jueves, 23 de enero de 2014

RECUERDOS AMARGOS

Hola a todos.
Han pasado ocho días desde la última entrada que subí a este blog, algo imperdonable por mi parte.
Hoy, me gustaría compartir con vosotros este pequeño cuento que escribí hace ya mucho tiempo, titulado Recuerdos amargos. 
Más que romántico, yo diría que es un drama porque la protagonista es una joven que vive marcada por un trágico acontecimiento que la afectó de manera indirecta y que sigue presente en su vida.
Espero que os guste.

GRIMSAY, HÉBRIDAS EXTERIORES, ESCOCIA, 1806

 

             Hoy es un día triste para mí. 
              Lleva todo el día doliéndome la cabeza. 
              Me dedico a escribir. He de sacar fuera todo lo que llevo dentro. Miro a Stephen, mi marido. ¡Lo amo tanto! 
                   Pero no me atrevo a abrirle mi corazón. 
               No me atrevo a contarle qué es lo que me pasa. Son los recuerdos que no me dejan en paz. Que siguen presentes en mi vida, aún cuando ya han pasado unos cuantos años. Recuerdos que acabaron con la inocencia de mi juventud. 
                Cuando han pasado ya unos cuantos años desde que perdimos a Imogen, no puedo evitar pensar en ella.
            Es increíble lo mucho que la echamos de menos. Padezco de sentimientos encontrados. De aquel grupo de amigas sólo quedan dos: April y yo, porque también perdimos a Anne. No lo entendemos. Nunca lo entenderemos. April no quiere hablar del tema. La entiendo. 
            A veces, tengo pesadillas y sueño con la sangre que derramó Imogen el día de su muerte. Tenía un cuchillo clavado justo en el corazón... Debió dolerle. Su muerte marcó el fin de nuestra amistad de años. ¡Dios, cómo añoro aquellos días! Sin embargo, intento sacar algo positivo de todo aquello. Es muy difícil hablar así cuando se recuerdan estas cosas. Imogen siempre decía que yo era la más positiva de las cuatro.
            Aún no sé cómo Anne pudo hacer aquello... ¿Qué clase de locura la llevó a destrozar dos vidas? Porque, matando a Imogen, Anne destrozó también la suya. ¿Le salpicó mucho en el vestido que llevaba puesto aquel día la sangre de nuestra amiga? Pero llegar a una conclusión es difícil y duro en estos casos. Las heridas aún siguen abiertas, y estoy hablando de las heridas del alma. Aún me duele el recordarnos a las cuatro siempre juntas. No puedo evitar imaginar a nuestra Imogen acuchillada por nuestra Anne.
            Tengo la suerte de que Stephen y yo vivamos en una casa situada junto al mar. Mientras escribo estas líneas, miro por la ventana. Una gaviota va volando por el mar y, de pronto, se lanza en picado a coger un pez. Por la ventana abierta, una brisa suave y cálida a la vez entra. La playa está totalmente desierta. No hay olas fuertes que surcan el mar. Respiro profundamente y trato de recordar la última carta que recibí de April. Me decía que en Londres hacía frío y estaba nevando. Treinta y dos años hace que vivo en esta isla, toda la vida, y ha hecho bastante frío, pero nunca ha nevado. Intento deprimirme por pensar que no conozco la nieve. No he hecho muñecos de nieve, pero sí he construido castillos de arena cuando era una niña. Los construíamos April, Anne, Imogen y yo. Me imagino el contacto de la nieve en las manos y la imagino fría. La nieve, al tacto, tiene que pinchar. Noto los pinchazos y, sin que el contacto se haga real, siento que me duele. April dice que las manos se te ponen moradas, ¿si te lo imaginas también?
            Oigo las campanas de la Iglesia. Tocan la hora. Ni lo sé ni me importa.
            El cielo está azul. Pero está también cubierto de nubes. Estoy segura de que va a llover. Pasa mucho por aquí.
