Hola a todos.
Seguimos con un nuevo trozo de mi relato Te echo de menos.
Hoy, nos centramos más en el protagonista, en Manuel. Pero no nos olvidamos de Herminia ni de sus padres.
-¿Es verdad que el hijo de los Mendoza va a regresar?-se interesó la señora Antúnez.
-¡Por fin habrá un médico en la isla!-exclamó Herminia.
-Antes, cuando uno enfermaba, había que ir a buscar al médico a Fuerteventura-recordó el señor Antúnez-Y no siempre podía venir. Hacer un viaje de isla en isla puede ser muy peligroso. Sobre todo, cuando hay tormenta. O hay una fuerte marejada. Manuel será un médico excelente.
-¿Cuándo vuelve?-inquirió la señora Antúnez.
-Pronto...-contestó Herminia-No lo sé.
Herminia estaba sentada a la mesa a la hora de la cena junto con sus padres, el matrimonio Antúnez.
-Lo importante es que se quede-afirmó el señor Antúnez-Se le necesita.
Estaban dando cuenta de un plato de potaje.
Herminia pensó en Manuel.
Era cierto que se le necesitaba en la isla como médico. Pero, de algún modo, ella también le necesitaba.
-Lo raro es que no se haya casado-opinó la señora Antúnez.
-Lucía dice que es porque está muy centrado en sus estudios-dijo Herminia-No se va de noche a los burdeles. Ni anda a la conquista de alguna mujer ligera de cascos. Es muy serio.
Los padres de la joven sonrieron al pensar en Manuel. Siempre se había caracterizado por su seriedad.
-No ha cambiado nada-afirmó el señor Antúnez.
Herminia guardó silencio.
No se atrevía a sincerarse con sus padres. Estaba enamorada de Manuel desde que le alcanzaba la memoria. No se trataba de amistad. No se trataba de la costumbre. Era amor. Aquel amor había ido creciendo con el paso de los años. No se había evaporado, como se evapora la niebla cuando le da la luz del Sol. Era verdadero amor.
-A lo mejor, se casa cuando llegue a la isla-dijo Herminia.
Su voz apenas le salía de la garganta al hablar.
La última vez que Manuel estuvo en la isla fue por Semana Santa. Al despedirse en el embarcadero, le dio un beso en la mejilla. Muy cerca de su boca...
-No hay muchas jóvenes en esta isla-comentó la señora Antúnez.
-No hay casi nadie-se rió su marido-¡Es verdad! Pero es mejor así.
En la habitación de un céntrico hostal de Santa Cruz de Tenerife, Manuel Mendoza estaba guardando su ropa en una desgastada maleta. Ya había terminado la carrera de Medicina. Ya podía regresar a su casa, en la isla de Lobos. No veía la hora de ver de nuevo a sus padres. De estar de nuevo al lado de su hermana. Se detuvo al pensar en alguien que le había robado el sueño hacía mucho tiempo. Con quien de verdad deseaba estar era con Herminia. Se sentó en la estrecha cama en la que había estado durmiendo durante cinco años. Sólo con las excepciones de las visitas que le hacía a su familia en la isla durante la Navidad, el verano y la Semana Santa.
En aquel momento, alguien golpeó la puerta de su habitación. Era Ricardo, su compañero de habitación.
-¿Estás haciendo la maleta?-le preguntó-Veo que no quieres perder tiempo.
-Quiero volver a mi casa lo antes posible-respondió Manuel-No me gusta estar alejado de mi familia. Confieso que no estoy acostumbrado a la vida en la gran ciudad.
-Pensaba que te quedarías.
Ricardo estaba en el penúltimo año de Derecho. Había repetido varios cursos debido a su carácter un tanto juerguista. Era un par de años mayor que Manuel.
-Casi no te has divertido-le recriminó-No sabes lo que es salir a divertirte una noche.
-Ya...-dijo Manuel-Pero sé una cosa. Sé curar unas cándidas.
-¡Por favor! ¡No me lo recuerdes! ¡Fue muy bochornoso para mí!
Manuel esbozó una sonrisa.
-Ya sabes lo que no tienes que hacer-le advirtió.
Cerró la maleta. Había un cuaderno de dibujo encima de su cama. A veces, cuando no estaba ocupado con las prácticas en la morgue, dibujaba. Ricardo se sentó en la cama. Abrió el cuaderno de dibujo de Manuel. Vio el dibujo de una joven de pelo largo y rubio. Lo tenía rizado. Tenía unos rasgos adorables y sus ojos se adivinaban de color claro.
-Es ella-dijo Ricardo-La chica de la que me has estado hablando.
-Sí...-admitió Manuel-¡Cierra ese cuaderno!
Ricardo cerró el cuaderno.
Manuel se sentó a su lado en la cama. No podía seguir negando la evidencia. El recuerdo de Herminia le había acompañado a lo largo de los últimos tiempos. En aquel último curso, visitar la isla de Lobos había supuesto una tortura para él. Porque veía a Herminia siempre en su casa.
Cada vez que la besaba en la mejilla. Cada vez que la besaba en la frente. Los deseos de Manuel eran otros. Estar cerca de Herminia amenazaba su cordura, pero no se atrevía ni siquiera a intentar evitarla.
Volvía a la isla sólo por ella. Por nadie más...
-¿Has hablado alguna vez con ella?-inquirió Ricardo.
-Hablo con ella todas las veces que voy a visitar a mi familia-contestó Manuel-La conozco desde que nació.
-Digo que se te le has declarado. Sospecho que no ha sido así.
-No podría hablarle de amor. Me rechazaría.
-Eso no lo sabes.
Manuel se puso de pie. Pensó que Ricardo podía tener razón. Herminia no sabía lo que él sentía de verdad por ella. Cada vez que la abrazaba, pensaba que era un gesto de amistad. Y no era así. Tenía que atreverse. Tenía que sincerarse con la muchacha. Se armaría de valor e iría a verla nada más llegar a la isla.
Y mañana...¡El desenlace!
Una mansión sumida en el dolor por una terrible pérdida...Una muchacha inocente y sencilla...Un joven decidido a todo por amor...Una inolvidable historia de amor. No es un blog para albergar una blog novela. Es mucho más que eso. Relatos cargados de romanticismo...Reflexiones... Todo eso podéis encontrar aquí. Y mucho más...
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Eso, hay que lanzarse o pasará el dicho ese de... "Camarón que se duerme, se le lleva la corriente".
ResponderEliminarUhmm un puchero canario de potaje, rico, rico
Saludossss
uys, pero por qué no se lanza??? jajaja, espero el desenlace que será que si que se lanza, vamos que o si o si... Un besazo.
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