sábado, 23 de marzo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Aquí tenéis un nuevo fragmento de mi relato Berkley Manor. 
¡A ver qué os parece!


                     Melanie Melinda Livingston era sólo una chica más. No era muy inteligente. Lo sabía. Todo el mundo se lo decía. Y ella había terminado por creérselo. Le habían dicho que las mujeres inteligentes asustaban a los hombres. Les hería el ego. Los hombres no soportan ser empequeñecidos por las mujeres. Por eso, pensaba Melanie, su padre abandonó a su madre. Sir Marcus Livingston no soportaba estar casado con una mujer tan inteligente como Kathleen Delia Carnaby-Montgomery. Al menos, eso era lo que la propia Kate pensaba. Todo lo hacía con tal de no asumir la verdad. Que su marido nunca la había amado. El saberlo la iba a vovler loca. Porque ella sí estaba enamorada de él. 
                  Le escribía con frecuencia largas cartas de amor.
                 En aquellas cartas, Kate le pedía que regresara.
                 Le juraba que ella le estaría esperando. Que siempre lo amaría. Que no había un hombre en su vida. Que era sólo suya. Pero su marido no le contestaba nunca. Parecía no leer aquellas cartas. Kate creía que alguien le escondía las misivas de sir Marcus. Todo...Con tal de negar la evidencia. 
                 A Melanie no le gustaba leer. No era como su madre. No era ninguna intelectual. Jamás lo sería.
-Eso no importa-le decía su tía abuela Regina-A veces, cuando una persona se cree muy inteligente, es más fácil que la engañen. ¡Mira lo que le pasó a tu madre!
-Mi madre tuvo la desgracia de casarse con un canalla-replicaba Melanie.
-Tu padre vio que tu madre se lo tenía muy creído. Por eso, fue fácil engañarla. No te desesperes, Melly. Dios sabe lo que se hace en algunos casos.
                  Estaban sentadas en el salón. Melanie intentaba leer uno de los ensayos a los que tan aficionada era su madre a leer y que le había prestado. Como de costumbre, Regina estaba ocupada tejiendo una manta.
                     Melanie era un poco boba. Cuando Kate pensaba en su hija, no podía evitar esbozar una sonrisa condescendiente. Miró a su hija mientras ésta intentaba ayudar a Anne a hacer los deberes. Eran muy diferentes, pensó. Como la noche y el día...
               Anne Jane Livingston era la que más se parecía a su tía Regina. Mientras que Melanie había salido a la familia de Marcus. Su primogénita poseía un gran encanto, pero nada más.
               Muy a su pesar, Kate se sentía orgullosa de Melanie. Su hija no sufriría el calvario que vivió ella. Saberse no amada por su marido. Porque Kate amaba a Marcus. Lo seguía amando con desesperación. Tía Regina se lo había dicho.
-Las mujeres de la familia Sherbrooke cometen el mismo error-decía-Algunas, no todas, por suerte. Se enamoran estúpidamente de canallas que no son capaces de corresponderles. Y echan a perder inútilmente sus vidas por amor a ellos.
                  Sherbrooke era el apellido de soltera de Regina y de la madre de Kate. Selene Sherbrooke, la madre de Kate, había cometido el terrible error de echar a perder su vida. Y lo hizo por amor. Su hija siguió los mismos pasos que ella. Por desgracia...
                  Melanie era bonita. Sí. Y mucho. Pero nada más.
                 Kate casi lo prefería. Melanie no era como ella. Sería mucho más sensata de lo que Kate había sido cuando se entregó a Marcus perdidamente enamorada de él.
                   Le recordaba a su difunta hermana Selene en algunas expresiones de la cara. En el físico, era más parecida a la madre de sir Marcus. La pobre mujer no ganaba para disgustos con su único hijo. Murió antes de poder conocer a Melanie. Regina había visto un retrato suyo. Era rubia. Tenía los ojos de color azul. Su nieta mayor era su viva imagen.
              Melanie era todo candor. Era una chica muy inocente.              
             Dulce...Bondadosa...Tímida...
          No como Anne.
           Las dos hermanas se querían mucho. Eran muy diferentes entre sí. Anne era un torbellino lleno de vida.
                    Se parecía mucho a Kate. Sin embargo, en el físico, se parecía más al padre de Kate, a su abuelo materno. Por desgracia, había muerto cuando Kate era todavía una niña. Antes de llegar a la adolescencia. 
                   Estaba bordando un mantel.
                  La escena le pareció muy hogareña.
                  La hija mayor que ayudaba a la hija menor a hacer los deberes.
              La madre estaba sentada en el sofá bordando.
                 A su lado, estaba la anciana tía de la madre tejiendo una manta.
-A ti te pasa algo, Katie-observó Regina-Y sé de qué se trata.
-Mis hijas deberían de estar con su padre, tía-afirmó la aludida.
-Yo pensaría lo mismo que tú. Pero hay un problema. Tu marido es el mayor miserable que jamás ha pisado suelo británico. Las niñas y tú estáis muy bien sin él. Ni Janie ni Melly le echan de menos.
-Es mi marido, tía Regina. Te lo he dicho muchas veces. No sé qué nos ha pasado.
-Yo sí sé lo que ha pasado. Marcus es un maldito hijo de perra. No os merece ni a ti ni a las niñas. Lo mejor que ha hecho ha sido largarse. ¡Ojala no vuelve nunca! Sólo os ha hecho sufrir. No os lo merecéis. Estamos muy bien como estamos, Katie.
            La mujer guardó silencio.
            No pensaba en que sus hijas necesitaban a su padre. Sólo pensaba en lo mucho que ella necesitaba a Marcus.
-Yo lo amo, tía-admitió Kate.
-Deberías de desterrar ese amor de tu corazón-le aconsejó Regina-Te está haciendo mucho daño, cariño. 