            Y, luego, otra vez la imagen ensangrentada de Imogen. ¿Cuántas puñaladas le daría Anne? ¿Sabría Imogen que ella iba a matarla? ¿Por qué no me di cuenta de lo que pasaba entre mis dos amigas? ¿Por qué no se dio cuenta Sue? A lo mejor, todo habría sido diferente si hubiésemos hecho algo... Podíamos haber hablado con las dos y tratar de solventar el asunto. Hubiésemos evitado toda esta masacre... O tal vez, no hubiésemos conseguido nada... Eso nunca lo sabremos. Pero nunca podré olvidar el cuerpo sin vida de Imogen tirado en la arena, con aquel cuchillo clavado en su corazón. No puedo olvidar la sangre... Esa sangre le manchó todo el elegante vestido que llevaba puesto. Los ojos en blanco y muy abiertos... Imogen siempre tuvo unos ojos que rezumaban vida y optimismo por todas sus partes. No es justo que se apagaran así como así. Se me saltan las lágrimas al imaginar el horror y la sorpresa que debió sentir cuando vio que su atacante era Anne. Casi imagino su cuerpo temblando y la veo pidiendo clemencia ¡Dios, no puedo imaginarme a nuestra adorada Anne siendo tan cruel y mezquina con Imogen, que tanto la quería!
             ¿Qué clase de amistad sentía Anne por Imogen para llegar a tal extremo de locura? ¿Por qué decidió apuñalar el alocado, pero bondadoso, corazón de nuestra amiga? ¿Por qué quiso ver derramada su sangre sobre la tierra que forma nuestra querida isla? Busco las explicaciones más inverosímiles para semejante atrocidad. Pero no consigo hallar una respuesta coherente. Hace tiempo que asumí que, pese a que Anne fue ejecutada, este crimen nunca será resuelto.
            Anne murió sin darnos una explicación a su locura.
            April vive en Londres. Sé que aún la odia. Yo no sé qué pensar. Imogen y April parecían hermanas. Más que dos amigas...
            Hace mucho tiempo que no veo a April. Nos carteamos. Pero no es lo mismo. Siento que nuestra amistad está muerta. ¡Qué duro me sabe decirlo! Anne mató muchas cosas aquel espantoso día. Mató a Imogen. Y nos mató por dentro a April y a mí. 
            Hace mucho tiempo que nuestra correspondencia es cada vez más escasa. Sé que algún día dejaremos de escribirnos.
            Mi vida aquí en Grimsay es muy aburrida. Me dedico a la traducción de textos literarios cuando tengo un ratito libre.
            No es algo excitante. Ni siquiera sé porque Stephen me deja que lo haga. Tal vez porque sabe de mis orígenes. Odio pasar hambre; odio no tener dinero; odio vivir de la caridad de los demás; odio al estamento social al que pertenezco. Odio demasiadas cosas de mi vida, tal vez el objeto de mi odio sea yo misma, no sé. O tal vez me resisto a odiar a Anne. No puedo odiar a la mujer que fue mi mejor amiga durante catorce años. No puedo odiar a nadie.
            Hoy es día de cuentas. Cada cierto tiempo, Stephen cuenta el dinero que tenemos. Yo no tengo ganas de traducir nada. Dejaré que mis recuerdos fluyan por este papel mientras Stephen hace sus cuentas. Por respeto, no le molestaré. Las niñas hace rato que ya duermen. Ni su padre ni yo haremos ruido. Oigo a Stephen escribir sobre un papel que tiene sobre la mesa. Hay muchos papeles sobre la mesa. Entre todos ellos, una pluma y un tintero.
            De vez en cuando, cogeré una hoja y escribiré sobre ella. No creo que a Stephen le importe.
-¿Qué estás haciendo?- me pregunta.
- Intento traducir un texto que se me ha quedado atascado- miento.
-¿Es de Platón? ¿O puede que sea de Aristóteles?
- No creo que lo conozcas; de hecho, ni yo misma sé quién rayos es.
- Te dejo trabajar tranquila.
            Hoy llevo un vestido que, para mi gusto, me resulta demasiado hortera; tengo el dinero suficiente como para comprar todos los vestidos que me dé la gana, porque mi esposo es contable, pero Stephen tiene un ciego pánico a acabar en la ruina. La camisola es amarilla (o amarillenta, según el ojo con el que se mira) y la falda es de color amarillo; pese a que sé que es de gasa, para mi delicado tacto resulta demasiado tosca. Mis pechos se ven apretados con un corpiño que es de color rojo. Por las mañanas, tengo la costumbre de apretarme los corpiños con tanta fuerza que temo desmayarme por falta de oxígeno o que mis pechos se salgan, pese a que son pequeños, y hoy no es una excepción.
