Tenemos un nuevo fragmento de Berkley Manor.
Veremos un encuentro entre Justin y Chris. Las dudas vuelven a asaltar con fuerza a Melanie. Y, además, lady Christine recibirá una propuesta insólita de parte de lord Duncan.
¡Vamos a ver qué pasa!
Todo era culpa suya. Justin lo sabía. Sabía que no
tenía que haberse fijado en la señorita Derrick. Ella pertenecía a un mundo
distinto al suyo. Además, era la hija de sus patrones. ¿Cómo había osado
enamorarse de ella? Justin caminaba por la calle. Se asfixiaba dentro de la
mansión.
Era
el pequeño de diez hermanos. No sabía leer. Había pasado gran parte de su vida
trabajando.
Su
padre había sido pescador. El mar se lo había arrebatado cuando Justin tenía
once años. Había trabajado en el campo. De aprendiz de carpintero…Hasta que
entró en la casa de los Derrick. Su trabajo consistía en llevarles a todas
partes. Ya tenían otro cochero, un tío de Justin por parte de padre. Pero el
hombre era demasiado mayor. Justin podría ser su sustituto. Si estaba en aquel
lugar era porque tenía que vigilar a las señoritas Derrick. Pero él sólo tenía
en mente a una de ellas. A Eleanor…
Es
lo mejor para los dos, se dijo Justin.
Tenía
que ser él el cuerdo de aquella relación alocada. Le tocaba a él dar el duro
paso. Romper con ella.
Justin
se detuvo porque pensó que se iba a desmayar.
Desde
la primera vez que vio a Eleanor, Justin quedó prendado de ella y supo que no
iba a conocer a mujer más fascinante que la que tenía delante. La hija de sus
patrones…Había intentado alejarla de él.
Pero
Eleanor se resistía. Le perseguía. Quería hablar con él. Y Justin no pudo
resistirse a sus encantos.
El
bello rostro de Eleanor le perseguía hasta en sueños. También él quería estar
con ella. Los ojos de Eleanor eran brillantes. La joven poseía una mirada
pícara que encendía la sangre a Justin. Tenía que contenerse. Eleanor tenía una
reputación que mantener.
Su
rostro brillaba cuando estaban juntos. Era refinada. Era sofisticada. Era
elegante. Y sus labios eran el único oasis en el que Justin quería saciar la
sed que sentía. Le había costado un gran trabajo rechazar a Eleanor aquella
noche. Se dijo así mismo que lo había hecho por ella. Para protegerla.
En
aquel momento, Justin tropezó con alguien.
Era
el vicario Pemberton. Justin le había visto en varias ocasiones en Berkley
Manor. Era la primera vez que le veía fuera de la mansión. Sabía que visitaba
el lugar para consolar a los duques. Estaban destrozados por la muerte del
niño. A Justin también le dolía aquella pérdida. Un sobrinito suyo había muerto
también a una edad muy temprana. Justin había aprendido que la vida podía ser
muy injusta.
Chris
estaba pensando en Melanie. Cuando la conoció, le pareció que era muy tímida.
Pero había algo que le atrajo de inmediato. Melanie le había embrujado.
La
muchacha había resultado ser una caja de sorpresas.
Recordaba
su comportamiento durante el velatorio. Cómo lo había consolado tras el
entierro. Melanie era diferente. Era especial. Por eso…La amaba.
No
se parecía en nada a las hermanas Derrick. No era tan alegre y tan vital como
lo era Eleanor. Podía parecerse más a Victoria. Ésta última era más recatada y
más prudente que Eleanor. Pero Melanie no era nada pusilánime. Recordaba la
noche del jardín. Ella le había dicho que no era nada temeraria. Pero había
bajado sola al jardín. No podía permanecer en su habitación por más tiempo. Lo
entendía. La delicadeza y la candidez de Melanie le habían atraído. Pero era su
fuerza lo que le había enamorado. Una fuerza que veía en sus ojos. Pasión y
dulzura…Todo a la vez…
-Disculpe, señor-se excusó Justin-Iba distraído. No
miraba por dónde iba.
