Aquí os traigo un pequeño relato que escribí hace mucho tiempo y que he encontrado en una hoja suelta.
Espero que os guste.
No abandono la década de 1960 ni el romance.
Se titula Miss Arabella. Es una historia que transcurre en el Manchester de la década de 1961.
MISS ARABELLA
MANCHESTER, INGLATERRA, 1961
Miss Arabella Mountain había crecido escuchando a su institutriz darle consejos sobre cómo debía de comportarse una dama.
Era la hija del coronel Mountain. Aquel hombre estaba considerado un héroe de la Segunda Guerra Mundial.
Los Mountain llevaban siglos sirviendo en el Ejército. Al menos, eso era lo que decía el coronel Mountain. Sin embargo, la tradición se rompió abruptamente cuando nacieron sus dos hijas. No tuvo hijos varones. Lo cual lamentaba.
Miss Arabella era su hija mayor. Por supuesto, sabía cómo debía de comportarse una dama.
Arabella se actuaba como se esperaba de ella. Era todo recato.
La piel de Arabella era muy blanca. Sus ojos eran de color azul muy claro. Su cabello también era claro. Lo tenía bastante largo. Le gustaba mucho rizárselo. En aquel aspecto, Arabella era muy coqueta.
Su cara era de rasgos armoniosos y delicados. Había quién decía que parecía una muñequita de porcelana. Lo cual no dejaba de ser cierto.
Había también quién decía que Arabella era la joven más hermosa de todo Manchester.
Quizás, eso último también era cierto. Y ello inquietaba a sus padres.
Los caballeros a los que Arabella había tratado le besaban las manos cuando la veían.
Quizás, eso estaba pasado de moda. Pero le debían respeto, quizás, porque era la hija de un héroe de guerra. Arabella era muy pequeña cuando los alemanes bombardearon Inglaterra. Tenía vagos recuerdos de aquellos días. Las bajadas al sótano...El sonido horrible de la alarma...Los gritos de terror...
Tenía dieciocho años. Su hermana menor se llamaba Gracie. Tenía once años. Era una niña que nunca paraba quieta. Siempre estaba haciendo travesuras.
Los padres de Arabella y de Gracie empezaron a mirar por el futuro de su hija mayor. Naturalmente, Arabella debía de casarse.
Lo que debía de hacer era una buena boda. Había numerosos buenos partidos en Manchester.
Debía de casarse con uno de ellos. Al escuchar tales comentarios, Arabella se limitaba a bajar la cabeza. Asentía.
No era nada rebelde, hasta que se fijó en aquel joven. Danny trabajaba como ayudante de un sastre. Tenía su tienda en Albert Square, frente al Ayuntamiento de la ciudad. Arabella y Danny se conocieron cuando la joven fue a la tienda unos meses antes. El coronel Mountain cumplía sesenta y dos años. Arabella había pensado en regalarle una corbata de alfiler. Fue Danny el que la atendió. No había nadie en la tienda. Sólo estaban ellos dos solos. De pronto, Arabella se sintió cómoda hablando con aquel joven.
-¿Y qué clase de corbatas te gustan?-se atrevió a preguntarle.
Arabella tenía una escritora favorita de novela romántica que se llamaba Bárbara Cartland. Había leído historias de amor protagonizadas por jovencitas que se enamoraban de aristócratas.
Sin embargo, Arabella no se había enamorado de ningún aristócrata. En su lugar, pensaba en la manera de volver a ver a aquel joven ayudante de sastre. Sus propios pensamientos la asustaron.
-No suelo usar corbata-respondió Danny, sorprendido-No me gusta.
-Entiendo-dijo Arabella.
La relación fue a más durante las demás veces que se vieron. Arabella aprovechaba cualquier excusa para visitar la tienda. Naturalmente, su familia no sabía nada. Conocía demasiado bien a sus padres. ¡Serían capaces de enviarla a un internado! No se lo contó a ninguna de sus amigas. Y tampoco se lo contó a su criada favorita. Había aprendido a guardar sus propios pensamientos para sí. No quería compartir nada de lo que pasaba por su cabeza con nadie. Sabía que algunos jóvenes adinerados habían ido a visitar al coronel Mountain para pedirle su mano.
De momento, su padre no pensaba en entregarla a ninguno de aquellos petimetres. Lo cual era algo que Arabella agradecía, ya que le permitía seguir yendo a visitar a Danny. Era cierto que el matrimonio Mountain no hacía distinción entre ninguna de sus dos hijas.
