domingo, 24 de marzo de 2013

BERKLEY MANOR (EDITADO)

Hola a todos.
Aquí tenéis un nuevo capítulo de mi relato Berkley Manor. 
Espero de corazón que os guste.


                  Querido Marcus:

                Ha pasado mucho tiempo desde la última vez que nos vimos. Nunca nos escribes ni una miserable línea ni a mí ni a ninguna de tus hijas. Éstas preguntan siempre por ti. Están deseando verte de nuevo. Sobre todo, nuestra pequeña Anne.
                 ¡No las vas a reconocer si decides venir a vernos! Melly es ya toda una mujercita. Pronto, será presentada en sociedad. Y Anne  es una niñita encantadora. Nunca para quieta. Me recuerda mucho a mí cuando tenía su edad. Nuestras hijas necesitan a su padre. Necesitan que tú vengas a verlas. Si no quieres hacerlo por ellas, hazlo, al menos, por ese amor que me tuviste una vez. Porque yo, querido Marcus, también te echo de menos. Y, aunque me cueste trabajo admitirlo, te necesito.
               Siempre has sido el amor de mi vida. 
               Te amo, Marcus. 
               Te necesito a mi lado. ¡Vuelve a casa, amor mío! Te juro que todo será distinto. 
               No te avergonzarás de mí. 
             Seré la clase de mujer que tú quieras. Actuaré como tú quieras. Haré lo que tú quieras. ¡Pero vuelve! No te echaré nunca nada en cara. Al contrario...Tienes en mí a la más abnegada y complaciente de las esposas. Haré la vista gorda. Y no te haré ninguna pregunta. ¡Pero vuelve, te lo ruego! 
              Nunca he dejado de amarte. Esta carta es un ruego. ¡Vuelve! ¡Te echo tanto de menos! ¿Tú también me echas de menos, amor mío? Creo que sí, Marcus. A tu modo, también me echas de menos. A tu modo, tú también me amas. Y yo sé que es así. Me amas. Pero eres tan orgulloso. Te cuesta trabajo admitir el amor que sientes por mí. Es curioso. A mí, en cambio, no me molesta pregonar a los cuatro vientos lo mucho que te quiero. Es verdad. Te amo, Marcus. Te echo de menos.
            Me paso las horas muertas mirando por la ventana. Espero ver que llegas en un carruaje que has alquilado. Cada vez que veo pasar un carruaje, mi corazón da un salto de alegría. ¡Has vuelto!, pienso. Pero la realidad se impone. Los carruajes suelen pasar de largo. Y yo lloro. Lloro porque he vuelto a hacerme ilusiones. ¿Por qué juegas conmigo, Marcus? ¿Acaso has olvidado las promesas que nos hicimos un día? ¿Acaso has olvidado el juramento que hiciste ante Dios? Juraste amarme hasta La Muerte. Yo sí estoy cumpliendo con mi juramento, Marcus. 

  

