lunes, 25 de marzo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Aquí tenéis un nuevo capítulo de mi novela Berkley Manor. 
Espero que os guste.
Si no os importa, me gustaría dedicarle este capítulo a nuestra buena amiga Anna.
¡Mucho ánimo, querida Anna!

                   Regina se lo había dicho muchas veces. Era todavía una mujer atractiva. ¿Por qué se empeñaba en seguir aferrada al recuerdo de aquel canalla?
                     Estaban en el jardín. Melanie estaba leyendo un libro mientras deambulaba a la sombra de un árbol. Regina y Kate estaban sentadas cada una en una silla. Oían los gritos de Anne. La niña se puso de rodillas en el suelo. Parecía seguir a los insectos. Seguía a un grupo de hormigas. A una mariquita...Se puso de pie. Parecía que el vuelo de una mariposa de vivos colores la subyugaba.
-Si quieres que tus hijas tengan un padre, deberías de buscarles uno-le sugirió Regina a Kate-Te lo he dicho muchas veces, Katie. Eres todavía joven y hermosa. ¿Qué hombre no se va a fijar en ti? ¡Eres la envidia de cualquier mujer!
-Te recuerdo que ya estoy casada, tía-aseveró Kate.
-Puedes divorciarte. Sé que es un paso muy difícil de dar. Pero hace mucho que no vives con tu marido.
-No podría divorciarme. Para mí, sería un pecado terrible. Y causaría el escándalo en todo el país. 
-Solicita, entonces, la nulidad eclesiástica. Es muy cara y muy difícil de conseguir, pero te podría ayudar, querida.
-Eres muy amable, tía Regina.
                     Pero la mujer sabía bien lo que pensaba su sobrina.
                    Kate jamás se divorciaría de Marcus. Jamás intentaría conseguir la nulidad eclesiástica para rehacer su vida. Sin Marcus, Kate sentía que estaba muerta. Que no existía un motivo para seguir adelante.
                      ¿Dónde está mi sobrina que estaba segura de sí misma?, se preguntó Regina. ¿Dónde está la Kate fuerte que era en su adolescencia? Casi no podía reconocerla. Apenas miraba a Anne mientras la niña perseguía a la mariposa. Vivía ajena a sus propias hijas.
                    Kate pudo haberse quedado soltera y no habría pasado nada, a pesar de lo que decían aquellas malditas cotorras londinenses. Pero había terminado enamorándose de un indeseable. Un malnacido que la había abandonado. Regina se dio cuenta de que Kate tampoco miraba a Melanie.
                    Se decía que Marcus, incluso, le había sido infiel cuando estaba embarazada. Las cuatro veces que concibió un hijo suyo.
-Tía, deja de mirarme-le espetó, de pronto, Kate-Sé bien lo que estás pensando.
-¿Y en qué estoy pensando?-inquirió Regina.
-Crees que estoy loca. Que debería de olvidarme de Marcus. Que él no me merece. Que no está enamorado de mí.
-¿Y eso no es verdad?
                   Se oía cómo un pájaro cantaba posado en la rama del árbol donde Melanie tenía apoyada la espalda y leía el libro que tenía en las manos.
                 La única criada que tenían en la casa salió al jardín portando una jarra llena de zumo de limón y dos vasos. Vertió el zumo en los dos vasos. Regina cogió uno de los vasos. Bebió un sorbo de zumo. Le daba pena la llegada del otoño porque los árboles empezaban a morir poco a poco. Una hoja seca cayó encima del libro que estaba leyendo Melanie. Ésta la quitó.
-Annie...-llamó a su hermana.
                   Sabía que Anne coleccionaba hojas secas. Le gustaban las plantas. Le gustaba hacer dibujos de ellas. Le gustaba todo lo que tuviera que ver con la Naturaleza. Y con el Arte. Anne era una niña muy sensible.
-Toma-le dijo Melanie a Anne-Para tu colección.
-Gracias, Melly-contestó la niña.