 
                   Sir Marcus Livingston fue el que llevó la desgracia a la vida de Kate. Eso era algo que Regina siempre decía. Lo peor que le pudo haber pasado a su sobrina fue enamorarse de aquel hombre.
                   Los padres de Kate habían muerto años antes.
                Kate era una niña por aquella época. Se decía que su padre se había suicidado. Y que su madre la había abandonado para irse con otro hombre.
                Regina se hizo cargo de su sobrina. Se volcó por completo en ella. Kate era muy parecida a su madre. Regina Dorrit era viuda.
               Su marido murió nueve años después de la boda. No tuvieron hijos. Los médicos fueron muy claros con Regina. Era estéril. Jamás tendría hijos. Kate era la única hija de la única hermana de Regina. Fue su madrina de bautismo. Sin embargo, Kate era muy parecida a su madre. Ésta se había ido con otro hombre, era verdad. Pero éste, a su vez, acabó abandonándola.
                Regina fue a buscarla. La encontró medio muerta en una sucia pensión en Liverpool. Su amante la había abandonado. Estaba acostada en una cama. Tenía moratones en la cara. Y tenía, además, cortes en los brazos. La madre de Kate se llamaba Selene. Al verla, Regina se abalanzó sobre ella. La abrazó con fuerza.
                 Lo único que hizo Selene fue llorar. No le contó a su hermana lo que había vivido al lado de su amante.
-¿Qué te ha pasado?-le preguntó Regina nada más verla.
-¡Por favor, Reggie!-respondió Selene. Apenas podía hablar de lo débil que estaba. Tenía marcas de moratones por todas partes-¡No me hagas preguntas! ¡Qué vergüenza!
-Volverás a casa conmigo-le prometió Regina-Te voy a cuidar. Y te vas a poner bien.
-¡Ahora, lo que más deseo es morirme!
-Tu hija te está esperando.
                   Selene era consciente de que se estaba muriendo. Se arrepentía de corazón de haber abandonado a su hija. Pidió pasar tiempo antes de morir. Necesitaba recuperar su cariño. Saber que su hija le perdonaba. A pesar de que sospechaba la verdad. Kate la odiaba por haberla abandonado. 
                Regina no pudo negarse a cumplir este deseo.
                La llevó consigo a la isla de Wight, donde vivía con su marido. Éste estaba gravemente enfermo.                Lo mismo que la hermana de Regina. La mujer cuidó de ambos. Y también cuidó de Kate. Su sobrina estaba en una edad difícil. Se había convertido en una adolescente. La relación que mantenía con su madre era muy mala. Kate no le perdonaba el haber sido abandonada. La culpaba de la muerte de su padre.
 No podía ni verla. Era una actitud comprensible desde cualquier punto de vista. No quiso abrazar a su madre cuando ésta regresó a casa. Simplemente, se la quedó mirando atónita. Selene alzó los brazos hacia ella. La llamó. Pero Kate no le hizo caso. Selene quería abrazar a su hija. Pero ésta salió corriendo. Le negó aquel abrazo a su madre. Selene iba en brazos de una criada. No podía ponerse de pie. Apenas podía caminar. Se cansaba enseguida. Su cuñado, a pesar de que también se sentía débil, fue a buscar a un médico. Regina, en un rincón, intentaba ocultar sus lágrimas. Se preguntaba qué le había pasado a su hermana. ¿Cómo has podido acabar así?, se preguntó. No la reconocía. 
                  Selene intentó recuperar el tiempo perdido con Kate. Pero se encontró con el muro de piedra que Kate había construido a su alrededor. La cuidaba, sí. Pero la cuidaba sin querer cuidarla. Estaba furiosa con ella. Nunca le perdonó el haber sido abandonada por su madre. Más tarde, cuando Marcus la abandonó, Kate sí estaba dispuesta a perdonarle. Pero se encontró con que su hija mayor no quería saber nada de su padre. Y Regina se puso de parte de su hija. Odiaba a Marcus.