Pero era más que evidente que Arabella era su favorita.
Una tarde, Arabella y Danny regresaron en el tranvía que recorría el centro de Manchester. No había casi nadie allí.
Arabella tenía la sensación de que el mundo se había conjurado para unirla con Danny.
-¿Crees en las casualidades?-le preguntó-Estamos casi solos aquí.
Por toda respuesta, Danny la besó en los labios casi con avaricia.
Arabella vivía en King Street, en pleno distrito económico de la ciudad. Encontrarse a escondidas con Danny se convirtió para ella en la mayor de las hazañas.
Descubrió que era el hijo del sastre. Quería seguir los pasos de su padre. Heredaría algún día la sastrería. Era un joven inteligente. Trabajador...
Sabía que debía de mantenerse en su lugar. Arabella Mountain debía de estar prohibida para él.
Nunca entendió cómo pudo terminar enamorándose de ella. En su fuero interno, se decía así mismo que debía de mantenerse alejado de ella. La seguía muchas veces a una distancia prudencial cuando salía a dar un paseo con sus padres y con su hermana. Arabella no era tonta. Sabía que Danny la estaba siguiendo.
-¿Qué ocurre, Belle?-le preguntaba su madre-Te noto distraída.
Arabella pensaba en Danny. Él también quería estar cerca de ella.
-No me ocurre nada-respondía la chica.
Una vez, le regaló un ramo de rosas. Gracie vio aquel ramo. Quiso saber quién se lo había enviado.
-No lleva nota-mintió Arabella-No sé quién ha podido mandármelo.
-¿Tienes novio, Belle?-la interrogó Gracie-Puedes contármelo. No se lo diré a nadie.
-¡Por supuesto que no tengo novio!
-Pero te han mandado un ramo de rosas muy bonito.
-Habrá sido un admirador secreto.
Gracie se quedó satisfecha con la información que su hermana mayor le había dado.
Arabella empezó a hacer lo que nunca antes había hecho: mentirle a sus padres.
-¿Cómo te sientes?-le preguntó una tarde Danny a Arabella.
Se hallaban dando un paseo por Heaton Park.
-Me siento culpable-respondió ella.
-Mi padre tampoco sabe lo nuestro-admitió Danny.
Se detuvieron ante la estatua del león que hay en la Entrada Sur de Heaton Park. Arabella se sintió muy cansada. Clavó sus hermosos ojos en Danny.
-¿Me estás pidiendo que dejemos de vernos?-le preguntó con serenidad.
-No quiero dejar de verte-respondió Danny.
-No sé lo que va a pasar. ¿Crees que tu padre lo entenderá?
-Desde que murió mi madre, sólo me tiene a mí. Tengo dos hermanos mayores. Viven aquí. Pero rara vez van a verle.
-Mis padres ya empiezan a hablar de casarme.
-¿Es que te han prometido en matrimonio con alguien?
-De momento, mi padre no ha encontrado al hombre adecuado para convertirse en su yerno. Pero todo se andará. Créeme, Danny. Estoy muy asustada.
-Yo también tengo miedo, Belle. No sé qué hacer.
-Hemos de mantenernos unidos.
Y eso fue lo que hicieron. Decidieron mantenerse unidos. Heaton Park se convirtió en su lugar favorito para encontrarse. Siempre había un rincón donde no había nadie para poder estar solos.
Sabían que, antes o después, llegaría el temido momento. Enfrentarse a sus familias. En el fondo, eran dos jóvenes asustados. Les tenían demasiado miedo a sus progenitores. Porque sabían que no entenderían el amor que ambos se profesaban. Danny y Arabella venían de mundos muy opuestos. No debieron de haberse enamorado.
Pero se enamoraron.
Se metían dentro del templo que había en el parque. Siempre estaba abierto, pero ellos se metían cuando sabía que nadie iba a entrar.
Era demasiado arriesgado. Los dos lo sabían.
Sabían que su relación, en el fondo, tenía los días contados. Pero, aún así, quisieron disfrutar al máximo del tiempo que iban a estar juntos. Antes o después, alguien les iría con el cuento a sus familias.
Danny fue el primer hombre que, al besar a Arabella, introdujo su lengua en el interior de la boca de ella. Y, sin embargo, Arabella no encontraba nada asqueroso en aquellos besos.
Besaba a Danny de igual manera.
Entrelazaba su lengua con la lengua de él. Bebían el uno de la saliva del otro. El uno saboreaba los labios del otro.