                    Aquella noche, encerrada en su habitación, vestida con el camisón y con un chal cubriéndole los hombros, Kate encendió una vela y sacó una hoja. El recuerdo de los besos apasionados una vez compartió con Marcus no la dejaba tranquila tampoco aquella noche.
                  Regina estaba profundamente dormida. Abrió el tintero al tiempo que se sentaba en la silla. Mojó la pluma. Empezó a escribir.
             Vuelve, por favor, pensó Kate. Las niñas te necesitan. Yo te necesito. Vuelve. Lo olvidaré todo. Empezaremos de nuevo desde cero. 

                  Mi amado Marcus:

               Sé que acabarás leyendo esta carta.
               En mi corazón, sé que lees todas las cartas que te envío. Pero, por algún motivo, no me quieres contestar. ¿Acaso tienes miedo de que te rechace? Sabes de sobra que nunca te rechazaré.   Podrías volver ahora mismo. Y yo te recibiría. Fingiría que no habría pasado nada. Y seguiría a tu lado fiel e incondicionalmente. Así de fuerte es mi amor por ti, Marcus.
                  No creo que sea una tonta porque diga que eres y serás siempre el único hombre que ha habido en mi vida. Pero ha pasado mucho tiempo desde la última vez que viniste a vernos. Entiendo que estés ocupado con tus asuntos, amor mío. Pero no olvides que yo estoy aquí esperándote. Y que tienes dos hijas que quieren verte y que quieren saber de ti. Siempre he sido y seguiré siendo tu abnegada y fiel esposa. La mujer que espera a que su marido regrese a casa. Nunca te haré ningún reproche, amado mío.
                 Aunque en el fondo de mi corazón sé lo que estás haciendo. Pero quiero pensar que soy la única dueña de tu corazón. ¿Tan patética soy?
                 No soy patética, amor mío. Tan sólo soy una mujer enamorada. Y yo te seguiré amando hasta el día de mi muerte, Marcus. Porque tú eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Tú eres mi razón de ser.
                   Vuelve, te lo ruego. Te estaré esperando. Siempre te estaré esperando.