                 Primero, murió su marido. Después, murió su hermana. Kate siguió bajo el cuidado de Regina.
La familia de su padre no quiso saber nada de ella. Desaprobaron su matrimonio con su madre. Decían que estaba muy por debajo de su posición social. La familia paterna de Kate eran los Carnaby-Montgomery. Una de las familias con más abolengo de toda Inglaterra...
                Pasaron los años. Kate fue creciendo. Era una joven alta, más alta que la media de las mujeres. Era pelirroja. Según Regina, su madre también era pelirroja. También era pecosa. Era bonita, a su modo. Sin embargo, Kate solía pasar desapercibida. A los veinticinco años, seguía soltera.
                 El padre de Kate le había dejado una cuantiosa dote. Su familia paterna la administró mientras ella fue menor de edad. Cuando se enteraron de que Kate ya tenía veinticinco años, por primera vez en mucho tiempo, se pusieron en contacto con ella a través de una carta. La citaron en un despacho de abogados en Bath. Kate acudió allí en compañía de su tía Regina. La mujer no la dejaba nunca ni a Sol ni a sombra. Le entregaron la dote que le correspondía.
               Una tarde, Kate y Regina dieron un paseo en faetón por la ciudad de West Cowe. El rostro de Kate estaba serio.
-¿Por qué estás triste, cariño?-le preguntó Regina a su sobrina.
-Ya tengo veinticinco años, tía-respondió Kate-Y todavía ningún hombre se ha fijado en mí.
-A lo mejor, es lo mejor que podría pasarte.
-Yo deseo enamorarme. Deseo que me amen. 
                Fue entonces cuando sir Marcus Livingston se fijó en Kate. Era un noble venido a menos. Era el hijo del baronet de Stratford. Había despilfarrado toda su fortuna en juergas, en cortesanas y en partidas de cartas. Se decía que había matado a disgustos a su pobre padre. Y que su madre había envejecido prematuramente por su culpa. Necesitaba casarse con una heredera y lo antes posible. Sus acreedores habían perdido la paciencia con él. Sir Marcus no quería dar con sus huesos en la cárcel. Ya había estado una temporada en Newgate por culpa de las deudas. Fue todo un Infierno. Los guardias no tuvieron consideración alguna con él. Los presos le agredían a la mínima de cambio. Sir Marcus no quería regresar allí por nada del mundo. 
                Kate era una joven atractiva. Era lo bastante ingenua para confiar ciegamente en él. Y era lo bastante rica como para utilizar su dinero para proseguir con sus fechorías. No le costó trabajo enamorarla. Kate quedó prendada en el acto del apuesto y muy viril Marcus. Creyó ciegamente en sus palabras bonitas y en sus juramentos de amor eterno. Pero Regina desconfiaba de los hombres como Marcus.
                Trató de alejar a Kate de Marcus. Pero no lo consiguió. La joven estaba obsesionada con aquel hombre.
                Kate se casó con Marcus en contra de la opinión de su tía. Se dejó seducir por él para obligar a Regina a que les dejara casarse. Una noche, Marcus se coló en la habitación de Kate y la joven se dejó embriagar por los apasionados besos que Marcus le daba. Perdió la virginidad con él aquella noche. Descubrió un Universo lleno de placer con sus caricias. Al día siguiente, se lo contó a Regina. Le mostró la sábana de su cama. Manchada con su sangre virginal...
-¡Ése miserable ha osado deshonrarte!-se horrorizó Regina.
-Nos vamos a casar, tía-le comunicó Kate-Ya no soy virgen.
-¡Aunque no seas virgen! ¡Aunque des a luz a gemelos fuera del matrimonio! ¡No vas a casarte con él!
