sábado, 30 de marzo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Seguimos con Berkley Manor. 
Esto empieza a moverse. Aquí tenéis un nuevo capítulo.
Espero, de corazón, que os guste.
¡No olvidéis comentar!


                 En Berkley Manor reinaba el caos. Los invitados habían llegado días antes.
                Fueron días de diversión. Las excursiones que se organizaban eran diarias. Ya se habían celebrado tres cacerías. Los invitados se despertaban tarde. Y es que se acostaban precisamente tarde porque se celebraba un baile todas las noches. 
                  Los sirvientes entraban y salían de la casa porque estaban atareados haciendo la compra de la comida que se serviría esa noche y lady Christine Margaret Pennyworthy, duquesa de Berkley, entraba con frecuencia en la cocina para supervisar si los criados estaban haciendo las cosas bien; según ella, nada puede fallar porque asistirán a la fiesta las personas más importantes de la ciudad.
            Los invitados tomaron asiento en la mesa y comenzaron a comer el primer plato, que consistió en pavo asado con guarnición de patatas. Se lo comieron mientras degustaban el vino de la familia. Después, llegó el segundo plato, que era langosta; la ocasión merecía hacer algún que otro despilfarro. 
              Los invitados hablaban entre sí durante la cena. 
               Estaban sentados alrededor de una mesa de madera de roble.
               Una lámpara de araña colgaba del techo. Daban cuenta de la exquisita cena que se había preparado. 
-Austria y Prusia se han unido para luchar contra esos descerebrados-comentó un duque. 
               Se refería a los revolucionarios franceses. 
-Lo que ha empezado siendo una causa justa, se ha convertido en un derramamiento de sangre-se lamentó Duncan Pennyworthy, duque de Berkley-Los franceses no pueden respirar tranquilos. Si se quejan por lo caro que está el pan, les cortan la cabeza. Francia es un país muy civilizado. O era un país muy civilizado. ¿Adónde irá a parar? 
                Lord Duncan presidía la mesa. Sentada en la otra punta de la mesa se encontraba lady Christine. Una baronesa admiraba el vestido que la duquesa llevaba puesto. 
-Es un vestido precioso-la aduló-¿Es nuevo, Excelencia?
-Lo compré ayer-contestó lady Christine-Una modista de Londres me lo hizo a medida. 
               Al contrario de algunos nobles que estaban sentados a la mesa, ni lord Duncan ni lady Christine lucían peluca. 
                 Lord Duncan bebió un sorbo de su copa de vino. 
-Miedo me da lo que pueda pasar en Europa por culpa de esos revolucionarios-se lamentó un conde. 
                Había unas doscientas personas sentadas a la mesa. Los criados iban y venían. Aquella vez, habían acudido más invitados a la mansión. Lady Christine estaba encantada. Le gustaba tener la mansión llena de gente. 
              Tras la cena, se celebraría el baile. Los duques abrirían el baile. 
               En su habitación dormía el pequeño Toby. Era el único hijo de lord Duncan, nacido de su primer matrimonio. Y se había convertido en el mayor tesoro de lady Christine. La habitación del niño estaba llena de juguetes. 
               Lord Duncan tenía muchas esperanzas depositadas en su hijo. En mitad del baile, se escabulló para ir a verle. Toby se removió inquieto en su cama. Debe de estar teniendo alguna pesadilla, pensó lord Duncan. La habitación estaba sumida en la oscuridad. 
             Aquella tarde, había estado lloviendo. Pero eso no había impedido a Toby salir al jardín. Su niñera, la señora Harry, había intentado, en vano, meterlo dentro de casa. El niño se había subido a un árbol. 
               Lord Duncan sonrió con la imagen de Toby correteando bajo la lluvia del jardín. Su hijo era un niño fuerte y sano. Su heredero, pensó con nostalgia. Lady Christine no podía darle un hijo. Pero eso no le importaba. Porque tenía a Toby. Lo vería crecer. Y se sentiría orgulloso de él. Toby sería un buen hombre el día de mañana. Y lord Duncan quería verlo. Alzó la mano. Un mechón de pelo del niño se le había venido a la frente. De pronto, lord Duncan agudizó el oído. La respiración de Toby era entrecortada. Al pasar la mano por la frente de Toby, lord Duncan se quedó helado. 
              Toby tenía la frente caliente. 
-¡Dios mío!-exclamó. 
               Salió corriendo de la habitación. 
               Parecía que Toby tenía fiebre. 
         
                El viaje se le hizo corto a Melanie. Agradecía tener como compañera de viaje a Eleanor. La joven tenía diecisiete años y un genio muy vivo.
                 Viajaban en el carruaje de los Derrick.
                Su amiga era una joven que poseía un porte muy elegante. Su nariz era pequeña y puntiaguda. Eleanor tenía el cabello de color rojo. Sus ojos eran de color verde. Su piel era blanca como la leche. En el pasado, Melanie no había gozado de buena salud. Constantemente, se había visto postrada en el lecho. Desde que llegó a la adolescencia, todo había cambiado. Melanie se encontraba mejor de salud. Pero no se la veía muy contenta con aquel viaje.
-Estoy muy nerviosa-le confió Melanie a Eleanor-Espero no hacer el ridículo.
-Si te soy sincera, yo no quería venir-admitió Eleanor.
                Las dos viajaban en el carruaje. La hermana menor de Eleanor, Victoria Samantha Derrick, se había adelantado. Había llegado a Berkley Manor algunos días antes. Victoria tenía dieciséis años. Melanie se sorprendió cuando Eleanor le habló de su hermana. En opinión de Melanie, Victoria tendría que estar todavía recibiendo clases de su institutriz. Pero Eleanor le contó que sus padres pensaban casarlas antes del próximo verano.
-Somos diez hermanos-se lamentó Eleanor-Mis hermanos mayores son todos varones. Ya están casados. Las únicas que quedamos somos Victoria y yo.
              Eleanor no había querido hacer aquel viaje a Berkley Manor. Ella habría preferido no salir de su casa. Al final, se había visto obligada a emprender aquel viaje.
-¿No te hace ilusión conocer a los duques de Berkley?-inquirió Melanie.
-Me habría hecho ilusión conocerles en otras circunstancias-contestó Eleanor.
-¿A qué te refieres?
-Hay un chico. Yo lo quiero mucho. Y él también me quiere. Su renta no es muy elevada. Pero está trabajando. A su lado, no pasaría penuria alguna.
-Entiendo.
              Melanie sintió envidia de Eleanor.
-Lo amo-le confió la chica-Y sólo quiero pasar el resto de mi vida a su lado.
               Melanie sintió cómo se le clavaba un puñal en el corazón. Ella nunca antes había estado enamorada. Y se dio cuenta de que no sabía lo que era eso. Asomó la cabeza por la ventanilla del carruaje.
               Tenía la sensación de que se estaba asfixiando allí dentro.
-¿Falta mucho para qué lleguemos?-le preguntó a Eleanor.
                Ella se encogió de hombros.
                En la mansión la estaba esperando su hermana Victoria. Había viajado acompañada por una criada de confianza de sus padres. Eleanor pensó que su hermana estaría aburrida.
-No le gustan los bailes-dijo.
                 A mí tampoco me gustan los bailes, pensó Melanie.
-No sé bailar-admitió la muchacha.
                 Aún así, se encontraba metida dentro de aquel carruaje. Se dirigía a un lugar desconocido para ella.
-Todo irá bien-le aseguró Eleanor-Volverás con varias ofertas de matrimonio. Los mejores partidos están allí.
-¿Y qué pasa con ese chico del que estás enamorada?-indagó Melanie.
-No te preocupes por nosotros. Él no me abandonará nunca. Me lo ha jurado.



                      El cielo se tiñó de nubarrones negros.
                      Melanie tuvo que meter la cabeza en el interior del carruaje. Le habían caído unas cuantas gotas encima de la nariz. Cerró la ventanilla.
                      Pronto, empezó a llover con gran fuerza. Melanie se puso muy nerviosa. Es una mala señal, pensó. Algo malo está a punto de pasar.
                      Melanie contuvo el aliento cuando vio la imponente mansión que se alzaba delante de ella.
-¡Ya hemos llegado!-le avisó a Eleanor.
-¿Adónde?-inquirió la joven, un poco distraída.
-A Berkley Manor...
                  Melanie no sabía si debía de alegrarse o si debía de salir corriendo.
                  Había llegado, finalmente, a su destino. Ya apenas quedaban unos pocos metros. Y estaría en la residencia de los duques.
-¡Es bellísima!-exclamó Eleanor.
-No veo a nadie-observó Melanie.
-Es porque estamos todavía lejos. Y, además, no hace día para estar en la calle.
-Supongo que sí...
                 Pero un mal presentimiento se adueñó de Melanie.
                 El carruaje se detuvo delante de la verja de hierro que rodeaba la mansión.
-Las ventanas están cerradas-observó Melanie.
                   El cochero ayudó a Eleanor a descender en primer lugar. A Melanie se le escapó observar el gesto de complicidad que hubo entre Eleanor y el joven cochero, Justin. Después, éste ayudó a descender del carruaje a Melanie. Pero ésta miraba con el ceño fruncido hacia las ventanas de la mansión. Las cortinas eran negras.
-Ha pasado algo-opinó en voz alta-Algo horrible...

jueves, 28 de marzo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Aquí tenéis un nuevo fragmento de mi relato Berkley Manor. 