                  La primera vez que hicieron el amor, Kate tuvo la sensación de que había muerto y que había subido al Cielo. Pero tuvo que reprimir todo lo que sentía. Estaba mal visto.
               Firmó la carta. Buscó un sobre en un cajón. Mañana, decidió, la enviaría por mediación de un chico al que conocía.
Christopher Christian Pemberton, Chris para los amigos, era un muchacho sencillo y trabajador. Chris lo pasaba mal cada vez que tenía que hacerle un recado a la señora Livingston. No sólo por el viaje de ida y vuelta a Londres. Era por cómo el señor Livingston quemaba las cartas que le enviaba su mujer sin abrirlas siquiera. Incluso las encontraba divertidas.
                   Se había convertido hacía poco en el nuevo vicario de la isla. Se trataba de un joven de carácter humilde y piadoso. Intentaba ayudar espiritualmente a Kate. Aquella mujer estaba sufriendo mucho.
Marcus sabía que podía seguir contando con la adoración de Kate durante mucho tiempo.
                Kate guardó la carta en el cajón de su ropa interior. Se acostó en la cama.
                Apagó la vela que iluminaba la habitación. A lo mejor, pensó, con esta carta todo iba a cambiar. Y sería para bien. Marcus recapacitaría. Decidiría regresar a casa. Al lado de su mujer...¡Y todo sería distinto!
                 Kate se arropó con las mantas. Chris haría el viaje a Londres. ¡Y, con un poco de suerte, regresaría con Marcus! Sonrió con aquel pensamiento. ¡Volverían a estar juntos!
                 Ella sería la clase de mujer que Marcus esperaba. Sería más apasionada en la cama. Intentaría darle un hijo varón. Eso podría complacerle.
                 Sólo quiero hacerle feliz, pensó Kate.
                 A lo mejor, pensó, su matrimonio había fracasado por su culpa. Marcus era un hombre de mundo. Le gustaba asistir a fiestas y Kate se aburría en ellas. No sabía bailar bien y tropezaba y pisaba a todo el mundo. Marcus estaba avergonzado de ella.
                En cierto modo, habían sido la pareja perfecta. Los dos vivían bien. Eran conocidos en todo Londres. Eran atractivos.
              Por supuesto, Kate no quería pensar en todas las veces que Marcus la había humillado. No sólo en público, sino también en privado.
              Ella acudiría con Marcus a toda las fiestas a las que fueran invitados. Para entonces, se celebraría la puesta de largo de Melanie. Su hija contaría con el apoyo de su padre.
               Como las demás debutantes...
              Todo saldría bien, pensó Kate. Recibiría a Marcus con un gran beso de amor.
                Seguramente, tía Regina se enfadaría con ella por querer regresar con su marido. Pero su tía era una mujer buena y comprensiva.
                La quería y deseaba verla feliz. ¿Acaso no se daba cuenta de que sólo podía ser feliz al lado de Marcus? Él era el amor de su vida.
              Sus hijas podrían recibirle con un poco de extrañeza. Los recuerdos que tenía Melanie de su padre eran más bien escasos.
             Marcus había pasado más tiempo fuera de casa que con su familia antes de irse definitivamente. Y Anne ni siquiera le conocía. Pero Kate estaba segura de que llegarían a quererle muchísimo. Y que sir Marcus se desviviría por las dos. Eran sus hijas, después de todo.
               Kate cerró los ojos. Su futuro estaba lleno de optimismo. Mañana, iría a ver a Chris y le entregaría la carta. Y Chris regresaría al cabo de un par de semanas. ¡Trayendo consigo a Marcus de vuelta a casa!
               Kate obviaba consciente o inconscientemente algunos recuerdos especialmente dolorosos de su matrimonio. 
               Como la rabia con la que sir Marcus se dirigió a ella las cuatro veces que le dijo que iban a tener un hijo. Parecía querer obligarla a abortar.
              Ser padre nunca había entrado en los planes de sir Marcus, pero le gustaba la idea de engendrar un hijo varón.
              Su esposa sólo había sabido darle dos hijas que no le importaban lo más mínimo. Un hijo que murió prematuramente. Y un niño que no llegó a nacer. Y ninguna de sus amantes le había dado un hijo.                Para sir Marcus, no existía su familia. No debió de haberse casado nunca. 
              Rara vez pensaba en la mujer que había dejado en Wight. Ni en las dos hijas que había tenido con ella.
                Todas ellas eran unas completas desconocidas para él.
               Chris no conocía a las hijas de Kate. Pero sentía lástima de ellas. Las chiquillas no tenían la culpa de haber crecido prácticamente sin padres. Porque su padre las había abandonado. Pero su madre vivía en otro mundo. 