                Ésta dijo que prefería ver a Kate en un convento tras haber quedado deshonrada que casada con Marcus. Entonces, Kate acabó huyendo con Marcus y se casó con él a escondidas. La boda tuvo lugar en la capilla de Gretna Green. Fue una boda apresurada y muy triste. 
                 Las infidelidades de Marcus empezaron desde el mismo momento en que se casó con Kate. Ella lo sabía. Pero prefería no ver la realidad.
                 Regina no dejó de preocuparse por Kate, a pesar de que ésta estaba casada con aquel miserable. La pobre Kate sufrió lo indecible al lado de Marcus. Antes de nacer Melanie, tuvo un hijo, un varón. Se llamaba Peter. Regina estaba segura de que Marcus tampoco había querido a aquel niño. Apenas se preocupaba por él. Y, cuando murió, Kate estuvo a punto de morir también de pena. Marcus no lloró al pequeño Peter. El niño murió cuando tenía cuatro años al caer del pony que le había comprado su padre.                 Para entonces, ya había nacido Melanie. Ésta había oído hablar de su hermano mayor. Kate lloraba a aquel niño.
                Creía que era lo único que le había unido a Marcus.
                 Melanie no tenía ningún recuerdo de su hermano. Todo lo que sabía era lo poco que le había contado su madre.
                 Pero Kate no quería hablar de aquel hijo. Le hacía demasiado daño recordarlo. Tampoco tía Regina hablaba de aquel pequeño. Había sido su madrina de bautismo. Y tenía algo que le recordaba mucho a su difunto esposo. En su opinión, había cosas que era mejor dejar enterradas en el pasado.
Melanie y Anne visitaban la tumba de su hermano mayor.
-¿Tenemos un hermano?-le preguntó Anne a su hermana la primera vez que visitaron la tumba.
-Lo tuvimos hace muchos años-respondió Melanie-Pero murió cuando era muy pequeño.
-¿Lo llegaste a conocer?
-Era muy pequeña cuando él murió. No me acuerdo de él.
-Me habría gustado conocerle.
-Puedes rezar por él todas las noches antes de acostarte, Annie.
-Eso no me sirve. Me habría gustado conocerle. Cuidaría de nosotras, Melly. No estaríamos tan solas. Y, cuando viajes a Londres, él te acompañaría. Y te protegería. 
-No quiero hablar de Londres, Annie. 
               Dos años después de nacer Peter, Kate quedó de nuevo embarazada. Pero sufrió un aborto cuando estaba embarazada de seis meses. El feto abortado fue un niño. Kate estuvo a punto de morir desangrada a raíz de aquello. El médico luchó arduamente para salvarle la vida. A pesar de que Kate quería morir. Pensó que nunca se quedaría de nuevo en estado. Pero había tenido a Melanie y a Anne.
                Kate tenía que ser sincera consigo misma. Marcus nunca había estado enamorado de ella. Recordaba las noches en las que llegaba a casa borracho y oliendo a mujerzuela.
               Había sentido un gran placer entre sus brazos. Entonces, Kate creía que su marido la amaba. Pero él sólo la quería por su dinero. Después de haber nacido Peter, estuvo con ella durante unas semanas y, después, la abandonó. Era lo que siempre había querido hacer. Kate lloraba por su frialdad y por su desamor.
               Seguía enamorada de él, siguiendo la estela que había llevado a las mujeres de su familia a la desgracia. Se había enamorado de un mal hombre. Pensaba en sus hijas. Ni Melanie ni Anne debían de seguir con aquella siniestra tradición. Por el bien de ambas...