                  Esa noche, Kate fue a darle las buenas noches a su tía Regina a su habitación. Le dio un abrazo. 
                  Regina ya se había soltado el pelo. Llevaba puesto el camisón. Kate aún no se había puesto el camisón. 
                    Aún lucía el vestido que había llevado puesto durante la cena. 
                  Las dos se sentaron en la cama. 
                  Estuvieron hablando largo y tendido. Recordaron anécdotas de la niñez de Kate. De cuando su madre aún no la había abandonado para irse con otro hombre. 
-Aunque lleve sangre inglesa en las venas, te recuerdo que nací en Escocia.
            Regina suspiró.
-Me lo dices mil veces al día-afirmó la mujer-Tu padre tenía propiedades allí. Cuando tu madre se quedó embarazada, decidió que pasarían el embarazo allí. Pero no eres escocesa.
-¡Lo sé! 
-Por desgracia...Tu padre tuvo que vender aquellas propiedades. Habrían sido una buena dote para Melanie. La habrían ayudado mucho más. Recemos para que tenga suerte.  
-Tía, quiero para mis hijas lo que no tuve para mí-le aseguró Kate-Quiero que vayan a fiestas y que luzcan vestidos bonitos. Y quiero que se casen con un hombre que las amen y que las respeten. No estoy pidiendo mucho, ¿verdad?
            Regina acarició con la mano la mano de su sobrina. Kate deseaba para sus hijas lo mismo que toda madre desea para sus retoños. Quería que Melanie y Anne fuesen felices. Ella vivía acosada por el recuerdo de Marcus. Pero Melanie y Anne no sufrirían. ¡De eso estaba segura! 
             Había cometido muchos errores. Confiaba en que Melanie y Anne tendrían mejor juicio que ella. Aún así, Kate estaba preocupada. Melanie era muy joven y muy inocente. También ella corría el riesgo de equivocarse. 
-Has sido una madre estupenda y tus hijas te adoran-afirmó Regina.
-No habría podido hacerlo sin tu ayuda, tía-le dijo Kate con dulzura.
                Esa noche, Kate, como todas las noches, cepilló el cabello de su hija. Lo hacía antes de que se acostara. Mientras que Kate era pelirroja, Melanie era rubia; no se parecía en nada a ella, sino que había salido a la familia de su padre.
               Antes, Kate decidió ir a la habitación de Anne y la arropó. Eran pocas las veces que tenía aquellos gestos con sus hijas. 
-No crezcas nunca-le susurró Kate a su hija menor-Sólo serás feliz si sigues siendo una niña. 
-Algún día, tendré que crecer-le recordó Anne. 
               Kate salió de la habitación de su hija sin hacer ruido. Anne dormía con una muñeca de porcelana. Al quedarse sola, la niña cerró los ojos y se quedó profundamente dormida. Se había acostumbrado al extraño comportamiento de su madre. Kate no era como las madres de sus amigas. Vivían en un mundo ajeno a la realidad. 
-A tu edad, son muchas las chicas que están empezando seriamente en casarse-atacó Kate, tras suspirar hondamente-Acuden a bailes. Dejan que los caballeros se acerquen a ellas. Que las cortejen. 
 -¿Y qué tiene que ver eso conmigo?-inquirió Melanie.
-Habrás oído hablar de los duques de Berkley. Ellos viven en la otra punta de la isla.
-No les conozco.
-Pronto...Muy pronto...Les vas a conocer.
-¿Qué quieres decir, mamá? No te entiendo.
-Ya estás en edad casadera. ¿Sabes lo que eso significa?
-Más o menos...Que tengo que buscar ya un marido. O me quedaré soltera. ¡Y ni siquiera he viajado a Londres! Nunca he estado en la Casa Carlton. No conozco al Príncipe de Gales. Yo...¡No he sido todavía presentada en sociedad! Lo seré más adelante. El año que viene. ¿No, mamá?
-Son uno de los matrimonios más influyentes de toda Inglaterra. Ellos pueden ayudarte a conseguir un buen marido. Suelen celebrar muchas fiestas en su mansión. Organizan excursiones. Cacerías...Tú podrías participar en esas actividades y conocer a algunos caballeros. Tía Regina conoció al padre del actual duque. Estaría encantado de acogerte en su casa. Sólo será durante algún tiempo, cariño.
-Aún no he decidido si quiero ir o no.
-Me haría mucha ilusión que fueras, hija mía, al menos, durante un año.
-Allí habrá muchas chicas como yo. Serán más bonitas que yo. No creo que tenga ninguna oportunidad en ese sitio. 
-Eres muy guapa, Melly, y estoy segura de que conseguirás que algún apuesto caballero caiga rendido a tus pies. Es una gran oportunidad. No debes de desaprovecharla, hijita. 
-¿Y por qué no me quedo aquí, contigo?-inquirió Melanie.
-Porque me gustaría que fueras allí, ya te lo he dicho-contestó Kate con voz dulce.
-No me gusta estar en sitios desconocidos. 
             Kate suspiró. Melanie no sabía qué pensar. Por un lado, le hacía ilusión ser presentada en sociedad. Conocer a gente nueva. Por el otro lado, le aterrorizaba la idea de estar separada de su familia. Pero el momento había llegado. A Kate se le partía el corazón cada vez que pensaba que estaría lejos de su hija. Sin embargo, era consciente de que Melanie debía de aprovechar aquella oportunidad que le brindaba la vida. 
-Los primeros días serán difíciles para ti-afirmó Kate-Porque estás acostumbrada a vivir con nosotras y te resultará extraño acostumbrarte a ese sitio. ¡Pero te vas a divertir tanto que acabarás acostumbrándote! 
Confía en mí.
                  Kate observó a su hija; era bajita y delgada. Sin embargo, poseía la clase de belleza clásica británica que hacían de ella una especie de muñequita de porcelana viviente. Mirándola, Kate no pudo evitar sentirse orgullosa de ella. Adoraba tanto a su hijas (lo único bueno que había sabido hacer sir Marcus) que habría dado la vida por ellas.
            Sin parecerse a ella físicamente, Kate reconocía que Melanie era tan seria y tan cariñosa como ella.
             Aquella noche, Melanie apenas pudo dormir. No dejaba de pensar en lo que le había dicho su madre. Iba a emprender su primer viaje sola. Iría a pasar una temporada con el matrimonio más influyente de la isla. ¡Haré el ridículo!, pensó Melanie. El terror se apoderó de ella. ¿Cómo iba a emprender un viaje en solitario?, se preguntó. 

 
                      Los días siguientes fueron un Infierno para todas las mujeres que vivían en la casa. Cuando Anne se enteró de la marcha de Melanie, se enfadó muchísimo.
                      Kate quería que sus hijas fueran felices. Ella las adoraba, las protegía, las cuidaba y las complacía.
                         A veces, cuando Melanie se estaba mirando al espejo para cepillarse, estallaba en lágrimas porque era fea.
            Quería ser hermosa, pero se daba cuenta de que jamás lo sería. Por eso, no quería salir a la calle.
            Por eso, en ocasiones, se negaba a relacionarse con el resto de la gente. 
             ¡Y, de pronto, tendría que abandonar su casa! 
              La idea le parecía espantosa. Melanie no podía conciliar el sueño por las noches. Permanecía despierta. Miraba al vacío. Su madre intentaba hacerla razonar. 
-Es una buena oportunidad-le decía. 
                Le hablaba de los caballeros que iba a conocer. De las ofertas de matrimonio que le harían. Pero Melanie estaba aterrorizada. ¡No podría abandonar a su familia! 
               De noche, permanecía acostada en la cama sin poder conciliar el sueño. 
               Se preguntaba qué iba a hacer ella en un lugar como Berkley Manor. Estaba segura de que iba a acabar haciendo el ridículo. 
               Pero se veía obligada a ir a aquel sitio. La obligaban a ir en contra de su voluntad. 

                  Melanie partiría en cuestión de días.
                 Durante aquellos días, no pudo conciliar el sueño.
                  De pronto, su ropa se le antojaba fea y vieja. No conocía de nada a los duques de Berkley. Pero todo el mundo admiraba la belleza y la elegancia de la duquesa. Mientras doblaba los vestidos, Melanie se los quedaba mirando.
                  No entendía nada de lo que estaba pasando. ¿Por qué tenía que irse a Berkley Manor?
                 Tenía la impresión de que ella no pintaba nada en aquella mansión.
                  La criada la estaba ayudando. No paraba de parlotear acerca de aquel dichoso viaje. De los sitios a los que iría.
-¡No estéis triste, señorita!-trató de animarla-Pensad en que va a salir de esta casa. Ya tiene edad de casarse.
-Haré el ridículo-se lamentó Melanie.
                 Se dejó caer en la cama.
-Sólo hará el ridículo si se esconde-le aseguró la criada.

