domingo, 26 de julio de 2015

ILUSIONES ROTAS

Hola a todos.
Hoy, seguimos con otro fragmento de Ilusiones rotas. 
Veamos qué ocurre.

-Me alegro de que tomes el té conmigo-afirmó Alexander.
                               Era la hora del té.
                               Para sorpresa de Sophie, Alexander la invitó a tomarlo con él. En un primer momento, pensó en negarse. Pero, finalmente, aceptó.
                               Sophie bebió un sorbo de su taza de té y notó que la mano le temblaba.
                               Le resultaba cada vez más difícil mirar a Alexander sin delatarse. Su corazón latía a gran velocidad cuando estaba cerca de él. Debía de contener sus ganas de gritarle lo que estaba empezando a sentir por él. Sobre todo, porque ella no dejaba de ser la hija de la criada.
-Esto no está bien-replicó Sophie-No sé el porqué se molesta tanto en querer estar conmigo, joven Alexander.
-No me llames así-le rogó él.
-Tengo que llamarle así.
-No...
                            Alexander era un joven alto y estaba bien desarrollado físicamente hablando. Era rubio y sus ojos eran de color azul.
                            Por su parte, Sophie era una joven rubia, esbelta y bien proporcionada.
                            Alexander no podía apartar la vista de ella. De pronto, Sophie se había convertido en una verdadera belleza.
                             Alexander conocía la historia que había detrás de ella. Lo cierto era que no tenía motivos para presumir. Su padre era el hijo bastardo de una modistilla. Su madre era la hija bastarda de una señorita de buena cuna.
                           Sus orígenes eran tan dudosos como los orígenes de Sophie. Pero, al menos, su familia era rica. El dinero podía tapar algunos orígenes turbios, como solía decir la víbora que le trajo al mundo porque se negaba a pensar en ella como su madre.
                           Si el dinero podía tapar sus orígenes, también podía hacer lo mismo con los orígenes de Sophie. Lo que sentía por aquella joven no tenía nada que ver con el mero deseo carnal. Era un sentimiento que tenía su origen en lo más profundo de su corazón.
                            Le cogió la mano por encima de la mesa.
                            Sophie se sobresaltó.
-¡Está mal!-casi gritó, sobrecogida.
                            Logró soltarse como pudo.
                            Alexander bebió otro sorbo de su taza de té.
                            Sophie no era ninguna arribista, como sí lo había sido su abuela paterna. Sophie quería ganarse la vida trabajando de forma honrada. A sus ojos, aquella virtud le hacía estar cada día que pasaba más enamorado de ella. No le daba miedo admitir lo que sentía realmente por Sophie. La amaba cada día que pasaba más.
-Te amo-le confesó.



                               Sophie pensó en levantarse y salir corriendo del salón.
                               Pensó en taparse los oídos con las manos para no seguir escuchando. Pensó en decirle a Alexander que no podía sentir aquello que decía sentir por ella. Pensó en hacer mil cosas que no hizo. Tan sólo se quedó mirándole con los ojos muy abiertos.
                             No estaba bromeando.
-En el fondo, tú también me amas-añadió Alexander.
                            Sophie quiso desmentir aquella afirmación. Pero estaría mintiendo. Amaba a aquel joven tan bueno y tan amable.
                            Pero no podía ser para ella.
                            Alexander alzó la mano.
                            Acarició con ella las mejillas de Sophie. Se inclinó por encima de la mesa y la besó en una mejilla. La besó en la frente. Y acabó besándola con ternura en los labios.

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