- 8+4=12- oigo murmurar a Stephen. Me llevo una mano a los ojos porque me duelen y no sé de qué- 12+6+6+3=27- Me froto las sienes con los dedos- 27+1+4+1=35- Stephen deja de hacer cuentas y me mira- ¿Te sientes bien?- me pregunta.
- Sí, no te preocupes, tonto- le riño en tono meloso.
- Me preocupa que te pongas enferma; las niñas son aún muy pequeñas y yo no sabría cómo...
- Georgina sólo tiene siete años y es muy madura para su edad. Antes o después, habrá crecido. La echaremos de menos. 
- Pero Katrina tiene seis años y Prue sólo tiene cuatro. Son muy niñas. Tienen derecho a jugar. A divertirse. 
- Son más inteligentes de lo que tú piensas, cariño.
            Noto que, mientras hablamos, la mirada de Stephen se centra en mis pechos. Yo no puedo evitar sentir un estúpido pudor y una sensación de triunfo dentro de mí. Me felicito porque los ojos de mi marido brillan de deseo. Sé que la causante de ese brillo de lujuria que hay en sus ojos soy yo y me alegro de que la chispa siga encendida. Procuro no alentarle (aún), porque tiene que hacer muchas cosas antes de venir a mí.
- 35+4+1=40- cuenta Stephen. Suspiro con resignación, porque yo también le deseo- 40+4+9+6=59- Una sonrisa asoma a mis labios- 56+2=58.
- Estás cansado- le digo- ¿Por qué no lo dejas para mañana?
-¡No puedo! ¡Tengo que terminar de hacer esta cuenta hoy!
- Me he casado con un cabezota.
- 58+1+9+8+2+2=80.
-¿Quieres que te prepare algo?
- No; déjalo correr...
- Estás tenso.
- Y tú estás pesada, pero no quiero ofenderte.
- Perro ladrador, poco mordedor.
-¡No me provoques, Sophie!
            Una carcajada se escapa de mi garganta. Me encanta chinchar a Stephen. Soy una mala mujer, lo reconozco.
- 80+1+9=90- ¿No se cansará?- Sé que me estás mirando.
- Antes, eras tú el que me miraba.
            Stephen se ríe. Le encanta reirse cuando está conmigo. Y a mí me gusta que lo haga.
-90+8+1+4=103.
            Soy una mujer inmensamente feliz, me digo. Tengo todo lo que necesito: a Stephen, a Georgina, a Katrina y a Prue. ¿Qué más necesito? Mi pasado está ahí y yo no tuve nada que ver. Anne fue ejecutada por asesina. A Imogen la mataron por Dios sabe qué motivo. Yo sólo fui una espectadora inocente de aquellos hechos.
-103+8+4=115.
            Yo no hice nada.
-115+6+6+3=130.
            No apuñalé a Imogen. Como tampoco colgué a Anne.
-¡Ay, Dios mío!- No puedo evitar que la exclamación salga de mi garganta.
-130+1+4+1= 136.
-¡Qué feliz es contando nuestro patrimonio!- pienso- Yo no tengo porqué molestarle con mis historias.
-136+9=145. 145+7+8+8+4+6+6=184. 184+3+1+4+1+1=194- Y de pronto- ¿Has salido a hacer alguna compra hoy?
- No, porque hoy no es día de mercado- respondo- ¿Por qué me lo preguntas?
- Porque nuestro capital sólo asciende a 194 libras.
            No es mucho. Pero, por lo menos, no pasaremos necesidad.
- No estamos en la ruina.
- Sophie, ¿alguna de las niñas te ha pedido dinero últimamente?
- Soy yo la que siempre les compra la ropa. ¿Por qué no vuelves a contar? Con lo despistado que eres, seguro que se te olvida algo.
            Esta vez también dice mientras escribe en el papel.
 -194+1+1+1+4=201
- Seguimos sin pasar necesidad- le digo.
- Me encanta que seas tan optimista, Sophie- responde Stephen. Y prosigue- 201+1+8=210.
            Me gustaría tanto poder hacer alguna traducción... Sin embargo, mi mano no obedece a los dictados de mi cabeza. Obedece a lo que le dicta mi corazón. Y éste, cruel como todos, le obliga a escribir estas líneas. Plasmo en un simple trozo de papel todos los sentimientos que he mantenido ocultos dentro de mí durante mucho tiempo. No quiero que los lea Stephen porque son demasiados dolorosos y tienen que ver, en parte, con él. Con él y conmigo.
            Siento un ligero cosquilleo en la mano derecha. Recuerdo que Stephen siempre utiliza la izquierda para escribir porque es zurdo. Yo soy diestra, no sé si para mi bien o para mi mal. El cosquilleo de la mano me lo está produciendo la pluma de escribir. No sé por qué, pero empiezo a reírme tontamente. Me hace gracia y no me doy cuenta. A lo mejor, me estoy atontando casi sin darme cuenta.