                      El día de la despedida llegó. Para Melanie, fue el momento más doloroso que jamás había vivido. Tenía que decirle adiós a su madre, a su tía abuela y a su hermana pequeña. Anne no paraba de llorar. Kate, mientras, a duras penas podía contener las lágrimas. 
                    Las tres salieron al jardín. Tía Regina se enfadó con Kate y con Anne. Si Melanie las veía en aquel estado, a lo mejor, decidía quedarse allí. 
-No debe de dejar escapar esta oportunidad-insistió la mujer. 
                  Anne lo consideraba injusto. 
-¡Voy a perder a mi hermana!-sollozó la niña-¡No volveré a verla!
-Es ley de vida, Annie-le recordó su madre. 
-Por suerte, Melly no se parece en nada al canalla de vuestro padre-afirmó tía Regina. 
                Kate la fulminó con la mirada. 
-¡Tía!-la regañó-¿Cómo se te ocurre hablar así delante de Annie?
-Es hora de que la niña sepa algunas cosas de su padre-sentenció tía Regina-Pero no quiero hablar de ese miserable ahora. 
                  En aquel momento, Melanie salió al jardín portando dos maletas. 
-Ha llegado el momento de irme-dijo, aparentando una tranquilidad que estaba muy lejos de sentir-No quiero llegar tarde. Ignoro si los duques estarán esperándome. Yo...
                No pudo seguir hablando. 
-Eres una joven fuerte y hermosa-le aseguró su madre-Escúchame. No quiero que cometas los mismos errores que yo cometí. Quiero que seas feliz. 
-¡Pero no volveré a verte!-se rebeló Anne-Conocerá a algún aristócrata de esos que viven en Londres. Le pedirá que se case con él. ¡Se la llevará lejos! ¡Y no volveré a verla!-Anne lloraba-¡Porque no quiero que te vayas, Melly! 
-Con un poco de suerte, no conoceré a nadie-le dijo Melanie-No creo que ningún hombre se fije en mí. ¡No llores, por favor, Annie! Si empiezas a llorar, no podré irme-Se puso de cuclillas frente a la niña-Prometo que estaré de vuelta antes de que te des cuenta. Además...¡No me voy a ir muy lejos! Por lo que sé, Berkley Manor está en la otra punta de la isla. ¡Podrás venir a verme! ¡Y yo podré venir a verte!-Abrazó a Anne-Annie...Pequeña...No estés triste. Yo voy a estar bien. 
-Hazle caso a tu hermana, pequeña-intervino tía Regina-Dentro de algunos años, también harás lo mismo que va a hacer ella-Melanie se puso erguida-De lo que se trata es de que seais felices. El amor...Es una opción. Pero no siempre es la mejor opción. Os lo dice alguien que sabe de lo que está hablando. Melly sabe cuál es su deber. Y nosotras esperamos que lo cumpla. Aunque, confieso que es mejor seguir los dictados de tu corazón. Pero confío en ella. 
-No vas a viajar sola-le dijo Kate a su hija mayor-Eleanor Adrianne Derrick también va a viajar a Berkley Manor. Sus padres piensan que podréis hacer juntas el viaje. De esta manera, evitaríais muchas habladurías. Dos muchachas viajando juntas no dan tanto de qué hablar a los chismosos que una muchacha que viaja sola. 
                 Melanie conocía a Eleanor. Eran amigas. Sin embargo, era una amistad más bien superficial. No se contaban secretos. No intercambiaban confidencias. 
                  A decir verdad, Melanie no conocía mucho a Eleanor. Le caía bien. Tenían la misma edad. Pensaban en vestidos y en lazos. 
                    Pero Eleanor sí estaba entusiasmada con la posibilidad de pasar una temporada en Berkley Manor. Al menos, en apariencia. En cambio, la idea disgustaba mucho a Melanie. Eleanor sí quería separarse de su familia. Y Melanie no quería abandonar a su familia. Pensaban de distinta manera. 
-Nada más llegar, prometo que os escribiré-decidió Melanie-Os escribiré todos los días una carta. ¡Y serán cartas muy largas! Os contaré todo lo que me pase allí. Espero que todo salga bien. No me importa no ser cortejada. ¡Y tampoco me importa que no me hagan una oferta de matrimonio! Estoy asustada porque es la primera vez que salgo de mi casa. ¡Pero sé que no tardaré mucho en regresar! Prometedme las tres que os cuidaréis mucho. Y yo os prometo que me cuidaré. ¡De verdad! Os quiero muchísimo a las tres. 
-Cariño, tienes la oportunidad de conseguir algo que no ha conseguido ninguna mujer de nuestra familia-le aseguró tía Regina-Tienes la oportunidad de ser feliz. Ni tu abuela ni tu madre ni yo hemos conseguido hacer realidad ese sueño. ¡Pero contigo será distinto! ¡Ya lo verás!
               Le cogió las manos a Melanie. 
-Cariño, quiero pedirte perdón-dijo Kate. Acarició con su mano el rostro de su hija-Te pido perdón porque no he sabido ser una buena madre. Me doy cuenta de que he pasado toda mi vida enamorada de alguien que no lo merecía. Lo único bueno que me ha dado ese amor habéis sido Annie y tú, Melly. Aunque os he visto crecer, no he sido una buena madre. Vivía más pendiente de mi dolor que de vosotras dos-Kate hablaba con el corazón. Una lágrima resbaló por su mejilla. Le cogió las manos a su hija-Vuestro padre ha sido un mal hombre-Se daba cuenta de que era verdad-Nunca se ha preocupado por vosotras dos. Nunca fue un buen marido. Me doy cuenta de que nunca estuvo enamorado de mí. Debo de enterrarle en mi corazón, por mucho que me cueste. Sólo así, podré ser feliz. Melly, no quiero que seas tan desgraciada como yo lo fui. Quiero que seas feliz. Pero sólo serás feliz con un hombre que te quiera de verdad. No pienses en títulos ni en dinero. ¡Olvida todo lo que te hemos dicho! Busca a un hombre que de verdad te ame. No mires si tiene título o si es un pobre campesino. Mira en su interior. Y ama con todas tus fuerzas. 
              Tía Regina guardó silencio. En el fondo, sabía que Kate tenía razón. 
              La mujer se había despertado con una extraña sensación en el corazón. Pensaba en que Melanie se marchaba. Pero no pensaba en sir Marcus. Él no estaba allí. 
              Había perdido una gran oportunidad de ver crecer a sus hijas. 
             A decir verdad, ya no le importaba su suerte. 
             Una parte de ella seguiría amándole. Pero no pensaba volver a arrastrarse por él. 
              Había hecho mal las cosas. Pero tenía la intención de resarcirse. Melanie no cometería los mismos errores que había cometido ella. 
-Mamá, no hables así-le pidió Melanie. Kate empezó a llorar-Siempre has estado con Annie y conmigo. Nos has cuidado cuando estábamos enfermas. Te has desvivido por nosotras. Querías mucho a nuestro padre. 
-Pero no merece ese miserable que llore por él-admitió Kate-Tía Regina tiene razón cuando me habla de ese modo. 
                   La mujer abrazó con fuerza a su hija mayor. 
                   Casi podía ver  a Melanie en algún baile. Se celebrarían muchos bailes en Berkley Manor. 
                    Podía imaginarse a los caballeros haciendo cola para bailar con su hija. La libreta de baile de Melanie estaría llena. Los enormes salones de la mansión estarían iluminados. Los invitados hablarían entre ellos. 
                   Melanie se sentiría como la Princesa de un cuento de hadas en aquella mansión. 
-Cuídate mucho, pequeña-le dijo tía Regina a Melanie-Y obedece en todo a lady Berkley. 
-Así lo haré, tía-asintió Melanie. 
                   Tía Regina abrazó con cariño a la chica. Estaba convencida de que aquel viaje iba a cambiar para siempre la vida de Melanie.
                    El carruaje la estaba esperando. Eleanor Adrianne Derrick estaba en su interior. Asomaba su pelirroja cabeza por la ventanilla del carruaje.
-¡Melly!-la llamó a gritos.
                  El cochero se hizo cargo de las maletas de la chica.
                  Melanie tragó saliva.
                  Miró por última vez a su familia. Y caminó en dirección al carruaje.
                  ¡No puedo hacerlo!, pensó Melanie. Subió al carruaje. Se acomodó delante de Eleanor. Y sintió el deseo de bajar corriendo de allí. De encerrarse en su habitación. Pero no lo hizo. 


miércoles, 27 de marzo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Aquí tenéis un nuevo capítulo de Berkley Manor. 
Espero que os guste. 

