jueves, 13 de agosto de 2015

ILUSIONES ROTAS

Hola a todos.
Aquí os traigo el penúltimo fragmento de mi relato Ilusiones rotas. Sólo queda este fragmento y otro más. Y no descargo hacer un epílogo más adelante. No lo sé.
De momento, aquí os dejo con los pensamientos de mistress Karen y de Zayra.

-Las cosas no debieron de haber ocurrido de ese modo-se lamentó Zayra.
                              El otoño había llegado. Estaba siendo un otoño verdaderamente espantoso.
-Los alemanes bombardearán la casa-auguró mistress Karen-Moriremos las dos juntas.
                              Las dos mujeres habían salido a dar un paseo por la isla. En otro tiempo, ver a una criada y a su señora paseando juntas habría sido motivo de escándalo.
-Todavía es motivo de escándalo-sonrió con tristeza mistress Karen.
                               Pero los vecinos tenían otras cosas en mente. Pensaban en sobrevivir.
                               Zayra se cogió del brazo de mistress Karen.
                              Oían con frecuencia el sonido de las sirenas. Había que buscar refugio debajo de una de las mesas.
                              Tras la partida de Alexander al frente, mistress Karen había vendido muchos de los muebles que había en la casa. Estaban en la ruina. Alexander había hecho lo que había podido para salir de aquella ruina.
                               La culpa no había sido de él. Claudine era la que manejaba el dinero. Se lo había legado todo su padrastro. La parte que le correspondía a su marido había ido a parar a manos de ella. Mistress Karen nunca tuvo acceso a aquel dinero. Claudine disfrutaba despilfarrando aquel dinero con sus viajes. Lo último que se sabía de ella era que estaba en Polonia. No se la dejaba salir de allí. Había sido capturada por los aliados. La muy imbécil se dedicaba a jugar al espionaje.
-No es ningún secreto que esa víbora simpatiza con ese demonio de Hitler-le recordó Zayra a mistress Karen-Lo malo no es sólo eso. Hay compatriotas que piensan que Hitler le devolverá a Inglaterra su antiguo esplendor colonial. Ese tiempo ya ha pasado.
-He oído que Claudine va a ser fusilada-comentó mistress Karen con voz neutra.
-¡Se lo merece por zorra! ¡Ni siquiera derramó ni una sola lágrima cuando le contaste que el señorito Alexander había muerto! Lloraste tú más por él que su propia madre.
                          Mistress Karen apoyó la cabeza en el hombro de Zayra.
                          Se sentía muy cansada. Estaba harta de todo. No le importaba morir en uno de los bombardeos. Ni siquiera le importaba que los alemanes invadieran Inglaterra.
                         Una parte de ella había muerto con el padre de su pequeño Ferdinand. No podía olvidar que Alexander era el hermano menor de Ferdinand. Al menos, ambos habían sido engendrados por el mismo hombre. Lo había perdido todo. Alexander era su único asidero. Lo que la mantenía con vida. Pero Alexander estaba muerto.
-Al menos, han repatriado los restos del señorito Alexander-le recordó Zayra.
-Vendré aquí a llorar a su tumba con mucha frecuencia-le comunicó mistress Karen-Y vendrás conmigo para estar con Sophie y con nuestro nieto. Habría sido un niño precioso.
-No reconocí a ese bebé como un bebé. Era otra cosa.
-¡No lo recuerdes! Te lo ruego. Todavía tengo pesadillas.



                               Intentaba no recordar la criatura que Sophie había traído al mundo. Aquel ser que no podían considerar ni mistress Karen ni Zayra un bebé porque no era un bebé.
                              Había sido un ser grotesco el que había salido del interior de Sophie. Casi no se movía y apenas vivió unos minutos. Zayra se desmayó cuando vio al que pudo haber sido su primer nieto. Por suerte, Sophie se había desmayado y no llegó a verlo. Adele todavía no se había marchado. Se hizo cargo de enterrar al pequeño a toda prisa. Mistress Karen no pudo soportarlo. Fue corriendo al cuarto de baño. Pero vomitó antes de llegar al wáter.
                              A Zayra le quedaba un consuelo. Sophie creía que había dado a luz a un niño perfecto que, por desgracia, había muerto a los pocos minutos de nacer.
                             Había sido una mentira. Pero había sido una mentira piadosa. Sophie apenas vivió una semana después del parto. Había sido muy duro. Perdió muchísima sangre. Dos días estuvo de parto. Y, al final, tuvieron que hacerle la cesárea allí mismo. En la mansión...
                             Los puntos de la cesárea se le infectaron. Todo había sido un suceder de desgracias. Zayra pensaba que ya no podía derramar más lágrimas.
-Todavía quiero pensar que es una pesadilla-afirmó la mujer.
                            Se detuvieron. Contemplaron las cristalinas aguas del río Támesis.
                           No era una pesadilla todo lo que estaban viviendo. Era real.
                           Pero, al mismo tiempo, era irreal. Mistress Karen se fijó en que el cauce del río bajaba en calma.
-Ninguno de los tres sufre ya-le recordó a Zayra.
                             Un sollozo brotó de la garganta de la mujer. Estaba también cansada.
                              Últimamente, se quejaba de lo mucho que le dolía todo el cuerpo. Sentía que no podía más. Había llegado a su límite.


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