            El roce de la pluma contra mi mejilla me recuerda al tacto de la mano o de los labios de Stephen sobre mi piel. Me gusta sentir la lengua de Stephen por las noches recorriendo cada centímetro de mi cuerpo. Me estremezco de placer, pero es un placer muy breve. Vuelvo a reír tontamente. Durante mucho rato, jugueteo con la pluma que tengo en las manos. Pienso que es un juguete muy curioso y me siento como Georgina. Vuelvo a tener siete años delante de Stephen. ¿Notará cómo he rejuvenecido sin necesidad de intervenciones mágicas? Desearía volver atrás en el tiempo. Desearía volver a ser una niña. Jugar con mis amigas. Desearía hablar con Anne. Saber el porqué hizo aquello. Poder traer de nuevo a la vida a Imogen. Pero es imposible. 
            Mojo la pluma en el tintero que tengo al lado. Gotea un poco en la mesa; le he puesto demasiada tinta. Si apoyo el brazo en la mesa, seguramente me mancharé la camisola. Ni el agua del mar puede quitar del todo una mancha de tinta. Desde luego, todas las preocupaciones que me afectan hoy día son tontas. Decido que no me importa y apoyo el brazo en la mesa para escribir. Después, decidiré qué es lo que voy a plasmar en este papel.
            Cierro los ojos y respiro profundamente. Mi mano se desliza sobre el papel sin que yo pueda controlarla. ¿Qué me está pasando? ¿Qué clase de fuerza guía mi mano y no me permite ejercer el control que tengo sobre ella? Quiero llamar a gritos a Stephen, pero mi miedo es irracional, lo sé. Tengo la mente en blanco. Apenas puedo pensar con lucidez.
            Una voz en mi cabeza, dentro de mí, me susurra. Me dice que me deje llevar, que no tenga miedo. ¡Tengo miedo de mí misma y de lo que pueda escribir! ¡Tengo miedo de liberarme y mostrarme al mundo tal y como soy! En realidad, me dice la vocecita mientras yo no paro de escribir, tengo miedo de hablar. Sí, me dice que no soy capaz de hablar de Anne y de Imogen. Pero eso ocurrió hace muchos años.
            Pero tiene razón. No puedo dejar de pensar en ellas ni un solo instante. Desde que Sue y yo descubrimos el cadáver de Imogen, estoy atormentada por su visión. Y, luego, vimos el arma homicida en las manos de Anne... Vimos sus ropas manchadas con la sangre de Imogen... Nuestra amiga no se defendió en el juicio. Aceptó el veredicto con frialdad y no pidió clemencia cuando la ejecutaron.
-¿Estás bien, cariño?- me pregunta, de pronto, Stephen.
            Estoy tan distraída que ni siquiera le oigo.
- Sophie, ¿estás bien?
            Por fin, reacciono.
-¡Oh, sí! Me encuentro perfectamente- Stephen jamás lo comprendería, me digo. Jamás entendería todos los tormentos que encierran mi alma.
- Pues no lo parece.
            Me sobrecojo. Mi marido no es ningún idiota; es la persona más inteligente que conozco. Debo de engañarlo de forma muy sutil.
-¿Y eso?
- La pluma tiembla en tus manos. Por lo general, cuando escribes, nunca te tiembla el pulso y hoy sí.
            Finjo una risotada y finjo gastarle una broma.
-¡Será que voy para vieja!
-¡Por el amor de Dios, Sophie! Sólo tienes treinta y tres años. He visto a ancianas de noventa años tejiendo en los portales de sus casas y no les temblaba el pulso como a ti- Tengo que desviar la cabeza. Mi marido me conoce mucho mejor de lo que yo creo. Si le miro, tendré que decirle la verdad, pero no quiero hacerlo- ¿Estás enferma?
- No, no.
            ¡Dios mío! ¿Por qué seré tan cobarde? Stephen me lo ha dicho muchas veces. Deja atrás el pasado. Vive el presente. Pero el pasado sigue siendo una constante en mi vida. April trata de fingir que nada ha pasado. Pero yo no puedo olvidar. Ni quiero olvidar. A pesar de que debería de ser una mujer feliz por todo lo que he conseguido. 
- Estás hoy mucho más distraída que de costumbre.
