Hoy, me gustaría compartir con vosotros un cuento que escribí hace algunos días. Retomo la temática de la Prehistoria. Pero la Prehistoria en lo más remoto...He hecho dos versiones de este cuento. Ésta es la más corta. La más larga verá la luz próximamente en mi blog Un blog de época.
De momento, aquí os dejo con la versión más corta. Espero, de corazón, que os guste.
¡No olvidéis comentar! Vuestros comentarios me ayudan a mejorar.
EL NORTE
SABANA
AFRICANA, HACE 6.100.000 MILLONES DE AÑOS
Estaba empezando a
salir el Sol.
Una joven hembra de
orrorin estaba despierta desde hacía mucho rato. Dormía en el suelo junto con
otros miembros de su familia. Se puso de pie. Miró a su alrededor. Todo estaba
en calma. Pero, por algún extraño motivo, ella no estaba tranquila. Miraba en
dirección al Norte.
Algo dentro de ella le
decía que debía de viajar allí.
Había algo en el Norte
que la estaba esperando. Pero no sabía lo que era.
Al cabo de un rato,
todos los miembros del grupo estaban caminando.
La hembra había pasado
toda su vida viajando con su clan.
No había permanecido
nunca en un sitio mucho tiempo.
La hembra estaba
acostumbrada a ver morir a muchos miembros de su clan a manos de los
depredadores que había en la sabana. Ella misma tenía una cicatriz en el muslo
a consecuencia de una escaramuza con una leona. Intentaba defender a su
hermanito pequeño del ataque de la leona. No lo consiguió y su hermanito (lo
que quedaba de él) yacía en algún lugar de la sabana. La única defensa contra
los depredadores era la huida. Algunos machos les tiraban piedras.
La hembra era ágil y
rápida. Podía correr mucho más deprisa que el resto de sus compañeros. Podía
subirse de un salto a los árboles más altos.
Estuvieron caminando
durante varias horas.
Se sentaron cuando
vieron los restos de un mono. A menudo, comían carne de los animales muertos.
Rodearon el cadáver del mono y se sentaron para dar cuenta de su cuerpo.
Tenía hambre.
La comida era la
necesidad básica de aquel clan.
Estuvieron descansando
durante un rato. La joven orrorin ya no era una niña. Ahora, era ya una adulta.
Tenía otras necesidades.
Había un joven macho
en el clan. Parecía que se sentía atraído por ella. La rondaba. Ella no
mostraba indiferencia alguna hacia él. Pero debía de hacerse un poco la
difícil. Así, despertaba todavía más su interés.
El clan estaba
compuesto por unos cincuenta miembros.
Cuando hubieron
decidido que ya habían descansado lo suficiente, se pusieron de pie. Era la
hora de proseguir aquel viaje.
Algunas veces, la
hembra se preguntaba adónde iban. ¿Por qué siempre estaban caminando? Por
supuesto, nunca cuestionaba las decisiones que tomaba su líder. Él decía que
había que caminar. Y ella, como los demás miembros del grupo, le obedecía. La
siguiente parada la haría a la caída del Sol. Buscarían comida que cenar. Y un
sitio en el que pasar la noche.
Y así siempre.
Pero la hembra estaba
preocupada.
Veía que era, en
ocasiones, difícil encontrar comida. Incluso había visto ríos que estaban
secos.
La tormenta les
sorprendió de improviso.
El cielo se cubrió
enseguida de nubes negras. ¡Y eso que el día había amanecido soleado!
Las primeras gotas de
lluvia fueron ignoradas. Debían de pensar que se trataba de una simple
llovizna. Hacía mucho que no llovía en aquella zona.
Entonces, la lluvia
empezó a arreciar. Había que buscar refugio en alguna parte.
Vieron el árbol.
Fueron corriendo hacia
él. Subieron lo más deprisa que pudieron a las ramas más altas. No supieron el
tiempo que permanecieron allí. El hermano de la hembra quería bajar al suelo.
Pero ésta lo retuvo a su lado.
Había que seguir
caminando.
El hermano de la
hembra estaba cansado. Su hermana lo cogió en brazos.
Se lo puso a la
espalda. Hacía mucho calor aquel día. Una hembra ya anciana cayó al suelo. El
líder se acercó a ella y comprobó que no respiraba. La hembra se quedó
paralizada mientras su hermano gimoteaba.
Los miembros de la
manada empezaron a gritar y a patear el suelo para demostrar su dolor.
Después, prosiguieron
su camino. La hembra fue la primera en iniciar la marcha. No podía permitir que
su hermano contemplara el cadáver.
Aceleró el paso cuando
creyó atisbar detrás de ella la melena dorada de un león. Su hermano se apretó
contra ella. La hembra creyó ver cómo el león se acercaba al cadáver. Imaginaba
lo que iba a pasar a continuación. Y prefería no verlo. Y que no lo viera su
hermano.