              Kate regresó del mercado con la cesta mimbre que tenía cargada de la compra de la semana.
              Algo malo le pasa a Marcus, pensó. No me siento bien porque le pasa algo a mi Marcus. ¿Por qué no viene a verme? 
               Le faltaba la respiración y el sudor corría por su cara.
              Ya habían pasado tres semanas desde que le entregó la carta a Chris. 
             El joven no había querido verla cuando regresó de Londres. Volvió solo y sin Marcus. 
             Kate quería saber el porqué su marido no había regresado con el vicario. Chris trató de eludir la pregunta. 
             Le daba pena mirar a aquella pobre mujer a la cara. 
            Se detuvo para tomar aire.
            Le dolían los pulmones. No era la primera vez que le pasaba.
            Se apoyó en la fachada de una casa. Estaba a punto de desmayarse.
            A menudo, imaginaba su vida al lado de Marcus, su marido y padre de sus hijas. Cuando se casó con él, Kate creía que había encontrado al que sería el hombre de su vida. 
            Aferró la cesta de mimbre.
-¿Se encuentra bien, Kathleen?-le preguntó una vecina que se acercó a ella-Tiene muy mala cara. ¿Aviso a un médico?
-No, gracias-respondió Kate-Estoy bien. Es esta cesta. He comprado mucho. No puedo con mi alma. ¡Estoy bien, de verdad!
-¿Dónde está Melanie?
-Mi hija se ha quedado en casa. Está ayudando a la criada a fregar las habitaciones.
-Siempre ha sido una chica trabajadora. Espero que le viva muchos años.
           Kate se sintió con fuerzas para continuar su camino. Ya no era una jovencita y se tambaleaba cuando caminaba.
Se sabía que no tenían mucho dinero. Marcus se las había ingeniado para robarle gran parte de su dinero a Regina. 
Ni siquiera era capaz de enviarles una cantidad de dinero a sus hijas para ayudarlas en su manutención. 
Pero Kate seguía enamorada de él. Al menos, eso era lo que ella pensaba. No era amor. Se trataba de obsesión. De pura y dura obsesión...
            Marcus, pensó. Lo amaría hasta el último día de su vida. Kate se sentía sola y estaba asustada en aquella época en la que creía que se iba a quedar soltera. No quería quedarse soltera. Se veía haciendo de dama de compañía de cualquier anciana amargada. Su tía Regina le decía que eso no debía de preocuparle. Por eso mismo, porque quería ser algo más en la vida que una solterona, aceptó la oferta de matrimonio que le hizo Marcus. Era un hombre apuesto y rico. Pensó que iba a ser muy feliz a su lado. Sin embargo, Marcus empezó a decepcionarla desde la misma noche de bodas cuando se acostaron juntos  y Kate se dio cuenta de la clase de hombre que era su marido. La pasión y la sensualidad cesaron a partir de aquella noche. No la quería. De hecho, se enfadó con ella en los primeros días de matrimonio. Regina se dedicó a administrar la dote de Kate. Le había dejado bien claro a su sobrina que no se fiaba del hombre que había escogido como marido. 
            Kate aguantó lo que pudo a su lado. Soportó de todo con tal de que su matrimonio funcionase. Entonces, vio que ni los hijos la unirían a sir Marcus. Él no quiso hacerse cargo de ninguno de sus hijos. Ni siquiera de Peter... Y, al final, él la abandonó Ya había crecido viendo el infeliz matrimonio de su madre con su padre.  
              Los recuerdos de su infancia volvieron a su mente. Creía estar escuchando las discusiones que tenían sus padres. 
              Había oído el rumor de que su padre tenía muchas amantes. Kate intentaba no pensar eso de su padre. 
-Parece que vamos a dar un banquete esta noche-bromeó Regina al ver a su sobrina tan cargada-¡Anda, trae! No deberías ir tú sola al mercado, Kathleen. Te cansas mucho últimamente.
-Debería de viajar a Londres, tía-afirmó Kate. 
-¿Para qué quieres ir a esa ciudad?
-Es por Marcus, tía. Sospecho que no está bien. 