            ¿Por qué tiene que ponerse así de pesado? Stephen es como yo. Ninguno de lo dos queremos una respuesta simple de las cosas. Queremos respuestas claras, pero también completas y no nos detenemos hasta que no lo conseguimos. En estos instantes, odio esa faceta tan curiosa de mi marido.
- Ya te he dicho que estoy bien, querido. No insistas más.
- Me preocupo cuando veo que estás rara. Sophie, yo sólo vivo para cuidar de las niñas y de ti. Me angustia verte así...
            ¿Cómo consigue que yo me derrita con sus frases? ¿Por qué no me dejará en paz?
- Lo sé, cielo, lo sé...
- Sé sincero conmigo, Sophie, te lo ruego.
- Lo soy. Es sólo que... estoy muy cansada.
            Una voz en mi cabeza está gritándome: “¡Mentirosa!” Me doy cuenta de que no puedo decirle a Stephen la verdad porque ni yo misma sé cuál es. ¿Qué ocurrió realmente entre Anne e Imogen?
-¿Cansada? ¿Y eso?
- Trata de entenderme. Tú sólo te ocupas de tus cuentas y de la pesca. Yo he de encargarme de la casa, del cuidado de las niñas, de las traducciones. También he de complacerte por las noches. Georgina y Katrina son unas adolescentes y quieren conocerlo todo. Y sólo yo puedo explicarles lo que les está pasando. Están en una edad muy difícil.
            Stephen asiente. Me mira con ternura y comprensión. Con eso consigue que lo ame un poquito más.
- Lo siento, cariño. No sabía que tuvieras que llevar tanto peso tú sola.
- No pasa nada...
- Perdóname, Sophie. He sido un poco pesado.
            No, mi amor. Tú no eres ningún pesado. Yo soy una cobarde y una mentirosa por no hablarte claro; por no abrirte mi corazón. Yo te he abierto otras partes de mí, pero pocas veces te abro mi corazón, mi vida. Tu único delito es amarme y preocuparte por mí. El mío es no saber nada. Porque es cierto que no sé nada acerca de las dos mujeres que creía mis amigas. También dudo de saber quién es Sue realmente y ella, además de dudar de Imogen y de Anne, dude realmente de mí; quizás por eso nos distanciamos. También hay momentos en los que también dudo de mi veracidad como persona, como me está pasando ahora mismo.
- No me importa... Es tu trabajo.
            Me concentro en seguir escribiendo lo que me dicta mi cabeza. Ella (y creo que también mi corazón), ha tomado posesión de mi mano. Mi cuerpo está sentado en una silla de madera y lo noto inerte. No, el dominio de mi cabeza sólo se extiende hasta mi mano. Mi mente, vuela y se encuentra más allá de todo lo que hay cerca de mí. Supongo que en eso consiste el desahogo. En dejarlo salir todo.
            Sí, me estoy desahogando. Estoy plasmando en un trozo de papel lo que siento. No me fijo en las frases que mi mano realiza. Se las dicta mi cabeza. Mi mano es la alumna. Mi cabeza es la maestra. Mi cuerpo es el aula.
Mi historia no empieza con las muertes de Anne y de Imogen. Mi historia comenzó hace muchos años. Sospecho que empezó cuando mi madre era una adolescente y conoció a mi padre. Mi madre era natural de Londres y mi padre nació aquí, en esta isla. Tenía mi madre la misma edad que tiene hoy mi Georgina cuando se trasladó con mis abuelos a Grimsay. Fue en esta isla donde se enamoraron. Aquí fue donde empezó toda mi vida y los misterios que la rodearon. Por eso, años después, sigo sin hallar respuesta para todas las preguntas que me rondan y me atormentan una y otra vez desde hace mucho tiempo.
- 210+1+5=216 libras que poseemos, Sophie, cariño- me dice Stephen con voz triunfal.
                   Le sonrió de manera mecánica. 
-Me alegro mucho-le contesto.
-Saldré a dar un paseo con las niñas. ¿Quieres venirte con nosotros?
-Os alcanzaré dentro de un rato. Grimsay es una isla pequeña. No es fácil perderse. Me gustaría escribirle una carta a April. 
-De acuerdo...
                    Stephen sale. Se despide de mí dándome un beso en los labios. Yo le doy un beso en la mejilla. Le veo irse. Respiro aliviada. 
                     Busco una hoja en blanco. Necesito hablar con April. Por eso, le escribo esta carta. 