Estuvo a punto de
echar a correr de puro terror.
El macho se quedó
mirando la figura dormida de la hembra. La luz de la Luna iluminaba su rostro
relajado. La deseaba desde hacía mucho tiempo. Pero, por algún extraño motivo,
no se atrevía a saltar sobre ella, como hacían los demás machos con las demás
hembras. Y eso le parecía raro.
Se sentó en el suelo
procurando no rozarla.
El macho le ofreció a
la hembra un tallo lleno de hojas.
Deseaba presumir ante
ella de la hazaña que había llevado a cabo un rato antes. Estaba seguro de que
ella le había visto en acción y estaba admirada. El macho había logrado escapar
ileso del ataque de un león. Éste había estado persiguiéndole durante mucho
rato. Estuvo a punto de atraparle.
Tras la persecución,
el macho estaba exhausto, pero necesitaba presumir ante la hembra que le
gustaba de su virilidad.
Se sentó a su lado. La
hembra comenzó a dar cuenta del tallo que el macho le había dado. Mediante
gestos, le dio las gracias. Le dio a entender que las hojas estaban muy buenas.
El ego del macho se vio reforzado. Se sabía el centro de atención de su objeto
de deseo.
Había demostrado lo
viril que era.
La hembra le hacía
caso.
No podía pedir más.
Miró a la hembra con adoración.
Ésta empezó a sentirse
incómoda.
No mires, debió de pensar. Yo
no te miraré. Pero tú no me mires a mí.
El clan estuvo caminando durante
horas. La hembra estaba un poco preocupada. Su hermano iba delante. No podía
verle. Sus compañeros le aseguraron que estaba bien. Oyó los gritos de su
hermano mientras jugaba con un amigo. Estaba bien. Tenían razón los demás. Y
parecía que el pequeño se estaba divirtiendo.
Su hermano era
inquieto por naturaleza. En aquel aspecto salía a ella.
Pero su hermano no
estaba obsesionado con viajar al Norte. Ella, en cambio, sí quería ver lo que
había en aquellas tierras. Pensaba que el agua sería más abundante que en el
lugar en el que se encontraban. Pensaba que habría más comida.
Su hermano, al igual
que ella, quería ver más lugares.
Pero no pensaba en el
Norte.
Los dos sabían que
había lugares en los que nunca habían estado. También sabía que había otros
clanes. Con miembros parecidos a ellos. Se habían cruzado con ellos en alguna
que otra ocasión mientras caminaban. La mayoría iba en dirección contraria a la
que ellos iban. Se limitaban a mirarse con curiosidad. Si podían, se evitaban.
Intentaban evitar un posible enfrentamiento. Se habían enfrentado con otros
clanes. Y el resultado solía ser mortal.
Como aquel día…
Una de la hembras más
jóvenes se había quedado atrás rezagada. Apenas se había hecho adulta unos días
antes.
La seguía un macho.
Iba solo. No lo había
visto antes ni ella ni los demás miembros del clan.
Entonces, el macho se
abalanzó sobre la hembra. La tiró de un empellón al suelo. Ella empezó a gritar
cuando el macho le dio un mordisco en el cuello. Pretendía copular con ella. La
joven hembra se resistió. Le pegó. Pidió ayuda. Él le devolvió los golpes.
Entonces, se vio libre
de él de manera súbita.
Los machos de su grupo
se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Y fueron a ayudarla. Le tiraron
piedras al desconocido. Lograron separarlo de la aterrorizada hembra. Ésta se
puso de pie.
Corrió a refugiarse
con los demás miembros del grupo. Buscó la protección de su madre. Temblaba de
manera violenta.
Los machos comenzaron
a golpear al desconocido. Al cabo de un rato, éste ya no se movía. Había
intentado defenderse sin éxito. El grupo que le golpeaba era más numeroso.
Quedó reducido a una masa ensangrentada que yacía en el suelo. Tenía el rostro
destrozado. Un ojo estaba fuera de su cuenca. Le habían roto todos los dientes.
Uno de los machos le escupió a la cara.
Todos se alejaron de
aquel lugar. La joven hembra estaba todavía asustada. No se atrevía a mirar a
su atacante, que seguía sin moverse. Había muerto. No respiraba. Ya no le haría
daño a nadie nunca más. Podía respirar tranquila, pero todavía tenía el susto
en el cuerpo. Ella y su madre se colocaron junto al jefe del clan. Necesitaban
sentirse protegidas por alguien.
El clan orrorin daba
cuenta de las hojas que arrancaban de los árboles.
El Sol estaba en lo
más alto del cielo.
Era pleno verano. El
calor apretaba. Una hembra estaba asustada. Ya no le salía leche de los pechos.
No sabía cómo iba a amamantar a su cría. Y veía que ésta estaba cada vez más
débil.
La hembra le echó un
vistazo a su hermano, que yacía acostado en una rama. No tenía ganas de jugar
con nadie. El calor podía con él.
