Hola a todos.
Aquí os traigo la tercera parte de mi relato Amor amargo.
¿Qué va a pasar entre Olga y el doctor Quesada? ¡Vamos a descubrirlo!
Pasó otro mes.
El doctor Quesada averiguó más cosas acerca de Olga Rodríguez. Ya se había percatado de su gran belleza y de su inteligencia. Los vecinos de la isla hablaban maravillas de ella, como que era una joven modesta y sencilla. De su institutriz había recibido una educación esmerada tanto ella como su hermana Sara. Los Rodríguez eran una de las pocas familias adineradas que vivían en la isla. Olga había decidido que cuidaría siempre de Sara. Sentía que no podía dejar a su hermana sola cuando ella más le necesitaba.
El carácter de Sara había cambiado a consecuencia de su accidente. Si antes había sido una joven alegre y despreocupada, después del accidente, el carácter de Sara se había ido agriando poco a poco. Siempre le estaba gritando a todo el mundo. Después de su paseo en silla de ruedas por la isla, Sara se había negado a salir de su habitación. Decía que quería quedarse allí encerrada durante el resto de su vida para no ver a nadie.
-No quiero que nadie me tenga lástima-afirmó-¡Y la gente me mira con lástima!
-Nadie te mira, Sara-le dijo Olga-Es cierto.
El doctor Quesada admiraba a Olga.
La joven cuidaba con devoción de su hermana. Aguantaba sus gritos sin quejarse.
Sara solía terminar llorando después de haber estado chillando durante mucho rato. Tenía la sensación de que todo el mundo se alegraba de lo que había ocurrido. De su desgracia...Sara se culpaba así misma del accidente que la había dejado inválida y sentía una inmensa rabia hacia sí misma y hacia todo el mundo.
Sin embargo, ocurrió algo en aquellos días.
La relación entre Olga y Rodrigo empezó a adquirir otro matiz.
Él visitaba a Sara.
Pero era con Olga con quien hablaba.
Pasaban mucho rato hablando en el salón. Olga, al principio, le preguntaba por cómo encontraba a Sara.
Poco a poco, aquellas conversaciones fueron variando hacia otros temas. El doctor Quesada pertenecía a la rama pobre de una de las familias más ricas de Pontevedra.
Pero él no tenía dinero. Vivía de su trabajo. Y le gustaba.
-Pero no me gusta cuando siento que no puedo hacer nada por ayudar a uno de mis pacientes-le confesó en una ocasión a Olga.
-Yo creo que está haciéndolo muy bien-le aseguró la joven-Se nota que es un buen médico.
-Se equivoca. No soy un buen médico. No he podido ayudar a su hermana. Sara está furiosa con el mundo. No es justa. Pero no la culpo.
-Tiene que asumir lo que ha pasado. Y, para eso, hay que darle tiempo, doctor.
-Llámeme Rodrigo, por favor.
Olga y Rodrigo empezaron a verse a escondidas.
Se veían en el viejo castro que había en la isla. Aquellos encuentros solían tener lugar al atardecer, cuando los vecinos estaban ocupados en sus casas cenando. Olga ponía algún pretexto en su casa y corría hasta la zona más elevada de la isla, donde se encontraba el viejo castro, para encontrarse con Rodrigo. Paseaban por aquel lugar. O permanecían sentados hablando.
Rodrigo nunca le falló. Siempre la estaba esperando. Y la recibía con una sonrisa en los labios. Pero su corazón se rompía al entender que Olga nunca le hablaba a su familia de aquellos encuentros clandestinos entre ellos.
-Mis padres piensan que he de cuidar de Sara-le confesó.
Olga escondía los sencillos regalos que Rodrigo le hacía en ocasiones porque no quería levantar ninguna clase de sospechas.
-Me odio a mí misma por ser tan egoísta-le confió en una ocasión al joven.
Rodrigo le regalaba ramilletes de flores silvestres. Le escribía versos que él mismo inventaba. Deseaba haber sido poeta para poder componer mejores versos.
-No te hacen justicia-se lamentaba.
Olga se sentía nerviosa cada vez que salía de su casa para ir al viejo castro a encontrarse con Rodrigo. Hablaban de los ataques que había sufrido la isla a manos del pirata inglés Francis Drake.
-¡Y le nombraron sir por ello!-se escandalizó Rodrigo.
Hablaban de los vecinos, quienes no tardarían mucho en recoger la cosecha.