                        Sir Marcus Livingston no caía bien a nadie. Cuando lo conoció, Regina se sorprendió así misma sintiendo una antipatía poco cristiana hacia aquel individuo. Le estuvo hablando de dinero. Quería saber a cuánto ascendía la dote de Kate. 
                      Regina hizo algunas averiguaciones. 
                      Sir Marcus había llegado a la isla de Wight procedente de Londres. 
                      Por lo visto, sus acreedores no paraban de perseguirle. Se hospedó en la casa de un conocido suyo de la isla. 
                      Había visto a Kate pasear por los alrededores de la casa en compañía de su antigua niñera. 
                     Solicitó informes sobre ella. Y no paró hasta que se la presentaron. Parecía estar prendado de su belleza. 
                      Regina estaba disgustada con su sobrina. Sabía que Kate se citaba con sir Marcus en la playa. Que la joven iba sin su dama de compañía. 
                     Le recordó a la joven que debía de proteger su reputación. Pero Kate se echó a reír. Ya tenía veinticinco años. Sabía cuidar de sí misma. Regina no lo veía del mismo modo. 
                    Sir Marcus le pareció un lobo disfrazado con piel de cordero. Y Kate era terriblemente inexperta en cuestiones sentimentales. Era una presa fácil para aquel hombre. 
-¿Por qué queréis saber eso?-quiso saber Regina. 
-No quiero que mi futura esposa pase penurias-contestó sir Marcus. 
-Vos debéis de procurar que así sea. ¿A cuánto asciende vuestra renta, señor?
-Bueno...Poseo una renta bastante elevada, señora. Soy un baronet, como bien sabéis. El baronet de Stratford...Poseo tierras. Tengo bastante dinero, señora Dorrit. Pero Kate debe ser tratada como una Reina. He de velar por su bienestar. 
-¡Marcharos de mi casa ahora mismo! ¡O mandaré a que os echen de aquí! ¡No quiero veros rondando a mi sobrina! ¡Fuera!
                 Sir Marcus abandonó el salón. 
                  Regina se dijo así misma que tenía que vigilar a Kate. Aquel hombre era peligroso. 
                Aún se sentía culpable de todo lo que había pasado. Debió de haber vigilado mejor a su sobrina. Debió de haber entendido que aquel hombre la tenía hipnotizada. Kate no veía más allá de lo que Marcus le hacía ver. Regina pensó en su hermana Selene. 
                Ella había perdido la cabeza por el amor de un mal hombre. Había abandonado a su esposo y a su hija para irse con él. ¿Había valido la pena hacer tal sacrificio? 
                En aquel momento, entró la criada en el salón. 
-Señora...-la llamó. 
                Regina estaba junto a la chimenea en aquel momento. Se acercó a la criada. Ésta le tendió una carta. 
-Es de la duquesa de Berkley-observó la mujer. 
                En aquel momento, Kate entró en el salón. Su tía le mostró la carta que había recibido. La criada, mientras, optó por retirarse de manera discreta. 
-Hace apenas unos días que le escribí contándole nuestros proyectos-dijo Regina. Se sentó en el sofá-Veo que no han tardado en contestar. Espero que sean buenas noticias, Katie. 
               La aludida se encogió de hombros. 
-No sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mis hijas y por mí, tía-afirmó-Debería de ser yo la que esté pensando en el futuro de Melly. En cambio...No hago más que darte trabajo. Soy una carga para ti, tía. Debes de estar enfadada conmigo. 
-El único daño que me has hecho ha sido el no hacerme caso y casarte con ese miserable de sir Marcus Livingston-le aseguró Regina. Kate se sentó a su lado en el sofá-No eres ninguna carga para mí, Katie. Nunca lo has sido. Eres lo único que me queda de mi pobre hermana. Las dos tuvisteis mala suerte. Pero confío en que todo sea diferente con Melly. Por suerte, ella parece más sensata. La pena es que es muy inocente. Me asusta que puedan aprovecharse de ella. Pero es inteligente. Reaccionará a tiempo. 
                Tía Regina, viuda y sin hijos, había criado a Kate como hija suya. Nunca aprobó su matrimonio con el baronet de Stratford. Era muy carismático y muy apuesto, sí. Pero también era un sinvergüenza y Kate se merecía otro hombre. Un hombre mejor...
-Parece que la suerte nos sonríe-comentó. 
-¿Son buenas noticias, tía?-quiso saber Kate. 
-Son las mejores noticias que podíamos recibir. ¡Melly tiene que saberlo!
                  El corazón de Kate dio un vuelco. 
                 Sabía que aquel día tenía que llegar. ¡Pero tenía la impresión de que había llegado demasiado pronto! Kate tenía veinticinco años cuando se casó con Marcus. 
                 Melanie era mucho más joven que ella. En cambio, Regina estaba muy contenta. La gestión que había hecho había dado sus frutos. 
-¡Hay que decírselo a Melly!-determinó tía Regina. 
-A lo mejor, no quiere ir-opinó Kate-Es tan sólo una niña. Nunca antes se ha separado de mí. Es un error, tía Regina. 
-Berkley Manor se encuentra en la zona de Freshwater. Yo he estado allí. He paseado cerca de sus acantilados de yeso. 
-¿Acantilados?
-Tranquilízate, Katie. Melly no irá sola a un acantilado ni aunque le paguen un millón de libras. Por suerte, ha heredado mi vena tranquila. No te preocupes por nada, Katie.  
-¡Eso es lo que tú dices! A veces...Pienso que Melly es más inteligente de lo que realmente es. 
-Tu hija es mucho más inteligente que tú y que yo, Katie. Y eres una necia por no haberte dado cuenta de ello antes. Deberías de abrir más los ojos. Y deberías también de pensar un poquito más en tus hijas. 
                  Melanie adoraba a su madre. Y también adoraba a su tía Regina, la cual hacía las veces de dama de compañía de la chica. Regina había fracasado como dama de compañía de Kate. No pensaba repetir la misma historia con Melanie. Pero la chica era distinta. Era más tranquila y más sensata de lo que había sido Kate cuando tenía su edad.
                    Regina frunció el ceño. 
-¿No te alegras de la suerte que tiene tu hija?-interrogó a Kate. 
                  Ésta no supo qué contestar. 
-Nunca antes hemos pasado tanto tiempo alejadas la una de la otra-se sinceró. 
                  Regina le cogió las manos. 
-Es por el bien de Melly-le recordó. 
                  Kate asintió. 
-Lo sé-suspiró-Aún así...
-Es normal que estés preocupada por ella-afirmó Regina. 
-Lo último que quiero es que le pase algo. A veces, pienso que no soy una buena madre ni con Melly ni con Annie. He mirado más por mí misma que por mis hijas. ¡Pero yo las quiero, tía!
-Es obvio que las quieres mucho, cariño. 
               Es ese canalla de Marcus el que no te deja ser feliz con tus hijas, pensó Regina. 
-Deseo de corazón que Melly sea todo lo feliz que no pude ser yo-se sinceró Kate. 
-Confía en los duques, querida-la exhortó Regina-Ellos se ocuparán de Melly. 
              Ver crecer a Melanie había supuesto un gran consuelo para Kate.
            La muchacha carecía por completo de artificios. Era sencilla y natural. Muy similar a la tierra en la que había nacido y en la que había crecido. Melanie sabía que su madre y su tía abuela eran naturales de Londres. Pero ella no sentía el menor deseo de viajar allí. 


               Melanie había acudido a la escuela de la isla y se relacionaba con las chicas y con los chicos del lugar. Con Anne, pasaba lo mismo. La niña no tenía institutriz. Iba a la escuela. Jugaba con sus amigas. Kate las abrazaba y daba gracias a Dios por la existencia de sus hijas. Las quería muchísimo, a pesar de todo. 
                 Aún disfrutaba rizando el cabello de color rubio dorado de su hija mayor, como si aún fuese una niña pequeña.
            Melanie todavía era una niña en muchos aspectos. 
            Melanie era rolliza. Era bonita. Y era, además, muy joven. Tenía el cabello de color rubio dorado que su madre disfrutaba rizando. Sus ojos eran grandes, de color azul cielo. Y sus mejillas estaban sonrosadas. Tía Regina solía decir que Melanie parecía una muñequita de porcelana, como las que solían decorar la cama de Kate cuando ésta vivía con ella. Los ojos de Melanie eran alegres y llenos de inocencia.
-No se parece ni a ese canalla-comentaba tía Regina-¡Gracias a Dios! Pero es que tampoco se parece a ti, Katie.
            La mujer sonreía cuando posaba la vista en su hija.
            Había logrado criar a una jovencita que no sólo era hermosa físicamente, sino que también tenía un bello corazón.
                La maestra de Melanie afirmaba que era una de sus mejores alumnas. A veces, la joven cuidaba a los enfermos.  Muchas personas habían muerto de tifus en los alrededores de la aldea. Y la enfermedad podía llegar hasta allí.
-No me gusta que Melly cuide enfermos-le comentaba Kate a su tía-Tengo miedo de que caiga enferma. No quiero perderla.
               Kate y tía Regina estaban sentadas en el sofá del salón de su casa. Melanie había ido a visitar a una de las pocas amigas que tenía. Y la niñera de Anne luchaba con ella porque la niña se había subido a un árbol. Se negaba a bajarse. Hacía caso omiso a las súplicas de su niñera. 
-Melly es joven y fuerte-afirmaba tía Regina-En ese aspecto, se parece a ti.
                  Kate pensó que su tía se equivocaba. Ella no era fuerte. Ella era una mujer que lloraba el saberse no haber sido amada nunca. Había idolatrado a Marcus. Pero no había recibido ni una sola muestra de cariño por parte de él. 
                  Para horror de Regina, Kate seguía pensando en su marido. Estaba dispuesta a humillarse con tal de tenerlo a su lado. Se sorprendía así misma echándole de menos.
-Piensa en tus hijas-la exhortó tía Regina-Pronto, Melly podría ser una mujer casada. 




              Miró a Melanie, la cual estaba sentada a la mesa haciendo sus deberes, muy centrada en su tarea.
                   Se sintió orgullosa de ella. Marcus, pensó, había sabido hacer algo bien.
                     Melanie golpeó su lápiz contra su barbilla. Estaba haciendo los deberes de Matemáticas. Tenía que hacer un cálculo. El problema era que el cálculo era muy difícil. Melanie alzó la vista al techo mientras se preguntaba cómo podía hacer aquella cuenta y que le saliera bien.
-¿Necesitas ayuda?-le preguntó Kate.

            Al menos, a pesar de sus escasos recursos, Kate había conseguido proporcionarle a su hija estabilidad y educación.

-No, gracias, mamá-respondió Melanie-Quiero hacer esta cuenta yo sola. De momento, voy bien. Pero es que estoy atascada.

-Haz lo que yo hacía cuando tenía tu edad-le aconsejó Kate.

-¿Y qué hacías cuando tenías mi edad?
-Olvidaba el problema que no me salía. Hacía el resto de ejercicios y, luego, retornaba a ese problema. Me salía solo.
-Gracias...-dijo Melanie.

-De nada...-contestó Kate.

            La mujer dejó su bordado a un lado, se puso de pie, se acercó a la silla en la que estaba sentada su hija y le acarició con la mano la trenza.

-No es un problema fácil-observó Kate-Déjalo y, después, lo intentas.


-Gracias-dijo Melanie-Eso haré.
-Si no puedes hacer el problema sola, pídeme ayuda a mí-le aconsejó Kate-O pídele ayuda a tía Reggie. Ella sabe mucho de Matemáticas. Es muy inteligente.
-¿Tía Reggie es matemática?
-No es matemática. Pero sabe mucho de Matemáticas.
            Kate volvió a sentarse y retornó a su bordado mientras daba gracias a Dios por haber dado a luz a sus dos hijas. 

