Hoy, me gustaría compartir en este blog un relato de Halloween de corte romántico y de época que se me ha ocurrido. Es un relato corto.
Espero que os guste.
¡Y feliz Día de Todos los Santos!
ISLA DE INCHCOLM, FIRTH OF FORTH, 1815
Ellen Morogh siempre se había caracterizado por ser una joven de carácter dócil. Era una chica rubia y muy bonita.
Estaba tomando el té aquella tarde con su prima Anne Nicole Morogh, quien vivía con ella y con sus padres desde hacía algún tiempo. La taza de porcelana llena de té tembló en la mano de Anne.
-Todavía no me lo puedo creer-se lamentó la joven.
-Ya han pasado dos años, Annie-le recordó Ellen.
-¡Pero me cuesta trabajo admitirlo! ¡Íbamos a casarnos, Ellie!
-Lo sé.
-Y está muerto.
Anne rompió a llorar al pensar en su prometido. Ellen la abrazó con fuerza. A sus veinticinco años, su prima iba a contraer matrimonio con un auténtico buen partido. El marqués de Sinclair se había fijado en ella. Pero tuvo que partir para el frente antes de fijar la fecha de la boda. Falleció luchando contra las tropas de Napoleón.
Su tía Lucy decidió acogerla en su casa. Los padres de Anne habían muerto tiempo atrás. La joven no terminaba de superar la muerte de su prometido.
-Teníamos muchos planes-se lamentó Anne-Íbamos a pasar el resto de nuestras vidas juntos. Nos amábamos. Tristán me quería por cómo yo era. Me aceptaba con mis defectos, que tengo muchos. ¿Qué haré si me falta él?
-Vivir-contestó Ellen.
Le pareció una respuesta demasiado obvia. Ellen tenía veinte años. Poseía una belleza angelical y una reputación inmaculada. Pero no quería dejar sola a Anne. Estaba sufriendo mucho.
Anne llevaba su cabello de color castaño rojizo recogido en un moño que amenazaba con soltársele.
-Vivir-repitió incrédula.
-No es fácil. Pero tienes que hacerlo.
-¡Oh, Ellie!
-Piensa en lo que tu prometido habría querido para ti, prima.
Una lágrima se deslizó por la mejilla de Anne.
Estaba lloviendo con fuerza. Ellen no podía conciliar el sueño. Se puso encima de su camisón de color blanco una bata de color lavanda. Buscó un libro de Jane Austen en la biblioteca de su padre. Se decantó por Persuasión.
Ellen encendió la lámpara que había encima de la mesita pequeña del salón. Se sentó en el sofá. Miró hacia la ventana y vio cómo la lluvia golpeaba los cristales de la ventana del salón. Un relámpago iluminó el salón. Y Ellen, sobrecogida, ahogó un grito.
Creyó haber visto fuera a un hombre.
Ellen negó con la cabeza.
Lo he debido de imaginar, pensó.
Abrió el libro. La lluvia seguía cayendo fuera con fuerza. Hacía mucho frío en el salón. Ellen no era capaz de centrarse en la lectura. La invadió una extraña sensación. Hay alguien fuera, pensó. Hay alguien fuera.
Ellen acabó cerrando el libro. Notó cómo le temblaban las manos. He imaginado que hay un hombre fuera, pensó. ¿Y si no lo había imaginado?, se preguntó de pronto. A lo mejor, era un ladrón. Negó con la cabeza.
Se dijo así misma que debía de tranquilizarse. Otro relámpago iluminó el salón. Y Ellen pensó que iba a desmayarse. No lo había imaginado. Había un hombre fuera. Y la estaba mirando fijamente.
-¿En serio vas a salir ahora?-le preguntó Lucy Morogh a su hija.
Ellen se puso encima de su vestido blanco una capa.
-No voy a tardar mucho-le aseguró a su madre.
Miró con tristeza a su prima Anne, quien estaba sentada en el sofá. Su prima estaba bordando, algo inusual en ella.
Los pasos de Ellen la llevaron hasta East End, un bonito paraje de la isla. La joven agradeció estar fuera de casa. Hacía frío, pero no le importaba. Tenía dos cosas en las que pensar. Por un lado, estaba Anne y la depresión que estaba sufriendo. Por el otro lado, estaba la visión de aquel joven.
Y, entonces, Ellen lo vio. Era alto y delgado. Su piel era blanca, como la de un cadáver. Y sus ojos, aunque parecían estar vacíos de expresión, poseían una mirada hipnótica.
-Me llamo Gilbert Dinney-la saludó con una voz tan ronca que parecía venir de otra dimensión-Llevo mucho tiempo esperándote.
-No te conozco de nada-replicó Ellen.
No le había visto antes. Sin embargo, Ellen tuvo la sensación de que sí que le conocía. Pensó en salir corriendo de allí. Sin embargo, parecía que tenía los pies clavados en el suelo. Su estupor creció cuando sintió cómo los labios de Gilbert se apoderaban de los suyos. La estaba besando.
Ellen se apartó de él. Gilbert estaba muy frío. Aquel joven le sonrió de un modo que la sobrecogió. Tenía una sonrisa extraña y se sorprendió así misma sintiéndose fascinada. Pensó de nuevo en irse, pero no lo hizo.
