viernes, 14 de marzo de 2014

"UN SABOR AGRIDULCE" (ENTRADA PROGRAMADA)

                  María Elena aceptó salir a dar un paseo con María Catalina.
                  Rosario fue quien la ayudó a vestirse.
-Quiero ponerme bien-le dijo María Elena mientras la mujer le cepillaba su largo cabello negro.
-¡Y te vas a poner bien, mi niña!-le aseguró Rosario, visiblemente emocionada-¡Ya verás como la Virgen de la Macarena nos concede ese milagro! Tú tienes que tener mucha fe. Lo has pasao mu mal. ¡Pero las cosas van a ir a mejor a partir de ahora!
-No lo sé, Rosario. Pienso en Santiago.
-¡Olvídate ya de ese mal hombre! Lo único que te trajo fue la desgracia. ¡Qué pena que el Lorenzo sea su hermano!
-Rosario...
                    María Elena se sintió rara cuando salió a la calle por primera vez en semanas. Se apoyó en María Catalina para poder caminar.
                     A sus veintidós años, María Elena se sentía ya vieja. Miró a su prima María Catalina cuando pasaron por la Calle del Fuelle. María Catalina tenía diecinueve años. Tendría que estar pensando en buscarse un marido en lugar de estar cuidándola a ella. María Elena estaba segura de que su mejora era algo temporal.
-Cuando te recuperes, te voy a llevar a la Cueva del Cascabel-le propuso María Catalina-Está en la parte sur de la isla.
-¿Lo has visitado?-inquirió María Elena.
-Estuve allí una vez. Fui con mis padres. Yo era muy niña, pero todavía me acuerdo de que la cueva no me dio miedo. Me atraía a seguir caminando hacia dentro.
                    María Elena ya sabía lo que era amar y lo que era perder un amor en su corta vida. María Catalina, en cambio, no sabía nada de la vida y tampoco sabía nada del amor. Cati, eres una ingenua, pensaba María Elena. Ves el amor como algo simple. Eres una tonta. Intentas pensar que todo en la vida es bonito. Que todo en la vida es alegre. ¡Pues te equivocas!
                  Podían ver el faro, que iluminaba el Peñón por las noches. Las pocas tiendas que tenía estaban abiertas. La gente iba y venía. La vida continuaba, a pesar del dolor que sentía María Elena en su interior.
                  Le intimidaban las baterías. Le recordaban a una sensación permanente de alerta.
                  María Catalina la miró.
-¿Estás cansada?-le preguntó.
-No...-respondió María Elena.
-¿Quieres que demos la vuelta y que volvamos a casa?
-No...
                  Quería recorrer el Peñón. Vivía en él desde hacía algún tiempo. Pero no recordaba haber paseado nunca por aquellas calles. Ni haber visto las fachadas de las casas. De color blanco...

                    Lorenzo encontró a Rosario rezando ante una imagen de la Virgen de la Macarena. Le había puesto una vela.
                     Miró la cama de María Elena. Estaba vacía. Una criada se había encargado de cambiarle las sábanas.
-¿Dónde está mi cuñada?-le preguntó Lorenzo a Rosario.
                    La mujer se sobresaltó al oírle. Se santiguó, pero permaneció arrodillada ante la imagen.
-Ha salido, señorito-respondió-La señorita Cati se la ha llevado de paseo. ¡Es mu buena con mi niña!



                        Lorenzo se fijó en que Rosario llevaba su pelo recogido en una especie de velo. Sujetaba un rosario entre sus manos.
-Le estoy pidiendo a la Virgen de la Macarena-le explicó.
-Sólo deseo de corazón que mi cuñada se recupere-admitió Lorenzo.
                       Un rato después, entraron en la casa María Elena y María Catalina. Rosario fue a recibirlas y se hizo cargo de María Elena.
-Estoy un poco cansada-le dijo la joven.
                       Rosario la condujo hasta su habitación para que se acostara a dormir. María Catalina se quedó a solas en el salón con Lorenzo. La cercanía del joven la puso nerviosa.
-¿Dónde está mi madre?-le preguntó.
-Ha salido-respondió-Ha ido a ver a una amiga. Hace tiempo que no la ve.
-¿Dónde está mi padre?
-Está encerrado en su despacho. Por lo que he oído, está escribiendo cartas.
-Querrá hacer negocios con una de las cabilas. Le va bien. Elenita quería dar un paseo. Trata de volver a la vida normal. Yo quiero pensar que está recuperada. Le pido a Dios que mi prima esté de verdad recuperada. Pero...Tengo miedo.
                     Lorenzo le cogió las manos.
-Elenita es una joven fuerte-afirmó.
-No es sólo la enfermedad lo que le ha dejado al borde de la muerte-admitió María Catalina-Ha sido Santiago. Su detención...Su ejecución...Y está también su hijo. Mi prima adoraba a su hijo. Quería ser madre. Deseaba darle un hijo a Santiago. Pero...
                      Lorenzo le dio un beso en la mejilla.
-Dejemos las cosas como están-dijo-Mi cuñada se pondrá bien. Volverá a casarse. Es joven y bella. ¡Seguro que hay hombres en esta isla que están enamorados de ella! La recuerdo antes de casarse con mi hermano. ¡Todos los hombres se volvían locos de amor por ella!
-Pero eso fue antes-suspiró María Catalina-Elenita conoció a Santiago. ¡Y todo cambió! Mi prima cambió. Y Santiago...
                     El adorable rostro de la muchacha reflejaba una honda preocupación.
-Mi hermano no cambió-la interrumpió Lorenzo.
-¿Quiso alguna vez a mi prima?-le interrogó María Catalina.
-No lo sé.
-Yo quiero pensar que Santiago sí estuvo realmente enamorado de mi prima.
                   Lorenzo le dio un beso en la mejilla. La besó también en la frente. Quería consolar a María Catalina de alguna manera.

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