               Melanie era muy dulce. Era, además, muy tranquila. Y también era muy alegre. Tía Regina le había preguntado en alguna que otra ocasión a Kate con quién pensaba a Melanie llegado el momento.
-No pienso casar a mi hija con nadie que no la merezca-pensó Kate.
            Melly tiene la nariz pequeña y puntiaguda, pensó Kate. Igual que yo...


 
             
                   Kate sintió una dolorosa presión dentro del pecho. Era consciente de muchas cosas. Ya no era la joven de veinticinco años que se casó enamorada con el hombre que menos le convenía. Ya tenía cuarenta y cinco años. Su tía Regina tenía razón. Debía de pensar en el futuro de sus hijas. De momento, tenía que pensar en casar bien a Melanie. Pero...¿Y si su hija se casaba con un buen partido y la hacía desdichada?
                   Eso no va a pasar, pensó Kate. Melly no correrá la misma suerte que yo.
-Cariño...-le dijo-Luego...Más tarde, tenemos que hablar.
-Sí, mamá-asintió Melanie.
                 

lunes, 25 de marzo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Aquí tenéis un nuevo capítulo de mi novela Berkley Manor. 
Espero que os guste.
Si no os importa, me gustaría dedicarle este capítulo a nuestra buena amiga Anna.
¡Mucho ánimo, querida Anna!

                   Regina se lo había dicho muchas veces. Era todavía una mujer atractiva. ¿Por qué se empeñaba en seguir aferrada al recuerdo de aquel canalla?
                     Estaban en el jardín. Melanie estaba leyendo un libro mientras deambulaba a la sombra de un árbol. Regina y Kate estaban sentadas cada una en una silla. Oían los gritos de Anne. La niña se puso de rodillas en el suelo. Parecía seguir a los insectos. Seguía a un grupo de hormigas. A una mariquita...Se puso de pie. Parecía que el vuelo de una mariposa de vivos colores la subyugaba.
-Si quieres que tus hijas tengan un padre, deberías de buscarles uno-le sugirió Regina a Kate-Te lo he dicho muchas veces, Katie. Eres todavía joven y hermosa. ¿Qué hombre no se va a fijar en ti? ¡Eres la envidia de cualquier mujer!
-Te recuerdo que ya estoy casada, tía-aseveró Kate.
-Puedes divorciarte. Sé que es un paso muy difícil de dar. Pero hace mucho que no vives con tu marido.
-No podría divorciarme. Para mí, sería un pecado terrible. Y causaría el escándalo en todo el país. 
-Solicita, entonces, la nulidad eclesiástica. Es muy cara y muy difícil de conseguir, pero te podría ayudar, querida.
-Eres muy amable, tía Regina.
                     Pero la mujer sabía bien lo que pensaba su sobrina.
                    Kate jamás se divorciaría de Marcus. Jamás intentaría conseguir la nulidad eclesiástica para rehacer su vida. Sin Marcus, Kate sentía que estaba muerta. Que no existía un motivo para seguir adelante.
                      ¿Dónde está mi sobrina que estaba segura de sí misma?, se preguntó Regina. ¿Dónde está la Kate fuerte que era en su adolescencia? Casi no podía reconocerla. Apenas miraba a Anne mientras la niña perseguía a la mariposa. Vivía ajena a sus propias hijas.
                    Kate pudo haberse quedado soltera y no habría pasado nada, a pesar de lo que decían aquellas malditas cotorras londinenses. Pero había terminado enamorándose de un indeseable. Un malnacido que la había abandonado. Regina se dio cuenta de que Kate tampoco miraba a Melanie.
                    Se decía que Marcus, incluso, le había sido infiel cuando estaba embarazada. Las cuatro veces que concibió un hijo suyo.
-Tía, deja de mirarme-le espetó, de pronto, Kate-Sé bien lo que estás pensando.
-¿Y en qué estoy pensando?-inquirió Regina.
-Crees que estoy loca. Que debería de olvidarme de Marcus. Que él no me merece. Que no está enamorado de mí.
-¿Y eso no es verdad?
                   Se oía cómo un pájaro cantaba posado en la rama del árbol donde Melanie tenía apoyada la espalda y leía el libro que tenía en las manos.
                 La única criada que tenían en la casa salió al jardín portando una jarra llena de zumo de limón y dos vasos. Vertió el zumo en los dos vasos. Regina cogió uno de los vasos. Bebió un sorbo de zumo. Le daba pena la llegada del otoño porque los árboles empezaban a morir poco a poco. Una hoja seca cayó encima del libro que estaba leyendo Melanie. Ésta la quitó.
-Annie...-llamó a su hermana.
                   Sabía que Anne coleccionaba hojas secas. Le gustaban las plantas. Le gustaba hacer dibujos de ellas. Le gustaba todo lo que tuviera que ver con la Naturaleza. Y con el Arte. Anne era una niña muy sensible.
-Toma-le dijo Melanie a Anne-Para tu colección.
-Gracias, Melly-contestó la niña.

                    Aquella noche, encerrada en su habitación, vestida con el camisón y con un chal cubriéndole los hombros, Kate encendió una vela y sacó una hoja. El recuerdo de los besos apasionados una vez compartió con Marcus no la dejaba tranquila tampoco aquella noche.
                  Regina estaba profundamente dormida. Abrió el tintero al tiempo que se sentaba en la silla. Mojó la pluma. Empezó a escribir.
             Vuelve, por favor, pensó Kate. Las niñas te necesitan. Yo te necesito. Vuelve. Lo olvidaré todo. Empezaremos de nuevo desde cero. 

                  Mi amado Marcus:

               Sé que acabarás leyendo esta carta.
               En mi corazón, sé que lees todas las cartas que te envío. Pero, por algún motivo, no me quieres contestar. ¿Acaso tienes miedo de que te rechace? Sabes de sobra que nunca te rechazaré.   Podrías volver ahora mismo. Y yo te recibiría. Fingiría que no habría pasado nada. Y seguiría a tu lado fiel e incondicionalmente. Así de fuerte es mi amor por ti, Marcus.
                  No creo que sea una tonta porque diga que eres y serás siempre el único hombre que ha habido en mi vida. Pero ha pasado mucho tiempo desde la última vez que viniste a vernos. Entiendo que estés ocupado con tus asuntos, amor mío. Pero no olvides que yo estoy aquí esperándote. Y que tienes dos hijas que quieren verte y que quieren saber de ti. Siempre he sido y seguiré siendo tu abnegada y fiel esposa. La mujer que espera a que su marido regrese a casa. Nunca te haré ningún reproche, amado mío.
                 Aunque en el fondo de mi corazón sé lo que estás haciendo. Pero quiero pensar que soy la única dueña de tu corazón. ¿Tan patética soy?
                 No soy patética, amor mío. Tan sólo soy una mujer enamorada. Y yo te seguiré amando hasta el día de mi muerte, Marcus. Porque tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Tú eres mi razón de ser.
                   Vuelve, te lo ruego. Te estaré esperando. Siempre te estaré esperando.

                  La primera vez que hicieron el amor, Kate tuvo la sensación de que había muerto y que había subido al Cielo. Pero tuvo que reprimir todo lo que sentía. Estaba mal visto.
               Firmó la carta. Buscó un sobre en un cajón. Mañana, decidió, la enviaría por mediación de un chico al que conocía.
Christopher Christian Pemberton, Chris para los amigos, era un muchacho sencillo y trabajador. Chris lo pasaba mal cada vez que tenía que hacerle un recado a la señora Livingston. No sólo por el viaje de ida y vuelta a Londres. Era por cómo el señor Livingston quemaba las cartas que le enviaba su mujer sin abrirlas siquiera. Incluso las encontraba divertidas.
                   Se había convertido hacía poco en el nuevo vicario de la isla. Se trataba de un joven de carácter humilde y piadoso. Intentaba ayudar espiritualmente a Kate. Aquella mujer estaba sufriendo mucho.
Marcus sabía que podía seguir contando con la adoración de Kate durante mucho tiempo.
                Kate guardó la carta en el cajón de su ropa interior. Se acostó en la cama.
                Apagó la vela que iluminaba la habitación. A lo mejor, pensó, con esta carta todo iba a cambiar. Y sería para bien. Marcus recapacitaría. Decidiría regresar a casa. Al lado de su mujer...¡Y todo sería distinto!
                 Kate se arropó con las mantas. Chris haría el viaje a Londres. ¡Y, con un poco de suerte, regresaría con Marcus! Sonrió con aquel pensamiento. ¡Volverían a estar juntos!
                 Ella sería la clase de mujer que Marcus esperaba. Sería más apasionada en la cama. Intentaría darle un hijo varón. Eso podría complacerle.
                 Sólo quiero hacerle feliz, pensó Kate.
                 A lo mejor, pensó, su matrimonio había fracasado por su culpa. Marcus era un hombre de mundo. Le gustaba asistir a fiestas y Kate se aburría en ellas. No sabía bailar bien y tropezaba y pisaba a todo el mundo. Marcus estaba avergonzado de ella.
                En cierto modo, habían sido la pareja perfecta. Los dos vivían bien. Eran conocidos en todo Londres. Eran atractivos.
              Por supuesto, Kate no quería pensar en todas las veces que Marcus la había humillado. No sólo en público, sino también en privado.
              Ella acudiría con Marcus a toda las fiestas a las que fueran invitados. Para entonces, se celebraría la puesta de largo de Melanie. Su hija contaría con el apoyo de su padre.
               Como las demás debutantes...
              Todo saldría bien, pensó Kate. Recibiría a Marcus con un gran beso de amor.
                Seguramente, tía Regina se enfadaría con ella por querer regresar con su marido. Pero su tía era una mujer buena y comprensiva.
                La quería y deseaba verla feliz. ¿Acaso no se daba cuenta de que sólo podía ser feliz al lado de Marcus? Él era el amor de su vida.
              Sus hijas podrían recibirle con un poco de extrañeza. Los recuerdos que tenía Melanie de su padre eran más bien escasos.
             Marcus había pasado más tiempo fuera de casa que con su familia antes de irse definitivamente. Y Anne ni siquiera le conocía. Pero Kate estaba segura de que llegarían a quererle muchísimo. Y que sir Marcus se desviviría por las dos. Eran sus hijas, después de todo.
               Kate cerró los ojos. Su futuro estaba lleno de optimismo. Mañana, iría a ver a Chris y le entregaría la carta. Y Chris regresaría al cabo de un par de semanas. ¡Trayendo consigo a Marcus de vuelta a casa!
               Kate obviaba consciente o inconscientemente algunos recuerdos especialmente dolorosos de su matrimonio. 
               Como la rabia con la que sir Marcus se dirigió a ella las cuatro veces que le dijo que iban a tener un hijo. Parecía querer obligarla a abortar.
              Ser padre nunca había entrado en los planes de sir Marcus, pero le gustaba la idea de engendrar un hijo varón.
              Su esposa sólo había sabido darle dos hijas que no le importaban lo más mínimo. Un hijo que murió prematuramente. Y un niño que no llegó a nacer. Y ninguna de sus amantes le había dado un hijo.                Para sir Marcus, no existía su familia. No debió de haberse casado nunca. 
              Rara vez pensaba en la mujer que había dejado en Wight. Ni en las dos hijas que había tenido con ella.
                Todas ellas eran unas completas desconocidas para él.
               Chris no conocía a las hijas de Kate. Pero sentía lástima de ellas. Las chiquillas no tenían la culpa de haber crecido prácticamente sin padres. Porque su padre las había abandonado. Pero su madre vivía en otro mundo. 



