martes, 18 de junio de 2013

BERKLEY MANOR

Hola a todos.
Hoy, traigo un nuevo fragmento de Berkley Manor. 
La carta de Anne llega finalmente a su destino.

                  Algunos días después, el señor Waters llegó a Berkley Manor. Debían de ser las dos de la tarde. Se echaba en cara el no haber entregado la carta antes. Pero se le había olvidado.
                  No era un mal hombre. Había visto auténtica angustia reflejada en los ojos de la pequeña Anne cuando le entregó la carta.
                 Ese hombre ha vuelto para hacer daño, pensó el señor Waters. Hizo el trayecto montado a lomos de su viejo caballo. Estaba harto de ver todos los días la dichosa carta encima del aparador. Anne estaba muriéndose de angustia. No se lo merecía.
                Confiaba en encontrar a Melanie sola, aunque sabía que era imposible. Pensaba que la joven debía de estar sola cuando le entregara la carta. Había cosas de las que era mejor hablar en privado.
                Entró por la puerta de atrás. Reinaba un gran silencio en la mansión.
            Encontró a la servidumbre en la cocina dando cuenta de las sobras del Sunday Roast que había preparado la cocinera y sus ayudantes. Y vio una escena típica: una de las criadas no quería comer.
              La jovencita miraba con cara de asco su mitad de ternera asada. Estaba cansada de vivir en un lugar tan lúgubre como aquella mansión. 
- Vamos, niña, come- intentaba obligarla la cocinera.
- No tengo hambre- se resistió la criada.
-¿Quién eres tú?-preguntó el jardinero, clavando sus ojos en la figura del señor Waters.
-Traigo un mensaje para la señorita Livingston-respondió el hombre. 
            El jardinero le hizo señas al señor Waters para que se sentara a su lado. El hombre se acercó y se sentó a su lado, aunque, pese a que no tenía hambre, aceptó el plato con las sobras del Sunday Roast que le ofreció la ayudante de la cocinera. Con desgana, el señor Waters tomó algunas cucharadas. Los criados devoraban los restos de filete de ternera, de patatas y de verdura con auténtica ansia. Sólo se detenían cuando tenían sed. Bebían de sus vasos de vino. La excepción era la joven criada. Estaba harta de vivir en una casa que se había convertido en un mausoleo. Nadie podía hablar. La cocinera y el cochero se turnaban para obligarla a comer. Pero la chiquilla escupía cada cucharada. El señor Waters pensó que aquello era extraño. 
              También pensó que la joven criada se había cansado del luto. Quería cantar. Quería volver a estar alegre.



            Después de comer, el señor Waters pudo hablar con Melanie. La chica se encontraba en la biblioteca. Quería terminar de leer Robinson Crusoe. Alzó la cabeza al notar que no estaba sola. Se sobresaltó al encontrarse cara a cara con el señor Waters. 
-No te asustes, niña-le pidió el hombre-Soy yo. 
-¡Señor Waters!-se sorprendió Melanie-¿Qué está haciendo aquí? 
               El hombre sacó del bolsillo de su chaqueta un sobre. 
-Es una carta, niña-le dijo-Te la ha escrito tu hermana. 
-¿Ocurre algo?-se inquietó Melanie-¿Por qué Annie me ha escrito? 
-Será mejor que lo leas. 
                Las manos de Melanie temblaron al rasgar el sobre. Sacó la hoja. La desdobló. ¡Dios mío!, pensó la muchacha. Empezó a leer la carta. El señor Waters vio cómo Melanie palidecía y estaba a punto de caerse. La tuvo que coger para evitar que se cayera. La hizo sentarse en una silla. 
-¿Quieres que busque a una criada?-le preguntó. 
-No...-respondió Melanie-Es mi padre. 
-Lo sé, niña. 
                
                  

 -¿Por qué ha vuelto? ¿Qué es lo que quiere?
                 Poco a poco, Melanie iba abandonando su inicial estado de estupor. La rabia se fue apoderando de ella.
-Tengo que volver a casa-decidió.
                  Muchas ideas pasaron por su mente. Conocía bien a su madre. Sabía que ella estaría dispuesta a aceptar de nuevo a su padre. No le exigiría nada. Le perdonaría.
                Se puso de pie de un salto.
                 Abandonó con paso airado la biblioteca. Al pie de la escalera, se encontró con Eleanor y con Victoria.
-¿Ocurre algo, Melly?-le preguntó Eleanor-No tienes buena cara.
-¡Mi padre ha vuelto, Ellie!-respondió Melanie-Tengo que volver a casa.
                 Subió la escalera de dos en dos.
                Entró en su habitación.
               La doncella que tenía asignada se dio cuenta de que algo no iba bien. Melanie abrió el armario. Empezó a sacar ropa de él. La metía como podía dentro de sus maletas. Regresaría a casa lo antes posible. ¡Y sabía Dios lo que podía encontrar al llegar allí! No dejaré que vuelva a hacernos daño, pensó Melanie. ¡No se lo permitiré!
           

2 comentarios:

  1. Pobre Melanie, como si no tuviera ya bastante con sus angustias, este problema acrecentará sus dudas.

    Besos.

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  2. Dios mio menuda historia!!!!!!!
    Pobre Melly es que no tiene bastante la pobre con todo lo que está pasando que ahora se tiene que ir a su casa a resolver que su padre no les haga mas daño
    Estaré pendiente del siguiente paso
    Un saludo

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