Chris
le sonrió con simpatía.
-No tiene importancia-le aseguró.
Justin
vio que se disponía a seguir su camino. Tenía que hablar con alguien. ¿Por qué
no podía hablar con el vicario Pemberton? A lo mejor, él le entendía.
-Perdone-le llamó-Me gustaría hablar con alguien.
-¿Y quiere hablar conmigo?-inquirió Chris.
-Yo le he visto en varias ocasiones en Berkley
Manor. Me llamo Justin. Justin Groove…Soy el cochero de los Derrick.
Se
estrecharon la mano. Chris le escrutó con la mirada. A decir verdad, la cara de
aquel joven le sonaba. Le era familiar. Nunca había hablado con él. Parecía que
estaba preocupado por algo. O por alguien…
-Usted me inspira confianza-le aseguró Justin-Parece
un buen hombre.
-No creo que pueda ayudarle-se lamentó Chris.
-A decir verdad, lo que necesito es desahogarme.
Espero poder contar con su discreción.
-No suelo ir por ahí pregonando las desdichas de mis
feligreses, muchacho. Intentaré ayudarte lo mejor que pueda.
-Quedo muy agradecido.
Justin
respiró aliviado. Chris se dijo que intentaría ayudar en la medida de lo
posible a aquel joven. No tenía la menor idea del porqué de su angustia. ¿Un
problema de fe? ¿O un problema del corazón? Chris se dijo que todo el mundo
parecía que estaba enamorado. Tenía esa percepción de la vida desde que conoció
a Melanie.
Decidieron que el mejor sitio para hablar era una taberna. Justin había ido varias veces a la taberna. Pero salía enseguida. En cambio, Chris nunca había pisado la taberna. Se sintió incómodo por acompañar a Justin hasta allí. Aún así, accedió.
Todo era mentira, pensó Melanie.
Miraba
las cartas de amor que su padre le había escrito a su madre. Ella las había
encontrado un día. Estaba jugando en el sótano con Eleanor. Las cartas se
encontraban en el interior de una cajita de hojalata. El dibujo de una pastora
de gansos había llamado la atención de Melanie. Ya tenía doce años. Sabía lo
que había pasado entre sus padres. Oyó la voz de Eleanor, que la estaba
buscando. Melanie se guardó las cartas en el bolsillo del delantal. Dejó la
cajita donde estaba.
Lo
que estaba ocurriendo le permitía releer aquellas cartas.
Se
encerró en la habitación.
Quería
estar sola. Eleanor y Victoria se habían quedado en el jardín.
Melanie
abrió el cajón donde guardaba su ropa interior. Sus delicados labios hicieron
un gesto de malestar al encontrar lo que estaba buscando. Las cartas…
Se
sentó en la cama. Se estaba atormentando tontamente leyendo aquellas misivas.
Hablaban
de los besos que su padre le había robado a su madre durante sus visitas.
Comparaba
a sir Marcus con Chris. Sabía que era algo inútil hacer eso. Eran muy distintos
entre sí. Chris no le mentiría nunca. ¿En serio no le mentiría?, se preguntó
Melanie.
Los
hombres eran mentirosos por naturaleza. ¿Acaso su padre no le había jurado amor
eterno a su madre? ¿Y cómo le había agradecido todo el amor que ella le
brindaba de manera incondicional? ¡La había abandonado! ¿Podía estar Melanie
segura de que Chris no haría lo mismo?
Él
parecía ser sincero. O era sincero, o estaba siendo un gran actor.
Le
hacía sentirse bella. Despertaba en Melanie unos sentimientos tan fuertes que
la asustaban. Y Chris le decía que le bastaba con mirarla a los ojos para
sentirse en paz.
¡Qué bella eres, mi amor! Me asusta acercarme a ti.
Te veo tan frágil. Tengo miedo de hacerte daño. Tengo miedo de abrazarte. ¡Mi
amor! Sólo pienso en ti. Te llevo a
todas horas en mi pensamiento. No veo el momento de verte de nuevo.
¡Con qué facilidad la engañaste!, pensó Melanie.