              Kate regresó del mercado con la cesta mimbre que tenía cargada de la compra de la semana.
              Algo malo le pasa a Marcus, pensó. No me siento bien porque le pasa algo a mi Marcus. ¿Por qué no viene a verme? 
               Le faltaba la respiración y el sudor corría por su cara.
              Ya habían pasado tres semanas desde que le entregó la carta a Chris. 
             El joven no había querido verla cuando regresó de Londres. Volvió solo y sin Marcus. 
             Kate quería saber el porqué su marido no había regresado con el vicario. Chris trató de eludir la pregunta. 
             Le daba pena mirar a aquella pobre mujer a la cara. 
            Se detuvo para tomar aire.
            Le dolían los pulmones. No era la primera vez que le pasaba.
            Se apoyó en la fachada de una casa. Estaba a punto de desmayarse.
            A menudo, imaginaba su vida al lado de Marcus, su marido y padre de sus hijas. Cuando se casó con él, Kate creía que había encontrado al que sería el hombre de su vida. 
            Aferró la cesta de mimbre.
-¿Se encuentra bien, Kathleen?-le preguntó una vecina que se acercó a ella-Tiene muy mala cara. ¿Aviso a un médico?
-No, gracias-respondió Kate-Estoy bien. Es esta cesta. He comprado mucho. No puedo con mi alma. ¡Estoy bien, de verdad!
-¿Dónde está Melanie?
-Mi hija se ha quedado en casa. Está ayudando a la criada a fregar las habitaciones.
-Siempre ha sido una chica trabajadora. Espero que le viva muchos años.
           Kate se sintió con fuerzas para continuar su camino. Ya no era una jovencita y se tambaleaba cuando caminaba.
Se sabía que no tenían mucho dinero. Marcus se las había ingeniado para robarle gran parte de su dinero a Regina. 
Ni siquiera era capaz de enviarles una cantidad de dinero a sus hijas para ayudarlas en su manutención. 
Pero Kate seguía enamorada de él. Al menos, eso era lo que ella pensaba. No era amor. Se trataba de obsesión. De pura y dura obsesión...
            Marcus, pensó. Lo amaría hasta el último día de su vida. Kate se sentía sola y estaba asustada en aquella época en la que creía que se iba a quedar soltera. No quería quedarse soltera. Se veía haciendo de dama de compañía de cualquier anciana amargada. Su tía Regina le decía que eso no debía de preocuparle. Por eso mismo, porque quería ser algo más en la vida que una solterona, aceptó la oferta de matrimonio que le hizo Marcus. Era un hombre apuesto y rico. Pensó que iba a ser muy feliz a su lado. Sin embargo, Marcus empezó a decepcionarla desde la misma noche de bodas cuando se acostaron juntos  y Kate se dio cuenta de la clase de hombre que era su marido. La pasión y la sensualidad cesaron a partir de aquella noche. No la quería. De hecho, se enfadó con ella en los primeros días de matrimonio. Regina se dedicó a administrar la dote de Kate. Le había dejado bien claro a su sobrina que no se fiaba del hombre que había escogido como marido. 
            Kate aguantó lo que pudo a su lado. Soportó de todo con tal de que su matrimonio funcionase. Entonces, vio que ni los hijos la unirían a sir Marcus. Él no quiso hacerse cargo de ninguno de sus hijos. Ni siquiera de Peter... Y, al final, él la abandonó Ya había crecido viendo el infeliz matrimonio de su madre con su padre.  
              Los recuerdos de su infancia volvieron a su mente. Creía estar escuchando las discusiones que tenían sus padres. 
              Había oído el rumor de que su padre tenía muchas amantes. Kate intentaba no pensar eso de su padre. 
-Parece que vamos a dar un banquete esta noche-bromeó Regina al ver a su sobrina tan cargada-¡Anda, trae! No deberías ir tú sola al mercado, Kathleen. Te cansas mucho últimamente.
-Debería de viajar a Londres, tía-afirmó Kate. 
-¿Para qué quieres ir a esa ciudad?
-Es por Marcus, tía. Sospecho que no está bien. 
-¡La que va a terminar enfermando por culpa de ese miserable eres tú! ¡Mírate, Katie! Deberías de estar pensando en Melly. Ya tiene diecisiete años. Tendrías que empezar en buscarle un marido. Pero que sea un marido decente. 
            Entre las dos llevaron la cesta a la cocina y la depositaron encima de la mesa de madera que había allí.
-Lo mejor será que te sientes y descanses-le sugirió Regina.
-No estoy cansada, tía-replicó Kate.
-¡Pero si te falta la respiración, criatura! Cálmate y respira profundamente. Eso es.
            Regina empezó a sacar comida del interior de la cesta de mimbre; Kate había debido de comprar dos kilos de naranjas por lo menos. También se fijó en que había comprado un kilo de cacao.
-Es para Melly-le explicó Kate-Le encanta el chocolate. Es una sorpresa. ¡No se lo digas!
-Melly te ayuda mucho-afirmó Regina-Aún así, me preocupa tu hija.
                 Kate se sentó en una silla de la cocina. Regina se sentó a su lado. 
                 Recordó una conversación que habían tenido días antes. Regina y ella estaban solas en el salón. 
                 Melanie había ido a visitar a una amiga suya, Eleanor Adrianne Derrick. Oían a Anne jugar con una amiga suya en el jardín bajo la atenta mirada de la criada. 
                 Entonces, Regina le comentó a su sobrina que había llegado el momento de pensar en serio en casar a Melanie. Las dos mujeres estaban sentadas en el sofá del sillón. Kate se quedó de piedra al escuchar aquella sugerencia. 
-Melly ya tiene diecisiete años-le recordó Regina. 
-Es todavía una niña-se angustió Kate-¿Qué sabe de la vida?
-Sabrá algo cuando le gusta cuidar a los enfermos. 
-Eso no significa nada. Es muy caritativa. 
                Kate se obligó así misma a regresar al presente. 
                ¿Tendría razón su tía Regina? 
               El tiempo había pasado muy deprisa. Sus hijas estaban creciendo. 
               Y ella no se había dado cuenta de eso. Pero su tía Regina sí se había dado cuenta. 
-¿Has pensado en lo que vas a hacer con Melly?-insistió la mujer-¿Ya has empezado a valorar a los buenos partidos que viven en la isla?
-No tengo la cabeza para hacer eso-contestó Kate-¿Qué es lo que me sugieres que haga, tía?
-Los duques de Berkley...
                 Kate había oído hablar de los duques de Berkley. Vivían en la otra punta de la isla. Se decía que eran los dueños de casi toda la isla. Eran famosas las fiestas que organizaban que duraban días. 
                 Todos los años, la flor y la nata de la aristocracia inglesa se reunían en la magnífica mansión propiedad de los duques. Berkley Manor...
                 Las visitas se prolongaban durante semanas. Ya debía de haber allí unas doscientas personas entre lo más granado de la alta sociedad. Kate nunca había pisado aquella mansión. La había visto a lo lejos. 
                 Se sabía que los bailes que los duques de Berkley, lord Duncan y lady Christine, organizaban, duraban días. Hacía ya año y medio que lord Duncan, viudo de pasado escandaloso, se había casado con lady Christine. Ella era también viuda y corrían ciertos rumores acerca de ella. Pero, una vez casados, los rumores cesaron. 
                 Lady Christine tenía fama de ser una gran anfitriona. Organizaba excursiones a las antiguas villas romanas de la isla. Los bailes que se celebraban en la mansión duraban hasta cerca del amanecer. Organizaba, además, campeonatos de tiro con arco. 
                Oyeron disparos en la lejanía. Regina dedujo que se trataría de alguna de las cacerías que los duques organizaban. Desde luego, las actividades no cesaban en Berkley Manor. 
                Melanie se codearía con la alta sociedad. Y, con un poco de suerte, algún apuesto aristócrata se fijaría en ella. 
                 Kate frunció el ceño. 

