fluye el agua de un río. Eso me ha quedado cursi. ¿Verdad? Je, je. Pero...Es como lo siento.
Por eso, por todo lo que he contado, escribo.
 Retrato de una dama del Romanticismo. Cuando escribo, mi periodo favorito es el Romanticismo.