-¡La que va a terminar enfermando por culpa de ese miserable eres tú! ¡Mírate, Katie! Deberías de estar pensando en Melly. Ya tiene diecisiete años. Tendrías que empezar en buscarle un marido. Pero que sea un marido decente. 
            Entre las dos llevaron la cesta a la cocina y la depositaron encima de la mesa de madera que había allí.
-Lo mejor será que te sientes y descanses-le sugirió Regina.
-No estoy cansada, tía-replicó Kate.
-¡Pero si te falta la respiración, criatura! Cálmate y respira profundamente. Eso es.
            Regina empezó a sacar comida del interior de la cesta de mimbre; Kate había debido de comprar dos kilos de naranjas por lo menos. También se fijó en que había comprado un kilo de cacao.
-Es para Melly-le explicó Kate-Le encanta el chocolate. Es una sorpresa. ¡No se lo digas!
-Melly te ayuda mucho-afirmó Regina-Aún así, me preocupa tu hija.
                 Kate se sentó en una silla de la cocina. Regina se sentó a su lado. 
                 Recordó una conversación que habían tenido días antes. Regina y ella estaban solas en el salón. 
                 Melanie había ido a visitar a una amiga suya, Eleanor Adrianne Derrick. Oían a Anne jugar con una amiga suya en el jardín bajo la atenta mirada de la criada. 
                 Entonces, Regina le comentó a su sobrina que había llegado el momento de pensar en serio en casar a Melanie. Las dos mujeres estaban sentadas en el sofá del sillón. Kate se quedó de piedra al escuchar aquella sugerencia. 
-Melly ya tiene diecisiete años-le recordó Regina. 
-Es todavía una niña-se angustió Kate-¿Qué sabe de la vida?
-Sabrá algo cuando le gusta cuidar a los enfermos. 
-Eso no significa nada. Es muy caritativa. 
                Kate se obligó así misma a regresar al presente. 
                ¿Tendría razón su tía Regina? 
               El tiempo había pasado muy deprisa. Sus hijas estaban creciendo. 
               Y ella no se había dado cuenta de eso. Pero su tía Regina sí se había dado cuenta. 
-¿Has pensado en lo que vas a hacer con Melly?-insistió la mujer-¿Ya has empezado a valorar a los buenos partidos que viven en la isla?
-No tengo la cabeza para hacer eso-contestó Kate-¿Qué es lo que me sugieres que haga, tía?
-Los duques de Berkley...
                 Kate había oído hablar de los duques de Berkley. Vivían en la otra punta de la isla. Se decía que eran los dueños de casi toda la isla. Eran famosas las fiestas que organizaban que duraban días. 
                 Todos los años, la flor y la nata de la aristocracia inglesa se reunían en la magnífica mansión propiedad de los duques. Berkley Manor...
                 Las visitas se prolongaban durante semanas. Ya debía de haber allí unas doscientas personas entre lo más granado de la alta sociedad. Kate nunca había pisado aquella mansión. La había visto a lo lejos. 
                 Se sabía que los bailes que los duques de Berkley, lord Duncan y lady Christine, organizaban, duraban días. Hacía ya año y medio que lord Duncan, viudo de pasado escandaloso, se había casado con lady Christine. Ella era también viuda y corrían ciertos rumores acerca de ella. Pero, una vez casados, los rumores cesaron. 
                 Lady Christine tenía fama de ser una gran anfitriona. Organizaba excursiones a las antiguas villas romanas de la isla. Los bailes que se celebraban en la mansión duraban hasta cerca del amanecer. Organizaba, además, campeonatos de tiro con arco. 
                Oyeron disparos en la lejanía. Regina dedujo que se trataría de alguna de las cacerías que los duques organizaban. Desde luego, las actividades no cesaban en Berkley Manor. 
                Melanie se codearía con la alta sociedad. Y, con un poco de suerte, algún apuesto aristócrata se fijaría en ella. 
                 Kate frunció el ceño. 