swoosie hacia arriba

-No lo veo claro-admitió. 
-A Berkley Manor llegan los caballeros más importantes de toda Inglaterra-prosiguió Regina-Vienen buscando esposa, Katie. Yo conozco al duque. Su padre fue íntimo amigo de mi difunto esposo. Puedo escribirle y pedirle que invite a Melly a que pase una temporada en la mansión. No sé lo que me contestará. Pero confío en que acepte. 
               Kate guardó silencio. Era su tía Regina la que estaba mirando por el bien de Melanie. 
-Sólo espero que mi hija no cometa el mismo error que yo cometí-se sinceró Kate-Tía, escríbele al duque. Le pido a Dios que invite a Melly a pasar una temporada en su mansión. Yo no puedo ocuparme de su bienestar. 
              Regina se puso de pie. 
-De acuerdo...-dijo. 
-¿Cómo es la duquesa?-quiso saber Kate-¿Ayudará a mi hija?
              Regina asintió. 
-Es una buena mujer, Katie-contestó-Es muy elegante y muy refinada. Le gusta buscar pareja para sus invitados. Lo hace desde que se casó con el duque. Ya hace un año y medio. Desde entonces, la gente ya no habla tanto de ellos. Tienen que mirar por el bien del niño. 
-¿De qué niño estás hablando?-preguntó Kate. 
-Estoy hablando del hijo del duque. Estuvo casado anteriormente. Un matrimonio muy escandaloso...Se fugó con la prima de su antigua prometida. Una mujer casada con otro aristócrata...Sólo tuvieron ese hijo. Se llama Tobías. Le llaman cariñosamente Toby. 
-Bonito nombre...
-Lady Christine no tuvo hijos en su primer matrimonio. Se cuenta que es estéril. Por eso, cuida a Toby como si fuera suyo. Lady Daphne murió cuando el niño tenía apenas un mes de vida. El parto, por lo que me han contado, fue muy complicado. Perdió mucha sangre. Y, para colmo de males, cogió una severa infección. Los médicos no pudieron hacer nada para salvarle la vida. ¡Es una pena! El niño está creciendo bien. Está sano. Es lo único que le queda a lord Duncan, el duque de Berkley, de su primer matrimonio. Fue un tanto escandaloso. Pero…¡Quién se acuerda de eso! La pobre lady Daphne descansa en paz. Eso es lo que importa.
-He oído hablar del tema-admitió Kate-Y lo siento mucho. ¡Pobre mujer! No vivió lo suficiente como para ver crecer a su hijo. 
-Pero eso no tiene que importarte, cariño. El pasado ha de quedar atrás. Lo importante es mirar para adelante. 
-Eso intento, tía.  
             Salió de la cocina. 
              Kate se quedó sola con sus pensamientos. 
             Su tía tenía razón. 
             Melanie había crecido mucho. Le había llegado la hora de casarse. Le dolía tener que separarse de su hija. Pero era necesario. 

domingo, 24 de marzo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Aquí tenéis un nuevo capítulo de mi relato Berkley Manor. 
Espero de corazón que os guste.


                  Querido Marcus:

                Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Nunca nos escribes ni una miserable línea ni a mí ni a ninguna de tus hijas. Éstas preguntan siempre por ti. Están deseando verte de nuevo. Sobre todo, nuestra pequeña Anne.
                 ¡No las vas a reconocer si decides venir a vernos! Melly es ya toda una mujercita. Pronto, será presentada en sociedad. Y Anne  es una niñita encantadora. Nunca para quieta. Me recuerda mucho a mí cuando tenía su edad. Nuestras hijas necesitan a su padre. Necesitan que tú vengas a verlas. Si no quieres hacerlo por ellas, hazlo, al menos, por ese amor que me tuviste una vez. Porque yo, querido Marcus, también te echo de menos. Y, aunque me cueste trabajo admitirlo, te necesito.
               Siempre has sido el amor de mi vida. 
               Te amo, Marcus. 
               Te necesito a mi lado. ¡Vuelve a casa, amor mío! Te juro que todo será distinto. 
               No te avergonzarás de mí. 
             Seré la clase de mujer que tú quieras. Actuaré como tú quieras. Haré lo que tú quieras. ¡Pero vuelve! No te echaré nunca nada en cara. Al contrario...Tienes en mí a la más abnegada y complaciente de las esposas. Haré la vista gorda. Y no te haré ninguna pregunta. ¡Pero vuelve, te lo ruego! 
              Nunca he dejado de amarte. Esta carta es un ruego. ¡Vuelve! ¡Te echo tanto de menos! ¿Tú también me echas de menos, amor mío? Creo que sí, Marcus. A tu modo, también me echas de menos. A tu modo, tú también me amas. Y yo sé que es así. Me amas. Pero eres tan orgulloso. Te cuesta trabajo admitir el amor que sientes por mí. Es curioso. A mí, en cambio, no me molesta pregonar a los cuatro vientos lo mucho que te quiero. Es verdad. Te amo, Marcus. Te echo de menos.
            Me paso las horas muertas mirando por la ventana. Espero ver que llegas en un carruaje que has alquilado. Cada vez que veo pasar un carruaje, mi corazón da un salto de alegría. ¡Has vuelto!, pienso. Pero la realidad se impone. Los carruajes suelen pasar de largo. Y yo lloro. Lloro porque he vuelto a hacerme ilusiones. ¿Por qué juegas conmigo, Marcus? ¿Acaso has olvidado las promesas que nos hicimos un día? ¿Acaso has olvidado el juramento que hiciste ante Dios? Juraste amarme hasta La Muerte. Yo sí estoy cumpliendo con mi juramento, Marcus. 

  

                 Kate no pudo seguir escribiendo. Regina entró en su habitación.
-Espero que no le estés escribiendo a ese miserable-advirtió la mujer-Porque no quiero creer que seas tan tonta como para rebajarte.
                 Kate apenas tuvo tiempo de esconder la carta debajo de un montón de papeles.
-Estaba escribiendo en mi diario, tía-mintió.
-Sé que no es verdad-replicó tía Regina-Enséñame la carta.
                Kate negó con la cabeza. Trató de convencer a su tía de que no había escrito ninguna carta. Sin embargo, Regina revolvió entre los papeles. Y encontró la misiva. Llena de tachones...
               A punto estuvo de cruzar la cara de su sobrina de un bofetón.
-¿Es que no tienes dignidad?-estalló-¡Cómo te atreves a hacer esto, Kathleen! ¡Ese hombre no merece que pienses en él! ¡Y no llores! Porque ni siquiera merece que llores por él.
-Es mi marido y aún le quiero-se sinceró Kate-Es el padre de mis hijas.
-Un padre no abandona a sus hijas cuando éstas son pequeñas. Y un marido que quiere a su mujer no la abandona cuando ésta acaba de dar a luz. Como hizo ese sinvergüenza contigo.
              Regina rompió la carta en mil pedazos.
              ¿Por qué su sobrina era tan idiota? ¿Por qué se arrastraba ante aquel hombre? Marcus nunca la había amado. Nunca había sido digno de ella. Pero Kate estaba ciega y no quería verlo.
-No quiero, Kathleen, enterarme de que le vuelves a escribir-le advirtió a su sobrina.
-Es el hombre de mi vida-afirmó Kate.
-¡Ni se te ocurre volver a decir eso! ¡Ese hombre es un malnacido! No te merece. Y tampoco merece las dos hijas que le has dado. ¿Por qué no te haces un favor a ti misma y te olvidas de que existe? ¿Es que quieres acabar como acabó tu pobre madre? 
                 Salió de la habitación.
                 Kate rompió a llorar amargamente. Tenía la sensación de que su tía seguía oponiéndose a su amor. Y era verdad. Sólo que, ahora, ella y Marcus estaban casados. Pero Marcus estaba lejos de ella.
                 Salió de la habitación al cabo de un rato. Se dirigió al salón. A lo mejor, pensó, tiene razón. No debería de ponerme en contacto con él. Me abandonó a mí. Abandonó a nuestras hijas.
                 Kate parecía ser la víctima propicia para un hombre como sir Marcus Livingston.
                 Admitía que la joven le había gustado.
                 Pero no estaba enamorado de ella.
                 Cuando la conoció, Kate no sabía bailar. No sabía ni siquiera hacer una reverencia. Incluso se decía que tenía un loro. Se lo había regalado su tío. Fue Marcus el que lo mató. ¡Aquel desgraciado había intentado arrancarle un ojo de un picotazo!
                Kate prefería estar encerrada en su habitación que en un baile. Lo decidió después de su fracaso al entrar en sociedad. Nadie se había fijado en ella.
             Excepto Marcus...
            Llegó a su vida como un torrente. La enamoró con las palabras bonitas que le decía cada vez que iba a visitarla. Con las flores que le regalaba. Con los versos que le enviaba. Versos que él copiaba de libros de poesía. Pero que Kate creía que eran sus versos. Que era lo que Marcus realmente sentía. Regina miraba con desconfianza a aquel hombre. Le caía mal. 
                 Era cierto que le había hecho mucho daño.
                Pero seguía siendo el padre de Melanie y de Anne.
               Vio a Melanie bordando un mantel. De carácter tranquilo, Melanie no se parecía en nada a su madre. En cambio, Anne estaba jugando en el jardín. Kate la oía reírse.
                Por desgracia, la niña era demasiado parecida a su madre. Tenía su mismo carácter impulsivo y apasionado. Kate suspiró con pesar. Melanie ya era una mujer. Había llegado el momento de pensar en buscarle un marido.
-Miedo me da que les puedan pasar lo mismo que me pasó a mí con su padre-pensó Kate.
               Confiaba en que Melanie y Anne serían mucho más sensata de lo que ella fue.
-Me gusta mucho tu bordado, Melly-le dijo a su hija-Bordas muy bien.
                Melanie sonrió con timidez.
                Permaneció sentada al lado de su hija. Melanie no sabía nada de la vida. Era mejor así. Lo único que iba a conseguir era sufrir mucho si se enamoraba y no era correspondida. A Kate le había pasado.
-Tienes los ojos rojos-observó Melanie.
               Kate sentía que le dolían los ojos de tanto llorar. Lloraba porque su tía Regina tenía razón. Había desperdiciado toda su vida por culpa de un hombre que jamás la había amado. Y lloraba porque, a pesar de todo, seguía amando a Marcus. Lloraba porque su marido jamás había querido a las hijas que le había dado. Y ella era tan estúpida que seguía amándole con desesperación. Como en los primeros días de su romance, hacía ya tanto tiempo.
-Será que tengo un poco de alergia-mintió Kate.
-¿Has estado llorando?-inquirió Melanie.
-No...Estoy bien, cariño. De verdad que sí.
-Es por mi padre, ¿verdad? Tía Reggie dice que no merece que sigas sufriendo por él. Que es un mal hombre.
-Puede que tía Reggie tenga razón. Pero eso no le da derecho a meterse donde no la llaman. Y menos en mi matrimonio...Es mi problema. Y lo tengo que solucionar yo.
-También es asunto nuestro, mamá.
-Sois unas niñas. ¿Qué vais a saber vosotras de la vida? Tenéis edad de soñar. De jugar. De ser felices. 
-Annie empieza a preguntar por él, mamá. Quiere saber el porqué nunca viene a vernos. El porqué nunca nos escribe. Ella no le conoce. Y el recuerdo que yo tengo de él es muy borroso.
-Vuestro padre tiene su carácter. Pero estoy segura de que os quiere con todo su corazón. Y que piensa mucho en vosotras. Nunca dudes de él, cariño.
               Pero era obvio que Melanie ponía en duda el supuesto cariño paternal que, según Kate, Marcus sentía por ella y por Anne. Todo lo que le decía su hija era lo mismo que le decía Regina. El corazón de Kate pareció romperse por dentro. ¿Cómo podía sacar a Marcus de su corazón?
                 Era como dejar de respirar. No podía dejar de respirar.
-Sigue bordando, Melly-le dijo a su hija-Y yo me quedaré aquí y veré cómo bordas.