Lograron encontrarse dentro de aquel templo una noche. Se sentaron en el suelo ante la chimenea apagada que hay dentro del mismo.
Empezaron a besarse de manera apasionada.
De pronto...Ya no fueron capaces de detenerse.
Y se entregaron el uno a los brazos del otro.
El uno besó cada centímetro de la piel del otro. La lamió para aprender su sabor de memoria.
Hubo más noches en las que se acariciaron con las manos y con los labios.
Se abrazaron y se besaron dentro de aquel lugar.
Noches inolvidables...Noches que guardarían para siempre en sus memorias. Como un tesoro...Como el más bonito regalo que les había hecho la vida a los dos.
Su cara era de rasgos armoniosos y delicados. Había quién decía que parecía una muñequita de porcelana. Lo cual no dejaba de ser cierto.
Había también quién decía que Arabella era la joven más hermosa de todo Manchester.
Quizás, eso último también era cierto. Y ello inquietaba a sus padres.
Los caballeros a los que Arabella había tratado le besaban las manos cuando la veían.
Quizás, eso estaba pasado de moda. Pero le debían respeto, quizás, porque era la hija de un héroe de guerra. Arabella era muy pequeña cuando los alemanes bombardearon Inglaterra. Tenía vagos recuerdos de aquellos días. Las bajadas al sótano...El sonido horrible de la alarma...Los gritos de terror...
Tenía dieciocho años. Su hermana menor se llamaba Gracie. Tenía once años. Era una niña que nunca paraba quieta. Siempre estaba haciendo travesuras.
Los padres de Arabella y de Gracie empezaron a mirar por el futuro de su hija mayor. Naturalmente, Arabella debía de casarse.
Lo que debía de hacer era una buena boda. Había numerosos buenos partidos en Manchester.
Debía de casarse con uno de ellos. Al escuchar tales comentarios, Arabella se limitaba a bajar la cabeza. Asentía.
No era nada rebelde, hasta que se fijó en aquel joven. Danny trabajaba como ayudante de un sastre. Tenía su tienda en Albert Square, frente al Ayuntamiento de la ciudad. Arabella y Danny se conocieron cuando la joven fue a la tienda unos meses antes. El coronel Mountain cumplía sesenta y dos años. Arabella había pensado en regalarle una corbata de alfiler. Fue Danny el que la atendió. No había nadie en la tienda. Sólo estaban ellos dos solos. De pronto, Arabella se sintió cómoda hablando con aquel joven.
-¿Y qué clase de corbatas te gustan?-se atrevió a preguntarle.
Arabella tenía una escritora favorita de novela romántica que se llamaba Bárbara Cartland. Había leído historias de amor protagonizadas por jovencitas que se enamoraban de aristócratas.
Sin embargo, Arabella no se había enamorado de ningún aristócrata. En su lugar, pensaba en la manera de volver a ver a aquel joven ayudante de sastre. Sus propios pensamientos la asustaron.
-No suelo usar corbata-respondió Danny, sorprendido-No me gusta.
-Entiendo-dijo Arabella.
La relación fue a más durante las demás veces que se vieron. Arabella aprovechaba cualquier excusa para visitar la tienda. Naturalmente, su familia no sabía nada. Conocía demasiado bien a sus padres. ¡Serían capaces de enviarla a un internado! No se lo contó a ninguna de sus amigas. Y tampoco se lo contó a su criada favorita. Había aprendido a guardar sus propios pensamientos para sí. No quería compartir nada de lo que pasaba por su cabeza con nadie. Sabía que algunos jóvenes adinerados habían ido a visitar al coronel Mountain para pedirle su mano.
De momento, su padre no pensaba en entregarla a ninguno de aquellos petimetres. Lo cual era algo que Arabella agradecía, ya que le permitía seguir yendo a visitar a Danny. Era cierto que el matrimonio Mountain no hacía distinción entre ninguna de sus dos hijas.
Pero era más que evidente que Arabella era su favorita.
Una tarde, Arabella y Danny regresaron en el tranvía que recorría el centro de Manchester. No había casi nadie allí.
Arabella tenía la sensación de que el mundo se había conjurado para unirla con Danny.
-¿Crees en las casualidades?-le preguntó-Estamos casi solos aquí.
Por toda respuesta, Danny la besó en los labios casi con avaricia.
Arabella vivía en King Street, en pleno distrito económico de la ciudad. Encontrarse a escondidas con Danny se convirtió para ella en la mayor de las hazañas.