swoosie hacia arriba

-No lo veo claro-admitió. 
-A Berkley Manor llegan los caballeros más importantes de toda Inglaterra-prosiguió Regina-Vienen buscando esposa, Katie. Yo conozco al duque. Su padre fue íntimo amigo de mi difunto esposo. Puedo escribirle y pedirle que invite a Melly a que pase una temporada en la mansión. No sé lo que me contestará. Pero confío en que acepte. 
               Kate guardó silencio. Era su tía Regina la que estaba mirando por el bien de Melanie. 
-Sólo espero que mi hija no cometa el mismo error que yo cometí-se sinceró Kate-Tía, escríbele al duque. Le pido a Dios que invite a Melly a pasar una temporada en su mansión. Yo no puedo ocuparme de su bienestar. 
              Regina se puso de pie. 
-De acuerdo...-dijo. 
-¿Cómo es la duquesa?-quiso saber Kate-¿Ayudará a mi hija?
              Regina asintió. 
-Es una buena mujer, Katie-contestó-Es muy elegante y muy refinada. Le gusta buscar pareja para sus invitados. Lo hace desde que se casó con el duque. Ya hace un año y medio. Desde entonces, la gente ya no habla tanto de ellos. Tienen que mirar por el bien del niño. 
-¿De qué niño estás hablando?-preguntó Kate. 
-Estoy hablando del hijo del duque. Estuvo casado anteriormente. Un matrimonio muy escandaloso...Se fugó con la prima de su antigua prometida. Una mujer casada con otro aristócrata...Sólo tuvieron ese hijo. Se llama Tobías. Le llaman cariñosamente Toby. 
-Bonito nombre...
-Lady Christine no tuvo hijos en su primer matrimonio. Se cuenta que es estéril. Por eso, cuida a Toby como si fuera suyo. Lady Daphne murió cuando el niño tenía apenas un mes de vida. El parto, por lo que me han contado, fue muy complicado. Perdió mucha sangre. Y, para colmo de males, cogió una severa infección. Los médicos no pudieron hacer nada para salvarle la vida. ¡Es una pena! El niño está creciendo bien. Está sano. Es lo único que le queda a lord Duncan, el duque de Berkley, de su primer matrimonio. Fue un tanto escandaloso. Pero…¡Quién se acuerda de eso! La pobre lady Daphne descansa en paz. Eso es lo que importa.
-He oído hablar del tema-admitió Kate-Y lo siento mucho. ¡Pobre mujer! No vivió lo suficiente como para ver crecer a su hijo. 
-Pero eso no tiene que importarte, cariño. El pasado ha de quedar atrás. Lo importante es mirar para adelante. 
-Eso intento, tía.  
             Salió de la cocina. 
              Kate se quedó sola con sus pensamientos. 
             Su tía tenía razón. 
             Melanie había crecido mucho. Le había llegado la hora de casarse. Le dolía tener que separarse de su hija. Pero era necesario. 

3 comentarios:

  1. Hola amiga.
    En primer lugar gracias por la dedicatoria.
    En segundo lugar, no conocía este blog tuyo.
    Pero sin que te enfades ya que te lo digo desde el cariño y la amistad que nos une ¿una nueva novela?
    ¿Y que pasa con las otras que estabas escribiendo y publicando en tus otros blogs?
    Dejaste a medias Cruel destino, tambien un corazón roto, una brisa suave... No se, creo que te estas haciendo un embolado tu solas, yo te recomendaría que lleves tantas novelas en danza, que te centres en una sola por que asi te estas empanando y al final te bloquearas y lo pasarás peor, es mi consejo. Sabes que te quiero un montón, pero el ritmo que llevas no es saludable, termina una novela antes de iniciar otra y verás que la satisfacción es mucho mayor.
    Te leeré siempre que pueda, aunque ultimamente aun jodida.
    Pero estaré por aquí, ante todo apoyandote, aunque vea las cosas de distinta manera que tu
    Un beso

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  2. Qué lástima que Kate pase todo su tiempo pensando en Marcus, haciendo castillos en el aire y se encuentre tan alejada emocionalmente de sus hijas, me pregunto si ellas precibirán que su madre no tiene amor para ellas pues todo lo reserva para el canalla de su esposo.
    Apareció el título de la novela, así que los duques de Berkley? será emocionante conocer aquel lugar...
    Besos.
    Jazmín.

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  3. ¡Ay, qué mujer! Confieso que a esta altura ya no solo me incomoda la actitud de Kate; es que no se puede ser así. Bueno creo que eso sucede cuando las personas se centran en una sola cosa. Menos mal que las niñas cuentan con la atención de Reggie, que finalmente ha terminado siendo la mujer fuerte de esa familia, hasta ahora.

    Ya quiero saber que deparas para Melanie en los siguientes capítulos.

    Un beso.

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