-Tú y yo nos conocemos bien-afirmó Gilbert-Puede que no lo sepas. Pero nos amamos. Nos amamos desde hace mucho tiempo.
Ellen negó con la cabeza. Todo lo que estaba pasando le parecía demasiado surrealista. Sin embargo, al mirar a Gilbert, tuvo una extraña sensación. Parecía conocerle.
-No eres de aquí-dijo Ellen-No te he visto en mi vida. Déjame.
Gilbert le cogió las manos. Ellen contuvo el deseo de empezar a gritar. Gilbert estaba muy frío. ¿En serio le conocía? ¿Cuándo?
Los labios de Gilbert volvieron a apoderarse de los labios de Ellen en un beso.
Ellen vivía atormentada por lo que le había contado Gilbert. Extrañas visiones se apoderaron de ella. Se veía así misma con Gilbert, sentados a la orilla. Haciendo planes de futuro. Besándose con intensidad.
-Te noto distraída-observó Anne-¿Qué ocurre?
Anne y ella habían salido a dar un paseo por los alrededores del viejo monasterio de la isla.
-Es una tontería-contestó Ellen.
No sabía cómo debía de abordar aquel tema con su prima. A lo mejor, Anne se reía de ella. Pero su prima no tenía muchas ganas de reírse.
-Tengo frío-dijo Anne-No hemos debido salir esta tarde.
-Nunca sales de casa-le recordó Ellen-Te conviene salir. Y respirar aire puro. No puedes pasarte la vida encerrada.
Pensar en Anne la ayudaba a evadirse de sus propios problemas. Su prima estaba sufriendo por la muerte de Tristán. Ellen no debía de pensar en un joven de aspecto fantasmal.
-¿Crees en los fantasmas, Annie?-quiso saber.
Hizo la pregunta a bocajarro.
-Los fantasmas no son malos-contestó Anne-Son los espíritus de nuestros seres queridos. Nos cuidan desde el Más Allá. Nos siguen queriendo, a pesar de todo.
-No has respondido a mi pregunta-observó Ellen.
-Yo sí creo en los fantasmas.
La contestación de Anne dejó muda a Ellen. Siempre había creído que su prima era una joven práctica. No creía en aquellas cosas que no se pudieran ver.
-Y creo que Tristán está cerca de mí-añadió Anne-¿No lo sientes? Él me cuida.
Ellen pensó que su prima se había vuelto loca. Pero eso no era lo peor. Lo peor era que ella también se estaba volviendo loca. No podía explicar el porqué le asaltaban recuerdos de su vida al lado de Gilbert. Una vida que ella jamás había conocido. Anne creía que el fantasma de su prometido estaba a su lado. Si su madre la oía, la enviaría a Bedlam, al manicomio inglés. Nubes oscuras cubrían el cielo. Anunciaban una fuerte tormenta.
-Piensas que estoy loca-observó Anne.
-No pienso eso-le aseguró Ellen.
-Puede que los golpes que me propinaba mi padre me hayan vuelto loca. Pero siento que Tristán está a mi lado. Juró que siempre me amaría antes de partir. Y él siempre cumple sus promesas. No estoy loca, Ellie.
-Yo no pienso eso, Annie. Yo pienso que has sufrido mucho por la muerte del marqués.
-Será mejor que volvamos a casa. Tía Lucy debe de estar preocupada por nosotras.
Dieron la vuelta.
-Tienes razón-dijo Ellen.
Respiró aliviada al ver que volvían a casa.
Un rato después, las dos jóvenes entraron en el salón. Lucy se alegró de verlas.
-¡Por fin!-exclamó-Hace mucho frío como para estar paseando fuera.
Ellen se alegró de colocarse frente a la chimenea. Extendió las manos. La chimenea estaba encendida. Las llamas se movieron lentamente. Tuvo la sensación de que había alguien más en el salón, a parte de Anne, sus padres y ella. Pero no podía verle.
-¡Qué frío hace!-exclamó Thomas, el padre de Ellen y tío de Anne.
-Se ha debido de quedar abierta una puerta-observó Anne.
Ellen retrocedió. Se sentó en el sofá, junto a su madre.
-¡Qué pálida estás!-observó Lucy.
-La noto rara desde hace algunos días-añadió Thomas.
Anne miró con preocupación a Ellen. A lo mejor, se dijo, estaba cogiendo un resfriado. No se parecían en nada. Anne no se reconocía así misma. Se había convertido en una especie de fantasma en vida. Pero no podía hacer nada. Cuando Tristán murió, Anne supo que había muerto con él. Nos rodean los fantasmas, pensó Anne con pesimismo.
He dividido el relato en dos partes.
A lo largo del fin de semana, subiré la otra parte, que será el desenlace.
Que duro debe ser vivir sin la persona que amas al lado, no quiero ni pensarlo. Un besazo.
ResponderEliminarPerder a la persona que ama es lo peor que le puede pasar a cualquiera.
EliminarUn fuerte abrazo, Tamara.
Uhmm, espero que sea un ánima con buen ánimo porque con lo mal que lo está pasando la pobre, como para que venga un Freddy Krugger a molestar.
ResponderEliminarSeguimos...
Hola EldanY.
EliminarNo te preocupes por el ánima. ¡Te aseguro que es de los muy buenos, je, je!
Un fuerte abrazo.