viernes, 3 de mayo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Una bomba de relojería está a punto de estallar en la casa de Melanie después de que sir Marcus hablara ayer con Anne. ¿Cuál será la reacción de Kate?

                  Los remordimientos le acosaban.
                  Sir Marcus creía que no era capaz de sentir remordimientos. Había obrado siempre a su antojo.
                  No había medido las consecuencias de sus actos.
                   No le había importado destrozarle el corazón a Kate.
                  Su enfermedad le había cambiado. Le había hecho mirar en su interior. Le había hecho recordar sus acciones pasadas. Se revolvió en el estrecho jergón en el que dormía. Estaba soñando.
-¡Marcus!-chilló la voz desgarrada de una mujer-¡No te vayas! ¡No me dejes!
                 Sir Marcus se despertó con el corazón latiéndole muy deprisa. Había jurado escuchar en sueños la voz de Kate. Era la voz de su esposa que le imploraba que no la dejara. Sir Marcus se sentó en la cama. Estaba empapado en sudor. 
-Katie...-susurró. 
                Los remordimientos le hacían obrar de aquel modo. Remordimientos porque no se había portado bien con ella. Le dolía mucho el pecho aquella noche. Sentía que le faltaba el aire. 
                Kate había sido una belleza cuando la conoció. Sir Marcus se sintió atraído por ella. Posiblemente, Kate no poseía la clase de belleza que estaba empezando a ponerse de moda en aquella época. Y su personalidad era fuerte hasta que apareció aquel hombre en su vida. Melanie no se parecía en nada a ella porque la chica tenía los ojos azules. En cambio, Kate tenía los ojos de color verde esmeralda y estaban moteados de ámbar. Sus ojos tenían una curiosa forma almendrada que también tenían sus hijas. Su cabello era rojo y estaba rizado de manera natural. Hasta donde sir Marcus recordaba, Melanie era rubia. La piel de Kate era blanca como la leche. Pero había unas cuantas pecas salpicando alegremente su naricita. Su boca era roja como una frambuesa. Y era, además, carnosa. 
               Era imposible no fijarse en ella. 
               Sir Marcus se levantó de la cama. 
               No podía seguir acostado. 
               El encuentro con Anne le había afectado. Le había dolido comprobar que su hija no sabía quién era él. 
                Posiblemente, Kate no le hablaba de él. O, a lo mejor, le hablaba mal de él. 
                ¿Acaso podía echárselo en cara? Sir Marcus se hundió. Merecía el desprecio de sus hijas. ¿Qué estoy haciendo aquí?, se preguntó así mismo. Empezó a toser. Buscó un pañuelo. 
                Se había portado como un cerdo con Kate. Se sentó en la cama apartó el pañuelo de su boca. Lo miró a la luz de la luna. Pequeñas manchas de sangre salpicaban la tela de color blanco de hilo fino. Aquellas manchas de sangre iban en aumento. El médico se lo había dicho. Estaba condenado. No podía hacer más nada por él. Tantos años de exceso le estaban pasando factura. Por favor, Señor, rezó sir Marcus. No quiero morir sin haber visto antes a mis hijas. No me quiero morir sin saber que ellas me perdonan.

                   

-Confieso que no me gustaría estar en esa mansión-admitió Kate-Compadezco a la pobre duquesa. Tiene que ser muy triste perder a un hijo. Sobre todo, cuando es un hijo tan pequeño. Y de una manera tan rápida...E inesperada...
-¿Por qué no te gustaría hacerle una visita?-inquirió Regina.
-Porque me traería malos recuerdos a la cabeza.
               Kate optó por no seguir hablando. Su hija menor estaba delante. En opinión de Kate, había ciertas cosas que era mejor no hablar delante de una niña.
-Vamos a cambiar de tema-decidió Regina, dándose cuenta de lo que estaba pensando su sobrina-Y vamos a empezar a planificar lo que vamos a hacer este fin de semana. ¡Ya es viernes!    
            Kate se fijó en que Anne no atacaba con entusiasmo sus tostadas untadas con mermelada de frambuesa, tal y como tenía costumbre hacer.
-¿Te duele algo, cariño?-le preguntó.
-No, mamá-respondió Anne-Estoy bien.
-Pero te noto preocupada, Annie.
                  Tía Regina bebió un sorbo de su taza de café. También ella se había percatado de que Anne estaba rara.
-¿Te has peleado con alguna de tus amigas?-quiso saber la mujer.
                 Anne negó con la cabeza. Le dio un mordisco desganado a su tostada. Pensaba una y otra vez en el hombre que había visto la tarde antes en el jardín. Aquel hombre se llamaba igual que su padre. Incluso, parecía conocer su nombre.
-No sé si lo puedo contar-dijo Anne.
-¿El qué no puedes contar?-se extrañó Regina.
-Annie, puedes contarnos lo que sea-la invitó Kate-¿Qué ha ocurrido, cariño?
               Anne decidió sincerarse.
-Ayer, vino un hombre-atacó la niña.
-¿Un hombre?-se extrañó Kate.
                 Regina estuvo a punto de atragantarse con el café.
                 Anne asintió con vehemencia.
-Sabía cómo me llamo-le explicó a su madre-Me llamó Annie. ¡Y es la primera vez que lo veía, mami!
                 Kate vio cómo su tía se ponía muy pálida. Una sospecha empezó a nacer en su corazón.
-¿Qué fue lo que te dijo ese hombre?-inquirió la mujer.
-Se llama Marcus-contestó Anne-Igual que mi padre...
               Kate se puso blanca como la cera. Igual que Regina...
-Mamá, ¿estás bien?-le preguntó Anne.
               Kate tenía la sensación de que el comedor daba vueltas. Regina sintió que su corazón empezaba a latir con furia dentro de su pecho. Maldijo a sir Marcus. Aquel hombre se había colado en su casa. ¡Y había tenido la osadía de hablar con Anne!
-Annie, cariño, termina de comerte las tostadas-le pidió Regina a la niña-Se te está haciendo tarde.
-Se ha puesto blanca-observó Anne, con preocupación-¿Qué le ocurre? Es por lo que he dicho. ¿Verdad? ¿Quién era ese hombre?
-Sólo se ha mareado un poco. No te preocupes. Se le pasará. Me quedo aquí cuidando de ella. ¡Y no pienses más en ese hombre! Ya me encargaré yo de que no se acerque a ti. Es malo. Ahora, vete a clase. Ya te lo contaré todo cuando vuelvas.