Sentía el deseo de romper aquellas misivas hirientes. Pero no lo hizo. Se
echaba en cara así misma su comportamiento. Se había portado de un modo
abominable. ¿Cómo había sido capaz de entregarse a Chris? ¿Acaso se había
vuelto loca? De todos modos, Melanie no se habría casado. No quería sufrir. No
quería terminar como su madre.
A
sir Marcus no le costó trabajo engatusar a Kate. La joven había sido muy
ingenua y deseaba saber lo que era amar y ser amada. Entonces, sir Marcus
apareció en su vida. Y todo cambió. Al menos, eso era lo que Kate quería
pensar. Sir Marcus sabía bien cómo enamorarla. Le hablaba de su rostro, que le
parecía hermoso y sensual. Al menos, en aquel aspecto, decía la verdad.
Ayer, cuando pude coger su mano, tan blanca y tan
suave, me sentí el hombre más feliz del mundo. Temo estar siendo atrevido por
escribirle esta carta. Pero, desde la primera vez que la vi, me perdí en el
brillo de sus bellos ojos.
Melanie
contuvo las ganas de ponerse a gritar. Sir Marcus era un perfecto mentiroso.
En
aquellas cartas, el hombre hacía referencia a la ingenuidad de Kate. A la
confianza que desprendían sus ojos al posarse sobre él. A lo feliz que se
sentía cuando hablaba con ella. Sir Marcus hablaba de la nobleza del corazón de
Kate. De lo mucho que le asustaba destrozarle el corazón.
¡Pero
se lo rompiste!, quiso gritar Melanie. ¡Maldito seas! ¡Le rompiste el corazón!
Ella todavía te estará esperando con los brazos abiertos. Conozco bien a mamá.
Aún te quiere. No sé porqué. Pero…Te quiere.
Las
lágrimas se agolparon en sus ojos.
No
quiso echarse a llorar.
Tragó
saliva. Su madre era una mujer destrozada por culpa del desamor de su marido.
La frialdad de Justin le estaba haciendo daño a Eleanor.
Sólo
Victoria parecía haberse librado de aquella plaga. El mal de amores…
¿Y
qué pasa con lady Christine?, se preguntó Melanie. ¿Estaría la duquesa
enamorada de su marido? No les había visto mucho juntos. A decir verdad, nunca
les había visto juntos. Excepto en la Iglesia…
Melanie
dejó de leer aquellas cartas. Suspiró hondo.
Aquellas
líneas estaban repletas de mentiras.
Sir
Marcus le había escrito aquellas cartas a Kate con la intención de enamorarla.
De lograr sus ruines propósitos para con ella. Aquellas palabras estaban vacías
de contenido.
La
tía abuela Regina recordaba cómo había sido su sobrina antes de conocer a sir
Marcus. Kate había sido una joven hermosa. Poseía un gran corazón. Y estaba
llena de vida.
Todo
eso cambió cuando se enamoró de aquel hombre.
Lady
Christine no era una mujer frívola.
Le
gustaba vivir tranquila.
Se
había acostumbrado a vivir en sociedad. Se había acostumbrado a lidiar con los
chismes. Le gustaba ir a bailes. Le gustaba hacer visitas. Le gustaba salir de
excursión. Cuando se casó, lady Christine era todavía joven. Su belleza había
causado cierto furor. Pero era cierto que había jóvenes mucho más guapas que
ella. Su madre le decía que había tenido suerte.
Lady
Christine se paseó nerviosa por el salón.
Había
sido una joven alocada e imprudente en su juventud. A pesar del tiempo
transcurrido, seguía sintiendo que le faltaba experiencia en determinados
asuntos. El amor…Era uno de esos asuntos.
Hacía
dos meses, las puertas de Berkley Manor se habían abierto para recibir a una
gran cantidad de invitados.
Aquellos
días le había parecido un auténtico sueño a lady Christine.
Había
visto a la joven Melanie subir por la escalera con expresión preocupada. De los
numerosos invitados que habían llegado a la mansión tan sólo quedaban tres
invitadas. Tres jóvenes que habían llegado tarde. Pero que se habían quedado.
