miércoles, 26 de febrero de 2014

UN SABOR AGRIDULCE (ENTRADA PROGRAMADA)


                        Lorenzo se acercó de madrugada a la habitación donde descansaba su cuñada.
                        Recostada sobre un balancín y tapada con una manta estaba María Catalina. La luz de la Luna que se colaba por la ventana de la habitación de María Elena daba de lleno en la figura de su prima. Lorenzo se quedó sin habla al verla.
                        María Catalina era una joven que tenía un aire solemne, acentuado por su propia timidez. Tenía unas facciones muy suaves. Unos rasgos que María Catalina consideraba feos. Su rostro tenía la forma perfecta de un corazón. Era demasiado delgada y muy baja para su edad, un rasgo que había heredado de una prima lejana de su padre, y no aparentaba que hacia unas semanas había cumplido los dieciocho años, sino muchos menos. La primera vez que Lorenzo la vio, creyó que era una niña.
                     Lorenzo se acercó a ella. Le parecía lejana la noche en la que le fue presentada. La prima de su cuñada, pensó. 
                     El cabello negro de María Catalina estaba suelto y caía sobre sus hombros. Había perdido las redondeces propias de la niñez. Su cuerpo había madurado y adquirido las formas propias de una mujer. Los vestidos que lucía ocultaban aquellas redondeces. 
                    Había vivido a la sombra de María Elena durante toda su vida, pensó Lorenzo. Posó su mano sobre el hombro de María Catalina. 
-Despierta-le susurró. 
                  La joven abrió los ojos. Se sobresaltó al darse cuenta de que Lorenzo estaba a su lado. 
-Lo siento mucho-se excusó-Me he quedado dormida sin darme cuenta. 
-¿Cuántas noches llevas sin dormir?-inquirió Lorenzo. 
-Le he dicho a Rosario que se fuera a dormir. Me ha costado mucho trabajo convencerla de que lo hiciera. Por suerte, Elenita está dormida. Casi no ha tosido en toda la noche. 
                 Lorenzo acarició casi sin darse cuenta con la mano el cabello de María Catalina. 
                 Su pecho, aunque pequeño, era firme. Tenía las caderas bien redondeadas y anchas. María Catalina se consideraba así misma como una del montón. Pero lo cierto era que se había convertido en una muchacha preciosa.
-Deberías ir a acostarte-le sugirió Lorenzo. 
-No tengo sueño. 
-Lo que menos le conviene a mi cuñada es que su querida prima enferme. Yo me quedo con ella. 
                  Los ojos de María Catalina eran de color castaño oscuro. Miraron con cierto escepticismo a Lorenzo. Sus ojos son grandes, pensó el joven sobrecogido. Y tan hermoso como cualquier estrella del firmamento...
                   Carraspeó. 
-Tienes razón-accedió María Catalina-Me acostaré un rato.



                  Apartó la manta. La echó con cuidado sobre la figura dormida de María Elena. 
                  Se levantó del balancín. Echó un vistazo a su prima. María Elena dormía tranquilamente. 
                  Miró a Lorenzo y le dio un beso en la mejilla, muy cerca de los labios. 

1 comentario:

  1. Uy extrañaba tus relatos , te mando un abrazo y espero que todo marche bien

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