                 Kate no pudo seguir escribiendo. Regina entró en su habitación.
-Espero que no le estés escribiendo a ese miserable-advirtió la mujer-Porque no quiero creer que seas tan tonta como para rebajarte.
                 Kate apenas tuvo tiempo de esconder la carta debajo de un montón de papeles.
-Estaba escribiendo en mi diario, tía-mintió.
-Sé que no es verdad-replicó tía Regina-Enséñame la carta.
                Kate negó con la cabeza. Trató de convencer a su tía de que no había escrito ninguna carta. Sin embargo, Regina revolvió entre los papeles. Y encontró la misiva. Llena de tachones...
               A punto estuvo de cruzar la cara de su sobrina de un bofetón.
-¿Es que no tienes dignidad?-estalló-¡Cómo te atreves a hacer esto, Kathleen! ¡Ese hombre no merece que pienses en él! ¡Y no llores! Porque ni siquiera merece que llores por él.
-Es mi marido y aún le quiero-se sinceró Kate-Es el padre de mis hijas.
-Un padre no abandona a sus hijas cuando éstas son pequeñas. Y un marido que quiere a su mujer no la abandona cuando ésta acaba de dar a luz. Como hizo ese sinvergüenza contigo.
              Regina rompió la carta en mil pedazos.
              ¿Por qué su sobrina era tan idiota? ¿Por qué se arrastraba ante aquel hombre? Marcus nunca la había amado. Nunca había sido digno de ella. Pero Kate estaba ciega y no quería verlo.
-No quiero, Kathleen, enterarme de que le vuelves a escribir-le advirtió a su sobrina.
-Es el hombre de mi vida-afirmó Kate.
-¡Ni se te ocurre volver a decir eso! ¡Ese hombre es un malnacido! No te merece. Y tampoco merece las dos hijas que le has dado. ¿Por qué no te haces un favor a ti misma y te olvidas de que existe? ¿Es que quieres acabar como acabó tu pobre madre? 
                 Salió de la habitación.
                 Kate rompió a llorar amargamente. Tenía la sensación de que su tía seguía oponiéndose a su amor. Y era verdad. Sólo que, ahora, ella y Marcus estaban casados. Pero Marcus estaba lejos de ella.
                 Salió de la habitación al cabo de un rato. Se dirigió al salón. A lo mejor, pensó, tiene razón. No debería de ponerme en contacto con él. Me abandonó a mí. Abandonó a nuestras hijas.
                 Kate parecía ser la víctima propicia para un hombre como sir Marcus Livingston.
                 Admitía que la joven le había gustado.
                 Pero no estaba enamorado de ella.
                 Cuando la conoció, Kate no sabía bailar. No sabía ni siquiera hacer una reverencia. Incluso se decía que tenía un loro. Se lo había regalado su tío. Fue Marcus el que lo mató. ¡Aquel desgraciado había intentado arrancarle un ojo de un picotazo!
                Kate prefería estar encerrada en su habitación que en un baile. Lo decidió después de su fracaso al entrar en sociedad. Nadie se había fijado en ella.
             Excepto Marcus...
            Llegó a su vida como un torrente. La enamoró con las palabras bonitas que le decía cada vez que iba a visitarla. Con las flores que le regalaba. Con los versos que le enviaba. Versos que él copiaba de libros de poesía. Pero que Kate creía que eran sus versos. Que era lo que Marcus realmente sentía. Regina miraba con desconfianza a aquel hombre. Le caía mal. 
                 Era cierto que le había hecho mucho daño.
                Pero seguía siendo el padre de Melanie y de Anne.
               Vio a Melanie bordando un mantel. De carácter tranquilo, Melanie no se parecía en nada a su madre. En cambio, Anne estaba jugando en el jardín. Kate la oía reírse.
                Por desgracia, la niña era demasiado parecida a su madre. Tenía su mismo carácter impulsivo y apasionado. Kate suspiró con pesar. Melanie ya era una mujer. Había llegado el momento de pensar en buscarle un marido.
-Miedo me da que les puedan pasar lo mismo que me pasó a mí con su padre-pensó Kate.
               Confiaba en que Melanie y Anne serían mucho más sensata de lo que ella fue.
-Me gusta mucho tu bordado, Melly-le dijo a su hija-Bordas muy bien.
                Melanie sonrió con timidez.
                Permaneció sentada al lado de su hija. Melanie no sabía nada de la vida. Era mejor así. Lo único que iba a conseguir era sufrir mucho si se enamoraba y no era correspondida. A Kate le había pasado.
-Tienes los ojos rojos-observó Melanie.
               Kate sentía que le dolían los ojos de tanto llorar. Lloraba porque su tía Regina tenía razón. Había desperdiciado toda su vida por culpa de un hombre que jamás la había amado. Y lloraba porque, a pesar de todo, seguía amando a Marcus. Lloraba porque su marido jamás había querido a las hijas que le había dado. Y ella era tan estúpida que seguía amándole con desesperación. Como en los primeros días de su romance, hacía ya tanto tiempo.
-Será que tengo un poco de alergia-mintió Kate.
-¿Has estado llorando?-inquirió Melanie.
-No...Estoy bien, cariño. De verdad que sí.
-Es por mi padre, ¿verdad? Tía Reggie dice que no merece que sigas sufriendo por él. Que es un mal hombre.
-Puede que tía Reggie tenga razón. Pero eso no le da derecho a meterse donde no la llaman. Y menos en mi matrimonio...Es mi problema. Y lo tengo que solucionar yo.
-También es asunto nuestro, mamá.
-Sois unas niñas. ¿Qué vais a saber vosotras de la vida? Tenéis edad de soñar. De jugar. De ser felices. 
-Annie empieza a preguntar por él, mamá. Quiere saber el porqué nunca viene a vernos. El porqué nunca nos escribe. Ella no le conoce. Y el recuerdo que yo tengo de él es muy borroso.
-Vuestro padre tiene su carácter. Pero estoy segura de que os quiere con todo su corazón. Y que piensa mucho en vosotras. Nunca dudes de él, cariño.
               Pero era obvio que Melanie ponía en duda el supuesto cariño paternal que, según Kate, Marcus sentía por ella y por Anne. Todo lo que le decía su hija era lo mismo que le decía Regina. El corazón de Kate pareció romperse por dentro. ¿Cómo podía sacar a Marcus de su corazón?
                 Era como dejar de respirar. No podía dejar de respirar.
-Sigue bordando, Melly-le dijo a su hija-Y yo me quedaré aquí y veré cómo bordas.