Descubrió que era el hijo del sastre. Quería seguir los pasos de su padre. Heredaría algún día la sastrería. Era un joven inteligente. Trabajador...
Sabía que debía de mantenerse en su lugar. Arabella Mountain debía de estar prohibida para él.
Nunca entendió cómo pudo terminar enamorándose de ella. En su fuero interno, se decía así mismo que debía de mantenerse alejado de ella. La seguía muchas veces a una distancia prudencial cuando salía a dar un paseo con sus padres y con su hermana. Arabella no era tonta. Sabía que Danny la estaba siguiendo.
-¿Qué ocurre, Belle?-le preguntaba su madre-Te noto distraída.
Arabella pensaba en Danny. Él también quería estar cerca de ella.
-No me ocurre nada-respondía la chica.
Una vez, le regaló un ramo de rosas. Gracie vio aquel ramo. Quiso saber quién se lo había enviado.
-No lleva nota-mintió Arabella-No sé quién ha podido mandármelo.
-¿Tienes novio, Belle?-la interrogó Gracie-Puedes contármelo. No se lo diré a nadie.
-¡Por supuesto que no tengo novio!
-Pero te han mandado un ramo de rosas muy bonito.
-Habrá sido un admirador secreto.
Gracie se quedó satisfecha con la información que su hermana mayor le había dado.
Arabella empezó a hacer lo que nunca antes había hecho: mentirle a sus padres.
-¿Cómo te sientes?-le preguntó una tarde Danny a Arabella.
Se hallaban dando un paseo por Heaton Park.
-Me siento culpable-respondió ella.
-Mi padre tampoco sabe lo nuestro-admitió Danny.
Se detuvieron ante la estatua del león que hay en la Entrada Sur de Heaton Park. Arabella se sintió muy cansada. Clavó sus hermosos ojos en Danny.
-¿Me estás pidiendo que dejemos de vernos?-le preguntó con serenidad.
-No quiero dejar de verte-respondió Danny.
-No sé lo que va a pasar. ¿Crees que tu padre lo entenderá?
-Desde que murió mi madre, sólo me tiene a mí. Tengo dos hermanos mayores. Viven aquí. Pero rara vez van a verle.
-Mis padres ya empiezan a hablar de casarme.
-¿Es que te han prometido en matrimonio con alguien?
-De momento, mi padre no ha encontrado al hombre adecuado para convertirse en su yerno. Pero todo se andará. Créeme, Danny. Estoy muy asustada.
-Yo también tengo miedo, Belle. No sé qué hacer.
-Hemos de mantenernos unidos.
Y eso fue lo que hicieron. Decidieron mantenerse unidos. Heaton Park se convirtió en su lugar favorito para encontrarse. Siempre había un rincón donde no había nadie para poder estar solos.
Sabían que, antes o después, llegaría el temido momento. Enfrentarse a sus familias. En el fondo, eran dos jóvenes asustados. Les tenían demasiado miedo a sus progenitores. Porque sabían que no entenderían el amor que ambos se profesaban. Danny y Arabella venían de mundos muy opuestos. No debieron de haberse enamorado.
Pero se enamoraron.
Se metían dentro del templo que había en el parque. Siempre estaba abierto, pero ellos se metían cuando sabía que nadie iba a entrar.
Era demasiado arriesgado. Los dos lo sabían.
Sabían que su relación, en el fondo, tenía los días contados. Pero, aún así, quisieron disfrutar al máximo del tiempo que iban a estar juntos. Antes o después, alguien les iría con el cuento a sus familias.
Danny fue el primer hombre que, al besar a Arabella, introdujo su lengua en el interior de la boca de ella. Y, sin embargo, Arabella no encontraba nada asqueroso en aquellos besos.
Besaba a Danny de igual manera.
Entrelazaba su lengua con la lengua de él. Bebían el uno de la saliva del otro. El uno saboreaba los labios del otro.
Lograron encontrarse dentro de aquel templo una noche. Se sentaron en el suelo ante la chimenea apagada que hay dentro del mismo.
Empezaron a besarse de manera apasionada.
De pronto...Ya no fueron capaces de detenerse.
Y se entregaron el uno a los brazos del otro.
El uno besó cada centímetro de la piel del otro. La lamió para aprender su sabor de memoria.
Hubo más noches en las que se acariciaron con las manos y con los labios.
Se abrazaron y se besaron dentro de aquel lugar.
Noches inolvidables...Noches que guardarían para siempre en sus memorias. Como un tesoro...Como el más bonito regalo que les había hecho la vida a los dos.
FIN
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