                    Kate se encerró en su habitación.
                    Era la hora de la cena, pero no tenía apetito y, además, lo último que quería era enfrentarse a la mirada de Regina. Los ojos de Kate estaban llenos de lágrimas. Pero las reprimió. Intentaba no llorar porque sabía que las lágrimas no servían para nada. Lamentaba haber dejado a sus hijas en el comedor con  Regina. Pero Melanie era ya mayor. Podía no parecer muy lista.
                 Regina conocía bien a la chica. A pesar de todo, Melanie era muy inteligente. Sabía que su madre no se encontraba bien. Y culpaba de ello a su padre. Marcus había destrozado la vida de Kate. Y parecía querer hacer lo mismo con las vidas de sus hijas. Sin embargo, Kate no se atrevía a hablar con Melanie de sus desgracias. Por eso mismo, había que pensar en casar a Melanie. En la isla de Wight también había buenos partidos. Cualquiera de ellos podía estar encantado de casarse con aquella chica. Melanie era bonita y tenía un carácter muy dulce. Cualquier caballero estaría encantado de desposarla. Además, tenía una buena dote.
                 A Kate le costaba trabajo pensar en esas cosas. Su mente seguía pensando en Marcus.
                 ¿Valía la pena seguir casada con Marcus sabiendo que él nunca la había amado? ¿Valía la pena seguir esperándole?
                 Marcus era miembro de la aristocracia, pero estaba en la ruina. Vio en Kate a una fuente de ingresos. Tía Regina no la preparó para los hombres como él. No le dijo que había muchas ratas en el mundo llenas de codicia. Fue su mayor error.
                Kate creyó ver en Marcus la encarnación de sus sueños. Se casó con él. Se consagró a mimarle y a ser su esclava. Le perdonó todos sus desprecios. Porque Marcus era el amor de su vida. Porque daría su alma por él. Se puso una venda en los ojos. Quería pensar que su matrimonio era feliz. 
                 Poco a poco, Kate empezó a ser admirada en Londres por su belleza. Era elegante por naturaleza, decían de ella. Hablaban los mismos que, antaño, la habían despreciado. Las mujeres la envidiaban. Y ella odiaba que todo el mundo, en el fondo, la odiase.
                 Podía divorciarse de su marido; otras mujeres lo habían hecho. Y sus maridos eran nobles. No quería hacerlo. Se decía que era por Melanie y por Jane. Pero, en el fondo, era por ella misma. Kate creía que Marcus, antes o después, iría a buscarla a ella y a sus hijas.
                Entonces, recordó la primera vez que supo que Marcus le estaba siendo infiel. Ocurrió en una fiesta a la que asistió en compañía de su marido. Se sentó en una silla junto a varias matronas que no paraban de hablar. Marcus le dijo que iba a saludar a un viejo amigo al que hacía mucho que no veía, pero estaba tardando demasiado.
-Será una mujer joven, hermosa y, probablemente, fogosa en el lecho, pero no creo que sea suficiente-afirmó una mujer rolliza-Yo creo que el marido la engaña con otra.
             ¿Estaban hablando de ella?, se preguntó Kate. Si era así, Marcus la estaba engañando con otra.  Tenía que dolerle. Pero su corazón se rompió ante aquella certeza y no podía sentir dolor alguno.
-Yo creo que es un antiguo amor-opinó una dama de unos sesenta años-Ella es pobre. Y no puede darle hijos. Por eso, se ha buscado a esta joven. Que iba camino de ser una solterona cuando se casó con él. Pero es todavía joven. Y era virgen. Aún puede darle hijos.
-Creo recordar que se coló una noche por la ventana de su habitación-replicó una tercera dama.
-Y no hemos de olvidar que la tía de ella se oponía a esta boda-insistió una cuarta mujer.
-No olvido que los padres de ella causaron un gran escándalo cuando se casaron-apuntó la dama gorda-Ella, incluso, llegó a decir que había dormido en los brazos de él. Todo para forzar la boda. No sé si llegó a ser verdad o no. El caso es que se casaron. Con la familia de él oponiéndose. Fue un matrimonio feliz. Creo que eran felices. No sabría qué decir.
                 Sí, se dijo Kate. Estaban hablando esas cotorras de ella. Todo lo que oía era referente a su vida. La relación de sus padres...La oposición de tía Regina...
-Si están enamorados y quieren estar juntos, la esposa de él no cuenta-afirmó la señora de sesenta años.
-Él no es rico y tampoco es influyente-aseguró la tercera dama-No hemos de olvidarlo. Es ella la que tiene el dinero. Pero lo tiene porque la familia de su padre sí era rica e influyente. Ella sí podría divorciarse. Pero no lo hará. Está ciega de amor por él.
                  Otras mujeres que estaban sentadas en otras sillas y en distintos sofás y sillones admiraban la ropa que llevaba puesta Kate y la comentaban en voz baja.
-Pero no pueden casarse-dijo la cuarta mujer. Kate se puso rígida-Si quiere casarse por la Iglesia con su amante, tendrá que solicitar la nulidad eclesiástica.
               La alarma creció en su interior. ¡No podían estar hablando de ella! ¿O sí estaban hablando de ella?
-No se la darán-apostilló una quinta mujer.
-También pueden divorciarse-apostilló la primera mujer-¡Sería la comidilla de todo el país!
                 Risitas burlonas...Mirada mal disimuladas hacia Kate...Desprecio en los ojos...



                 Con mano temblorosa, Kate se quitó una miga de pan que tenía en la falda. Era de la cena. Bebió un poco de su copa de champán. Le temblaba la mano.
-¿Por qué no se la darán?-preguntó la dama rolliza.
-Eso es muy caro-respondió una sexta dama-Ni siquiera el tío de la joven tiene tanto dinero como para costearla.
                  Kate se dijo así misma que no debía llorar.
                  Habían pasado ya varios años desde aquella humillante noche. Pudo habérsele caído la venda de los ojos.
                       Pero ella se puso de nuevo la venda. Y lo siguió haciendo durante los años siguientes.
                      Incluso cuando encontró a su marido en la cama con otra mujer. Besando a otra mujer que no era ella.
                        No le abandonó. No quiso echarle de casa. Se limitó a irse de allí a llorar al cenador. Soportó una y otra vez las humillaciones de Marcus.
                      Intentó convencerse así misma de que su marido la amaba. De que iba a cambiar. Era padre de dos hijos. Podía cambiar.
                      Luego, murió Peter. 
                     Kate quiso darle un nuevo hijo. Creyó que sería varón y que eso haría cambiar a Marcus. Sufrió un aborto la tercera vez que se quedó embarazada. Y la cuarta...Por suerte o por desgracia, tuvo una nueva hija. Marcus no cambió. Y acabó abandonando a Kate al poco de dar a luz a Jane. De no ser por Regina, Kate habría cometido una locura hacía mucho tiempo.
                    El amor que sentía por Marcus hacía mucho que se había convertido en una obsesión. Y la propia Kate lo sabía.