                    Kate se encerró en su habitación.
                    Era la hora de la cena, pero no tenía apetito y, además, lo último que quería era enfrentarse a la mirada de Regina. Los ojos de Kate estaban llenos de lágrimas. Pero las reprimió. Intentaba no llorar porque sabía que las lágrimas no servían para nada. Lamentaba haber dejado a sus hijas en el comedor con  Regina. Pero Melanie era ya mayor. Podía no parecer muy lista.
                 Regina conocía bien a la chica. A pesar de todo, Melanie era muy inteligente. Sabía que su madre no se encontraba bien. Y culpaba de ello a su padre. Marcus había destrozado la vida de Kate. Y parecía querer hacer lo mismo con las vidas de sus hijas. Sin embargo, Kate no se atrevía a hablar con Melanie de sus desgracias. Por eso mismo, había que pensar en casar a Melanie. En la isla de Wight también había buenos partidos. Cualquiera de ellos podía estar encantado de casarse con aquella chica. Melanie era bonita y tenía un carácter muy dulce. Cualquier caballero estaría encantado de desposarla. Además, tenía una buena dote.
                 A Kate le costaba trabajo pensar en esas cosas. Su mente seguía pensando en Marcus.
                 ¿Valía la pena seguir casada con Marcus sabiendo que él nunca la había amado? ¿Valía la pena seguir esperándole?
                 Marcus era miembro de la aristocracia, pero estaba en la ruina. Vio en Kate a una fuente de ingresos. Tía Regina no la preparó para los hombres como él. No le dijo que había muchas ratas en el mundo llenas de codicia. Fue su mayor error.
                Kate creyó ver en Marcus la encarnación de sus sueños. Se casó con él. Se consagró a mimarle y a ser su esclava. Le perdonó todos sus desprecios. Porque Marcus era el amor de su vida. Porque daría su alma por él. Se puso una venda en los ojos. Quería pensar que su matrimonio era feliz. 
                 Poco a poco, Kate empezó a ser admirada en Londres por su belleza. Era elegante por naturaleza, decían de ella. Hablaban los mismos que, antaño, la habían despreciado. Las mujeres la envidiaban. Y ella odiaba que todo el mundo, en el fondo, la odiase.
                 Podía divorciarse de su marido; otras mujeres lo habían hecho. Y sus maridos eran nobles. No quería hacerlo. Se decía que era por Melanie y por Jane. Pero, en el fondo, era por ella misma. Kate creía que Marcus, antes o después, iría a buscarla a ella y a sus hijas.
                Entonces, recordó la primera vez que supo que Marcus le estaba siendo infiel. Ocurrió en una fiesta a la que asistió en compañía de su marido. Se sentó en una silla junto a varias matronas que no paraban de hablar. Marcus le dijo que iba a saludar a un viejo amigo al que hacía mucho que no veía, pero estaba tardando demasiado.
-Será una mujer joven, hermosa y, probablemente, fogosa en el lecho, pero no creo que sea suficiente-afirmó una mujer rolliza-Yo creo que el marido la engaña con otra.
             ¿Estaban hablando de ella?, se preguntó Kate. Si era así, Marcus la estaba engañando con otra.  Tenía que dolerle. Pero su corazón se rompió ante aquella certeza y no podía sentir dolor alguno.
-Yo creo que es un antiguo amor-opinó una dama de unos sesenta años-Ella es pobre. Y no puede darle hijos. Por eso, se ha buscado a esta joven. Que iba camino de ser una solterona cuando se casó con él. Pero es todavía joven. Y era virgen. Aún puede darle hijos.
-Creo recordar que se coló una noche por la ventana de su habitación-replicó una tercera dama.
-Y no hemos de olvidar que la tía de ella se oponía a esta boda-insistió una cuarta mujer.
-No olvido que los padres de ella causaron un gran escándalo cuando se casaron-apuntó la dama gorda-Ella, incluso, llegó a decir que había dormido en los brazos de él. Todo para forzar la boda. No sé si llegó a ser verdad o no. El caso es que se casaron. Con la familia de él oponiéndose. Fue un matrimonio feliz. Creo que eran felices. No sabría qué decir.
                 Sí, se dijo Kate. Estaban hablando esas cotorras de ella. Todo lo que oía era referente a su vida. La relación de sus padres...La oposición de tía Regina...
-Si están enamorados y quieren estar juntos, la esposa de él no cuenta-afirmó la señora de sesenta años.
-Él no es rico y tampoco es influyente-aseguró la tercera dama-No hemos de olvidarlo. Es ella la que tiene el dinero. Pero lo tiene porque la familia de su padre sí era rica e influyente. Ella sí podría divorciarse. Pero no lo hará. Está ciega de amor por él.
                  Otras mujeres que estaban sentadas en otras sillas y en distintos sofás y sillones admiraban la ropa que llevaba puesta Kate y la comentaban en voz baja.
-Pero no pueden casarse-dijo la cuarta mujer. Kate se puso rígida-Si quiere casarse por la Iglesia con su amante, tendrá que solicitar la nulidad eclesiástica.
               La alarma creció en su interior. ¡No podían estar hablando de ella! ¿O sí estaban hablando de ella?
-No se la darán-apostilló una quinta mujer.
-También pueden divorciarse-apostilló la primera mujer-¡Sería la comidilla de todo el país!
                 Risitas burlonas...Mirada mal disimuladas hacia Kate...Desprecio en los ojos...



