lunes, 20 de octubre de 2014

UN SABOR AGRIDULCE

Hola a todos.
Aquí os traigo el último fragmento de mi relato Un sabor agridulce. 
Me ha costado ¡casi un año! terminar la historia de amor entre Lorenzo y María Catalina. Una historia de amor cocida a fuego muy lento en un lugar tan recóndito y tan bonito a la vez como lo es el Peñón de Alhucemas.
Gracias a todos los que han leído esta historia.
Gracias a todos los que la han comentado.
Si esta historia ha llegado a su final ha sido por vosotros.
Vamos a ver lo que le depara la vida a las primas María Elena y María Catalina.

                              El viaje desde el Peñón de Alhucemas hasta Cuenca fue muy largo. María Elena luchó contra la debilidad que sentía.
-¡No hemos debido de salir del Peñón!-se quejó Rosario cuando se subieron en el primer tren, en la estación de La Línea de la Concepción-Este viaje es una locura. ¡Te has mareado, mi niña!
                              María Elena la abrazó con cariño.
-Me siento bien-le aseguró.
                              Tuvieron que tomar varios trenes hasta llegar a Cuenca. Era el lugar donde se encontraba el balneario de Solán de Cabras. María Elena lo conocía de haber oído hablar de él en las reuniones a las que había asistido con Santiago en el pasado. María Elena creía que recobraría la salud perdida en aquel lugar.
                             Rosario y ella compartían habitación. Sin embargo, María Elena pasó dos días acostada en su cama.
                               Rosario la miró con nerviosismo. En su opinión, María Elena no debía de haber dejado la casa de sus tíos. Estaba bien atendida en aquel lugar.
                          Sin embargo, María Elena sentía que estaba obligando a sus tíos a cuidar de ella. Ellos merecían tener su propia vida.
                             Pensaba en su prima María Catalina. En lo guapa que estaba con su vestido blanco de novia el día de su boda con Lorenzo. El verla casarse en la Iglesia le trajo a la memoria recuerdos del día de su boda con Santiago. Pero Lorenzo, por suerte, no se parecía en nada a Santiago. Además de ser un joven bueno y serio, estaba enamorado de verdad de María Catalina.
                             María Elena estaba cansada del viaje. Pero también estaba cansada de recordar a Santiago.
                            Empezó a pasar mucho tiempo fuera del balneario. El paisaje que le rodeaba era verdaderamente hermoso. Rosario veía con malos ojos las constantes excursiones que María Elena hacía al valle. La mujer bastante tenía con bañarse.
                          A María Elena le gustaba pasear por la orilla del río Cuervo. Una tarde, sus pasos la llevaron hasta el pie del Monte Rebollar. En un saliente del río Cuervo es donde brota el agua del manantial.
                         María Elena llevaba una carta en sus manos. La había recibido aquella misma mañana. Habían pasado varios meses de la boda de María Catalina. Y también habían pasado otros tantos meses desde que llegó al balneario.
                         Se sentó a la orilla del manantial. Era una tarde soleada. Sólo se escuchaba el agua que brotaba de aquel monte. Escuchó el canto lejano de un pájaro.
                         La carta se la había escrito a María Elena su prima María Catalina. La desdobló. Sonrió al reconocer la letra de María Catalina.

                           Lorenzo y yo hemos arrendado una casa en la isla de Tierra. De este modo, no abandonamos el archipiélago. Pero disfrutamos de nuestra intimidad. Y puedo ir a visitar a mis padres con toda la frecuencia que quiero. 
                        Lorenzo se va a ocupar de sus negocios desde aquí. Incluso, está pensando en abrir un negocio en el Peñón. 
                         Quiere que yo le ayude. 
                         Lo mejor son por las noches. Cuando Lorenzo llena de besos cada centímetro de mi piel. 

                           María Elena dejó de leer.
                          Se secó las lágrimas que rodaban por sus mejillas. Se alegraba de corazón que María Catalina fuera feliz al lado de Lorenzo. Se lo merecía.
                           Pensó en sí misma. Santiago no la había amado del modo en el que Lorenzo amaba a María Catalina.
                            Pensó en el apuesto banquero viudo que le había robado un beso a la salida de uno de los baños.
                            Y pensó que había llegado el momento de darse así misma la oportunidad de ser verdaderamente feliz al lado de un hombre que la amara de verdad. Estaba cansada de vivir anclada en el pasado. Y era aquel pasado lo que la había hecho enfermar.



                                  Voy a ser feliz, pensó María Elena con decisión.

FIN

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