                    La criada criada recostó a Kate en el sofá. La otra criada que tenían le pasó un pañuelo empapado en colonia por la cara. Hablaron de ir a buscar al médico. Kate no se había desmayado. Pero le faltaba poco para hacerlo. Estaba blanca como la cera. No dejaba de temblar. Regina estaba de rodillas a su lado. Le cogía la mano y se la frotaba.
-¡Vamos, Katie!-la instó-No es el momento de desmayarte, querida.
-Marcus...-murmuró Kate.
                   Regina se puso tensa. A Kate le había costado una vida olvidar a aquel miserable. ¡Pero había tenido que regresar sólo para hacerla sufrir a ella y a las niñas! Si se acerca de nuevo a esta casa, lo mato, se juró Regina en silencio. Sir Marcus no iba a acercarse a su familia. No volvería a hacerle daño a su sobrina.



-¿Dónde está Annie?-preguntó Kate.
-Se ha ido a clase-respondió Regina.
                   Kate se sentó en el sofá. Tenía la sensación de que iba a vomitar el desayuno. ¡Sir Marcus había vuelto a la isla! En otro momento, Kate se habría puesto muy contenta. Pero conocía demasiado bien a su marido como para alegrarse.
-No quiero que se acerque a mis hijas-afirmó-¡Tía, no lo permitas! ¡Seguro que quiere hacerles daño!
-¿No quieres volver a verle?-inquirió Regina.
-En otro momento, me habría arrojado a sus brazos sin dudarlo. Pero...No quiero saber nada de él. ¡Y no quiero que mis hijas sepan nada de él!
                   Regina se alegró de oír hablar así a su sobrina. Kate había decidido pasar página en su vida. Ayudó a Kate a sentarse en el sofá.
-Estás haciendo lo correcto, cariño-afirmó Regina.
-Me gustaría creerlo-suspiró Kate.
                    Cruzó las manos con nerviosismo sobre su regazo.
                  De pronto, miró a su tía. Tenía la sensación de que Regina le estaba ocultando algo.
-Tú lo sabías-comentó.
                 No se trataba de una acusación. Era, más bien, una observación.
-Sí, querida-admitió Regina-Lo sabía. Lo sé desde hace unos días.
-¿Y por qué no me has dicho nada?-la interrogó Kate-¿Qué era lo que pensabas? ¿Que me iba a ir con él?
-Hasta hace poco, tu mayor deseo era volver al lado de ese hijo de perra.
-Ya no quiero saber nada de él.
-Eso es lo que dices ahora. Pero en el corazón no se manda. Tu marido ha regresado. ¡Dios sabe el porqué lo ha hecho! Lo estará persiguiendo el marido de alguna de sus amantes. O no tendrá dinero. O querrá quitarte a las niñas.
-¿Puede hacerme eso?
                   Regina negó con la cabeza. Tenía que admitir que sir Marcus estaba hecho un esqueleto andante.
-No lo creo-admitió la mujer-Pero te pido que tengas cuidado. No quiero que te haga daño.
-No me hará daño-le prometió Kate.
                  Regina no estaba tan segura. Había hablado con ella. Había hablado con Anne. Sir Marcus no se detendría hasta conseguir hablar con Kate. ¡Y sabía Dios lo que podría pasar en aquel encuentro!
-Evítale a toda costa-le aconsejó a su sobrina-No dejes que se acerque a Annie. Y yo me encargaré de que no vuelva a traspasar la verja del jardín.
-Así lo haré, tía-le aseguró Kate. 

3 comentarios:

  1. Estoy con Kate en su decisión, que tal vez pueda parecer un poco dura, pero es que tiene toda la razón del mundo, solo de pensar en los actos de Marcus me indigno. Excelente capítulo.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. De alguna manera, me siento muy reflejada en esta historia. Yo tengo mucho de Melanie. Y sir Marcus representa a alguien que me hizo mucho daño en el pasado.
      Él busca el perdón de su familia para morir en paz. La cuestión es saber si merece ese perdón.
      Un fuerte abrazo, Aglaia. Y muchas gracias por tus palabras.

      Eliminar
  2. Era de esperarse que Kate reaccionara fuertemente ante esta noticia, aunque me asombra un poco que no haya deseado salir corriendo a buscarlo, al parecer realmente cambió y lo sacó de su corazón. O al menos eso demuestra ante su tía, imagino que estar frente a frente con él será una situación muy diferente y más cuando se entere de su condición...

    ResponderEliminar