                 Con mano temblorosa, Kate se quitó una miga de pan que tenía en la falda. Era de la cena. Bebió un poco de su copa de champán. Le temblaba la mano.
-¿Por qué no se la darán?-preguntó la dama rolliza.
-Eso es muy caro-respondió una sexta dama-Ni siquiera el tío de la joven tiene tanto dinero como para costearla.
                  Kate se dijo así misma que no debía llorar.
                  Habían pasado ya varios años desde aquella humillante noche. Pudo habérsele caído la venda de los ojos.
                       Pero ella se puso de nuevo la venda. Y lo siguió haciendo durante los años siguientes.
                      Incluso cuando encontró a su marido en la cama con otra mujer. Besando a otra mujer que no era ella.
                        No le abandonó. No quiso echarle de casa. Se limitó a irse de allí a llorar al cenador. Soportó una y otra vez las humillaciones de Marcus.
                      Intentó convencerse así misma de que su marido la amaba. De que iba a cambiar. Era padre de dos hijos. Podía cambiar.
                      Luego, murió Peter. 
                     Kate quiso darle un nuevo hijo. Creyó que sería varón y que eso haría cambiar a Marcus. Sufrió un aborto la tercera vez que se quedó embarazada. Y la cuarta...Por suerte o por desgracia, tuvo una nueva hija. Marcus no cambió. Y acabó abandonando a Kate al poco de dar a luz a Jane. De no ser por Regina, Kate habría cometido una locura hacía mucho tiempo.
                    El amor que sentía por Marcus hacía mucho que se había convertido en una obsesión. Y la propia Kate lo sabía.

4 comentarios:

  1. Ya nos habías contado que el aura de esta historia era un poco oscura y que nuestra heroína no lo iba a pasar muy bien, pero creo que así es la vida, y de allí parten las mejores historias.

    Me ha gustado mucho esta parte, gracias.

    Besos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Quería hacer algo distinto.
      Cuando escribí esta historia, no estaba anímicamente bien. No veía que las fiestas y los bailes encajaran aquí mucho. Y no tenía ganas de escribir sobre bailes.
      Hay mucho de Melanie en mí.
      Espero que te siga gustando todo lo que viene a continuación.
      Un fuerte abrazo.

      Eliminar
  2. Vaya, qué escena tan humillante tuvo que soportar Kate, oyendo a esas mujeres hablar sin ningún tapujo acerca de sus asuntos más íntimos, horrible! Y para colmo oír acerca del verdadero carácter de su esposo...
    Afortunadamente, las mujeres de la historia tienen un buen pasar y Melanie podrá tener una dote, me gusta saber que es una chica inteligente pese a lo que piensa su madre, aunque no le guste leer :)
    Besos.Jazmín.

    ResponderEliminar
  3. En verdad que no se puede ser como Kate, por lo menos por estos días, pero bueno... las mujeres soportaban mucho más que esto por ese tiempo. Es de esperar que Melanie se ayude del ejemplo de su madre y no cometa los mismos errores.

    Un beso.

    ResponderEliminar