El rostro de lady Christine se contrajo. Unos días antes, la mansión había estado llena de vida. Ella misma había participado en una cacería.
Todas las noches, se celebraba un baile. Las fiestas se prolongaban hasta altas horas de la madrugada. Lady Christine procuraba hablar con todos sus invitados. Escuchaba los cotilleos de las damas. Siempre tenía una palabra amable para cada invitado. Les sonreía con gesto amistoso.
Todo estaba bien. El mundo estaba en orden. Hasta que Toby cayó enfermo de forma repentina. Al niño le gustaba salir a jugar, hasta cuando llovía. Salió a jugar aquel día de lluvia al jardín. La señora Harry se apresuró a meterlo dentro de casa. Pero fue demasiado tarde.
Lady Christine suspiró con pesar.
En
aquel momento, una figura masculina entró en el salón. Lady Christine se giró
en un momento dado. Y se encontró cara a cara con su marido.
-¡Duncan!-exclamó al verle-¡Por fin!
El
duque había abandonado su encierro. Lady Christine lo agradeció.
-Antes o después, tenía que abandonar mi cuarto-dijo
lord Duncan.
Esbozó
una sonrisa triste. Lady Christine se sentó en el sofá. Invitó a su marido a
que se sentara a su lado. Lord Duncan así lo hizo. Se daba cuenta de que su
mujer se sentía muy sola. Y que había sufrido mucho.
-¿Cómo estás?-le preguntó lady Christine.
-Estoy mal-respondió lord Duncan-¿Cómo estás tú,
Chrissy?-La miró a los ojos-Pregunta estúpida…Estás mal. Lo veo.
Ella
negó con la cabeza.
-Estoy un poco mejor-admitió.
-¿Sólo estás un poco mejor?-se extrañó lord Duncan.
-Si te digo lo contrario, estaría mintiéndote. No
estoy para bailar un minué. Pero no siento el deseo de tirarme por la ventana.
-Me alegro de oírte decir eso.
-Gracias…
Lord
Duncan cogió la mano de lady Christine y se la besó.
Lord
Duncan alzó la mano. Acarició con la yema de los dedos la mejilla de lady
Christine. Una mejilla blanca y suave al tacto…La besó en la frente.
-¿En serio eres estéril?-se atrevió a preguntar.
La
besó en la mejilla. Lady Christine se puso tensa.
-Eso es lo que dicen los médicos-respondió la
duquesa-Te lo he dicho.
-Los médicos pueden equivocarse-replicó lord
Duncan-¡Qué sabrán ellos!
Besó
a lady Christine con suavidad en los labios.
Recordó
la bonita pareja que formaban sobre la pista de baile.
-¿Qué me estás sugiriendo?-se asustó lady
Christine-¿Quieres que tengamos un hijo? ¡Eso no va a poder ser!
-Chrissy, no se trata de Toby-le aseguró lord
Duncan-Nunca le olvidaré. Era mi hijo.
-Y necesitas un heredero.
-No se trata de eso.
-Me temo que no puedo darte yo ese heredero que
tanto ansías. Tendrás que buscarte a otra.
-Chrissy…
Ella
se puso de pie. Se frotó los brazos. Estaba temblando de nerviosismo. Y de
miedo…Sintió que las piernas empezaban a temblarle.
-Duncan...-llamó a su marido.
-¿Ocurre algo?-inquirió el duque.
Lady Christine cayó desmayada al suelo.
Qué buen capítulo, Laura, literalmente ha habido de todo, aunque sabes que todo lo relacionado con Chris y Mel me gana, así que si bien la sigo viendo llena de dudas, me emociona tener siempre su amor presente.
ResponderEliminarBesos, feliz inicio de semana.
Cuando pueda, haré una entrada en mi blog "Un blog de época" para hablar de las parejas que pueden encontrarse en una novela romántica. Pero confieso que también siento un gran cariño por Chris y por Melanie.
EliminarUn fuerte abrazo, Aglaia.
Y un muy feliz inicio de semana.