                     Querida April:

                    Ninguna de las dos puede fingir que no ha pasado nada. 
                    Estaríamos mintiendo. 
                   Anne e Imogen eran nuestras amigas. 
                  Anne mató a Imogen. Nunca supimos el porqué lo hizo. 
                      Pero aquel suceso nos cambió a las dos. 
                    Los años han pasado. Pero sigo preguntándome el porqué Anne cometió aquella atrocidad. 
                     Las cuatro estuvimos muy unidas. El asesinato de Imogen a manos de Anne lo cambió todo. Sigue afectándome, a pesar de que intento ser feliz al lado de Stephen y de nuestras hijas. Pero no puedo. La sin razón de lo ocurrido me persigue. Y sospecho que no te permite ser feliz. 
                 April, antes o después, hemos de hablar del tema. Aunque es muy doloroso para las dos. Yo lo sé. Siento que sólo podemos seguir adelante si encaramos nuestro pasado. Pero las dos estamos demasiados conmocionadas a día de hoy. 
                  Las pesadillas aún persisten. 
                  Mi querida April, sigo llorando a Anne y a Imogen. Sus ausencias me siguen doliendo. Las necesito en mi vida. 
                   ¿Te pasa a ti lo mismo? 
                  Estoy destrozada. Y cada día que pasa me sigue doliendo el corazón al recordar todo lo que vivimos y todo lo que pasó. 

2 comentarios:

  1. Hola Laura.
    Muy buen relato y con muertes, como a mí me gustan... Jejeje.
    Escribes muy bien, soy un troll sincero.

    Saludos.

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  2. Uy muy buen relato adoro tus historias ,¿ no sé como puedes escribir tantas al mismo tiempo? . Yo con una ando estrés, con jaquecas y de poco a poco sin tiempo. Te mando un beso y te me cuidas mucho

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