El grupo estaba subido
en las ramas más alta de aquel árbol. La hembra miraba con melancolía al
horizonte, en dirección al Norte. El macho que la pretendía se atrevió
finalmente a acercarse a ella. Le lamió la mejilla. Ella se centró en él. Debía
dejar de pensar en el Norte. Una infinita melancolía la invadía. Para
quitársela, lamió la mejilla del macho. También le succionó una tetilla.
El macho quería
copular con ella. Por fin, había decidido usarla para desahogar sus necesidades
más primarias. El macho posó sus labios en los labios de la hembra. Ésta se
dejó hacer. Se dejó llevar. Tiró las hojas que estaba comiendo al suelo. Ya comería
después. Se pusieron a copular allí mismo. Casi al lado del lugar donde dormía
el hermano de la hembra. Éste no se despertó.
A la pareja no le
importaba copular delante de todo el clan.
Fue una cópula rápida.
Los miembros del grupo
bajaron al suelo al cabo de un rato. Con frecuencia, algunos miembros pasaban
más tiempo en el suelo que subidos en lo alto de los árboles. Gran parte de sus
vidas las hacían en las ramas de los árboles. Pero sentían la necesidad de
tocar el suelo con los pies. De caminar sobre él. De no tener la sensación de
estar flotando en el aire.
La hembra se acercó al
río a beber agua. Su hermano se despertó. De un salto, acabó en el agua.
El macho vio cómo la
hembra jugaba con su hermano. Los dos parecían sentirse cómodos estando juntos.
Era obvio que se querían mucho.
Habían pasado antes
por aquel río.
Lo habían visto lleno
de agua.
¿Qué era lo que le
había pasado? Toda la vegetación que crecía en sus alrededores estaba seca.
Y el río estaba vacío.
Ya no llevaba tanta agua en su caudal como la llevaba antes. A decir verdad, no
llevaba nada de agua. Pero aquel era el mismo río en el que habían saciado su
sed en el pasado. No hacía mucho habían estado bebiendo agua allí. Los miembros
del grupo estaban atónitos. ¿Dónde estaba el agua?
La hembra trató de
calmar a su hermano. El pequeño tenía sed.
Agua, parecía querer decir. Quiero
agua. Tengo mucha sed.
La hembra ahogó un grito.
Echó un vistazo a la
orilla del río. ¡Había un montón de animales muertos! Todos estaban en
distintos grados de descomposición. No era agua. Pero sí eran comida. Y el clan
tenía hambre.
¿Cuándo fue la última
vez que cenaron? La noche anterior…No habían cenado. Y tampoco habían comido.
Todos los árboles que encontraban a su paso estaban secos. Ya no daban frutos.
Tampoco daban hojas. La hembra estaba perpleja. No entendía nada de lo que
estaba pasando.
El pequeño gimoteaba.
No tenía hambre. Tenía sed. Y así se lo dio a entender a su hermana.
Ella le obligó a
comer. Por una vez, podrían disfrutar de una tranquila comida. Le asqueaba un
poco la idea de comer carne de animales muertos. Pero no había otra cosa. Y
había que sobrevivir. Arrancó un trozo de carne de una jirafa muerta. Nunca
antes había comido jirafa. Se lo metió en la boca. Lo masticó con gesto
pensativo. Trató de recordar algo. Y era algo inquietante. Tenía que ver con el
agua.
Estuvo a punto de
atragantarse cuando logró recordar de qué se trataba.
No era el primer río
que veía seco. Había visto otros ríos que llevaban menos caudal. Incluso había
visto ríos que se estaban quedando sin agua. ¿Por qué sería? El agua estaba
desapareciendo. Los árboles se secaban. Los animales morían de hambre y de sed.
Eso les podía pasar a ellos. Podían morir de hambre y de sed. ¿Qué estaba pasando
con el agua? ¿Por qué estaba desapareciendo?
Hacía mucho que no
llovía. La hembra se obligó así misma a mantener la calma. Los ríos van llenos
de agua cuando llueve, pensó.
Estaba segura de que
llovería antes o después. Los ríos no tardarían mucho en volver a estar llenos.
A los árboles les crecerían hojas verdes. Y se llenarían de deliciosos frutos.
Y no tardarían en
volver a aparecer muchos animales llenos de vida.
Como había pasado
antes.
Como tenía que seguir
siendo.
La hembra posó la vista
en el Norte. Se preguntó si el ritmo de las cosas allí era inalterable.
Debía de dejar de
pensar en el Norte. Nunca viajaría allí.
¿De qué le servía
pensar en el futuro? Sólo existía el presente. Lo que estaba viviendo en aquel
momento. El futuro y el pasado no debían de existir en su cabeza.
FIN
Me gustó mucho esta historia Lilian. Es original, a decir verdad jamás había leído algo parecido con esta época de la historia. Te felicito.
ResponderEliminarUn beso.