Hoy, os traigo un relato corto que escribí hace algún tiempo y que me he animado a terminar (iba por la mitad).
Transcurre en un lugar pequeño, pero bonito en el siglo XIX y hay una historia de amor por medio.
Deseo de corazón que os guste.
Está dividida en tres partes.
Corría el año 1836.
Tiempo atrás, Daphne Fleming y su prima Martha habían llegado por fin a su nuevo hogar.
Daphne pensó que la isla de Rose era el lugar perfecto. Se trataba de
una isla en la que vivía poca gente. Nadie la conocía. Podía rehacer su vida.
Allí, empezarían de nuevo. Nadie volvería a señalarla por la calle. Nadie
volvería a reírse de ella porque su marido la engañaba con otra. Mientras
inspeccionaban la casa, Daphne no pudo evitar sonreír aliviada al encontrarse
tan lejos de las personas que la humillaban sólo porque su marido, Anthony,
tenía una amante. Su marido había muerto en Londres.
Daphne y Anthony habían estado casados durante tres años.
Daphne se fijó en él cuando lo vio por primera vez en su baile de presentación en sociedad.
Desde entonces, lo amó con todas sus fuerzas.
Se casaron dos años después. Sin embargo, el matrimonio había sido un completo fracaso. Daphne había sufrido en el silencio de la casa solariega de su marido sus constantes viajes a Londres, así como sus numerosas infidelidades. Una sífilis que le contagió una de las muchas rameras que frecuentaba acabó con su vida.
Sólo la familia de Daphne estaba al tanto de lo ocurrido realmente con Anthony.
-Prima, no hay
derecho-protestó Martha-No sé para qué nos hemos mudado. ¡No conozco a nadie
aquí! ¿Dónde vamos a vivir? ¿En esta casa?
-Te lo he explicado
muchas veces…-contestó Daphne, pero su prima no la dejó hablar.
-En Londres, podía
ir al cementerio a visitar la tumba de papá, pero aquí no me queda el consuelo
de ir a ponerle flores a su tumba. ¿Por qué me has hecho esto, prima Daphne?
-Creo que nos
conviene un cambio de aires. Un lugar pequeño…
-¡No, no nos
conviene!
-Sé que te resultará
difícil al principio, pero…
-Nos resultará
imposible vivir aquí.
-Es cuestión de
tiempo. Terminarás acostumbrándote, cariño. Piensa en que sólo busco lo mejor
para ti.
-¿Buscas lo mejor
para mí? ¿Viviendo en este lugar alejado del mundo? ¡Cualquiera diría que estás
huyendo!
Consciente de la angustia de su
prima, Daphne rodeó el cuerpo de ésta con los brazos y la estrechó contra sí
con fuerza. Martha estaba llorando.
-Me hago cargo-dijo Daphne-Sé
que lo estás pasando mal. Pero Rose es una isla bonita. Sé que nos va a costar
trabajo adaptarnos.
-Yo no sé nada de
este sitio.
-Lo sé.
-¡Y no tengo amigos!
-Pronto harás amigos
porque eres una niña encantadora y seguro que mucha
gente querrá ser tu amiga.
Daphne acarició el cabello de su
prima en un intento por consolarla. Sin embargo, Martha negó con la cabeza,
segura de que sería una desdichada en Rose.
-¡No va a pasar nada
de eso!-aseguró-¡Quiero volver a casa! Nuestro sitio está en Londres, no aquí.
Allí, tenemos a nuestros amigos, que se preocupan por nosotras y aquí no
tenemos a nadie.
Se acostumbrará a vivir aquí, pensó Daphne.
Y yo también me acostumbraré a vivir
aquí. Es cuestión de tiempo. Y de paciencia…
No habían llegado solas a la isla. La madre de Martha las acompañó.
Martha había perdido a su padre cuando tenía quince años.
Acababa de cumplir dieciocho años en la época en la que llegó a la isla de Rose. Vivía la familia cerca de un estrecho canal.
Martha tuvo que reconocer que el lugar le gustaba. Era un sitio que parecía sacado de un cuento de hadas. Vivían pocos vecinos.
Y estaba rodeado de árboles. Roger Osney era un joven vecino de aquella isla. Su familia se dedicaba desde hacía muchas generaciones a hacer cestas de mimbre. Con aquel negocio, se habían labrado una pequeña fortuna. Sin embargo, la familia Osney tenía fama de ser huraños. Especialmente, los varones parecían huir de la gente.
Martha y Roger no tardardon mucho tiempo en conocerse. El joven no estaba muy por la labor de querer hacer amistad con nadie. Ni siquiera pensaba en trabar amistad con aquella bella desconocida.
A pesar de vivir en un lugar tranquilo, Martha empezó a escuchar algunos rumores. Encontró una mañana Daphne los restos de un conejo en el jardín.
La joven empezó a dar alaridos presa del pánico. Un criado se deshizo de los restos del pobre animal mientras comentaba que, posiblemente, hubiese sido víctima de un lobo.
-¿Hay lobos aquí?-se angustió la tía de Daphne-Creía que apenas había unas cuantas aves.
-¡Qué espanto!-chilló Daphne-¡Qué horror!
-Cálmate, hija.
Martha no vio los restos del conejo, por supuesto. Su madre le impidió ver la espantosa visión. Pero se enteró de lo ocurrido.
La joven había escuchado en las noches de Luna Llena algo parecido al aullido de un lobo. ¿En serio había lobos en la isla de Rose?
Hola Laura, me ha encantado el relato, sería una bonita historia!!
ResponderEliminarBesos!!
Hola Rae.
EliminarLe quedan algunos fragmentos que subir, pero te aseguro que es muy bonita. O eso espero.
Un fuerte abrazo.
Uy me dejaste con ganas de más a doro cuando manejas el misterio y tiene un genial toque gótico. Te mando un beso y espero que estés mucho mejor
ResponderEliminarHola Citu.
EliminarEs una historia con ciertos tintes de misterio, aunque prima el romanticismo.
Un fuerte abrazo, Citu.
Ya estoy mejor. ¡Gracias!