Rodrigo era un hombre serio y recto. Pero, al lado de Olga, dejaba florecer su lado más alegre y más risueño. Había admirado sinceramente a aquella joven, pero sus sentimientos hacia ella estaban mutando en algo más profundo.
En una ocasión, no se vieron en el castro viejo. Se encontraron en el bosque de eucaliptos. Rodrigo había preparado un picnic en un claro del bosque. Olga fue a la cita muy nerviosa. ¿Y si alguien la veía? Por lo menos, Sara estaba tranquila aquella tarde.
Dieron cuenta de unas sabrosas empanadillas que había preparado la criada del doctor Quesada. Mientras merendaban, estuvieron hablando.
-Me escribe versos-dijo Olga.
-Merece que le escriban versos-le aseguró el doctor Quesada.
-Nadie...
-¿Qué me quiere decir con eso? ¿Nadie le ha escrito nunca un verso?
-Nunca...
-Es muy raro.
-¿Por qué lo dice?
-Porque es hermosa, Olga. Es usted encantadora. Y se lo digo con total sinceridad.
Las mejillas de Olga se encendieron al escuchar aquellos halagos. Entonces, Rodrigo le cogió la mano y se la besó.
De algún modo, aquel hombre despertaba en Olga sentimientos que ella creía que no tenía y le hacía crecer en su interior un anhelo por completo desconocido. Algo que no se atrevía a compartir con nadie.
Cuando se vieron a los pocos días en el viejo castro, Olga y Rodrigo permanecieron un largo rato cogidos de la mano.
-Es diferente, Olga-le dijo Rodrigo-Y eso es lo que más me gusta de usted. No es como las demás.
-Habrá conocido a muchas mujeres-sonrió la joven.
-No...No es eso.
Olga despertaba en el doctor Quesada unos sentimientos que nunca antes había experimentado hacia ninguna mujer.
-Quiero que me regale un mechón de su cabello-le pidió la siguiente vez que se vieron.
Traía consigo unas tijeras y Olga accedió. Rodrigo le cortó un mechón de pelo. Después, le dio un beso en la mejilla. Se juró así mismo que guardaría para siempre aquel mechón de pelo rubio.
-Gracias...-le dijo-Gracias...
Y la siguiente vez que se vieron, los labios de Rodrigo rozaron suavemente los labios de Olga. Las siguientes veces que se encontraron, los besos que se dieron se fueron tornando más apasionados. Se declararon el amor que había empezado a nacer entre ellos semanas antes. Se hicieron numerosas promesas.
Pero aquel amor estaba condenado a no poder materializarse. Olga se sinceró con Sara. Le contó que estaba enamorada de su médico.
-¡No puedes casarte con él!-le espetó Sara.
La joven sufrió un ataque de histeria. Acusaba a Olga de haber faltado a su promesa.
-¡Me juraste que siempre estarías conmigo!-la acusó.
-Hermana, no tengo la culpa de haberme enamorado-admitió Olga-Pensé que te alegrarías por mí.
Sara no se alegraba por ella. Olga se odió así misma. Había antepuesto su felicidad al bienestar de su hermana. No volvería a pasar.
El matrimonio Rodríguez le dio la razón a su hija menor. Aún así, en su fuero interno, pensaban que Sara estaba siendo injusta. Olga tenía derecho a ser feliz. Pero ellos no vivirían eternamente. Entonces... ¿Quién se ocuparía de Sara? Estaría sola.
No tuvieron que hablar del tema con Olga.
La joven había tomado una dolorosa decisión.
Rompería su romance con el doctor Quesada. Si era necesario, sus padres buscarían otro médico para Sara. Nunca más volvería a pensar en sí misma. Así se lo dijo a Sara.
Una mansión sumida en el dolor por una terrible pérdida...Una muchacha inocente y sencilla...Un joven decidido a todo por amor...Una inolvidable historia de amor. No es un blog para albergar una blog novela. Es mucho más que eso. Relatos cargados de romanticismo...Reflexiones... Todo eso podéis encontrar aquí. Y mucho más...
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Dolorosa renuncia pero fue su decisión. Pudo más un amor que otro.
ResponderEliminarSaludetes Laura.
Hola EldanY.
EliminarEs cierto que Olga ha tomado una decisión muy dolorosa. Pero esta historia no ha terminado todavía.
Te invito a que sigas leyendo. ¡Espero sorprenderte!
Un fuerte abrazo, EldanY.