                 De no ser por Regina, Kate se habría suicidado. De no ser por Regina, Kate se habría olvidado de sus hijas y se habría consumido de dolor y de pena hacía mucho. Echaba de menos a Marcus. Lo añoraba tanto que le dolía. Pero debía de admitir de una vez la verdad. Marcus nunca había estado enamorado de ella. Ni Kate ni sus hijas le importaban. Era un egoísta. No quería saber nada de su familia.  No le escribía nunca ni a Anne ni a Melanie. Quería pensar que sus hijas no existían.
              Kate amaba apasionadamente a Marcus.
              Desde que él se marchó, en su vida no entró hombre alguno.
              Estaba segura de que Marcus acabaría recapacitando. Y volvería de regreso con ella. La echaría de menos en algún momento. Eso sería lo que le haría regresar.
              El tiempo iba pasando. Pero Kate seguía esperando con ansia la llegada de alguna misiva de su marido. Pero la carta no llegaba.
                Kate lo achacaba a que el correo se retrasaba. No quería escuchar los rumores que circulaban acerca de Marcus en la capital. Pensaba que aquellos rumores eran falsos.
                  Que si estaba liado con la esposa de algún Ministro. Que si había participado en algún duelo. Que si se había encerrado durante días en un burdel con varias prostitutas. Que si bebía durante toda la noche en los peores antros de Londres.
             Para Kate, todo eso era mentira. Aún cuando era consciente de que era verdad.
             Porque ella se negaba a ver aquella realidad. Porque no quería admitir ante nadie que su marido jamás la había amado. Que ella no había significado nada en su vida, salvo una manera de hacerse rico.
              A Marcus no le había importado nunca su mujer. Y tampoco le habían importado sus hijas. De hecho, solía vivir como si estuviera soltero. Nunca hablaba ni de Kate ni tampoco de Melanie y de Anne. Sencillamente, ninguna de las tres existía.
               Poco le importaba el sufrimiento de su esposa. A pesar de que cada día que pasaba se sentía cada vez más débil. A pesar de que era consciente de que había algo dentro de él que le estaba consumiendo. Y lo hacía poco a poco.
             Marcus se decía así mismo que era el exceso de juerga. Bebía demasiado. Y se acostaba con demasiadas furcias. Tanto ricas como pobres...Y que todo eso, antes o después, acabaría pasándole factura. Empezaba a sentirse cada vez más débil. Pensaba que las fuerzas le estaban fallando. Pasaba más tiempo acostado que de pie. Y empezaba a sufrir accesos de fiebre. El médico le visitaba y le practicaba sangrías. Marcus pensaba que las sangrías le ayudaban a recuperarse. 

Cementerio

2 comentarios:

  1. Las sangrías!!qué método tan gracioso de "curar" a los enfermos, no? pero bueno, era otra época.
    La tía Regina me gusta hasta ahora, es una mujer que fue muy buena con su sobrina, incluso luego de que ella escapara con Marcus.
    Por una parte me da pena Kate y por otro lado me dan ganas de matarla,jaja, pero imagino que ése es el único consuelo que tiene, me refiero a adorar sin reservas a alguien que nunca la quiso.
    Y los bebés muertos sólo podían aumentar la tristeza...
    Continúo.
    Besos.Jazmín.

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  2. Me gusta la descripción de los personajes, sobre todo el de Melanie. La madre dan ganas de darle un golpe para que reaccione, pero bueno, supongo que así es el amor (no solo en la fantasía, jaja. Por ahí deben existir algunas Kate). Y con la tía me saco el sombrero, una mente muy evolucionada para su época, por suerte para su sobrina. Y qué puedo decir decir del padre, bueno... a ver si en el fututo me genera algo de compasión, aunque como lo veo dudo de ello.

    Ahora continuo con lo que sigue, jejeje.

    Un beso.

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